Vittorio Márquez, el loco del zapato

Vittorio Márquez, el loco del zapato Historias de los mejores jugadores del equipo Junior de Barranquilla.

23/12/2024

EL VIENTO

El viento era fuerte. Nada podía detenerlo. Tomó la decisión de pararse frente a él y decirle que se calmara y se quedara quieto. Cuando el viento lo vio, sin dudarlo y sin pensarlo dos veces se lo llevó volando. Al aterrizar, pudo darse cuenta de que no tenía autoridad ni si quiera para detener a su esposa; mucho menos iba a detener al viento.

22/12/2024

Promoviendo el hábito de la lectura

El Catamarán inició en un garaje

Primera parte

En junio de 1980, la familia Márquez Calderón vivía en una acogedora casa ubicada en la calle 84 con la carrera 43B, esquina del Barrio Granadillo, en la cálida ciudad de Barranquilla. Mi madre, Flora Calderón, una mujer emprendedora y apasionada de la moda, había fundado un pequeño, pero bien organizado almacén de modistería en el garaje de nuestra casa. Resulta interesante destacar que mi madre había nacido 60 días después de la fundación del equipo Junior de Barranquilla por Micaela Lavalle, un hecho que refleja la profunda conexión de nuestra familia con la historia y la cultura de la ciudad.

El almacén era un espacio cuidadosamente diseñado para satisfacer las necesidades de la comunidad local. En la parte frontal, había una vitrina elegante con divisiones de vidrio, donde se exhibían una variedad de artículos para la confección, como ojales, botones, carretes de hilo para coser, agujas y correderas. En las paredes laterales del local, se encontraban estanterías de madera que albergaban una amplia selección de telas de diferentes colores y texturas.

En la parte posterior del almacén, había un espejo grande que permitía a los clientes probarse los vestidos y admirar su reflejo. Junto al espejo, se encontraba una máquina de coser marca Singer, que era la herramienta principal de mi madre para crear hermosas prendas de vestir. En un armario adyacente, se guardaban varios cortes de telas, listos para ser transformados en vestidos, blusas y otros artículos de confección.

Mi madre, quien había completado un curso de modistería en el Sena a través de correspondencia, había demostrado su dedicación y pasión por la moda. Con su experiencia y habilidades recién adquiridas, había diseñado un espacio acogedor y funcional en nuestro hogar, donde la comunidad local podía encontrar todo lo necesario para crear sus propias prendas de vestir. Su atención al detalle y su compromiso con la calidad habían convertido su pequeño taller en un destino popular para aquellos que buscaban materiales y consejos para sus proyectos de costura.

Un día, mientras salía a trotar frente a nuestra casa, en la zona peatonal que se extendía desde la esquina de la carrera 43B hasta la carrera 44, y viceversa, una idea comenzó a tomar forma en mi mente. Miré hacia el garaje de nuestra casa y pensé que podría ser el lugar perfecto para desarrollar un negocio. La ubicación era ideal, y el espacio tenía un gran potencial. En ese momento, no sabía exactamente qué tipo de negocio podría funcionar allí, pero estaba decidido a explorar las posibilidades.

"Acabé de pasar corriendo por aquí y te hice un inventario", comencé a explicar. "Tienes 70 agujas, 80 ojales, 20 botones, 5 metros de tela gloria de color amarillo...". Me senté en un banquito de madera que estaba a un lado y continué: "He estado pensando en un plan de negocio para montar una ostrería aquí en el garaje".

Mi madre me miró con interés y sonrió. "Cuenta con mi apoyo, sigue adelante con tu idea", me dijo animadamente. "La verdad es que yo estoy un poco aburrida de estar aquí en el garaje, pero eso sí, ¡quiero que sea la mejor ostrería de la ciudad!". Su entusiasmo me motivó a seguir adelante con el proyecto.

Recordé que, en 1972, cuando jugaba fútbol en el Junior, tenía la costumbre de salir al centro de la ciudad después de las prácticas para disfrutar de un delicioso cóctel de mariscos. Mi destino favorito era un pequeño kiosco ubicado en la esquina de la calle Real (33) con 20 de julio (43), donde José vendía sus famosos cócteles.

