23/04/2024
CADENAS
Por José Luis Brés Palacio
Para DataPunto
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Las cadenas nacionales casi siempre me hicieron llorar. La de anoche, también.
En tiempos de Cristina, tan sólo el anuncio de una cadena nacional abría en mí una especie de prealegría porque sabía de antemano que algún derecho más asomaría en el horizonte de nuestra vida como ciudadanos. Ora una nueva conquista de minorías o mayorías, ora una nueva universidad, ora un nuevo “beneficio” para trabajadores en una larga y casi incontable serie.
Y claro, ¡cómo no emocionarse cuando la nuestra y, principalmente, la vida del pueblo iba ganando terreno a la miseria, al analfabetismo, al olvido al que muchas veces nos sometió el Estado, la mayoría de ellas a manos de representantes que nosotros mismos elegíamos.
Pero, entonces, no eran tiempos de cadenas de opresión. Y las lágrimas estaban muchas veces a la orden del día.
En la cadena nacional de anoche del actual presidente, algunas lágrimas se me escaparon.
Como decía mi tía Carmen: “hay lágrimas y lágrimas”.
Si las de otrora eran lágrimas de emoción, las de anoche fueron de dolor e impotencia.
Es que el cinismo duele. La medianía duele. La hipocresía duele. Y duelen con inusitada intensidad en estos días nefastos que estamos viviendo.
No conforme con infligir las leyes básicas de la ciudadanía, cada puñalada que salía de los labios del actual primer mandatario argento, no tenían otro efecto que el de provocarme impotencia.
Porque que transgredan nuestros derechos sin consecuencias causa impotencia.
Porque cuando violan normas básicas de la civilización del siglo XXI nos causa impotencia.
Porque cuando conculcan derechos adquiridos sin que nadie grite siquiera genera impotencia.
Porque vulnerar los preceptos inscriptos ya en el ADN de la argentinidad forja en nosotros impotencia. Una impotencia que aún no puede renegar de sí misma. Una impotencia que se parece mucho a la indolencia social. Una impotencia que nos está llevando al abismo a manos de la ultraderecha que se hizo del poder político vía elecciones.
Lo que más dolor e impotencia nos produjo fue la mentira flagrante en boca del primer mandatario de un Estado respecto del que él mismo dijo que “la etapa del Estado presente ha terminado para siempre”. Es mentira que este ajuste no lo están pagando justos por pecadores. Porque es el pueblo el único que está pagando las consecuencias de este despropósito, de este verdadero mamarracho político. El hambre del pueblo es el verdadero problema, señor presidente. Porque lo que usted sostiene como milagro económico no es otra cosa que la estabilidad de los cementerios.
Argentina, requiescat in pace.
Pero, claro, como seres humanos no nacimos para padecer dolor e impotencia por tiempo indeterminado. Porque llega un momento de la odisea que, casi por instinto de supervivencia, nos sacudimos y echamos fuera de nosotros la resignación y rompemos todo. Y pateamos el tablero. Y lo quemamos todo para construir un nuevo juego. O para crear una nueva canción.
No se sabe cuándo ocurrirá esto.
Pero que sucederá no cabe duda alguna.