11/04/2024
EL DÍA QUE LOUIS ARMSTRONG TERMINÓ PRESO EN UNA COMISARIA PORTEÑA
A veces, el "world" no es tan "wonderful": en la noche del 1 de noviembre de 1957, Louis Armstrong terminó en una comisaría porteña luego de ser denunciado por ruidos molestos. La historia, que podés leer a continuación, es una de las tantas que forma parte de "Grandes del jazz internacional en Argentina (1956-1979)", el libro escrito por Claudio Parisi y editado por Gourmet Musical Ediciones.
La popularidad de Armstrong trascendía a la música por muchos factores. Por un lado, su gran personalidad: toda esa gracia y simpatía que lo hacía un personaje único. Por otra parte, sus apariciones en TV y en cine. Recordemos que el año anterior a su visita se había estrenado la película "Alta Sociedad", donde actuaba junto a Frank Sinatra, Bing Crosby y Grace Kelly.
Durante su estadia en Buenos Aires sobrevino una historia desopilante que comenzó en el escenario del teatro y continuó con un almuerzo de comida judía en la casa del baterista Leo Vigoda.
“La anécdota arranca el 31 de octubre de 1957 en el Teatro Ópera –recapitula Vigoda–. Yo tenía un amigo que era fotógrafo del ambiente artístico: el ‘Gordito’ Mauri. Era el fotógrafo oficial de todos los locales nocturnos como el Chantecler, el Tabarís. Esa noche me hizo subir al escenario del Ópera en un intervalo, cuando cierran el telón y se retiran los músicos. Entonces yo, dando vuelta entre los instrumentos, me siento en la batería de Barrett Deems… ¡Imaginate! Estaba totalmente deslumbrado. Me pongo a tocar un poquito, a jugar y de repente se aparece Armstrong y se pone a tocar unos pocos acordes conmigo. Era un tipo divino, un personaje maravilloso. Ese es el momento donde Mauri nos hace posar a los dos y me saca esa famosa foto”.
“Cuando nos sacamos la foto Armstrong mira en la solapa de mi s**o y ve que tengo una Estrella de David. Automáticamente me pregunta en inglés: ‘¿Vos sos judío?’. Con mi inglés de Tarzán, le digo: ‘Yes, I am’. Entusiasmado, con esa voz ronca, me responde su característico ‘Oh, yeah!!!’ y me pregunta dónde podía comer comida judía. Yo me quedé duro, no podía creer nada de lo que me estaba pasando. Me pongo a pensar y no se me ocurre ningún lugar: ‘Esto no es Nueva York donde hay un montón de esos lugares así’. De repente se me cruza por la cabeza invitarlo a casa: ‘Un momentito… ¡mi mamá! –le digo–. Si usted acepta venir mañana a comer comida judía a mi casa yo lo voy a buscar al hotel, así no está dando vueltas por Buenos Ares’. Mi vieja me iba a matar, pero bueno, era Armstrong. Me vuelvo a casa y empiezo a contarles toda esta historia. Automáticamente mi viejo me pide que le ponga en el Winco todos los discos que tenía de Armstrong. Mi vieja protesta y protesta pero se pone a cocinar un plato que es muy conocido: varénikes. Son como una especie de empanadas hervidas con cebollita frita y todo eso.
Armstrong viene al día siguiente. Gran conmoción. Viene mi hermana, mi cuñado, hasta un alumno de mi papá que estudiaba clarinete. Nosotros vivíamos en una casa tipo chorizo en la calle Tucumán al 2100, entre Junín y Uriburu, que tenía lo que por aquellos años se llamaba sala a la calle: el living comedor (solamente para las visitas) que era también sala de ensayo, escuela de música, etc. Ahí estaba el piano, la batería y el resto de los instrumentos para los alumnos.
Nos ponemos a comer y Armstrong, enloquecido con los varénikes de mi vieja, se comió todo. Todo, ¿entendés? De repente se tira hacia atrás, se apoya en el respaldo de la silla, se abre la camisa y veo que también tiene una cadenita con la Estrella de David. Yo sabía lo que era eso. Blackie [la productora de televisión y cantante de jazz Paloma Efron] me había comentado que se había conocido con Armstrong en los Estados Unidos y le había contado su historia: de chico él consiguió una changa con una familia judía que repartía carbón en un carro tirado por caballos. De los suburbios de Nueva Orleans se iban al centro, al Storyville, donde estaban todas las prostitutas y los prostíbulos, y les entregaban carbón. La señora de esa familia le compró una corneta elemental que iba tocando para que las chicas salieran a la calle con la canasta a buscar el carbón. Un día esta señora le prestó cinco dólares para que se comprara una corneta de la Guerra de Secesión. Entonces comienza a practicar con esa corneta y es un hijo de p**a cómo la toca. La mujer esta lo quería tanto que aparte de pagarle chaucha y palitos no lo dejaba ir de la casa sin comer. Y, por supuesto, le daba de comer la misma comida judía que a su familia. Los varénikes y todos esos platos típicos son comidas de la miseria: solamente harina, puré de papas y una cebollita. Louis se aficiona a eso y, en agradecimiento, se compra cuando puede la Estrella de David y ama todo lo que conocía del judaísmo. Todo esto es lo que me contó Blackie y yo lo recuerdo cuando se abre la camisa.
Entonces a Armstrong no se le ocurre nada mejor que decir: ‘¿Cómo puedo agradecerles todo esto?’. En ese momento, mi viejo le responde en idish: ‘¿Por qué no tocamos algo juntos?’. Y Armstrong responde: ‘Cómo no… pero no traje la trompeta’. ‘No se haga problema –le dice mi viejo–, acá hay una’. Sale corriendo a buscar una trompeta para Satchmo, él saca del bolsillo del chaleco una boquilla (después me la regaló y la guardo hasta el día de hoy como trofeo), mi vieja se sienta en la batería Ludwig y mi viejo en el piano Rachals. Yo agarré mi violín y el alumno de mi viejo su clarinete. Todos agarramos algún instrumento. Hasta mi hermana y mi cuñado agarraron una pandereta y una maraca. La cuestión es que se arma una pizza terrible. Esto era el primero de noviembre, entonces hacía calorcito y estábamos con las ventanas abiertas. Al clarinetista ese de trece años se le ocurre tocar algo que pudiera mezclar jazz con música klezmer: ‘¿Por qué no tocamos And The Angels Sings?’. Mi hermana y mi cuñado, que sabían ingles, eran los interlocutores. Entonces Armstrong dice: ‘Pero ese tema es de Benny Goodman y está Harry James en trompeta’. ‘No hay problema –le contesta mi viejo–, Harry James no está, así que no va a escuchar’ (risas). Lo tocamos con tanto bochinche que se empezó a juntar gente en la calle y el tranvía que pasaba, al ver tanta gente, paró. ¡Se juntaron tres tranvías! Al final vino el policía de la esquina y tocó timbre en casa: ‘Perdóneme pero esto es imposible, es una locura’. ‘Disculpe agente –le dijimos–, pero lo que pasa es que está el Negro Armstrong’. Te la hago simple: nos tuvimos que ir todos a la comisaría, incluido Armstrong.
Texto de Claudio Parísi