RAVEN

El Cuervo

“Una vez que me veas,
sabrás que es demasiado tarde…”


Miles de criaturas contemplan la noche y se nutren de su luz en los fríos bosques pálidos que sienten como su hogar. Adentrarse en las hojas de centinelas imponentes permite ver un mundo completamente distinto, donde abunda la vida de seres que permanecen callados e invisibles durante el día. Qué osado es el corazón que desea explo

rar la profundidad del silencio de lo desconocido, lo que no puede ver; eso que parece dominar durante la luz del Sol, pero que lo abandona cuando protagoniza la Luna. ¿Dónde quedan el conocimiento y el control, la sabiduría y la seguridad… cuando todas tus luces simplemente se apagan? Existirían cientos de mentes incógnitas, si tan solo no hubiese un ser que las pudiese descifrar completamente todas, una consciencia depredadora de quien merece perder la vida, pero sigilosa, pues las almas no deben ser atormentadas, sino silenciadas; un pacificador del caos, un discípulo de la Muerte y rector de la Vida. A pesar de todos sus atributos, este ser no compartía el mismo origen que ningún otro animal o criatura. Sus lamentos, por más extraño que parezca, no perduran; en la mente de quien mueve el aire con plumas negras existen dos consciencias. Se trata de un hermoso ciclo, donde el pacificador, el cazador, es, a su vez, presa y cazador dentro de sí mismo. Dos consciencias que se atacan y nutren entre ellas, que coexisten en un tiempo y espacio simultáneos.
—Vamos, Ravencita —susurró Raven dentro de la cabeza de Ravencita.
—Te he dicho que no me llames así.
—¿Cómo deseas que te llame?
—Por mi nombre real.
—Este es tu nombre real, Ravencita.
—Eso dices desde el comienzo.
—Exacto, tu misma lo has pensado. Si es un comienzo, no importa qué dictó el pasado, ¿verdad?
—Me gusta mi nombre.
—Lo sé, tengo buen gusto, Ravencita. Por eso te elegí a ti. Ravencita, parada en la rama más gruesa de un árbol, se cruzó de brazos y habló en voz baja.
—No tiene ninguna gracia. Me encontraba agraciada por la belleza de Freya, ¡con un pelo plateado único en los bosques! Y ahora me encuentro cazando perso…
—¡Sh! Baja la voz, ahí se acercan. Son más de tres. A lo lejos, se escuchaban los sonidos de los pasos de las presas de aquella noche. Se trataba de un grupo de asesinos que había invadido varios pueblos en las lunas recientes, venían por un camino marcado en el bosque. Nunca mostraban su cara y Raven jamás los había visto hasta ese momento. Inmediatamente, a pesar de que se encontraban vestidos exactamente iguales, el cuervo logró percibir la esencia de tres mujeres y dos hombres.
—Siento una admiración profunda por esas agrupaciones —comentó Raven.
—¿A qué te refieres?
—Ellas son las ágiles, las más sanguinarias. Se mueven con estrategia, piensan, aniquilan. Ellos son suficientemente fuertes como para que cualquier persona o criatura que caiga en sus manos pueda escapar. Son la clase de personas que se cargarían a un oso solas sin mayor problema.
—¿Entonces qué pasamos a ser nosotros, Raven?
Él sonrió con la cara de Ravencita.
—Déjame mostrarte…
—¡No…! Ella saltó entre las ramas de los árboles sigilosamente, midiendo cada uno de sus pasos, de manera inaudible para sus presas. Tomó su arco y apuntó una flecha hacia una de las asesinas…, pero se detuvo.
—Se encuentran todos muy juntos. Tal vez… —pensó Ravencita; Raven sonrió. Inmediatamente, Ravencita guardó su arco y comenzó a bajar del árbol tan rápido como pudo; se escabulló entre los centinelas, los silenciosos y sabios, y sacó una flecha diferente para tensar su arco. Esta flecha era más extensa y filosa que las demás, pues su punta se desvanecía de lado. Ravencita apuntó su flecha hacia las asesinas y suspiró. El grupo se quedó completamente pálido por un momento. Dos de ellas habían caído al suelo con sus cabezas unidas por la misma flecha. Un instante después uno de los hombres cayó con una flecha en su ojo. Rápidamente, los dos que quedaban se apartaron y buscaron protección en los árboles próximos. Él tenía escudo y hacha, mientras que ella portaba dos espadas ligeras.
—Odín, Padre, te dedico una nueva batalla con la muerte a ti y a nuestros hermanos que se reunirán contigo en el Valhalla —susurró él. Se puso su casco, respiró fuerte, tensionó todo su cuerpo y salió de detrás del árbol corriendo con el escudo alto y las piernas bajas hacia donde había lanzado las flechas Ravencita. Su compañera lo observó de reojo con sus armas listas.
—¿Dónde estás? ¡Muéstrate! Quiero verte a los ojos cuando te destroce la garganta. Inmediatamente se quedó mudo. Había escuchado el cuerpo de su compañera caer detrás de los árboles. Las almas fluyen por el aire que respiramos y alimentan nuestra vida con su esencia. Son parte del paraíso y de todo lo que observamos. En ellas también se cuenta la Historia, pues son la Memoria, el recuerdo de miles de inviernos de muertes y nacimientos, guerras y treguas, caos y armonía; un mundo que no valore el alma está destinado a perderse en su obstinación y miedo por el destino. No fue así con el último guerrero de ese grupo; se enderezó, relajó su cuerpo y dio la vuelta. Ya sabía que la muerte le estaba apuntando a la cabeza.
—¡Odín! —gritó por unos instantes mientras corría hacia Ravencita. Luego cayó al suelo con una flecha que atravesaba su cabeza desde la frente. Raven danzaba dentro de la mente de su huésped, admirando cómo su hogar se iluminaba con cada pensamiento, especialmente los ejecutores, los verdugos; esos eran acariciados por las manos del Discípulo, aquel que renunció a su alma para cumplir sus más oscuros deseos… o al menos eso cuenta su memoria. Trinidades han existido durante todas las historias de Máni y Sól, que todo lo observan y nutren. Pero, ¿podría una de estas trinidades ser capaz de vencer a la mismísima Muerte? Solo se puede vivir para descubrirlo.
—Has estado fantástica.
—Aún no me has respondido, Raven.
—¿A qué te refieres?
—¿Qué pasamos a ser nosotros si ellos eran los sanguinarios y fuertes?
—Pues… los que asesinan a los más sanguinarios y fuertes. Nosotros siempre seremos los depredadores, Ravencita, y ellos serán nuestras presas.