Dentro del pequeño kiosco, José tenía una nevera de icopor donde guardaba sus productos frescos: ostras, camarones, chipichipi y caracoles. Me impresionó ver cómo, con habilidad y rapidez, preparaba los cócteles para sus clientes. Lo que más me llamó la atención fue que, cada vez que comí allí, el kiosco siempre estaba lleno de gente, lo que hablaba de la calidad y popularidad de sus productos.

José era un personaje único detrás del mostrador de su kiosco. Mientras preparaba los cócteles con habilidad y rapidez, solía entablar conversaciones con sus clientes sobre el equipo Junior de fútbol. Era un fanático acérrimo y apasionado, y no toleraba que nadie hablara mal de su equipo.

De hecho, había una ley no escrita en el kiosco: si un cliente se atrevía a criticar al Junior, José tomaba represalias de manera creativa. Con una sonrisa pícara, aumentaba la cantidad de picante en el cóctel del cliente disidente, dejándolo sudoroso y llorando. Era una forma divertida y única de defender a su equipo, y los clientes regulares del kiosco sabían que no debían cruzar esa línea si no querían sufrir las consecuencias.

Dado que José sabía que yo era jugador del Junior, siempre me preparaba el cóctel de inmediato. En ese momento, mientras estaba en el garaje, se me ocurrió una idea. "¿Por qué no traer a José aquí, instalar su negocio en el garaje, y agregarle aire acondicionado para que sea un lugar más cómodo?", pensé. Fue así como surgió la idea, en ese instante preciso.

Al día siguiente, me reuní con mi hermano mayor, "Lucho", con quien trabajaba en su agencia de publicidad, Márquez & Mendoza. Le compartí mi idea y le pedí su opinión sobre la posibilidad de instalar una ostrería en el garaje de nuestra casa.

Me dirigí a la oficina y me senté frente a su escritorio. "Voy a montar la ostrería en el garaje", le anuncié con entusiasmo. "Necesito que me hagas un buen diseño del local, algo que refleje la esencia de una auténtica ostrería".

Él me miró con interés y asintió con la cabeza. "Tráeme una hoja carta en blanco", me pidió mientras se recostaba en su silla. "Y pásame esos plumaster a colores que están dentro de aquel pote", agregó, señalando un jarro que contenía una variedad de plumaster de colores vibrantes.

Con una sonrisa, me levanté para cumplir con su solicitud, ansioso por ver cómo mi hermano daría vida a mi idea a través de su diseño.

En menos de cinco minutos, mi hermano me devolvió la hoja con el diseño del local, pintado a colores. "Ahí lo tienes", me dijo con una sonrisa, "no jodas más". Me quedé admirando el diseño, pero pronto empecé a pensar en los desafíos que se avecinaban. "¿Ahora dónde consigo la plata?", me pregunté. "¿Qué nombre le pongo a la ostrería?", "¿Quién preparará esos deliciosos cócteles?" y "¿En qué parte de la alcaldía debo ir para obtener el permiso necesario?".
Continuará...

22/12/2024
22/12/2024
22/12/2024

EL BISTURÍ

Despertó con los ojos cerrados; por más que intentaba en abrirlos, no era capaz. Al dejar de luchar, se quedó dormido nuevamente. Mientras soñaba, se percató de que sus ojos habían sido extraídos con un bisturí.

21/12/2024

Promoviendo el hábito de la lectura

Habían echado a siete

Un día, hacia finales de la década de los ochenta, Sergio Vidal, un chileno con una gran personalidad, llegó al Catamarán con un apetito voraz. Su objetivo era disfrutar de un delicioso coctel "Vuelve a la vida", uno de nuestros platos estrella en ese momento.

