09/02/2024
El Quindío
En el día del Periodista: Aldemar Rojas Martínez IN MEMORIAM.
Por Jair Castro López
Nada más apropiado para rubricar esta absurda paradoja, que el verso sabio de Rivas Groot, aludiendo a la muerte, cuando hace pocas horas, acompañamos a su última morada a nuestro caro amigo, al sapiente consejero, al periodista vital, curtido en mil batallas, al hombre sencillo, al padre amoroso, al liberal valiente y decidido, al creyente reverente, al fascinante contertulio que supo hacer de sencillos aconteceres, un rico anecdotario. Hablamos de Aldemar Rojas Martínez y nos referimos a paradoja, porque la luz de su existencia se extinguió justamente el día del periodista.
Con Rojas Martínez se esfumó el último vestigio de esa generación de comunicadores que vivieron su profesión con pasional esmero- pocos años, muy pocos, bastaron para que esa pléyade de prohombres del periodismo, se sumergiera en la noche del eterno luto, sin que quedara para la posteridad, la imborrable memoria de los bronces, ni la impronta de las glorias perennes de su épica existencia.
Hombres cabales, arquitectos insomnes de un futuro que desde las alturas, verán desaparecer raza, historia, nombre quedando solo la vanidad del hombre
Nos dolió esta muerte, porque ese prolijo caballero, tras 50 años de ejercicio profesional, apenas vivió dignamente, dejando, sí, un legado incalculable, una riqueza de dígitos seguidos: la educación de sus hijos y el ejemplo de valor y de trabajo; de raigambre inamovible en sus creencias, de activista liberal en épocas aciagas, donde la vida tenía el precio de una bala.
Vivió la violencia partidista de los años 50, con la intensidad de un batallador urbano, sin claudicar jamás frente a la chusma tenebrosa que cobró cientos de vidas inocentes y de la cual poco se dice, porque avergüenza y sonroja a sus autores, hoy respetables dirigentes políticos y potentados con las manos tintas en sangre.
Decir que laboró en las principales emisoras y publicaciones del Quindío, de Pereira, Bogotá y en muchos otros lugares, es redundante, porque no tuvo temor a salir de la región, escudado en su perfil periodístico. En ese entonces, no contaba la traición, no se daban clones del presente, que medran y se lucran, sin ideales, sin doctrinas, sin credos, haciendo de la mentira y la estulticia una forma de vida con la verdad como un agregado maleable y circunstancial.
No reinaba la hipocresía, ni los pantalones se acababan por las rodillas, tampoco medraban los capataces del embuste ni las marionetas sin permiso para pensar, estigma recurrente del mediocre. Miguel Ángel, en escritos plasmados en EL QUINDIANO, consignó en crónicas el pormenorizado devenir de su padre y el entorno consecuente.
Rojas Martínez tuvo una trinchera periodística en el Diario del Quindío, al lado de Miguel A. Capacho, otro viajero triste orlado por la miseria y desconocido por su propio gremio. Amanecer al lado de la imprenta, mientras al acecho esperaban los bandoleros de la cuadrilla de Efraín Gonzales, armas en mano, para aplicar la única ley imperante, no es algo para olvidar fácilmente. Defender la democracia de las acechanzas de la Policía Chulavita y el valor de un hombre de fortaleza irreductible, no son actitudes para ignorar. .
En las épocas de la dictadura del general Rojas Pinilla, con absoluto desprecio por la vida, vivaba el partido liberal a voz en cuello, al paso de la caravana con el dictador a bordo. Los calabozos del tenebroso SIC, albergaron su cuerpo, pero no lograron doblegar su espíritu, porque esos varones estaban hechos de materiales, hoy inexistentes. ¿Cómo entonces, no lamentar su ausencia definitiva? Muchas páginas serían requeridas para referir su pródiga existencia; siempre en el periodismo de campo, siempre fiel a su partido y a sus jefes naturales, como Ancízar López, pero sin hipotecas de conciencia. Así cumplió su periplo por varias ciudades y con la misma vitalidad de siempre, regresó al solar nativo.
Conoció de cerca la adversidad, disfrutó las pequeñas cosas de la vida, con la certeza de conocer unas y otras. Su natural sensibilidad lo llevó por los vericuetos de la música de antaño, en cuyo decurso se convirtió en una autoridad, certificada en el espacio dominical más sintonizado de la región, Musicales del Recuerdo, cita con el pasado, a la cual acudió sin falta, hasta antes de su muerte y aún en los agónicos prolegómenos, recomendó a Miguel Ángel, su hijo, con la severidad secular habitual y el perfeccionismo innato en él, que el programa de ese domingo, debía realizarse sin guía, llegando incluso a dirigir desde un sofá, cuando las dolencias no le permitieron movimiento alguno.
Detestó las clínicas y los hospitales; redujo a su mínima expresión el contacto con los médicos y fue reacio, terco quizá, a las sugerencias para mantener su calidad de vida. Solo dolencias fatales lograron decidirlo y ahí, perdió la batalla. Corajudo y valeroso hasta el fin, no se quejó delante de los suyos. Vio siempre la habitación hospitalaria plena, con sus hijos, su esposa, hermanos, amigos y colegas…y así, retando a la siniestra parca, instó a su corazón a detenerse: lúcido y afable, partió en calma, como los justos lo merecen, después del suplicio soportado con estoicismo, solo claudicable ante las disposiciones supremas de El Creador-
fuente: el quindiano.