09/01/2025
𝗙𝗘𝗟𝗜𝗣𝗘 𝗟𝗜𝗠𝗔𝗥𝗜𝗡𝗢 𝗣𝗜𝗘𝗡𝗦𝗔
𝘓𝘢 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘈𝘮𝘱𝘢𝘳𝘰 𝘉𝘢𝘭𝘭𝘪𝘷𝘪𝘢́𝘯 𝘰 𝘤𝘰́𝘮𝘰 𝘭𝘢 𝘯𝘦𝘶𝘵𝘳𝘢𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘪𝘭𝘶𝘴𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘳𝘦𝘤𝘩𝘰 𝘐𝘯𝘵𝘦𝘳𝘯𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘭 𝘩𝘢𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘯𝘤𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘉𝘰𝘭𝘪𝘷𝘪𝘢 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘣𝘶́𝘴𝘲𝘶𝘦𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘴𝘰𝘣𝘦𝘳𝘢𝘯𝘪́𝘢 𝘮𝘢𝘳𝘪́𝘵𝘪𝘮𝘢 𝘺 𝘳𝘦𝘭𝘦𝘷𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘨𝘭𝘰𝘣𝘢𝘭.
Vuelve lo viejo, aunque remozado.
Estuve realizando un vuelo de pájaro sobre las propuestas de Amparo Ballivián, candidata presidencial y, dado que mi formación y pasión es la 𝘎𝘭𝘰𝘣𝘢𝘭 𝘗𝘰𝘭𝘪𝘵𝘪𝘤𝘴, busqué contenidos al respecto en su página web.
Como suele suceder en Bolivia, país que ha sufrido tanto y sigue sufriendo por su desidia en política exterior, carecemos de un debate público sofisticado sobre esta área. Esto, a mi juicio, obedece a razones culturales, pues somos una sociedad que se observa excesivamente a sí misma. Cuando se trata del orden mundial y, por ende, de su correspondiente práxis, lo relegamos, como dijo hace más de un siglo Julio Méndez, primer pensador geopolítico de Bolivia, "𝘢 𝘭𝘢 𝘱𝘰𝘴𝘥𝘢𝘵𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘶́𝘭𝘵𝘪𝘮𝘰 𝘥𝘦𝘱𝘢𝘳𝘵𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘶́𝘭𝘵𝘪𝘮𝘢 𝘴𝘦𝘤𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘮𝘪𝘯𝘪𝘴𝘵𝘦𝘳𝘪𝘢𝘭". Del mismo modo que el mundo nos mira, lejos, muy lejos, lo hacemos nosotros que miramos desde nuestras montañas esa lejanía.
La propuesta de Amparo Ballivián, siendo condescendiente, es minimalista y estereotipada. Pero no se apene, señora: le apuesto que no será la única.
Su propuesta no es ni más ni menos que el recalentado de la narrativa perteneciente a la tradición internacionalista liberal, conocida como 𝘉𝘰𝘭𝘪𝘷𝘪𝘢, 𝘱𝘢𝘪́𝘴 𝘥𝘦 𝘊𝘰𝘯𝘵𝘢𝘤𝘵𝘰𝘴, la cual tiene aproximadamente 140 años de existencia. Según esta tradición, deberíamos ser un país espacialmente integrado tanto hacia el exterior como hacia el interior, debido a una supuesta centralidad geográfica dada por Dios (sí, esto es lo que pensaba Julio Méndez). En consecuencia, se postula que debemos hacer de la neutralidad un principio imperativo de nuestra política externa: buscar la conexión con el mercado mundial, llevarnos bien con todos y nunca alinearnos. Cumplir con esto, se dice, es el 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘳𝘦́𝘴 𝘯𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘭. Quien sostenga lo contrario, aunque tenga razones fundamentadas, es tachado de ideológico, carente de objetividad, soñador, alejado de la realidad, populista, autoritario, etc. De ahí se deriva el dogma de que el interés nacional es una verdad que cae del cielo y que solo nos resta acatar.