Mientras disfrutaba de su coctel "Vuelve a la vida", un delicioso combinado de mariscos con aguacate, Sergio Vidal comenzó a compartir conmigo su experiencia profesional. Me contó que, antes de llegar a Colombia, había tenido el cargo de Director de Producción en un importante periódico de su país natal, Chile.

Que hacía un año, era el jefe de producción de la empresa litográfica, de Edicosta, encargada de imprimir el periódico El Heraldo de la ciudad de Barranquilla. Gracias a Vidal, el 10 de enero 1987, estaba yo a las ocho de la mañana en el segundo piso, en un área acondicionada dentro de las instalaciones del periódico, frente al jefe de armada, Baldomero Vargas.

"Coge este diseño de las páginas y ármalas. Y luego te vas y ojalá no vuelvas más por acá", gritó Baldomero, logrando que todos los ahí presentes se rieran a carcajadas.

Una de esas páginas era la 3A, la sección editorial, que tenía un tratamiento especial, ya que era la única que personalmente revisaba el director del periódico. En ese momento, no comprendí el significado del grito de Vargas, ni las carcajadas que lo acompañaban. La reacción de Sergio Vidal me dejó intrigado, y no fue hasta más tarde que entendí la importancia de esa página y el impacto que había tenido en su carrera.

Justo cuando había terminado de diseñar las dos primeras páginas, sin haber recibido ninguna instrucción previa, apareció el maestro, Alberto Assa, un señor de unos 76 años de edad haciendo su entrada en la sección de armada, se notaba que era una persona bastante exigente. El profesor Assa era un hombre de estatura mediana, delgado, con unos cincuenta kilos de peso, y una presencia elegante y distinguida, llevaba una boina blanca perfectamente colocada sobre su cabeza, que ya estaba cubierta de canas, lo que le daba un aire de sabiduría y experiencia. Su vestimenta era impecable: una guayabera blanca que resplandecía, combinada con un pantalón y calzaba unos zapatos mocasines blancos que completaban su elegancia. Sus facciones lo delataban como de ascendencia turca, y además era cascarrabias.

Con el paso de los días, me fui distanciando de las indirectas y comentarios velados de mis "compañeros". Sin embargo, el ambiente en la oficina se volvió cada vez más tenso y pesado, como si estuviera cargado de corriente después de una gran discusión. Era evidente que mi llegada, gracias a la recomendación del chileno, había generado resentimiento entre ellos. Ahora, parecían estar buscando la manera de deshacerse de mí, sin importarles los medios.

Un día, decidí tomar medidas para proteger mi trabajo y mi reputación. Entregué todas mis páginas al corrector, incluyendo la polémica página 3A, y le pedí que me firmara una constancia que confirmara que había revisado y aprobado cada una de ellas. Quería dejar constancia de que había cumplido con mi trabajo de manera responsable y profesional, y que cualquier error o problema que surgiera después de su revisión no sería de mi responsabilidad.

Me retiré a mi casa, pensando que había cumplido con mi tarea. Sin embargo, la noche tenía una sorpresa reservada. En la madrugada, el equipo de impresión tuvo que detener el tiraje del periódico debido a un error grave: la foto del profesor Assa no había sido impresa en su columna. Fue entonces cuando Sergio Vidal, con su experiencia y habilidades, intervino para salvar la situación. Con calma y eficiencia, volvió a preparar la plancha, resolviendo el problema y permitiendo que el periódico saliera a la calle a tiempo.

A las ocho de la mañana, cuando llegué al sitio de trabajo, me encontré con un ambiente tenso y hostil. Mis compañeros de trabajo comenzaron a lanzar puyas y indirectas, insinuando que mi permanencia en la empresa estaba en peligro. Sus comentarios sutiles pero hirientes me hicieron sentir incómodo y bajo presión. Era como si estuvieran celebrando mi supuesto "fracaso" la noche anterior, cuando se produjo el error en la impresión del periódico. La tensión era palpable, y yo podía sentir que estaba siendo objeto de una campaña de intimidación y acoso.

