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LA DINASTÍA ZULETA.Por Abel Medina Sierra.Extractos del Libro La Dinastía Zuleta de la Universidad de la Guajira y la co...
06/08/2021

LA DINASTÍA ZULETA.
Por Abel Medina Sierra.

Extractos del Libro La Dinastía Zuleta de la Universidad de la Guajira y la corporación Francisco el hombre.

En 1943, en compañía de Andrés Becerra su amigo Sandiegano y alcahuete de sus aventuras y otros amigos de la época, el maestro Rafael Escalona motivado por una invitación que les habían hecho para una parranda en Manaure (Cesar) partió al pueblo donde había escuchado al hombre de la voz gigante que tanto lo conmovió, cuando en una excursión del colegio Loperena llegaron a Manaure por primera vez, allí encontraron aquel personaje que sin conocerlo, Escalona comenzó a querer y admirar, era: Alfonso Cotes Querúz, quien luego se convertirá en pieza fundamental de su vida.

En esa parranda, Escalona escuchó hablar de la destreza musical de un acordeonero que no conocía, pero del que le habían hablado maravillas “Emiliano Zuleta Baquero”, allí se enteró que Emiliano estaba enfermo y movido por esa razón le compuso la canción “la enfermedad de Emiliano”, ¡ sin conocerse (O más bien se conocían a través de las canciones del uno y el otro) ya eran amigos¡ posteriormente se conocieron en Manaure (cesar) en casa de Juana Vásquez en el año 1944, esta narración real de ese acontecimiento nos pone de presente que el sentimiento de aprecio y amistad de los habitantes de la región norte del departamento del cesar y sur de la guajira son fuertes lazos de sentimientos que unen a las personas y a los pueblos que sin ni siquiera conocerse se quieren, se admiran y se respetan.

Andrés Becerra me contó el encuentro mágico con quien iba a ser su compadre “ese día nació Fausto Cotes y nosotros teníamos una parranda en Manaure, en un momento de silencio en el lugar que estábamos sentimos el sonido de un acordeón, y nos gustó y dijimos con Alfonso Cotes que ese sonido era muy bonito y dijimos ombe’ es un acordeón muy bien tocao.

Llevados por ese sonido nos fuimos por novelería a la casa de donde venía y allí nos encontramos por primera vez con el Viejo Emiliano”. Qué forma tan bella y tan memoriosa de conocerse los seres humanos, sobre todo seres tan venerables como Emiliano Zuleta El Viejo, Andrés Becerra y Poncho Cotes papá.

Curiosas son las analogías y las motivaciones que estrechan la fraternidad entre los seres humanos, y pensamos y recordamos ejemplos de vinculaciones emocionales que deparan legados de amistad y de estética musical, acaso el maestro mayor de la oralidad occidental, Homero, no nos habla del embrujo y misterio que le depararon a Ulises el sonido y los cantos de las sirenas, provocando en el astuto héroe un arrobamiento por la belleza de los cantos antiguos que esos seres míticos emitían y del cual nos ha quedado el testimonio en La Odisea.

En esa sociedad agraria y silvestre, Carmen Díaz buscando la vida a través del esfuerzo y trabajo se iba con un grupo de muchachas de su edad, como era costumbre de la época, a la recolección del café a Manaure de la Sierra, y regresaban para las fiestas de diciembre, según me relató Andrés Becerra: “Allá en una parranda de esas se enamoró el Viejo Emiliano de mi comadre Carmen, estaba ella muy joven, muy joven, de eso sí me acuerdo, nos fuimos a la casa donde ella estaba y el Viejo Emiliano le hizo un paseo en esa época, y seguimos esa vida de amistad y parranda”, así nació un gran amor, pero también unas grandes amistades, hasta el punto que Emiliano, Andrés Becerra y Poncho Cotes se denominaban compadres, así que cuando vino al mundo uno de nuestros más grandes cantores epónimos de la música vallenata, Tomás Alfonso Zuleta Díaz, a quien siempre hemos conocido cariñosamente como Poncho, sus padres le designaron a Poncho Cotes como su padrino de bautismo, pero también se designó oficialmente como padrino por petición expresa de Carmen Díaz, a Andrés Becerra. “Ella decía que yo tenía que ser padrino de todos sus hijos porque los amigos de Emiliano éramos Rafael Escalona, Alfonso Cotes y yo; éramos sus amigos de parranda”.

Poncho Zuleta y Emiliano, su hermano, ya con todas las motivaciones propias de su entorno herencial y cultural, sumado a la experiencia de haber llegado a las urbes, buscando también sus propias realizaciones como artistas, irrumpen en el vallenato con Mis preferidas, en donde todavía no se van a denominar Hermanos Zuleta sino simplemente Emiliano Zuleta y su conjunto, en donde Poncho incluye un tema de su autoría, Desencanto, en la cual muestra la pasión juvenil que sufrió un desengaño porque no tuvo la correspondencia que el frenesí del amor que tenía en esos años mozos, con ese corazón impetuoso que se había gestado en la Sierra Montaña y en el barrio El Cafetal de Villanueva.

