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/ › 𝙄𝙣𝙩𝙚𝙧𝙥𝙧𝙚𝙩𝙖𝙩𝙞𝙤𝙣 as: Jack Dawson
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╰─━ ﹙ Titanic ﹚
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ᴄʀ: ʜᴏʟʟʏꜱ.ᴛxᴛ
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La viuda de Chippewa Falls
Regresa al día siguiente.
Nuevamente la ve a ella en la orilla del lago y la escucha gritar críticas a los niños; gritos muy acentuados con lo que él confirma una vez más que son maldiciones en francés mientras amamanta a un bebé.
"¿Era casada?, ¿por qué estaba en un lugar como ese sola?, ¿donde habia estado el bebéla vez anterior" eran muchas cosas las que imaginaba. Muchas historias posibles.
Él sonríe mientras escucha las conversaciones lejanas y está vez acomoda su cuaderno sobre las rodillas, tomando el valor de esta vez dibujar algo. Las caras bonitas para él solían ser dibujos aburridos, pero las personas interesantes hacian de los dibujos mas interesantes. La historia, el transfondo de la imagen misma era el real valor y tratar de plasmarlo en con su lápiz era un trabajo laborioso.
Inhala un poco hasta que el aire llene sus pulmones, suspira y se centra en ella, una vez que la ve un poco mas serena. Intenta esbozar el aspecto de la mujer con las manos en las caderas en el lago, pero al parecer está demasiado lejos para distinguir sus rasgos y eso le impide poder continuar.
"¿Cómo le preguntas a alguien si quiere que le dibujen un retrato? "
Nunca ha tenido a nadie sentado o sentada para que él los dibuje antes, ni siquiera sabe por dónde empezar. Está seguro de que le gusta dibujar, sin embargo, le gusta como le gusta la pesca y las cartas.
Pero, ¿retratos? Eso era algo que poca gente lo hacia, requería de tiempo y muchos vivían tan de prisa como para dedicarle tiempo a algo tan banal como eso, o así decía su madre cuando comenzaba a adentrarse en ese mundo.
¿En realidad podría simplemente preguntar?Piensa nuevamente, decidido a obtener una respuesta mientras se muerde el labio inferior y acomoda su cabello
೫.
/ › 𝙄𝙣𝙩𝙚𝙧𝙥𝙧𝙚𝙩𝙖𝙩𝙞𝙤𝙣 as: Jack Dawson
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╰─━ ﹙ Titanic ﹚
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ᴄʀ: ʜᴏʟʟʏꜱ.ᴛxᴛ
El verano se había apoderado de todos como un sueño letárgico. El lago, el lugar más pacífico que acostumbraba visitar, poco a poco habia comenzado a ocuparse de gente. Niños edificando castillos de arena, familias, grupos de amigos, enamorados, mujeres disfrutando y asi, un sin fin de escenas se iban recreando en un mismo escenario, en un mismo instante. Todo ocurría frente a sus ojos, inclusive las más espontaneas reacciones, aunque quizá muy pocas sabian apreciar lo efimero que era un instante.
El carbón apenas había comenzado a manchar las yemas de sus dedos y la parte inferior de su abrigo. Nada malo, nada dramático, nada siquiera un poco interesante le había sucedido hasta ahora. Nada fuera de lo normal hasta que aparece una hermosa joven, de la cual alcanza a percibir su acento francés.
Era increíblemente alta y la ve pasar los dedos por su cabello corto más de lo estrictamente necesario. Con interés la sigue con la mirada hacia donde la orilla del lago en el que aparentemente todos nadan, pero que para él en ese momento dejan de tener sentido al verla disfrutar revoltosamente del agua como una pequeña.
Sonríe para si mismo y piensa en cómo le gustaría dibujarla, pero al mismo tiempo se sorprende de lo mucho que realmente quiere hacerlo. Pero esta vez decide no hacerlo y solo limitarse a observar por un buen rato, hasta que ese ángel se aleje y memorice en su memoria sus gestos y sus curvas.
No era como si creyera en cuentos de hadas, en las historias de amor de los libros o en esas viejas películas que había visto. Lo que estaba viviendo en carne propia era mil veces aún mas terrible que cualquiera de lo ya mencionado. Tener que renunciar a la persona que realmente amaba por otra, era de las decisiones más detestables que había tenido que enfrentar. En ese momento odiaba ser él, odiaba tener que herirlo de esa manera sin ninguna oportunidad para ambos.
—¿Hablas en serio?— La voz de ella se quebró. Desearía que su voz no lo hubiese hecho pero así lo fue. —¿Vas a terminar con esto? — preguntó ella.
Carlos de pie frente a ella con las manos entrelazadas firmemente detrás de la espalda, trató de alcanzarla y tranquilizarla, pero ella lo rechazaba. Y con justa razón —Camilla… lo siento mucho, pero no tengo otra opción. Yo... pensé que entendías por qué tenía que casarme con ella.
—Lo hice, pero no me di cuenta de que ella cambiaría lo que sientes por mí—Camilla no puede evitar la amargura de su voz y comienza a llorar.
—¡No! — exclamó desesperado — Lo que siento por ti no ha cambiado, pero pensé mucho mientras estaba de gira y… y creo que esto es lo mejor. ¿Qué tipo de persona sería si engañara a Diana para que se casara? ¿Qué clase de persona sería si comenzara mi matrimonio como... como un...?
