12/12/2023
...Los planes del destino se pusieron en marcha apenas empezó el verano, el 21 de diciembre de 1986. Charly expuso formalmente su intención de grabar un nuevo disco (sucesor de "Piano Bar") y, tras firmar el contrato con CBS, aclaró que la cuestión comenzaría “de inmediato”. Siendo fanático de su música, no quería perderme la oportunidad por nada del mundo.
En principio bocetó canciones en soledad, portaestudio con casete de cuatro canales y batería electrónica mediante. Se había montado un auténtico hábitat o “fábrica de sueños”, llamativamente ordenado, en una de las luminosas habitaciones con vistas a la avenida Coronel Díaz. Así nacieron versiones memorables de “No voy en tren” y “El karma de vivir al sur”, las cuales me mostró orgulloso una madrugada. Como siempre, apretaba play y te miraba fijo, intentando descifrar el efecto. Esta última tenía una parte instrumental bellísima, luego perdida en los misterios de la creación, con un sintetizador grabado por Nito mestre durante una visita ocasional.
La cuestión era despojada y simple pero efectiva: Grand Piano Yamaha cP 70, sinte de cuerdas Roland Jupiter 6, un ritmo constante en batería eléctrica RX-21, voces y guitarras. Asomé de a poco a esas sesiones iniciativas de "Parte de la religión" —título barajado tras desechar "Comienzo de la religión"—, programando o tocando algo con un pad y emocionándome al palpar desde la primera fila cómo se forjaba un tema tras otro.
Luego del período hogareño, el asunto continuó en el Estudio Panda, con el gran Mario Breuer al comando de la consola MCI, para plasmar la estructura directamente sobre la cinta de veinticuatro canales de la máquina Studer.
Antes de la segunda sesión, García me pidió que pasara por su casa. Quería comentarme algo. “¿Venís tipo seis? Así después nos vamos juntos a Panda en un taxi.” No bien entré en el departamento 15 del séptimo piso, señaló el sofá del living para que nos sentásemos. Se quedó en silencio, mirándome, como quien está por decir algo importante:
“La verdad es que quiero dar un paso adelante en el audio general... Viste que la batería determina mucho el sonido de un disco, ¿no? Así que la debería grabar afuera, en algún estudio grosso de Estados Unidos.”
Por un lado, me pareció una postura brillante. Como público, esperaba lo mejor, aunque a la vez eso quizá significase que mi participación en un disco suyo quedaría postergada. Tragué saliva.
Justo se asomó Tránsito —la mujer santiagueña, abuela de su asistente Totó, que lo ayudaba con la limpieza desde hacía años—, que dijo algo respecto de gaseosas en la heladera. Pasaron otros segundos y acepté la situación: en definitiva, estaba en todo su derecho de grabar con quien quisiese, pudiendo contratar al mejor sesionista del mundo. Ya había sido genial para mí estar todo este tiempo en el grupo. Tránsito desapareció hacia otra de las habitaciones y Charly prosiguió: “Entonces, Fernandito, nos vamos a New York y los cagamos a todos. Vamos los tres, digo, con mario, que además de entenderse con Joe Blaney por lo del sonido, me va a ayudar con el inglés y a organizar las cintas...y grabamos la batería acústica al final de todo, en Electric Lady, ¿Te parece?”
¡Casi rompo el techo y salgo disparado por la terraza!
Me sentí dentro del equipo como nunca. La idea, por cuestiones prácticas, era comenzar los ritmos con samplers y sonidos de línea acá en el Estudio Panda, e incorporar las baterías reales posteriormente, unas semanas después, cuando viajásemos a Manhattan a terminar el asunto.
Durante días, anoté en un cuaderno y definimos velocidades y arreglos primitivos, que fueron perfeccionándose a posteriori, reemplazando lo que hiciese falta. Tuve que especializarme en interpretar onomatopeyas suyas como “cataflón”, “frin-fran-frun” o “Pirú-pirú”.
Ubicados en el control de Panda, yo tocaba baterías pulsando dedos sobre un teclado Emulator, con sonidos asignados a diferentes notas, mientras García se despachaba con pianos y guitarras. Una tarde, descubrió unos interesantes samplers de tablas y sitares y los volcó en la canción “Parte de la religión”, luego de que armásemos la base con la TR-808 y unos pulsos baterísticos de referencia. Él usaba también un sonido coral femenino que llamaba “monjas”.
“No nos preocupemos por formar un grupo nuevo ni nada de eso. Grabémoslo así, los que estamos, y después vemos cómo se toca en vivo y con quién, ¿Ok?”, me aclaró García como consigna. Es que yo era el único "sobreviviente" de su banda anterior Las Ligas, y ya hacía casi un par de años que venía acompañándolo como baterista. Habíamos compartido giras no solo en nuestro país sino en Chile, Brasil y España.
La actividad en Panda se volvió más excitante aún. Por supuesto que los ritmos básicos los pautaba Charly —nadie más adecuado que el propio compositor para eso— de acuerdo a lo que quisiese darle a cada una de sus canciones. Pero, se sabe, él es muy abierto a la hora de trabajar en equipo y la ocasión nos permitió a Mario y a mí dejar nuestro punto de vista y sumar ideas. Programé patterns en mi módulo SP12 y otros los toqué “a dedo” o fui disparándolos con pads. Siempre me ha gustado eso de combinar sonidos programados con naturales, emparentando lo tecnológico con la ejecución a la “vieja usanza”. Mario, con su calidad sonora y humor finísimo, daba el ambiente: sacó de la galera un banco de sonidos llamado “Holiday on ice” que venía en un disquete. Así encontramos el bombo y el tambor de tres o cuatro canciones.
Dani Melingo fue de visita y registró magistrales saxos en el “Rap de las hormigas” y “Ella adivinó” —armando él mismo una sección de bronces a través de sobregrabaciones—, así como David Lebón llegó un domingo para plasmar un par de solos memorables. Hacía tiempo que no se veía con Charly y fue algo genial. Santiago Zambonini lo había ido a buscar a su casa de la calle Quesada. David entró a la sala del estudio, ecualizó su equipo Mesa Boogie, se colgó la guitarra y exclamó: “¡Hoy es domingo, así que tengo los solos en oferta!”.
La tarea porteña había sido un éxito. Ahora Charly y Mario partirían una semana a Río de Janeiro -a descansar un poquito y grabar las participaciones del percusionista Chacal, la cantante Paula Toller y el trío Os Paralamas Do Sucesso-, mientras a mí me tocaba culminar los rigurosos trámites de la visa en la Embajada de Estados Unidos, sobre la calle Colombia, antes de volar.
La consigna, pautada con mucha tranquilidad, había sido que al momento de registrar algo, podría ser definitivo o regrabable durante el periplo Buenos Aires-Río de Janeiro- Nueva York del esquema.
Nos reencontramos la siguiente semana, durante la escala brasileña, para repartirnos las cintas —que pesaban toneladas— en tres carritos metálicos. Así, entre chistes, mientras comenzaba febrero de 1987, continuamos juntos en el vuelo hacia el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York...
-----------------------------------
Extracto de "Que es un Long Play", Sudamericana, 20