Luego vendría una cita histórica del vallenato; nacen ya con el nombre que los va a inmortalizar en la estética musical del firmamento vallenato, estos hijos de la Provincia de Padilla, de esa despensa poética llamada Villanueva, cuyo nombre jamás será olvidado por los cultores y admiradores de la música de Toño Salas, la Vieja Sara y su papá Emiliano Zuleta Baquero: "Los Hermanos Zuleta'.

La personalidad de Poncho Zuleta siempre despertó simpatías, su ánimo amplio, su lenguaje provinciano complementado con palabras encontradas en los libros universitarios le dieron la fluidez verbal para sobresalir entre sus compañeros de andanzas; muchachos campesinos, para quienes el universo se componía de lo que su mirada podía observar hasta el horizonte, mientras que Poncho se vanagloriaba de sus viajes al interior del país, sus cuentos con los cachacos boyacenses, y sus cantos iniciales que adornaban las parrandas provincianas, despertaban la admiración de las muchachas y la preocupación de los muchachos, que veían en él a un rival con ventajas, al depredador de amores, perseguidor de novias ajenas, que azotaba la tranquilidad amorera de los confiados muchachos del pueblo.

La otra cara de la moneda era el aprecio que despertaba su descomplicada personalidad, su facilidad para hacer amigos, la sencillez en el trato lo convertía fácilmente en el apreciado amigo de sus amigos, su juventud no era obstáculo para atesorar amistades en toda la región, teatro natural para la demostración de sus condiciones de buen cantor vallenato, por lo que su presencia en las parrandas era frecuente, dejando que de su manantial de canciones fluyeran los bonitos versos que hablan de amores y mujeres y cuentan historias nacidas en el pueblo, de las que también se convirtió en protagonista, como la descrita por Julio Oñate Martínez en La muerte del buen amigo.

Desde joven, Poncho Zuleta se enredó en el misterioso laberinto de las parrandas, su canto se volvió requisito indispensable para condimentar la sabrosura de los amaneceres parranderos y su voz melodiosa se convirtió en el adorno de las canciones provincianas contadoras de historias pueblerinas. Siempre había motivos para celebrar, para hacer parranda, un acordeón siempre listo para extender su fuelle cual alas de águila en vuelo en busca de los versos de una canción en la voz del cantor portador de emociones, para complacer a los amigos en una fiesta sin horario, alrededor de un sancocho y la compañía de una alegre botella de ron, y la tarjeta colectiva que se va de boca en boca, como el paseo de Enrique Pertuz invitación parrandera.

La tranquilidad de las madrugadas provincianas son transportadoras de la
alegría parrandera, la brisa mañanera se lleva entre sus remolinos las notas parranderas de un acordeón que suena en la lejanía acompañando un canto melodioso, metiéndolas por las hendijas de puertas y ventanas, para arrullar los oídos y emocionar los corazones del dormido parroquiano y despertarlo tempranito escuchando los versos del ausente cantor que llegan a él escondidos en el aire matinal que baja de la Sierra, pasa por la parranda, se mezcla con canto y acordeón y sale de casa en casa llevando en su mensaje melodioso alegrías al corazón, como dice Antonio Serrano Zúñiga en el paseo Despertar de un acordeón, desesperado por salirse a parrandear, evocando a Poncho Zuleta con su canto madrugador.

Al lado del canto de Poncho Zuleta crecen generaciones que alimentadas por la emoción que traduce el timbre provinciano de su voz y la cadencia campesina de sus cantos, se apegan al afecto que despierta sentimientos de admiración, idealizando su figura en el imaginario personal como un ser especial poseedor de virtudes que afloran para compartirlas con todos sus paisanos a través de sus canciones, generando inquietudes por conocerlo y descubrir que de verdad esa voz que surca los aires llegando limpia a los corazones vive en un cuerpo de carne y hueso, se eterniza en el mágico mundo de la vida, y se comparte en la provincia con quienes siguen sus pasos, heredando su virtud de cantor pueblerino, como Diomedes Díaz, que le ofrece un sentido homenaje con su canto A un colega.

Bajo el cielo vallenato, la amistad verdadera brilla como el más preciado de los tesoros, su fuerza es tan intensa que muchas veces se confunde con lazos de consanguinidad, y se expresa con la sinceridad del hombre de pueblo, sin reparos, simbolizando con su grandeza la pureza de un sentimiento pleno de confianza, producto de una sociedad simple, sin reparos, en donde las diferencias sociales se derrumban con el poderoso determinante del comportamiento social, cuyas condiciones obligan a demostrar dentro de una organización social el cumplimento de reglas que se cumplen por tradición, en donde se valora la amistad como principio vital de una comunidad sencilla, donde se esgrime como riqueza la confianza y el aprecio hacia el amigo que valora, ser amigo es signo de nobleza y de aprecio hacia quien brinda su amistad, como lo hace Colacho Mendoza en su paseo Homenaje a Emilianito.