Unos meses después, tres de mis "compañeros" se me acercaron con una propuesta que parecía tentadora. Me dijeron que estaban en proceso de formar un sindicato y me invitaron a unirme. La oferta era atractiva: mi salario pasaría de $108.000 a $180.000, además de otros beneficios adicionales que no recuerdo con precisión. Me aseguraron que Edicosta era una empresa excelente que cubría todas nuestras necesidades. Sin embargo, la realidad resultó ser muy diferente. Un mes después, el sindicato fue formalmente constituido y, para mi sorpresa, nos negaron la entrada a las instalaciones del periódico. La situación se volvió complicada y me encontré enfrentando un desafío inesperado.

Después de la negativa a permitirnos entrar a las instalaciones del periódico, nos encontramos en una situación surrealista. Durante tres meses, seguimos recibiendo nuestro sueldo sin tener que ir a trabajar. Mientras tanto, Edicosta improvisó una oficina temporal en un hotel ubicado en el norte de la ciudad. Fue allí donde nos reunimos para recibir la liquidación de nuestras prestaciones sociales. Sin embargo, la reunión no fue precisamente amistosa. Nos advirtieron explícitamente que no nos asomáramos por las instalaciones de la empresa, lo que equivalía a un claro mensaje de "no queremos verte más por aquí". La situación era tensa y marcaba el final de una etapa en mi vida laboral.

Muchos años después, el "Pibe" y yo nos encontrábamos de nuevo frente a frente con el pasado. Estábamos parados en la puerta de vidrio, con las narices pegadas al cristal, observando al director del Heraldo levantarse de su silla para recibirnos. La escena se desarrollaba en la puerta del salón de juntas, un espacio que parecía haberse mantenido intacto con el paso del tiempo. La expectativa y la curiosidad se reflejaban en nuestros rostros mientras esperábamos ser recibidos.

"¿Por qué eres siempre puntual cuando vas a una reunión? ", preguntó Bell, con curiosidad.

El hombre sonrió antes de responder: "Cuando era niño, solía ir al mar a recoger las monedas que los tripulantes de los barcos tiraban al agua mientras se dirigían al terminal marítimo de Santa Marta".

Luego, su expresión se volvió más seria: "Un día, mi papá, Jaricho, iba a dirigir un partido de fútbol infantil en el colegio Celedón. El partido estaba programado para las dos de la tarde, pero yo llegué media hora tarde. Mi papá me hizo entender la importancia de la puntualidad de una manera que nunca olvidaría. Desde ese día, me esforcé por llegar a tiempo a todos mis compromisos".

"Me estaba cambiando para entrar a jugar cuando oí a mi papá que me decía: 'Hey... Hey... ¿a dónde vas?'", contó el «Pibe», recordando la escena con una mezcla de nostalgia y diversión.

"Me detuve en seco, pensando que había hecho algo malo", continuó el «Pibe». "Pero entonces mi papá me dijo: 'Tú no juegas hoy, porque llegaste tarde'. Me sentí devastado, pero mi papá me explicó que la puntualidad era fundamental en la vida, y que, si no respetaba el tiempo de los demás, no podía esperar que ellos respetaran el mío".

"Ese acto me marcó para toda la vida", reflexionó Carlos Valderrama, recordando la lección que aprendió de su padre aquel día. "Desde ese momento, me propuse siempre llegar media hora antes a las citas, ya sea para un partido, una reunión o cualquier otro compromiso. Quería demostrar que era responsable y que respetaba el tiempo de los demás.

Esa experiencia me enseñó que la puntualidad no solo es una cuestión de respeto, sino también de disciplina y profesionalismo. Me ayudó a desarrollar una mentalidad más madura y responsable, y a entender que el tiempo es un recurso valioso que debemos gestionar de manera efectiva.

A lo largo de mi carrera como futbolista y después como comentarista deportivo, he podido aplicar esa lección en numerosas ocasiones. Y puedo decir que ha sido fundamental para mi éxito y mi reputación como profesional. La puntualidad es una virtud que me ha acompañado toda la vida, y espero que mi historia pueda inspirar a otros a adoptar este hábito valioso".

