Por eso nuestra Editorial dice a los cristianos que es liberal, a los liberales que es cristiana, y a los libertarios que es conservadora. Si bien reivindicamos la alianza entre liberalismo, conservadorismo y cristianismo de la Belle Époque, no pretendemos que todos coincidan con esta definición. Hay muchos cristianos y conservadores que no son liberales, y muchos liberales que no son cristianos n
i conservadores. Pero justamente lo que caracteriza a estas tres corrientes es la tolerancia. Pese a eso en algún momento de la historia decidieron ser intolerantes entre sí, y allí comenzó la decadencia de Occidente, en una actitud suicida que solamente tiene parangón con la Primera Guerra Mundial -germen a un tiempo del nazismo y del comunismo- con que concluyó la Belle Époque. Estamos convencidos de que una bien dosificada pizca de conservadorismo es fundamental para evitar embarcarse en experimentos sociales que arrasen con instituciones -inclusive religiosas- arraigadas a lo largo de siglos, para generar una mística progresista, y -por qué no decirlo- para ser capaces de defender con fiereza las libertades ganadas por las genraciones anteriores. Empíricamente, destacamos que los países más exitosos del mundo han tenido siempre políticas liberales en lo económico, un fundado recelo a cualquier tesitura que implicase destruir todo para empezar de nuevo en lo político, y una sólida cohesión en materia religiosa. Entre estas tres corrientes ahora disociadas es que se conformó por la decantación de siglos lo que se conoce como la civilización "Occidental y Cristiana". Gramsci, fundador del marxismo en Italia y uno de sus más lúcidos pensadores, sostenía que para imponer un cambio ideológico era necesario comenzar por lograr la modificación del modo de pensar de la sociedad civil a través de pequeños cambios realizados en el tiempo en el campo de la cultura. Una Revolución Cultural anticoccidental y anticristiana. Para lograr semejante cambio cultural en contra de casi dos mil años de historia, era necesario cumplir dos objetivos básicos:
* DESPRESTIGIAR A LA IGLESIA, en lo posible con la descalificación de su doctrina (“la religión es el opio de los pueblos”) y de sus miembros jerárquicos (clero y vida consagrada). Gramsci estudia a la Iglesia como su rival a vencer, busca sus debilidades, y desde el pasado, con pluma inspirada por la maldad, dicta aún hoy las instrucciones que siguió todo el marxismo mundial, apoyado por varios liberales ingenuos.
* DESTRUIR A LA FAMILIA, presentándola como una institución del pasado, ya superada, incapaz de educar. Retirando a los niños desde su más temprana edad de la influencia de sus padres, mediante la educación masiva en la “nueva cultura”. O interviniendo en la educación de los aspectos fundamentales de su vida, desde la escuela y sin la participación de los padres. Procurando que, por ausencias de los padres ante compromisos laborales ineludibles, los niños queden bajo la influencia de la educación de los contravalores a través de la televisión. Hemos observado con preocupación que en nuestra desorientada Argentina existe un abismo cada vez más grande entre las filosofías liberal y cristiana de la vida, fundadas ambas en el respeto al prójimo. A título ejemplificativo, algunos cristianos se manifiestan Rosistas, olvidando su vida pecaminosa y sus innumerables crímenes. O peronistas, olvidando su excomunión luego de la quemas de iglesias. O aún comunistas, olvidando que la Iglesia sostiene que el comunismo es intrínsecamente perverso. A su vez, algunos liberales han devenido en libertarios, y consideran que la aceptación del matrimonio homosexual, la legalización del ab**to o la liberalización de la venta de dr**as, son recetas liberales. Más aún, llegan a decir que es el único liberalismo posible. Así, esos cristianos y liberales están convirtiéndose en involuntarios agentes de cuanto predicaba Gramsci. Los liberales libertarios ahuyentan a los cristianos con sus postulados absolutamente incompatibles con el respeto al prójimo, y los cristianos con su falta de conocimientos sobre economía y sus recetas populistas ahuyentan a los liberales. Y entre ambos, que buscan crear cada uno su propio "hombre nuevo" (unos, el yuppi autosuficiente, egoísta y libertario, que trabaja solamente para sí, y los otros, el buen comunitarista utópico que trabaja para los demás y no para su familia), ahuyentan a los conservadores. El hecho cierto es que los enemigos del mundo Occidental y Cristiano están de parabienes por esa artificial división de esa filosofía a la vez liberal y cristiana, que es la sagrada herencia que los conservadores de la Belle Époque quisieron preservar. Creemos por eso necesario fundar una Editorial que predique la compatibilidad entre cristianismo y liberalismo, tal como enseña Juan Pablo II en Centesimo Anno, y que aclare que la disociación entre ambas vertientes del mundo occidental y cristiano no es sino la aplicación de una política gramsciana de Revolución Cultural, redoblada como última esperanza del totalitarismo, cuando el mundo occidental batió a Hi**er por las armas, y los propios ciudadanos de la U.R.S.S. Invicto en el terreno de las realizaciones, el mundo occidental y cristiano está minado por sus propias bases con un embate supuestamente realizado para defender la "pureza" del sistema liberal o de la confesión cristiana, pero que en realidad termina siendo cuando mínimo funcional a los enemigos comunes. Adoptamos el nombre de “Editorial Belle Époque”, en homenaje a ese breve y fundamental período de nuestra historia patria en que seguimos ambas corrientes del pensamiento occidental y cristiano, que incomprendidamente intentaron conservar nuestros mayores. Elegimos como logo un espejo del período de la Belle Époque, porque creemos ser el reflejo de lo que en el fondo de su corazón piensa nuestra sufrida clase media, que ha perdido la posibilidad de expresarse porque su modo de pensar no es reflejado por ninguno de los partidos hoy existentes.