10/10/2022
El mismo país que arrojó las dos únicas bombas nucleares en toda la historia de la humanidad y sigue invadiendo y asesinando, bajo falsas promesas de libertad o democracia, derrumbando gobiernos electos o no, destruyendo los sistemas de vida y saqueando los recursos naturales .
Mil veces malditos.
Los Estadounidenses de origen Japonés después de Pearl Harbour.
El 7 de diciembre de 1941, sin declaración formal de guerra, los bombarderos de la Marina Imperial Japonesa se abalanzaron sobre la base naval estadounidense de Pearl Harbor, en Hawái. Durante el ataque murieron 2.400 militares norteamericanos y fueron destruidos 19 buques de guerra y 170 aeronaves.
La ofensiva es bien conocida. Sin embargo, no trascendió al exterior la histeria que se desencadenó en el seno de EE.UU. ni las medidas que se aplicaron contra millares de japoneses (también italianos y alemanes), a los que se internó como “enemigos peligrosos”.
La ciudadanía estadounidense sintió pánico, sobre todo la residente en la costa oeste, por lo que las represalias se tomaron contra los japoneses que habitaban en la parte occidental del país, en los estados de California, Arizona, Oregón y Washington.
En la imagen; Pearl Harbour - Informe de noticias para los ciudadanos japoneses
Un grupo de ciudadanos japoneses-estadounidenses y hombres alistados en el ejército escuchando un anuncio de intenciones por radio, tras el ataque a Pearl Harbour - San Francisco - Desde el coche del reportero del SF Chronicle - Probablemente el fotógrafo.
En los meses siguientes a Pearl Harbor, Japón continuó avanzando en el sureste asiático, en China y en el Pacífico, y sus principales aliados, Alemania e Italia, también declararon la guerra a Estados Unidos, llevando a la Segunda Guerra Mundial a su escala definitiva.
Presionado por las recomendaciones de distintos mandos del Ejército, el presidente Franklin D. Roosevelt firmó el 19 de febrero de 1942 la Orden Ejecutiva 9066, que autorizaba la delimitación de diez zonas militares en que confinar a los japoneses de primera generación y sus familias.
Horas después de Pearl Harbor y durante los meses previos al internamiento, el gobierno congeló las cuentas bancarias de todos ellos; luego se les obligó a malvender sus inmuebles y bienes o a almacenar estos últimos a toda prisa.
Más de 110.000 individuos de origen japonés (hombres, mujeres y niños, tanto ciudadanos como extranjeros) fueron repartidos en diez campos de concentración que los estadounidenses llamaron relocation centers, “centros de reubicación”.
En ellos vivieron cerca de cuatro años.
El más conocido de todos fue Manzanar. Mientras otros campos se erigieron en terrenos pantanosos, el de Manzanar era un erial en la ladera oriental de la Sierra Nevada de California. No se trataba de un campo de exterminio, pero, debido a su emplazamiento, era un lugar terriblemente duro, con temperaturas extremas todo el año, bajo cero en invierno y rondando los 50 grados en verano. Continuamente soplaba un viento huracanado, y los internos solían levantarse por la mañana cubiertos de la cabeza a los pies por una capa de polvo.
El 21 de marzo de 1942 llegaron los primeros prisioneros, destinados a construir el campo. Un mes después afluían 1.000 personas a diario, y en julio la población del campo ya se acercaba a las 10.000, casi el total de las 11.070 que vivirían allí y bastantes más de las que podían alojarse en los 504 barracones de tela asfáltica improvisados para ellas.
La mitad de la población eran mujeres, un cuarto estaba formado por niños en edad escolar, y también había bebés y ancianos que apenas podían valerse por sí mismos. A una familia de cuatro miembros se le permitía vivir en un espacio de 6,1 x 7,6 m. Dormían en catres de acero del Ejército, sobre sacos de paja, aunque disfrutaban de electricidad, además de lavanderías y salones comunales para el culto religioso. Duchas y aseos también eran comunales.
A medida que la guerra avanzaba, el gobierno permitió alistarse en el Ejército a los estadounidenses japoneses que firmaran un documento de lealtad.
En Manzanar se enrolaron 174 hombres. La reparación histórica a estos ex prisioneros soldados, al igual que a los demás reclusos de los campos, no llegaría hasta mucho tiempo después.
Los demás no abandonaron el campo hasta septiembre de 1945. Salieron “con lo puesto”, tal como habían llegado.
Las autoridades les dieron 25 dólares y un billete de tren.
Algunos se reagruparon en refugios y casas de protección oficial. Hubo quienes, acorralados por el trauma derivado de la reclusión, se suicidaron antes de enfrentarse a una nueva vida fuera de Manzanar.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 537 de la revista Historia y Vida. Y en otras lecturas y artículos sobre el tema.