¡Un saludo especial a mis seguidores más destacados! 💎 Alberto Alvarez, Wilson Franco, Rafael Garcia Barreto, Armando Ri...
21/12/2024

¡Un saludo especial a mis seguidores más destacados! 💎 Alberto Alvarez, Wilson Franco, Rafael Garcia Barreto, Armando Ringo Amaya Nuñez, William Arias, Bayter Suarez Mejia, Ignacio Borras, William Senior, Luis Alfonso Paternina, MylLuis Alberto InfoEscobar, AlexisFabian BilbaoVargas, Laureano Riqueth, Isaac Aza, Gustavo Sethi Salas Cuestas, Antonio Martin, Roberto Bohorquez, Jaime Enrique Marenco Pertuz, Fray Luis Pua Rosado, Jorge Esuardo Alejo Blamco, Julio Carrillo Rodriguez, Alejandra Sierra.

20/12/2024

Promoviendo el hábito de la lectura

Los casetes de la emisora universal estéreo

"En 1983, durante una visita a las pescaderías de la calle 30 en Barranquilla, donde compré mariscos para enviar a Bogotá, surgió una idea innovadora: grabar música salsera para el Catamarán de Bogotá. Esta idea me llenó de entusiasmo y me motivó a convertirla en un proyecto emocionante que fusionara mi pasión por la música salsa con mi conexión con la ciudad de Bogotá."

Inmediatamente me dirigí a la esquina sur-oriental de la calle San Blas con la carrera del Progreso, donde se ubicaba un almacén musical propiedad de un amigo de apellido Figueroa. Nosotros nos conocíamos bien en el club de salud, ya que solíamos jugar fútbol juntos todos los viernes a las 5 de la mañana en el estadio municipal Romelio Martínez. En aquella ocasión, él me vendió los 10 casetes que necesitaba.

Luego, me dirigí a la casa de mis padres para grabar la programación de Universal Estéreo. Desde las 11 de la mañana hasta las 11 de la noche, estuve grabando en la casetera del equipo de sonido Sony. Después de diez horas de grabación, enumeré los casetes y los trajes conmigo a Bogotá.

"Cada mañana, cuando abría el negocio del Catamarán en Bogotá, mi ritual era cuadrar la hora del equipo de sonido con el primer casete. De esta manera, aseguraba que la música comenzara exactamente a las 11 de la mañana. Luego, iba colocando los casetes en orden, del 1 al 10, para que la música fluyera sin interrupciones desde las 11 de la mañana hasta las 11 de la noche, de lunes a sábados. Este ritual se convirtió en una parte esencial de mi rutina diaria, y me permitió crear un ambiente acogedor y musical para mis clientes en el Catamarán."

"Comencé a notar que los clientes que disfrutaban de la música salsa se mostraban cada vez más curiosos. Cuando comenzaron a preguntar sobre la emisora que estaba sonando, yo les respondía con una sonrisa: 'Es una emisora de Barranquilla que llega directamente al Catamarán'. Sin embargo, nadie me creyó. Los clientes que estaban comiendo en el restaurante me preguntaban insistentemente cuál era el dial de esa emisora, ya que no la habían escuchado antes en Bogotá. Yo me divertía respondiendo: 'Es una emisora de Barranquilla que solo se oye en el Catamarán de Bogotá'. La curiosidad y la incredulidad de los clientes me hacían reír, pero también me hacían sentir orgulloso de haber creado un ambiente único y auténtico en mi negocio."

La desconfianza de las personas que se sentaban en el local era tan grande que algunos incluso se revolcaban en la alfombra, negándose a aceptar que la música que estaban escuchando provenía de una emisora de Barranquilla. Me acercaba a ellos con una sonrisa y les decía: "¿No creen que esta emisora es de Barranquilla?". Ellos me miraban con escepticismo y me decían: "¿Cómo puedes probar que es de Barranquilla?". Yo les respondía con una pregunta simple: "¿Tú tienes reloj?". El hombre, cada vez más malhumorado, me respondió: "¡Claro! ¡No me lo ves!". Y remangaba la manga. Su tono de voz revelaba su frustración y su incredulidad ante la situación.

