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Anoche, a eso de las 11 más o menos, pasé junto a una parranda en la terraza de unos vecinos del barrio. Eran unos pelaos, no les pongo más de 25 años. Desde unos cien metros ya se escuchaba la música que animaba su fraterno encuentro, era uno de esos temas de reguetón que solo conocen los más actualizados en el género. Por supuesto, dije.

Pasé justo en frente y eché una mirada breve de esas que uno tira en la costa: cuatro pelaos, cinco muchachas y una señora, sentados, mirándose las caras, pasmaos; algunos viendo la pantalla del teléfono, la señora riéndose de algo, no sé. Esa era su "parranda", su motivo de alegría evidente para montarle bulla a los vecinos.

Fueron dos segundos los que duró mi paso por allí, y pensé en lo triste que estas generaciones llevan la vida, ahi como existiendo, con el cuello encorvao y las palabras escasas.

Pero justo al dar ese paso, la música se apagó por medio segundo, no sé, alguien interrumpió las barras de alguna nueva promesa del genero, y en ese breve silencio en el que nadie dijo nada para romper el hielo, en el que el tiempo se alargó mas de lo necesario, apareció el acordeón de aquel mítico tema llamado Anhelos. En sus bocinas bosse sonaba uno de los temas más legendarios de la región.

No exagero al decir que, casi por inercia, esas diez almas, que animaban tan pavosamente la fiesta, se levantaron en júbilo, como si sus cuerpos hubieran sido liberados, y al unísono gritaron: "¡JODAAAA, POR FIN!". Y se pusieron a bailar.

Qué bella es la vida cuando te detienes a verla, al menos por dos segundos, pensé.

Feliz año para todos. Que en este 2025 podamos ver todo lo bello de la vida.

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