21/04/2024
Si digo que 100 policías reprimen a 30 trabajadores en los alrededores de la Muni de Resistencia, el vecino que se hace eco de la indignación de la prensa zderista dirá: “que vayan a laburar, se acabó la joda”. Conozco a ese vecino. No importa que un edil denuncie al gobierno por lo que parece un ataque planificado. El vecino insiste: “Mano dura. Meta bala”.
Si digo que policías patean en el piso a un chico con síndrome de down en Sáenz Peña, recién entonces aflora el reproche, previo tránsito por una tibia resistencia, la búsqueda de una justificación: “¿estaba de espaldas?”, “habría que mirar las cámaras de seguridad”, “¿dónde estaban los padres?”.
No hay caso: la única hermenéutica que puedo ensayar sobre la yuta y el clero está ligada a la represión -freudiana y foucaultiana, padentro y pafuera-. El rati es como el puñal borgiano forjado en Toledo, que “quiere matar, quiere derramar brusca sangre”. Esas cachiporras ansían el ruido seco de un maxilar que se rompe bajo el impacto de un golpe justiciero, quizás prefigurado en fantasmales palizas infantiles.
La institución romantizada de trabajadores y trabajadoras como yo pero uniformados, no existe. Andan armados. Con el dedo gordo juegan a montar y desmontar el seguro de la Beretta 92 o de la Bersa Thunder 9.
Cubrir a un colega al que se le fue la mano y mató a una lacra no es camaradería, y definitivamente no es lo mismo que marcarle la tarjeta a un compañero de laburo. Son otras lealtades porque hay otros umbrales. Por eso, cuando leemos que un cabo primero ayudó a una mujer a parir en la vía pública, más que alegría sentimos alivio, porque atisbamos humanidad en el ñato que tiene la prerrogativa de pegarnos un tiro.
Todo esto por supuesto se desborda en una sociedad sobre la que se derrama demencia, porque sabemos que el vuelto no serán caramelos. La policía -esa herramienta- está ahí para meter tonfa y, si es necesario, bala. En todo caso, convalidar y naturalizar esta clase de violencia es la forma más lineal de desempolvar la justificación del terrorismo de Estado. En ese predicamento andamos, no vaya a creer.