La narrativa de 𝘉𝘰𝘭𝘪𝘷𝘪𝘢, 𝘱𝘢𝘪́𝘴 𝘥𝘦 𝘊𝘰𝘯𝘵𝘢𝘤𝘵𝘰𝘴 ya está caduca en sus propuestas centrales. Por no extenderme demasiado, tocaré uno de ellos: el principio de neutralidad. Este, en los hechos, se traduce en una política de mantenimiento del orden mundial vigente, bajo la hegemonía estadounidense, que ya se encuentra en decadencia. Los otros elementos son: la vialidad, la articulación con el libre mercado como modelo de desarrollo y el alineamiento político solapado con Estados Unidos y sus aliados. En el libro que vengo preparando los expongo y critico con detenimiento.
𝗡𝗲𝘂𝘁𝗿𝗮𝗹𝗶𝗱𝗮𝗱 𝘆 𝗗𝗲𝗿𝗲𝗰𝗵𝗼 𝗜𝗻𝘁𝗲𝗿𝗻𝗮𝗰𝗶𝗼𝗻𝗮𝗹 𝗶𝗹𝘂𝘀𝗼𝗿𝗶𝗼𝘀
No se puede negar que la conectividad y la vialidad son necesarias para construir poder nacional y mitigar los efectos negativos de nuestra mediterraneidad. Sin embargo, esto no resuelve nuestro problema principal: la subordinación espacial a la que Chile nos ha condenado. Este problema no se resolverá simplemente con una apelación infinita al abstracto principio de igualdad jurídica entre los Estados, es decir, al Derecho Internacional.
En 1921, Bolivia llevó su demanda marítima ante la Liga de las Naciones, buscando apoyo internacional para recuperar una salida soberana al océano Pacífico. Este intento se basó en la esperanza de que el foro internacional intercediera ante Chile, considerando el impacto negativo de la mediterraneidad en el desarrollo boliviano. Sin embargo, Chile argumentó que la cuestión ya había sido resuelta con el Tratado de 1904, el cual estableció la paz definitiva entre ambos países. La Liga de las Naciones decidió no intervenir, considerando que se trataba de un asunto bilateral regido por un tratado vigente. Nuevamente, en 2013, Bolivia presentó su caso ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), argumentando que Chile tenía la obligación de negociar un acceso soberano al Pacífico debido a compromisos previos. Sin embargo, en 2018, la CIJ falló a favor de Chile, señalando que no existía una obligación jurídica de negociar, aunque alentó al diálogo entre ambas naciones.
El enfoque jurídico, pilar de nuestra estrategia diplomática para recuperar acceso al mar, ha demostrado ser insuficiente. En la práctica, el Derecho Internacional es una red que solo atrapa a los más débiles. Como dijo Jaime Mendoza, otro gran pensador geopolítico boliviano:
"¡𝘠 𝘤𝘶𝘢́𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘨𝘳𝘢𝘤𝘪𝘢𝘥𝘢 𝘧𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘢 𝘨𝘦𝘴𝘵𝘪𝘰́𝘯! 𝘚𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘭𝘢 𝘢𝘭𝘶𝘤𝘪𝘯𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘦𝘹𝘱𝘦𝘳𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢, 𝘭𝘢 𝘵𝘰𝘳𝘱𝘦𝘻𝘢 𝘢𝘭𝘵𝘰𝘱𝘦𝘳𝘶𝘢𝘯𝘢. 𝘌𝘯 𝘤𝘢𝘴𝘪 𝘤𝘪𝘦𝘯 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘉𝘰𝘭𝘪𝘷𝘪𝘢 𝘢𝘶́𝘯 𝘯𝘰 𝘩𝘢𝘣𝘪́𝘢 𝘢𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘥𝘰 𝘢 𝘮𝘰𝘴𝘵𝘳𝘢𝘳𝘴𝘦 𝘦𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘳𝘢𝘥𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘹𝘵𝘦𝘳𝘪𝘰𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘦. 𝘌𝘭𝘭𝘢 𝘤𝘳𝘦𝘪́𝘢, 𝘢𝘤𝘢𝘴𝘰, 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘰𝘳 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳 𝘭𝘢 𝘫𝘶𝘴𝘵𝘪𝘤𝘪𝘢, 𝘪𝘣𝘢 𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘭𝘶𝘮𝘣𝘳𝘢𝘳 𝘢 𝘭𝘢 𝘨𝘳𝘢𝘯 𝘈𝘴𝘢𝘮𝘣𝘭𝘦𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘴𝘶𝘴 𝘳𝘢𝘻𝘰𝘯𝘦𝘴. ¡𝘐𝘭𝘶𝘴𝘪𝘰́𝘯!"
