19/10/2024
Del libro "Aquellos años. Rivera, entre fotos y letras", un relato que habla de las mamás de pueblo.
(Y siento: todos los defectos de pueblo se silencian cuando disfrutamos de estas particularidades).
LA MAMÁ DE WALTER
Walter me llevaba dos cabezas, él era fortachón y yo un enano jetón. Jamás una diferencia una pelea un entredicho, bichos de pueblo caminantes de cagadas a la hora de la siesta hasta que un día fallece su madre y muchas cosas quedaron en pausa, y luego en silencio y luego se fueron con la luna.
Ese día estuve derrotado pensando en cómo sobrevivir, cómo podía ser? La señora rubia que nos hacía la leche, la madre de mi amigo, cómo estaría él.
Caminé cuando pude y me senté frente a su casa. Me quedé observando las gentes las caras los autos el viene y va. No supe cómo pero estuve, yo quería estar cerca de él, acompañarlo y darle un abrazo, pero todo quedó ahí, alejándose, después ya no recuerdo cómo fueron las cosas, si ellos se fueron del pueblo o no sé, ahí quedó la amistad, fueron llegando luego los nuevos amigos y más ferias de las tardes por sudar.
Tanto con Alci como con Salo seguimos deambulando sin cerco ni fronteras en el pueblo forma de triángulo tostado de jamón y queso. Todo parecía nuestro, todo parecía nuestro todo, todo parecía nuestro todo el tiempo; las ofertas de frutas prohibidas y las botellas de aceite y vino, los pichones de palomas en la junta nacional de granos y los juguetes de madera alambre y goma de cámara made in de por ahí, la puntería las trepadas payana las vías las ferias quintas el fóbal la bici y el sol, la libertad absoluta el edén de los permisos y el mundo girando ahí, excepto claro... por ellas.
El gran escollo, el enemigo, el fin del juego. El tasa tasa. Las mamás del pueblo. Mi, Tu, mamá.
Podían marcarte la cancha, retarte, mandarte a casa o lo peor, la amenaza terrible, ahora le cuento a tu mamá/pá.
Así crecimos, bajo la órbita del todo y nada. Día a día, en elipse más cerca de algunos planetas más lejos de otros, todo en el mismo día día tras día y a horas parecidas. Sesgado por una comunidad diversificada en cada hogar, costumbres raras de unos, generosas de otros, buenos malos ellos y nosotros; crianzas parecidas con algunos pero diferentes con otros, aprendiendo deglutiendo copiando enseñando generando pasteurizando la mala leche.
Qué hay entonces de esas madres? Finalmente, las que nos criaron, en el pueblo, todas un poco, mucho unas cuantas y además, tu mamá. Ese gran útero donde una porción de amalgama es insoslayable. Donde no se consagra la ley de crianza de puertas para adentro, donde la media usurpa el lugar y ahí fuimos, al cine al circo a la plaza a la Fiat al Centro cultural a la biblio al club a la coope a comprar pan. Las madres invisibles esas, las que tan sólo aparecen cuando estás ahí paradito y juzgado supina y secretamente, las madres que te miran, las que te dicen sin hablar cosas, las que con sólo salir te ponen a tranco de pulga para llegar a casa sin chistar. Las madres de los patios, las de las casas adentro, las de los deberes en la mesa principal, las que merodean los árticos del recreo las que amenazan con abrazarte, las que pueden morir.
En mi pueblo es al cüete homenajearlas y ponerlas pa aplaudir. Son así. Siempre lo serán. Estarán canturreando las estrofas de su música y promediando secretos a descubrir. Yo tengo mi foto de vivir así, allá y bien que viene y que va y vendrá, ese tufo hermoso de hornear, una y otra sana vez.
Por lo que vi y sé, Walter siguió llevándome dos cabezas, él se hizo policía y yo no me hice ladrón. Emparentados de alguna manera siempre la cercanía de raíz y tierra. La rubia cabellera de su madre todavía continua en afecto y efecto residual, la de todas y las que vendrán. Nada que contamine mi espíritu será piedra en este rosedal de invierno que espera siempre ansioso su primaveral meneo, con el solcito tras los visillos disputándole el espacio al gato acurrucado para g***r del frío al rayo, separando las fotos unas y otras para generar dulces sonrisas, estimular la siesta algún que otro momento del año, nuevamente abrir la heladera para sacar el dulce de leche La Baronesa, manotear un bollito, y salir a jugar.
Qué aire.
Qué aire hay en este lugar.
🖋️ Marcelo Gabay