"¿Y qué hora marca tu reloj?", le pregunté con una sonrisa. "Marcamos las 3 de la tarde", respondió. "Exacto", dije yo, "y la emisora que está sonando en este momento está transmitiendo en vivo desde Barranquilla. ¿Cómo crees que es posible que estemos escuchando una emisora de Barranquilla en vivo en este momento, si no es porque realmente es una emisora de Barranquilla?".

El hombre me miró con una expresión de sorpresa y confusión, y finalmente se rindió: "No lo sé", dijo, "pero de alguna manera, tú lo has logrado".

Bueno estate pendiente cuando den la hora para ver si concuerda con la hora que tú tienes en tu reloj. "Está bien, voy a estar pendiente", dijo, pero hay una condición.

"¿Cuál condición? Ripostó él", si la hora que tienes en tu reloj no coincide con la que dice en la emisora, no pagas el coctel "vuelve a la vida". Si la hora es igual a la que tienes en tu reloj, me pagas el Cóctel. Desde ese momento que comencé con esa estrategia fue cuando empecé a vender cantidades cócteles "vuelve a la vida". Eso para mí era el INTERNET de esa época.

Entre mis clientes habituales de ese momento se encontraban algunas de las personalidades más destacadas de la farándula colombiana. Iván Mejía, el reconocido comentarista de fútbol, era uno de ellos. También solía visitarnos Sergio Ramírez, apodado "el mundialista", quien siempre estaba dispuesto a compartir historias y anécdotas de su carrera deportiva.

Oscar Restrepo Pérez, conocido cariñosamente como "Trapito", era otro de nuestros clientes asiduos. Su personalidad alegre y su sentido del humor siempre lograban animar el ambiente en el local. Jaime Ortiz Alvear, un destacado comentarista deportivo, también solía visitarnos con frecuencia.

Además, teníamos el placer de recibir a Alfredo de la Fe, el legendario violinista cubano, quien siempre nos deleitaba con sus historias y anécdotas de la música cubana. Y por supuesto, no podía faltar la "Negra grande de Colombia", Leonor González Mina, una de las voces más emblemáticas de la música colombiana.

Estos y muchos otros personajes de la farándula colombiana eran parte del colorido y vibrante ambiente que se vivía en nuestro local. Cada uno de ellos aportaba su propia personalidad y estilo, lo que hacía que cada día fuera una experiencia única y emocionante.

20/12/2024

LA MALDICIÓN

Llevaba más de una hora de pie en una esquina. De repente, se le acercó un joven que le dijo que ese lugar era la esquina maldita. Una carcajada que brotó de su ser le avisó el peligro. Cuando despertó, sintió que los fantasmas se trataban su alma.

20/12/2024

Promoviendo el hábito de la lectura

Se creía un hombre rico

Conocí a Alex "Lengüita", por primera vez a principios de la década de 1970, cuando estaba firmando una planilla como delegado del comité organizador del campeonato de fútbol del barrio Nueva Granada.

Este personaje barranquillero de pura cepa era inconfundible: de 35 años, baja estatura, sonrisa pícara, cara redonda, nariz grande y puntiaguda, orejas largas, frente amplia, cejas copiosas y ojos negros profundos. Su estilo era inimitable, con un corte de pelo estilo lechuza. Parecido Al Lewis como el abuelo de la familia Monsters. Sin embargo, había algo que lo distinguía de los demás: nunca, pero nunca, había trabajado en una empresa.

Recuerdo aquella noche inolvidable en la que nos reunimos un grupo de amigos en el bar "Los Almendros", hoy conocido como "La Oficina del Checo", para celebrar con entusiasmo y unas botellas de whisky el triunfo del Junior sobre el América de Cali en el estadio Romelio Martínez.