𝘌𝘭 𝘔𝘢𝘳 𝘥𝘦𝘭 𝘚𝘶𝘳
No sería extraño, pues, que de aquí a veinte años sigamos cayendo en el mismo hábito lastimero de buscar justicia ante quienes ya nos la negaron dos veces.
El marco jurídico que sustenta nuestro principio de neutralidad es el Derecho Internacional. Este establece que los Estados neutrales deben abstenerse de participar en conflictos bélicos y, al mismo tiempo, garantiza que su soberanía sea respetada. En los hechos, sin embargo, este principio no funciona. Solo nos neutraliza y nos torna pasivos frente a la política exterior chilena, volviéndose cada vez menos pertinente en un mundo cambiante donde los alineamientos claros y decididos serán necesarios para sobrevivir. ¿Conviene ser amigo de Estados Unidos? Kissinger ya lo dijo: "𝘚𝘦𝘳 𝘦𝘯𝘦𝘮𝘪𝘨𝘰 𝘥𝘦 𝘌𝘴𝘵𝘢𝘥𝘰𝘴 𝘜𝘯𝘪𝘥𝘰𝘴 𝘦𝘴 𝘱𝘦𝘭𝘪𝘨𝘳𝘰𝘴𝘰, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘦𝘳 𝘴𝘶 𝘢𝘮𝘪𝘨𝘰 𝘦𝘴 𝘧𝘢𝘵𝘢𝘭." Por ello, no hay mucha diferencia entre lo uno y lo otro. Los europeos sometidos a la OTAN lo saben, aunque no lo aceptan.
Tenemos litio, pero también oro y otros recursos esenciales para que Estados Unidos retrase o incluso revierta su decadencia sistémica. Más allá de las críticas hacia el Movimiento al Socialismo y su gestión actual, la facción gobernante tiene un enfoque nacionalista e industrializador, algo que históricamente desagrada a las potencias occidentales.
𝗘𝗹 𝗱𝗲𝗯𝗮𝘁𝗲 𝘀𝗼𝗯𝗿𝗲 𝗹𝗮 𝘀𝗼𝗯𝗲𝗿𝗮𝗻𝗶́𝗮 𝘆 𝗹𝗮 𝗻𝗲𝘂𝘁𝗿𝗮𝗹𝗶𝗱𝗮𝗱
Estados Unidos podría retornar a una postura más agresiva y expansionista con la presidencia de Trump. Independientemente de si cumple o no sus amenazas de retomar el Canal de Panamá o invadir México, lo que resulta evidente es que, en un mundo donde el poder depende cada vez más de la fuerza militar, la soberanía ha dejado de ser un estatus meramente formal para convertirse en una cuestión práctica de control. Hoy en día, imaginar a Canadá, Groenlandia o México como parte de los Estados Unidos parece absurdo. Sin embargo, en un futuro cercano, podríamos cuestionarnos seriamente por qué los estados que no son capaces de garantizar su propia soberanía deberían conservarla.
