31/07/2018
EL TAMAÑO DE MIS MIEDOS O LA AMISTAD EN FORMA DE POEMA (por Ro Fernandez, a propósito de la presentación de El tamaño de mis miedos, de Agustina Catalano)
Muchas veces, la casualidad o el destino hacen que algunos libros, y sobre todo los de poesía, quizás por su brevedad o la contundencia de su efecto, lleguen a nosotros en el momento preciso en el que necesitábamos que nos digan algo. Abrís, empezás a leer y pensás: “este poema habla de mí” o “wow, qué loco, esto es lo que siento/ lo que me pasa/lo que pienso”; como si el instante ese en el que experimentamos la lectura nos confirmara que estamos donde teníamos que estar o como si hubiese una cuenta regresiva, un plan mágico y desconocido, entre ese libro y yo que hiciera que nos encontremos en este punto. A veces, esos versos en los que nos reconocemos o que nos muestran exactamente eso que no podíamos ver, pueden ser como una trompada y un abrazo de alguien que no conocemos y que a la distancia escribe sin siquiera conocerme. En otras ocasiones, como ahora, esos versos pueden ser los de mi amiga Agustina; incluso, puede que alguna u otra estrofa la haya leído primero en un chat de Facebook en el que en confianza compartimos eso nuevo que escribimos y aún no le mostramos a nadie.
El tamaño de mis miedos es un libro sobre un momento específico de la vida, la juventud, sí, pero no la del esplendor inocente y utópico de los veintitantos sino más bien de esa etapa en la que estás en el lugar que proyectabas cuando tenías esos veintipocos e ibas a las fiestas de la facultad. No le quiero poner una edad porque cada cual, a su ritmo, pero siento que los miedos de los poemas de Agustina son esos que aparecen cuando empezamos a sentir que estamos finalmente en el lugar que deseábamos, pero, oh, sorpresa, una vez ahí nos damos cuenta que no era lo que queríamos o que no era tal y cómo lo habíamos imaginado. Surge ahí un espacio de tiempo que es el que se construye entre el tiempo del deseo y el presente de la escritura: en el medio, no se sabe bien cómo ni por qué, pero hay algo que se perdió, que se deformó, que éramos y ya no somos.
Creo que todos los poemas del libro de Agustina tratan sobre las paradojas, los cruces y las trampas entre los tiempos y el deseo. El pasado en el que creíamos que queríamos, ese en el que el futuro era algo en blanco que no nos preocupaba, y el presente que se construye entre la decepción, la queja, la resignación y la incertidumbre. También es un tiempo de coincidencia y destiempos, incluso de desdoblamientos en el que la inconformidad o la indecisión lleva a buscar otras Agustinas Catalanos posibles y paralelas, imaginar sus vidas en distintas partes del mundo e incluso preguntarse si estarán haciendo algo mejor con sus vidas.
Pero si todo cambia, si todo se deforma, si ningún deseo queda en pie hay algo que parece estar siempre ahí: los miedos. Me gusta que hay muchos, que están los de la niñez, los nuevos, los que tienen que ver con la muerte, con quedarse sola, con que se olviden de la existencia de una, los miedos a hundirse, a no estar a la altura, a estancarse, a madurar. Sin embargo, no es un miedo que paralice, no es fobia, es más bien algo parecido a la adrenalina, a la sensación refrescante y anacrónica de animarse a hacer algo que querés, aunque no sepas bien qué va a pasar, de tirarse a la pileta, de destruir todo lo que tenías para empezar de cero. Desde mudarse, irse de viaje, enamorarse, desenamorarse, robar, creer en supersticiones hasta escribir un poema.
Leí El tamaño de mis miedos entre medio de cajas y fletes porque esta semana me mudé. Casualmente o no, dejaba la casa de Dorrego 2281 en la que hace 2 años vivía Agustina y en la que escribió su primer libro de poemas. Dicho esto, debo confesar que sentí un poco de miedo de estar leyendo lo que venía, de sentirme como esos dobles de Google. Leer fue como hacerme una tirada de tarot: los poemas eran como pantallazos tentativos, imágenes que podía interpretar, que vislumbraban un futuro posible. ¿Son contagiables los miedos? ¿Hereditarios, venéreos? ¿Por qué son iguales a los míos? Me pregunté eso, experimenté unos segundos de pánico e inmediatamente después sentí el alivio, la tranquilidad de no estar sola. Porque a diferencias de otras cosas, hay algo de los miedos que los hacen colectivos y que nos permite encontrarnos ahí, en ese intermezzo en el
que nos bamboleamos entre el martirio y la madurez, entre lo que quisimos y queremos; porque exponer la propia vulnerabilidad y compartir los miedos no hace que se multipliquen, sino que se achiquen, que pierdan fuerza.
Por último, y aclaro que sé que con esto voy a terminar de entrar de lleno en lo cursi, quiero reafirmar que si hay un tamaño de los miedos también hay entonces un tamaño de las amistades que es completamente proporcional: la amistad es lo que está ahí para que el miedo no esa parálisis y sea adrenalina, es esa patada que empuja del fondo de la tristeza. Y si bien eso siempre parece estar latente, queda claro cuando llegamos a ese poema que marca el declive final del libro, “2012”, en el que frente a la montaña de miedos que dejamos en las páginas anteriores, nos topamos con la fuerza indestructible de las amigas.