Cuando ya habíamos terminado la primera botella, "Lengüita" hizo su aparición en el estadero, luciendo una camiseta del Junior y un jean desgastado. Con su característica sonrisa, se sentó en la silla al lado de su amigo de la infancia, "Moncho".

No sé cómo lo logró "Moncho", pero en un momento de distracción, cuando "Lengüita" se levantó para ir al baño, su pantalón se rompió en pedazos, dejándolo en una situación bastante embarazosa.

Inmediatamente, "Lengüita", enfurecido, salió corriendo del bar. Miguel, que estaba con el grupo, se fue detrás de él, pero para su sorpresa, "Lengüita" ya había desaparecido en la noche, caminando hacia la calle 72 para tomar un taxi.

Sin embargo, su aspecto desaliñado y su cara de "loco" asustaron a los choferes, y ninguno se atrevió a llevarlo a su casa en el barrio Nueva Granada.

Minutos después, alguien llamó a los familiares de "Lengüita" para informarles que lo habían visto deambulando por la calle 72, vestido con la ropa desgarrada y recogiendo colillas de ci******lo como si estuviera en un estado de confusión total.

Al llegar a casa, su familia lo recibió con preocupación y le advirtió que, si seguía comportándose de esa manera, lo llevarían al hospital psiquiátrico.

Meses más tarde, en una caseta de carnaval instalada en la cancha de Nueva Granada, "Lengüita" conoció a Kelly, una mujer hermosa y elegante que había sido reina popular en el carnaval de Curramba. Además de su belleza, Kelly era una profesora de psicología en una universidad de Barranquilla. Sin embargo, detrás de su sonrisa y su elegancia, Kelly ocultaba un pasado reciente marcado por problemas personales que la habían llevado a sufrir un colapso mental y ser internada en un centro de rehabilitación.

En 1982, viviendo en Bogotá, recibí una llamada de "Chucho" Jiménez, quien me informó que "Lengüita" había llegado a la capital con una nueva misión: cuidar el apartamento de Frank en Chapinero, ya que él se encontraba a punto de viajar a Londres, Inglaterra, para realizar una especialización en ingeniería eléctrica.

Después de reunirnos en el apartamento de Frank, "Lengüita" nos ofreció un recorrido detallado por el lugar, mostrándonos cada rincón y vericueto con la misma pasión y orgullo que un guía cartagenero mostrando el Castillo de San Felipe. En el parqueadero había una camioneta Ford último modelo que Frank había comprado antes de partir a Londres.

En ese momento, "Lengüita" nos informó que sus amigos Jaime y "Moncho" estaban llegando a Bogotá para presenciar el emocionante partido entre Millonarios y el Junior de Barranquilla en el estadio Nemesio Camacho. De repente, el timbre del teléfono interrumpió la conversación. "Lengüita" se apresuró a contestar: "Aló, ¿quién habla?"

"Soy Kelly, estoy en consultorio dental, esperándome que me hagan un tratamiento odontológico, luego paso por el apartamento".

Mientras el odontólogo llegaba al consultorio, Kelly se dirigió al baño. De su bolso grande, sacó una cuerda larga y, con movimientos rápidos y sigilosos, amarró una punta a la ventana y la otra a su cintura. Luego, con una agilidad sorprendente, se descolgó por la cuerda hasta el suelo. En ese momento, una moto que la esperaba en la sombra se acercó, y Kelly se montó en ella, desapareciendo rápidamente en la distancia.

Horas más tarde, "Lengüita" invitó a Kelly a unirse a él y a sus dos amigos recién llegados a Bogotá para disfrutar de una comida juntos. Los cuatro se dirigieron al restaurante Andrés sin Carnes, donde se sentaron en una mesa, listos para disfrutar de una agradable velada en compañía.

Mientras el mesero traía las porciones de pollos en salsa agridulce. De manera disimulada, "Lengüita" se quitó el zapato y la media debajo de la mesa. Luego, friccionó su dedo entre los dedos del pie y, acto seguido, lo llevó disimuladamente a su nariz para olerlo. Esta acción extraña e inapropiada en un lugar público no pasó desapercibida para Jaime y "Moncho", quienes se tocaron con los pies debajo de la mesa, riendo en silencio y expresando su diversión con una mueca y un movimiento de cabeza.

