21/10/2024
Érase una vez un joven de altos ideales patrióticos. Su deseo de amor a la Patria era sincero y estaba íntimamente ligado a su fe. Así como debía amar a Dios, –se decía– así debía amar a su prójimo reflejado en el amor a su Patria. Viendo que su Patria se encontraba postrada frente a sus enemigos internos y externos, comenzó a buscar la manera de cómo restaurar aquello que su amada tierra había perdido.
Comenzó buscando el juntarse con aquellos otros jóvenes que tuvieran los mismos ideales. Y así lo hizo. Pero con el tiempo, vio que, si seguía con los grupos sin una acción concreta (y no tan a largo plazo), buscó entrar en grupos políticos ya inmersos en aquel mundillo de los partidos políticos ya establecidos. Comenzó buscando gente que tuviera sus mismos ideales en el partido más grande de su país. Los encontró, ya que había un extenso abanico de personas con variadísimas –inclusive contradictorias– posturas dentro de ese partido. Pudo nadar un tiempo por las aguas de ese partido hablando expresamente de lo que él amaba y de cómo debía ser restaurada su Patria. Pero vio que así no llegaría a buen puerto, no sería capaz de conquistar a los corazones de las mayorías que habitaba en el partido. Si él quería una acción concreta, debía ser “estratégico” y callar algunas verdades incómodas a los oídos de, al menos, una buena porción de sus compañeros de partido. Debía convencerlos con astucia. “Luego, cuando tenga más presencia, más influencia, diré las cosas como son, sin las concesiones que hoy tengo que hacer”, se decía.
Con el tiempo, nuestro amigo, fue dejando casi imperceptiblemente su vida de fe debido al cúmulo de obligaciones que el partido le exigía. Ya ni se acordaba de hacer una oración en el día, de siquiera pensar en Aquél que le había encendido el amor a la Patria. Si él quería llegar “a algo”, debía abocarse de lleno a la conquista de los que ahora eran sus “compatriotas”. Si bien nuestro amigo sabía que en algún momento debía retornar a su fe en la práctica, exteriormente la seguía defendiendo para los suyos, ya que tenía cierto “prestigio político” el defenderla en su país, además de que la mayoría de la población aún se decía católica.
Nuestro compatriota, comenzó a sentirse interesado cada vez más por la aprobación de la mayoría, de las mayorías. Si quería influenciar a muchos, primero debía agradarles. Veía que dentro de su partido no eran muchos los que tenían su formación, y eso le hacía pensar, que con ella, podría ir conquistando a los demás, a aquellos que no se encontraban dentro del partido, y que en un futuro, serían aquellos votos que le dieran el acceso al poder y al reconocimiento popular. El mundo había perdido el sentido común, él lo conservaba intacto y, aunque no expresaba todo lo que quería para su país, lo llevaría a cabo si intentaba aquella conquista final: el de las grandes mayorías. Tal es así, que comenzó a elaborar acciones mucho más agradables a las mayorías. Eran cuestiones sociales, las mismas que hacían los políticos para ganarse el corazón de los votantes. Comenzó a elaborar discursos que no chocaran con las posturas antagónicas que se iban a encontrar frente a él. “Hay que ser estratégico”,, se repetía a sí mismo. Es más, si podía agradar a los opuestos con un discurso diseñado mediante el ingenio y la astucia de un buen escritor, sin faltar en lo posible a la verdad, y sin traicionar explícitamente –al menos– las acciones que llevaría a cabo ni bien llegara al poder, se decía, lo haría. Y así comenzó su “carrera política”. El discurso comenzó a interesarle a una considerable cantidad de personas de muchas condiciones sociales. Tal es así, que unos hombres con mucho dinero, le ofrecieron un buen capital para financiar su campaña política. Nuestro amigo lo pensó seriamente, y luego de un tiempo de meditarlo, se dijo “esta es mi oportunidad de llegar. El ofrecimiento es bueno y estos hombres, más allá de sus intenciones, van a darme el acceso al poder, ¿quién puede costearse una campaña con las solas fuerzas de los afiliados al partido?”. Así que llegó a un arreglo con estos señores. Eran banqueros, algunos de ellos. Pero antes de que nuestro candidato obtuviera la importante suma para financiar aquella campaña política a nivel Nacional, tuvo que firmar los acuerdos y prometer la redacción de algunas leyes que estos señores venían necesitando. Y así fue, como nuestro compatriota, obtuvo una cuantiosa propaganda política, mediante el acceso a los medios de comunicación, a la relación con otros hombres de finanzas para seguir consiguiendo el financiamiento de su candidatura y ser el candidato más visto y oído del país. Todo esto le dio el acceso a las diferentes organizaciones que se encargaban de los diferentes lobbys. Nuestro voluntarioso héroe, que luego de interminables reuniones, llegó a la conclusión de que si quería continuar con su carrera (ahora le llamaba así: “su carrera política”) tenía que prescindir de las acciones pensadas desde su juventud, y si podía borrar algunas afirmaciones que el ímpetu juvenil le habían inspirado en esa época de nuevo integrante del partido, las borraría. Habían quedado guardadas en el baúl de los recuerdos en el ático, allá en el olvidado rincón. Aquellos ideales que lo habían iniciado en su preocupación por la Patria no iban con lo que las mayorías le expresaban era el “deseo del pueblo”, y sobre todo, con la mayoría de sus amigos financistas de campaña. A ellos no los podía traicionar porque estos no se andaban con vueltas y tenían forma de hacerlo caer rápidamente. Ya había entrado en una carrera difícil de detener. Los compromisos estaban tomados. Y así fue, como nuestro amigo patriota, se terminó convirtiendo en un político más del montón.