02/11/2024
SEGUNDA BATALLA DE TUYUTÍ HACE 157 AÑOS
A pesar de las incursiones de Caballero, los aliados proseguían su avance hacia el Norte: a mediados de octubre habían cruzado el Arroyo Hondo, y a fines de mes estaban por la mitad del carrizal de Obella, que ocupa todo el recodo del Paraguay entre Humaitá y Tayí. López había hecho cortar la carretera con una fuerte trinchera. El general Joao Manuel Mena Barreto, que mandaba la vanguardia brasileña logró conquistarla y siguió adelante; el 31 de octubre estaba a menos de dos kilómetros de Tayi. Si lo hubiese ocupado, el cerco alrededor de López se habría cerrado.
López hizo un esfuerzo para mantener aquella zona. Como en Humaitá y Curupayty, había una faja de tierra elevada que dominaba el río y el inmediato carrizal, por cerca de quinientos metros, fácil de defender si era debidamente fortificada y guarnecida. López mandó al coronel Thompson para hacer una trinchera, y el mismo día se incorporó a él, con un v***r, un batallón de infantería, cuatrocientos hombres con tres cañones, bajo el mando del comandante José Luis Villamayor. Entre Villamayor y Thompson se produjo una discusión. El primero exigía que fueran cumplidas al pie de la letra las órdenes de López, es decir, excavar la trinchera; el segundo prefería no perder tiempo y coordinar a la defensa una estacada ya existente, que cerraba el acceso por la parte de tierra. López dio la razón por telégrafo a Villamayor. Los paraguayos se pusieron a excavar. Apenas habían comenzado cuando Barreto, sin darles tiempo, al amanecer del 2 de noviembre, los atacó a la bayoneta. La defensa fue breve. Mataron a todos los paraguayos, comprendido su jefe. De los tres v***res, el Olimpo, el 25 de Mayo y el Ygurey, que habían intentado apoyar a la infantería con sus cañones, sólo el tercero logró huir, volviendo a Humaitá con Thompson, que se había embarcado poco antes de la batalla. Los otros dos fueron hundidos. Los brasileños ocuparon Tayí con seis mil hombres, emplazaron catorce cañones, y extendieron cadenas a través del río para cerrarlo a los buques de López que hacían la carrera entre Asunción y Humaitá.
Caído Tayí, a López ya no le quedaba para aprovisionarse más que la carretera del Chaco. Antes, y mientras los aliados avanzaban, había hecho evacuar todo el territorio en torno a Humaitá, obligando a sus pocos habitantes a establecerse más al Norte con sus bienes y sus ganados, después de haber destruido todo lo que dejaban. Ahora, la región donde aún quedaban sus líneas fortificadas, Curupayty, Potrero Sauce, Humaitá y Laureles, era una tierra quemada, carente de recursos. Los víveres le llegaban de lejos, de la zona del Tebicuary, al norte de la cual había sido trasladada la población, y donde él pensaba organizar una nueva línea de resistencia cuando fuera obligado a evacuar Humaitá. Era un viaje largo y complicado. De la desembocadura del Tebicuary, los rebaños, las armas y las municiones atravesaban el río hasta Puerto Lindo. Luego recorrían la pista del Chaco, salvando los numerosos cursos de agua, el río Bermejo, los pantanos y las asechanzas de los indios; en Timbó atravesaban de nuevo el río y desembarcaban en Humaitá. El trayecto más difícil del viaje era la travesía del Paraguay en canoa. López había escogido dos puntos, donde el río era más estrecho; las cabezas de ganado entraban en el agua, atadas por los cuernos, ocho por canoa, cuatro a babor y cuatro a estribor, y así bajaban por la corriente en diagonal, hasta tocar la orilla opuesta. A menudo el ímpetu de la corriente las volcaba; entonces, girando sobre sí mismas y mugiendo se alejaban río abajo, hasta que, impedidas por las ligaduras que habrían debido sostenerlas, se ahogaban. Hinchadas por el agua sus carroñas pasaban ante Humaitá, y más adelante, entre los buques brasileños anclados en Puerto Elizario.
Una situación tan precaria exigía un desenlace: López creyó encontrarlo atacando al enemigo en su retaguardia, en la propia base de sus operaciones, en Tuyuti. La caída de Tayí le hizo acelerar la ejecución del plan. El 3 de noviembre decidió atacar.
El mando del cuerpo expedicionario, ocho mil hombres, divididos en diecisiete batallones y dos brigadas de caballería, fue dado a Barrios. González mandaba la infantería, Caballero la caballería, Manuel Giménez la vanguardia. López dio personalmente órdenes a sus comandantes sobre el mapa que Thompson había preparado basándose en las informaciones recogidas por las patrullas y las torres de vigía. El éxito, como siempre, se confiaba a la sorpresa; los paraguayos debían aproximarse de noche a las líneas enemigas y atacarlas con las primeras luces del día. El fin no era la ocupación del campamento, sino su destrucción. Sobre esto López fue perentorio: matar, destruir, robar, quemar todo lo que no pudieran llevarse.
