25/05/2024
MENDIGANDO AMOR
LA HISTORIA DE PASIÓN ENTRE UN INDIGENTE Y YO.
POR ANGÉLICA SEÑA.
Todos, sin excepcion alguna, tenemos enormes y magnificas fantasías llenas de erotismo sin barreras. Mi pensamiento al respecto llegó al límite desenfrenado de la pasión.
Tengo un esposo responsable y respetuoso, el cual me da lujos y comodidades. Me hace sentir como toda una soberana, pero, yo necesito emociones extremas que me hagan caer por mi entrepierna una cascada dorada.
En uno de los tantos viajes de mi esposo decidí explorar la ciudad en busca de un lugar caliente donde deleitarme de un magistral y descomunal plátano, preferiblemente de un hombre afrocaribeño. En la ruta hacia mi objetivo me topé con un sitio cadente, lleno de gente coscuspicente que vivía en libertad sus más recónditas fantasías. Aquel sitió lo encontré por curiosidad navegando en una red social.
En mi primera vez en el saturnal pude experimentar con varios hombres a la vez. Fue tan emocionante mi aventura que logré hacerlo con veinte de ellos en la misma noche.
Aquella suculenta cena, me proporcionó una gran adicción al $€×@ que me llevaría a querer probar métodos extremos de placer.
Mientras mi adorado esposo seguía de viaje, una tarde me dirigí al centro de la ciudad de Barranquilla. Caminé hacia una calle transitada por diversos indigentes, pasando obstáculos y hasta pisando e×¢π€π÷©. Todo un acto heroico.
¡Hasta que por fin! Hallé mi objetivo. Frente a mi se encontraba buscando entre la basura un hombre sucio y andrajoso. Su cabello estaba cubierto de mugre y su mal olor corporal era perceptible a la distancia. Su dentadura delantera estaba destruida, dando un aspecto de haber manducado chocolates.
Tras esa suciedad extrema, pude observar en su mirada el mar, invitándole a sumergirme en el y dejándome llevar de las traviesas olas.
Entonces me volví hacia él y le dije:
— ¡Hola hombrezuelo! ¿Vives en este lugar?
— Si — Me respondió con voz enredada.
De mis entrañas brotó una cascada dorada. Mi imaginación funcionaba en fracción de segundos.
Con sigilo en mis palabras empezó mi plan de convencimiento para llevarlo a casa, hasta que terminó aceptando la propuesta.
Me dirigí con él en mi carro hasta mi vivienda y le ofrecí un poco de comida.
Su olor fétido me llenaba de éxtasis. Quería tenerlo dentro de mi ser lo más pronto se pudiera.
— ¿Te gustó la cena? — Le pregunté.
— Si, estaba bien rica.
Le sonrei pícaramente.
— pero más rico está lo que te voy a regalar ahora.
Me acerqué con deseo hacia él y lo tomé de la mano dirigiendolo a mi recámara.
— Siéntate en la cama y espérame unos minutos.
— Está bien, mi señora.
Entré al baño y me vestí con un atuendo sexy. Embardune mi cuerpo ardiente de deseo con mi mejor perfume y salí de nuevo hacia la recámara. Allí seguía él, expectante, esperando la novedad.
— Estoy caliente papito, quiero ¢@/|@π contigo. Métete dentro de mi, por todos los rincones. Hazme tuya hasta el hastío, como si no hubiese mañana próximo.
El indigente me observaba sudoroso. Se le notaba la timidez, por lo que me acerque a él y bajé su desgastado pantalón.
Un mal olor brotaba de su €π€©÷@ y descomunal miembro, lo que me terminó de excitar en sobremanera.
— Así grande es como me gustan. Lo tienes perfecto mi vida. Voy a meterlo dentro de mi boca. Te lo lameré, te lo subsionaré y haré maravillas que te llevarán a habitar por algunos momentos en el jardín de las delicias.
Cuando mis labios rozaron su carne viril, sintiendo el sabor de su pestilente olor. Aquel ser desechable gemía de placer. Su éxtasis inconcientemente llevó a empujar mi cabeza hasta lo último del tallo de su árbol. Acarició mis montañas con sus mugres manos, para luego, invitarme a recostarme en la cama y beber de mi pozo de agua cálida.
Gritos de pasión salían de mi boca. Jamás había conocido en mi vida placer tan magistral. El gamín recorría mi cuerpo como ningún hombre lo había hecho antes.
—¡Ah, así papito, sigue así que me tienes loca! — Exclamé.
— ¡P...t..a! Me susurró al oído, mientras me ponía en la posición del perro, dispuesto para entrar dentro de mí.
— ¡Ahhh, ahhhh, Si, así, más duro bebé!
—¡Sufre, p€ππ@ fina!
— ¡Ah sí, soy una p€ππ@, dame por todos los huecos que tenga, animal asqueroso!
Tal como le ordené, se introdujo en mi intimidad trasera, con violencia, hasta hacer que ¢@π@ y se aflojara mi vejiga.
—¡Ahí si que placer, bebe! Déjame ππ@ππ@π|@ así otra vez.
La habitación se impregnó de un olor al mismo in****no. Sentía la deliciosa tortura de Satanás que colmaba mi alma se dolor y hedor placentero.
Mientras estuvo hospedado en mi hogar le ordené que no se duchara.
El palacio que mi esposo me mantenía se había convertido en un chiquero de cerdos donde se inhalaba un halito de podredumbre y humo de M. Huana...
Finamente, había encontrado la felicidad de mi vida. La sociedad de afuera, embardunada de perfección me causaba repulsión y solo el indigente era mi razón de vivir. Me había enamorado profundamente de él y de todas las delicias que me proporcionaba en la intimidad.
Seguí trayendo al desechable a casa los fines de semana, claro, mientras mi esposo no se encontraba en la ciudad, para deleitarme de su cuerpo y disfrutar de las mieles del amor apasionado.