15/01/2025
El costo humano de reducir la inflación: ¿A qué precio estamos dispuestos a aceptar la "estabilidad"?
En un país donde se producen alimentos para 600 millones de personas, la realidad de que un millón de niños se vayan a dormir con hambre cada noche es inaceptable. Sin embargo, este drama humano se ha normalizado bajo el paraguas de la estabilidad económica y la reducción de la inflación, planteando una pregunta fundamental: ¿cuál es el precio social de las políticas económicas actuales?
La reciente desaceleración de la inflación al 2,7% mensual, celebrada como un logro por algunos sectores, oculta un trasfondo preocupante: la contracción del consumo y el sufrimiento de los más vulnerables. El "éxito" de estas cifras se sostiene sobre una recesión profunda que ha llevado a una parte significativa de la población al borde de la desesperación. Según UNICEF, un millón de niños argentinos no tienen garantizada una cena adecuada, mientras que la Cruz Roja advierte que un tercio de los jubilados no puede cubrir sus necesidades alimenticias básicas.
El problema no solo radica en los números oficiales, sino en cómo se percibe la realidad. Aunque el Índice de Precios al Consumidor (IPC) indica una disminución en la inflación, la vida cotidiana de los argentinos cuenta otra historia. Servicios esenciales como luz, gas, agua y transporte han aumentado mucho más que los promedios reportados, y el poder adquisitivo de los salarios sigue erosionándose. En otras palabras, la "inflación oficial" no refleja el verdadero costo de vivir en Argentina.
Además, las políticas que buscan contener los precios mediante la devaluación controlada del dólar y el uso de reservas no abordan las raíces estructurales de la inflación. Los monopolios y oligopolios que dominan sectores clave aprovechan cualquier repunte del consumo para subir los precios, perpetuando un ciclo de inequidad.
Lo más alarmante es el abandono del Estado en áreas críticas como salud, educación y asistencia social. Las familias pobres ya no cuentan con medicamentos gratuitos, asistencia alimentaria o apoyo para emergencias básicas, lo que agrava aún más su situación. Este vacío de responsabilidad pública es una señal de lo que algunos han llamado una "involución civilizatoria", donde se prioriza la estabilidad financiera sobre los derechos humanos y el bienestar social.
La narrativa mediática también juega un rol crucial en esta crisis. En lugar de visibilizar el sufrimiento de la mitad de la población que vive en la pobreza, muchos medios refuerzan la idea de que "todo está mejorando". Esta desconexión entre la realidad y el relato oficial no solo desinforma, sino que también desactiva la capacidad de protesta y movilización social.
En definitiva, la pregunta no es si reducir la inflación es deseable, sino cómo y a qué costo. La estabilidad económica no debería lograrse sacrificando a los sectores más vulnerables. Es urgente un cambio de paradigma que priorice una distribución justa de los costos y beneficios, y que reconozca que detrás de cada porcentaje reducido hay vidas humanas que no pueden ser ignoradas.