Durante siglos, el territorio ha sido la base fundamental de la política internacional, mucho más tangible que las reglas, normas o acuerdos. De hecho, la "inviolabilidad de las fronteras" es un concepto relativamente reciente. A lo largo de la historia, los estados han luchado por el control territorial, considerado el recurso supremo: indispensable para la guerra, el desarrollo económico y el crecimiento poblacional. Hasta mediados del siglo XX, casi todos los conflictos concluían con un rediseño de fronteras.
En el contexto global actual, el control y la posesión territorial están recuperando su papel central en la política internacional. La noción de un "orden mundial basado en reglas" que promueva la equidad y la justicia es más un ideal romántico que una realidad alcanzable. Instituciones como la ONU, creadas originalmente para mantener la hegemonía occidental, están perdiendo relevancia ante el surgimiento de nuevas potencias. Construir un orden mundial más justo será un proceso largo y solo será posible si los estados demuestran verdadera soberanía, basada en la autosuficiencia y en la capacidad de tomar decisiones independientes. Mientras eso no ocurra, el concepto de soberanía seguirá desmoronándose como un símbolo vacío.
¿Qué significa, entonces, soberanía y no subordinación en estos tiempos inciertos, marcados por la dialéctica entre construcción y destrucción? Para responder esa pregunta, será fundamental garantizar nuestra supervivencia, lo cual implica saber con quién aliarse. La neutralidad es un principio adecuado para un mundo ideal o, incluso, para uno con bipolaridad. Sin embargo, en un entorno multipolar, que por definición es más inestable y difícil de gestionar desde una posición periférica y débil como la nuestra, resulta insuficiente.
No se trata de ser pacifistas, aunque nuestra Constitución así lo establezca. Bolivia debe actuar conforme a las circunstancias, reconociendo que, a pesar de nuestras mejores proyecciones, seguimos siendo un país débil que necesita alianzas para evitar escenarios adversos. Esto no significa ser beligerantes, porque esa no es una postura realista en este momento. Se trata, más bien, de actuar según lo que las condiciones exijan y no confiar ciegamente en las ilusiones del Derecho Internacional. Debemos ser escépticos y aceptar que, a largo plazo, solo podremos recuperar el mar mediante una estrategia que combine fuerza militar y desarrollo tecnológico para respaldar nuestros reclamos y aspiraciones negociadoras.
La neutralidad, por sí sola, no nos devolverá el mar ni garantizará nuestra supervivencia en estos tiempos. Es absurdo e ingenuo sostener que se puede llevar adelante una política exterior desideologizada. Toda política internacional se diseña para un propósito y en beneficio de ciertos intereses. ¡Seamos honestos!
𝗟𝗮 𝗻𝗲𝗰𝗲𝘀𝗶𝗱𝗮𝗱 𝗱𝗲 𝘂𝗻 𝗱𝗲𝗯𝗮𝘁𝗲 𝘀𝗼𝗳𝗶𝘀𝘁𝗶𝗰𝗮𝗱𝗼
De ahí que sea urgente instaurar un debate sofisticado, filosófico y crítico sobre la 𝘎𝘭𝘰𝘣𝘢𝘭 𝘗𝘰𝘭𝘪𝘵𝘪𝘤𝘴 en Bolivia. De lo contrario, esta responsabilidad recaerá en diplomáticos que, aunque pragmáticos, tienen su propia agenda colonizada por categorías producidas en otros contextos. Dominan el fenómeno, pero desconocen su esencia. Así, la política exterior boliviana continuará siendo un ejercicio de turismo dilatado y disquisición jurídica. Y la Cancillería seguirá funcionando más como un Ministerio de Relaciones Públicas Internacionales que como un verdadero Ministerio de Relaciones Exteriores, reduciendo la diplomacia a un simple protocolo en lugar de una estrategia nacional.
AQUÍ PUEDES CONSULTAR SU PROPUESTA:
https://www.amparoparabolivia.org/_files/ugd/e90ba1_ea9f8054adff409b93c1c7a626e42417.pdf