Los aliados tenían en Tuyutí cerca de diez mil hombres, además de la legión paraguaya, y doce cañones, entre ellos un Winthworth de treinta y dos pulgadas. Estaban tranquilos, ahora que el teatro de operaciones se había trasladado mucho más al Norte, no hacían patrullas y sus centinelas estaban cerca. Cuando Barrios atacó al amanecer del 3, el campamento dormía.
Los paraguayos de Giménez cayeron sobre la primera línea de trincheras, la atropellaron, y atacaron la segunda mientras los brasileños se daban a la fuga, tal como estaban, muchos ni siquiera vestidos, sembrando el pánico entre los civiles dedicados al tráfico que se habían instalado en sus proximidades. Abandonando sus bienes, todos huían hacia Itapirú; muchos llegaron hasta el río, y una vez allá pagaban cualquier suma a los barqueros dispuestos a llevarles a la otra parte, a territorio argentino.
Caballero, para que la sorpresa fuera más completa, había ordenado a cada jinete que llevara a la grupa un soldado de infantería, armado ligeramente de espada y puñal. Cuando los escuadrones estuvieron en las líneas brasileñas, los infantes se apearon de las sillas cayendo sobre los defensores. Caballero intimó a los brasileños a rendir las armas: hubo un momento de excitación y luego empezó la matanza. En vano los brasileños arrojaban los fusiles, alzaban los brazos; los paraguayos los ensartaban con las lanzas, los degollaban con los puñales; los que no tenían tiempo de huir, caían de rodillas cubriéndose el rostro.
Siguió el saqueo. Los paraguayos se arrojaban sobre los barracones, echaban abajo las puertas y las paredes, rompían las cajas. Golosos del azúcar, se lo comían a puñados; merodeaban por el campamento bebiéndose a tragos botellas de aguardiente y de ron, caían borrachos entre los cuerpos de los mu***os. Los que habían mantenido la disciplina se dedicaban a incendiar los almacenes, cargaban los caballos con sacos y los ponían en camino, ataban los cañones para llevárselos. Los oficiales habían perdido el control; también éstos, excepto algunos, se abandonaron al frenesí, daban sablazos a los heridos, reventaban los sacos con las espadas, comían, bebían y caían al suelo. Aquí cantaba uno, allá otro daba órdenes al vacío, todos gritaban y reían como dementes.
Pôrto Alegre, el comandante del campamento, aquella mañana, contrariamente a lo acostumbrado, ya estaba levantado. Enterado de lo que sucedía, reunió a todos los hombres que encontró alrededor del reducto central del campamento; luego, viendo que el enemigo se había desbandado y entregado al saqueo, pasó al contraataque. Sus secciones, aunque reducidas, eran compactas y estaban ordenadas; los paraguayos se habían dispersado aquí y allá, en grupos o solos. Al ser atacados se defendían, huían o caían mu***os. Ahora había muchos dedicados al saqueo entre las llamas y el humo de los incendios. Los brasileñas los sorprendían con el rostro dentro de los sacos, como animales, y los mataban mientras estaban tragando.
Llegaron los refuerzos de los aliados, la caballería correntina, dos regimientos argentinos, dos divisiones brasileñas. Caballero trató de detenerlos, mientras los otros se retiraban llevándose los cañones y el botín. Se combatió al arma blanca entre las ruinas del campamento y las explosiones de los depósitos de pólvora que saltaban. Luego Caballero dio la orden de retirarse. Eran las nueve de la mañana. De un extremo a otro, Tuyutí era un mar de llamas.
Los paraguayos regresaron a sus bases con un botín inmenso: tres banderas, doce cañones, fusiles, palas, pólvora, víveres, tejidos, camisas, relojes de oro, dólares y una cantidad de objetos superfluos, como sombrillas, despertadores, peines y quinqués de petróleo. Entre los víveres había algunas cestas de alcachofas que dejaron a la gente admirada, pues el Paraguay no era tierra apta para producirlas. También se capturó una saca de correo apenas llegado de Buenos Aires, que le llevaron a López, el cual halló una carta de la esposa de Mitre a su marido, y un paquete destinado al hermano del presidente, Emilio. El paquete contenía queso, té, café y un par de botas. López dio los víveres al cocinero y se divirtió muchísimo leyendo a madame Lynch la carta de la señora Mitre.
Fuente El Napoleón del Plata de Manlio Cancogni e Iván Boris