07/01/2025
CHAQUETA AZUL DE MEZCLILLA
Él llevaba una chaqueta de ésas que por nuestro tiempo de estudiantes se conseguían sólo si alguien las traía de otro país o las compraba en Punta Arenas o Arica que eran puertos libres. No había otras maneras. Se veía guapo con su chaqueta, en realidad él era guapo con chaqueta o sin chaqueta. Era además uno de esos tipos interesantes que en las asambleas lograban exponer con claridad esas ideas rebeldes que yo ya había hecho mías. Pero él se distinguía de los otros porque las exponía con una voz profunda y convincente que resultaba casi inapelable.
Asistió a un recital en que tocamos con unas compañeras como práctica de conjunto. Nosotras conocíamos a casi todos los que venían a escucharnos, porque los aficionados a la música docta no eran muchos, y como a él no lo había visto antes en nuestro salón de ensayo y me lo habían presentado recién en el último fin de semana, aluciné pensando en que tal vez había venido sólo para verme, aunque como es obvio no podía estar segura. Cómo saberlo.
Hicimos después una fiesta para celebrar a ésa que era nuestra primera actuación más en serio. Fue divertido. Estaban tocando algo de los Beatles o los Rolling Stones, temas que se bailaban sueltos, pero él me apretó contra sí y con esa misma voz de las asambleas me susurró al oído algo como un tango. Eso fue con lo que consiguió enamorarme. En realidad, yo ya me sentía enamorada.
Días después, cuando atravesábamos el parque y empezó a correr viento, él como todo un caballero se sacó su chaqueta para abrigarme con ella, pero al despedirnos no me la pidió. Esa noche me quise acostar con esa chaqueta suya. Tenía su olor. Me hizo sentir que dormía con su dueño, el de la voz profunda. Al día siguiente me la puse para ir a la facultad, fui también con ella por toda esa semana. Mis amigas se morían de envidia. Cuando volvimos a vernos me llenó de piropos y frases divertidas, como que con su chaqueta me veía estupenda, la más guapa de todas, y cosas como ésas así graciosas, tonterías que a una la hacen feliz. Aunque lo mejor fue que no me dejó devolvérsela, creí por eso que tal vez deseaba regalármela, o si no regalármela, dejarme al menos que la usara cuando yo quisiera, así que como me quedaba algo grande la ajusté para acomodarla a mis medidas. Aproveché de lavarla porque le encontré varias manchas de salpicado de pintura que por suerte salieron. Además, como estaba demasiada azul y algo tiesa, le pasé lija suave para deshilacharla y despintarla un poco.
Ese fin de semana me había invitado para pasarlo en Llolleo en una casa que le habían prestado. Partí a encontrarlo, me vestí con una falda cortita y lógicamente con la chaqueta que a él ya no le serviría. Iba contenta, pero empecé a ponerme nerviosa. ¿Y si había sido sólo un préstamo, y si en realidad él no había pensado en regalármela? Cuando me vio con su chaqueta así ajustada puso cara de entre seriedad y sorpresa. En otras palabras, no era un regalo, pero yo creía eso y traté de explicárselo. Él por suerte lo tomó a la risa y no me dejó decir palabra porque me tapó la boca y empezó a hacerme cosquillas. Él siempre me hacía cosquillas. Nos costó entrar a la casa porque el último terremoto le había desajustado la puerta, tuvimos que abrirla a empujones. Había también mucho polvo de ése que cae de las paredes cuando tiembla. Aunque eso qué podía importarnos, quiso que le modelara así desnuda cubierta sólo con su exchaqueta de mezclilla. Lo hicimos con ella apenas desabotonada. Fue esa la primera noche que pasamos juntos, cómo podría olvidarla.
Por esos días todo era muy rápido. No sé si eso era bueno o malo, sólo digo que las cosas así eran. Nos fuimos a vivir a una casita bastante humilde por Cerrillos. Lavábamos a mano en una artesa, no teníamos calefón, tampoco televisión ni estufa, una vecina nos guardaba la comida en su refrigerador. No obstante, pese a todo, no necesito decir lo felices que éramos. Pero nuestra felicidad aumentó más todavía cuando quedé embarazada, todo se nos hizo entonces maravilloso, el niño que nació fue también maravilloso. Nuestra felicidad ni siquiera la opacó el peligro que un par de años más tarde empezaríamos a correr a causa de las ideas que compartíamos.
Cosas raras que a las mujeres se nos ocurren cuando estamos nerviosas. Empezaron a caer algunos de nuestros compañeros y debí asumir como contacto para que a la hora y en un lugar convenido alguien, aparentando no conocerme, me entregara de manera disimulada un sobre o un paquetito donde venía un poco de dinero y lo que se esperaba que hiciéramos durante los próximos días. Eso estuvo bien por varias veces, hasta el día amargo en que la persona con que debía encontrarme no llegó. Mucho después supe que su nombre era Nano de La Barra.
En medio de esas situaciones que eran de verdad difíciles y digo por eso esto de las cosas raras que se nos ocurren, que tal vez para respirar algo que fuera distinto quise que ese niño nuestro tuviera un bluyín azul, se iba a ver precioso. No lo dudé un segundo. Tomé tijeras y con aguja e hilo, ocupando la tela de la chaqueta yo misma se lo hice. No me resultó tan fácil, las piernas las saqué casi directo cortadas de las mangas, pero lo que me dio más trabajo fue la pretina, tuve que medirla muy bien para aprovechar el botón de bronce incrustado que llevaba. Me quedó perfecto, le hice incluso un marrueco diminuto. Cuando él vio al niño con ese bluyín hecho de su chaqueta casi se vuelve loco, se lo quiso comer a besos. A mí también. Tal vez fue esa la vez en que me embaracé de mi segundo hijo, y vaya en qué circunstancias así peligrosas.
Ha pasado tanto tiempo, linda nuestra vida a pesar de las dificultades y los peligros que sufrimos. Mi hija y mis amigas me aconsejaban diciendo que él debía ir vestido con algo oscuro, “con lo más elegante que tenga”. Pero por qué tendría que ser de esa manera, me preguntaba, si él jamás usó ropa formal ni tampoco nada muy costoso. Eso les expliqué a una por una, aunque pese a ello todas se empeñaban en convencerme de que eso no era lo importante, lo que de verdad importaba era cómo debía ir vestido ahora, así que empezaron a ofrecerme el traje de éste o el de este otro. Me decían que estaban casi nuevos porque habían tenido muy poco uso y cosas así para convencerme, sin cansarse de repetir que con un traje elegante él se iba a ver como realmente merecía. Es que trataban de ayudarme y lo valoro, sin embargo, los consejos que me daban parecían reglas que había que respetar de manera obligada y que a mí no me daba ganas de aceptarlas. Las cosas no tenían por qué ser como eran o como se suponía que debían ser. Partí por eso a comprarle una chaqueta azul de mezclilla igual a la que él llevaba cuando lo conocí para que vestido con ella cerraran su ataúd.
Editorial Santa Inés.