06/05/2024
"La palabra “misericordia” no ha faltado nunca del vocabulario de los creyentes que encontramos en las Escrituras Hebreas, fundamento de las expresiones de nuestra fe. Creemos en un único Dios que se presentó a sí mismo como “el Dios misericordioso y compasivo… lento para enojarse…” (Ex 34,6-7). Esta proclamación fue recordada con frecuencia por los autores de los libros del Antiguo Testamento, es repetida tanto por judíos como por cristianos, y ha sido asumida también por los seguidores del Islam, ya que se encuentra en el encabezamiento de cada una de las Suras del Corán.
Sin embargo, la misericordia no gozaba de buena fama entre los pensadores de la antigüedad. Muchos la consideraban como un “sentimiento”. Así es que Cicerón la definió como: “la pena que se siente ante la miseria de una persona que padece una injuria”. Coincide en esto con la definición que ofrece Aristóteles cuando se refiere a éleos, uno de los términos que los latinos traducen por “misericordia”: “Éleos es un cierto pesar por la aparición de un mal destructivo y penoso en quien no lo merece, que también cabría esperar que lo padeciera uno mismo o alguno de nuestros allegados, y ello además cuando se muestra próximo”.
Los filósofos estoicos afirmaron que las pasiones eran oprimentes porque limitaban la libertad, y que era indigno de una persona conmoverse ante la miseria u otra clase de males. Ellos se consideraban libres cuando permanecían indiferentes ante las desgracias propias o ajenas. Por eso decían que la misericordia era una “enfermedad del alma”. “Muchos la alaban como una virtud…; pero esta es un vicio del alma”. “Los hombres buenos practicarán la clemencia y la mansedumbre, pero evitarán la misericordia, porque es un vicio del alma débil que se derriba ante la presencia del mal ajeno”.
Sobre este trasfondo se destaca la novedad que el judeo-cristianismo aportó a la humanidad al proclamar que el Dios que se revela en las Sagradas Escrituras es un “Dios misericordioso…” que ama a su pueblo, porque este Dios mostró su misericordia con actos de auxilio y liberación del pueblo y de protección de los más débiles. Y si ser misericordioso es un atributo divino, sorprende todavía más cuando en la última etapa de la redacción de la Biblia los sabios de Israel enseñaron que también los seres humanos deben ser misericordiosos y perdonar siempre a su prójimo así como ellos habían sido perdonados por Dios (cf. Sir 28,2-4).
Jesucristo se presentó en este mundo como “el rostro de la misericordia del Padre”, y sus
enseñanzas fueron en la misma dirección que los últimos escritos del Antiguo Testamento, porque exigió a sus discípulos que se perdonaran recíprocamente así como Dios los había perdonado (cf. Mt 6,12.14; 18,21-35; Lc 11,4). En las páginas del Nuevo Testamento se sintetizó su doctrina diciendo que los discípulos se distinguirán por “ser misericordiosos como Dios, el Padre, es misericordioso” (Lc 6,36).
Si en la antigüedad se había definido a la misericordia como un “sentimiento”, en la enseñanza cristiana se ha aportado otra novedad cuando la misericordia fue sacada del nivel de los “sentimientos” para darle un lugar entre las “acciones”: la misericordia no se “siente” sino que se “hace”. Cuando los traductores de la Biblia adoptaron este término, no lo reprodujeron con el sentido preciso que tiene en latín, (una “pena”: Cicerón), sino que lo modificaron y enriquecieron con el sentido de las palabras hebreas y griegas correspondientes a las acciones de bondad con los que el Dios de Israel se reveló a su pueblo. Se produjo entonces un cambio notable en su significado, porque en el pensamiento hebreo los términos que designan el amor no se refieren tanto a los sentimientos íntimos, sino más bien a la ejecución de actos de bondad de uno hacia el otro; no es “sentir”, sino “hacer” (por ejemplo, “el que hizo misericordia”: Lc 10,37). “Hacer misericordia” es “amar”, y amar es “hacer el bien”.
En las enseñanzas apostólicas se exhorta a los fieles a “revestirse de entrañas de misericordia” (Col 3,12). El vestido es lo que cada uno lleva encima, lo que muestra a los demás, y por lo que se distingue en la comunidad (el rey, el militar, el monje...). El autor de este texto continúa enumerando las acciones que distinguen a Dios en el trato con los seres humanos: “bondad, humildad, mansedumbre, paciencia… ¡Como el Señor los perdonó, así también ustedes!” (v. 13). Dios se distingue por sus entrañas de misericordia, y él las concede a los discípulos de Jesús para que se revistan de ellas como de un vestido que los identifica y los muestra diferente ante los demás. Por esa razón el Papa Francisco concluye que “donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre”.
Queda ahora por delante la delicada tarea de traducir y explicar a las personas de este siglo lo que los autores de estos textos dijeron a la gente de su época. Es oportuno traer a la mente lo que enseñaba el Papa Pablo VI, cuando decía que en esta tarea se deben mantener dos fidelidades: la fidelidad a la Palabra de Dios hecha carne, para no tergiversar su mensaje, y la fidelidad a la persona que lee estos textos en la actualidad, para que conozca con claridad lo que ellos significan para él en el contexto histórico en que vive.
En vista de todo esto, es motivo de gran alegría recibir estos trabajos elaborados por los profesores Adrián Jorge Taranzano y Gerardo García Helder, que han puesto sus conocimientos al servicio de esta tarea de hacer llegar el mensaje bíblico sobre la misericordia como un desafío para quienes en este siglo se integran en la Iglesia de Cristo. El mundo actual está encandilado por distintos valores alejados en mayor o menor medida del pensamiento de Jesucristo. El individualismo, el ansia de poder o de ganancias materiales, las diferentes ideologías… son factores que hacen muy difícil el discurso sobre la misericordia. Es lamentable que para mucha gente vuelva a tener actualidad aquello de que la misericordia “es una enfermedad del alma”. De ahí que la obra que aquí se presenta sea clarificadora, a la vez que un incentivo para encarar una tarea dirigida a calmar o erradicar los males de quienes padecen las diversas calamidades del tiempo actual. Felicito a sus autores y recomiendo su lectura a quienes la tienen en sus manos." - Luis H. Rivas