Cuando los villanueveros ya comenzaban a recobrar la normalidad después de las fiestas de su patrono Santo Tomás, en el alegre barrio El Cafetal se escucharon de nuevo las notas del acordeón del viejo Mile, que entre cantos y versos expresaba el regocijo por el nacimiento de un hijo.
Ese día nació Héctor Arturo, ese muchacho creció en su ambiente pueblerino, entre el barrio y Sierra, desde muy temprano demostró conocer la herencia de su dinastía, se volvió extrovertido con el acordeón, demostró su casta desde la infancia y su talento precoz presagiaba su grandeza. Carismático, sencillo, siempre alegre, vivió apresuradamente los días destinados a su efímera existencia, se propuso dejar su huella zuletera cantando, haciendo canciones y marcando su nota acordeonera diáfana, clásica, pero pintada de creativa renovación, marcando al folclor con un estilo propio, con el sello versátil de su talento. En Héctor se congregaban las calidades de un verdadero hacedor de folclor, su talento le permitió destacarse como un parrandero de verdad, sus cantos, su capacidad para contar chistes, la facilidad para hacer canciones y su alegre nota acordeonera lo hicieron inolvidable después de aquella trágica noche del 8 de agosto de 1982, cuando se fueron para el infinito sus cantos y las notas de su acordeón de eterna recordación, referenciado por Juan Segundo Lagos en el paseo El difunto trovador.

Para nadie es un secreto que la característica principal de la obra musical de Emiliano Zuleta es la narrativa, faceta en la cual encontró antecesores de los cuales recibió algo como una luz para enrumbar por ese difícil camino en el campo de la música, como fueron Rafael Enrique Daza, en Villanueva, y Chico Bolaño, en El Molino.

A través de su fructífera vida musical, el personaje nos demostró ser un extraordinario músico natural, y sus composiciones sorprenden por su audacia, colorido y gran creatividad. Sus melodías pueden ser cantadas aún sin acompañamiento, lo cual es logrado por compositores de primera talla, ya que son bien hilvanadas, y en ellas se refleja una intuición, una facultad natural y espontánea, anterior a la premeditación. Posee, además, un buen sentido del humor y una facultad fuera de lo común para transmitirlo, lo que lo ha convertido en un animador no solo en sus actuaciones artísticas, sino en su trato social en ambientes parranderos, pues en su compañía se disfruta al máximo, inclusive sin necesidad de libar copas. Su personalidad es alegre, vivió con una permanente sonrisa, como reflejo de una vida sana, libre de todo sentimiento negativo que lo ensombreciera.

Dueño de una jocosidad incomparable, ha gozado siempre de una gran simpatía, característica del apellido Zuleta. Quizás una virtud en la que muestra la desprevención del hombre provinciano, rayando casi en la inocencia, se refleja en un hecho real que le ocurrió a él y que le dio motivos e inspiración para componer una canción, a pesar de lo ingrato del mismo, se trata del paseo El robo.

Como todo hombre de campo, los riesgos de orden natural también le permitieron poner a prueba su valentía. En cierta ocasión, camino a Urumita, en un paraje de siniestra denominación, ‘La Sepultura’, se le apareció un zorro babeante y embravecido que embistió al mulo en que viajaba Mile. Recordó entonces que sus paisanos le solían amedrentar con rumores de una venganza de Moralito, de quien se decía que era brujo e hijo de bruja. Había escuchado en esos días que un zorro con mal de rabia mordió a algunas personas en Guacoche, tierra de Morales, sudó más entonces. Ante esta apremiante situación, sacó arrestos para amarrar su mula y enfrentar a físico garrotazo a la fiera amenazante. De esta gesta nació la canción que, de paso, revalida su piqueria contra Morales, esta vez con matices maravillosos.

En otra ocasión, Mile tuvo que soportar no solo las rabietas de Carmen Díaz sino el castigo de una abstinencia forzada. Los motivos se asocian con la celebración de las fiestas patronales de San Juan Bautista, en San Juan del Cesar (La Guajira). Arturo Molina, su compadre y próspero anfitrión le pagó cincuenta pesos por amenizar la parranda en su casa. Emiliano, plata en mano, se marchó a tomar el carro hacia Villanueva. Algo suscitó su curiosidad: un juego con tapas de gaseosa y un grano de pimienta parecían retar su ánimo de gallero. Era el juego de ‘la pimientica’, unos cuantos calanchines (cómplices) lo animaron a apostar. Perdió la primera vez, su afán de revancha lo llevó a un resultado catastrófico: cincuenta pesos perdidos, la vergüenza que no lo dejó regresar a casa el mismo día, la reprimenda verbal y sexual de Carmen; lo único gratificante, la graciosa canción que registra para la historia “las cosas que le pasan a Mile”

Usted puede escribirnos al correo electrónico [email protected] y a vuelta de correo le haremos entrega del libro digital LA DINASTÍA ZULETA. Cortesía de Juglares de mi provincia y Vallenato de Verdad.

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Ranchería Stereos es una emisora streaming que trasmite música vallenata del folclor colombiano, dedicada a los cantos de nuestros Juglares, escuche los domingos de 4 a 6 p.m. Juglares de mi provincia un programa radial dónde se muestran los clásicos vallenatos.
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