Kelly pidió otro plato al mesero, buscando la aprobación de "Lengüita", quien respondió generosamente: "Amor, los que quieras, para eso tengo plata".

Al cabo de unos minutos, Kelly llamó nuevamente al mesero y le pidió dos pollos para llevar a su mamá. Mientras sus dos amigos se enfrascaban en una animada conversación sobre el Junior, "Lengüita" permanecía callado, consumido por una creciente preocupación. La razón era que no contaba con suficiente dinero para cubrir la totalidad de la cuenta, y para empeorar las cosas, su suegra le había advertido días atrás que dejara de molestar a Kelly, insinuando que él no era un buen partido para ella.

"Bueno, "Lengüita", gracias por la invitación, ya es hora de irnos", dijo "Moncho".

Debajo de la mesa, "Lengüita" comenzó a darles sutiles pero firmes punteros en las espinillas a sus amigos, provocándoles un doloroso chichón a cada uno. Con esta treta, esperaba que ellos, al sentir el dolor, se ofrecieran a pagar la cuenta, ya que él no contaba con suficiente dinero.

"Lengüita" y Kelly tenían la costumbre de besarse en la cafetería de los supermercados cuando llegaban a comprar cualquier pendejada. Un día "Lengüita" "le dijo" a Kelly que su amigo era millonario y vivía en la parte alta de Chapinero. Cada vez que Frank salía en su camioneta, llevaba puestas sus joyas.

Al día siguiente, Kelly compartió con Leonardo, su apasionado amante, la conversación que había tenido con "Lengüita". Sin embargo, Leonardo estaba tan profundamente enamorado de Kelly que no dudaba en hacer cualquier cosa para complacerla, incluso si eso significaba ignorar las advertencias o consejos que otros pudieran ofrecerle.

Mientras tanto, Alex buscaba impresionar a su atractiva vecina. La vio asomada a la ventana de su apartamento y, con la intención de llamar su atención, se puso las joyas más llamativas de Frank. Luego, bajó al parqueadero, subió a la camioneta y pasó tres veces por debajo de su apartamento, saludándola con el brazo izquierdo y sonriendo confiado.

Pero su intento de conquista se truncó de manera abrupta. Justo antes de llegar al semáforo, se topó con Leonardo, que lo esperaba con una actitud enigmática y un revólver de juguete ostensiblemente colocado en la pretina de su pantalón, lo que generó una sensación de intriga y tensión.

En cuanto Leonardo lo avistó, esperó a que el semáforo se pusiera en verde y, con un movimiento rápido, se acercó a la puerta de la camioneta. Con una sonrisa maliciosa, sacó un revólver de juguete y lo apuntó hacia Alex. "¡Dame esa cadena de oro que llevas en el cuello!", le exigió Leonardo, el mototaxista, con una voz firme y amenazante.

"No, no, esa cadena no es mía, es de Frank", tartamudeó "Lengüita", visiblemente nervioso. Leonardo, sin inmutarse, cambió su objetivo y exigió: "Dame ese anillo de oro". "Lengüita" volvió a negar, repitiendo la misma excusa: "No, no, eso no es mío, es de Frank".

"Bueno, ¡bájate de esa camioneta! La voy a llevar conmigo", dijo Leonardo con una voz autoritaria.

"No, no, esa camioneta es de Frank", repitió "Lengüita" una vez más, mientras abría la puerta y se bajaba de la camioneta con una mezcla de miedo y resignación.

Leonardo cayó fulminantemente al piso de un ataque al corazón, cuando vio a "Lengüita" con una camiseta china toda rota y un jean recortado y manchado de pinturas. él en la mañana estuvo pintando el garaje donde estaba estacionada la camioneta blazer de Frank que le había advertido que por nada del mundo fuese a sacar la camioneta.

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