Ella termina su oración por él, escupiendo la palabra que él está tratando de evitar desesperadamente. —¿Un adúltero?
—Gladys, por favor.
—Así que está bien para mí vivir en pecado, pero ¿eres demasiado bueno para eso?—Camilla registra vagamente el hecho de que está gritando.
La compostura estoica de Carlos se desvanece; su voz es quejumbrosa ahora, desesperada —Por favor créeme, no estoy tratando de lastimarte. Estoy tratando de salvarte de un futuro miserable. Ser mi… aman...— y ahí está, otra de esas palabras desagradables que habían logrado evitar hasta ahora, —no hay
Verano de 1984
—¿Quieres escuchar algo gracioso?
—Por supuesto—responde Camilla, pero un momento después se distrae con la llegada de Andrew, irrumpiendo en la cocina con una bolsa de comestibles, dejando la bolsa en un mostrador.
—¿Es ese nuestro futuro gobernante divino en el teléfono? —preguntó Andrew en voz alta.
—Andrew—sisea ella, cubriendo el auricular con la mano, lo que solo lo hace reír.
—Cristo, eres sensible. —exclamó ella sin poder parar de reír. ¿Era acaso su ego realmente tan frágil? Andrew había comenzado a desempacar las compras y detrás del teléfono Carlos no podía dar crédito a lo que oía.
—Dile que lo saludo—agrega, con una voz que no es alentadora ni desalentadora.
Cuando se vuelve a poner el teléfono en la oreja, Carlos estaba llamándola insistentemente —¿Hola? Camilla, creo que la conexión no es buena.
—Lo siento, estoy aquí. Ese era Andréw. Él te dice hola.
El príncipe hizo pausa bochornado —¿Le importa?—
—No me parece. Sabe que solo somos amigos. —dijo ella con ese tono tan particular suyo, inquebrantable e irónico, que siempre que lo manejaba tan bien, pero lograba su cometido.
—Bien, bien.— contestó — Bueno, como estaba diciendo, me estaba preparando para dar un discurso frente a un salón de banquetes lleno de veteranos, y luego, como un idiota, dejé caer todas mis notas al suelo. —Pero se detuvo, no sabía como continuar ahora que la sonrisa se le había ido del rostro después de oír tan lapidariamente "amigos".
Por otro lado, la próxima vez que Camilla levanta la vista y ve a Andrew ingresando en calzoncillos de la manera mas grotesca. Su cabello lucia descuidado, y en una mano movía una lata de cerveza, la bebía y se acercaba por detrás a su mujer moviendo ligeramente las caderas hasta aproximarse finalmente a ella por detrás y le da una fuerte palmada.
—Grrr —gruñó con aliento a alcohol y recostó su cabeza en su hombro, besándola pos
—Hola —Saludó tras el teléfono sin poder ocultar el entusiasmo.
Ya se le había hecho costumbre tener que esperar estrictamente los fines de semana para poder buscar unos minutos de tranquilidad, y hacerse el espacio de conversar con ella. Las últimas semanas habían estado bastante agitadas, de no ser porque en el último viaje la lluvia le canceló por unos días la rutina y no regresarían hasta después de ir a Badminton Horse Trials.
Solo en esos momentos en que hablaba con ella se lograba sentir nuevamente él mismo. Es por eso que cuando apenas ella contestó, el príncipe se mantuvo atento. Solo esperaba que no le aburrirse su insistencia.
—Solo llamo para ver si vienes a Badminton Horse Trials la próxima semana. —preguntó Carlos. Quería corroborar si ella asistiría al evento al cual muchos habían sido invitados, o solo se daría la lástima de ir y no poder verla.
—No —contestó la mujer lamentadose—. Laura se rompió el tobillo montando, así que me quedaré en casa con ella. Sin embargo, Andrew estará allí. —agregó secamente.
—¿Ella esta bien? —preguntó de inmediato.
—Bien, pero las muletas son difíciles. Cojea por la casa todo el día como Tiny Tim, es patético. En verdad me siento terrible.
Carlos sonrió ante la referencia a Dickens e intentó consolarla.
—Bueno, no es tu culpa.
—Lo sé, pero como padre sientes el dolor de tu hijo de forma tan aguda. —dijo ella— Es peor que tener dolor tú mismo. Lo sabrás una vez que William y este nuevo hijo tuyo tengan la edad suficiente para meterse en problemas. —dijo ella. Algo que le hizo sorpresivo y le hizo revolver el estomago.
—Hablando de eso, ¿has pensado en cómo llamarás al bebé?
—Tenemos, en realidad. —contesto Carlos dubitativo —Sorprendentemente, ni siquiera involucró mucha pelea decidirlo. Será Alexandra si es una niña, uno de los segundos nombres de mi madre, ya sabes, y Henry si es un niño.
—El príncipe Enrique o la
—. Antes de irnos por caminos separados durante la semana, tengo algunas noticias—su tono de voz en esta ocasión era serio, y la había llamado precisamente para darle la noticia sin saber cual sería su reacción.—Quería que lo escucharas de mí antes de que lo vieras en el periódico.
—Eso suena siniestro. —inquirió ella.
—No, es algo bueno. —contestó Carlos— Bueno, espero que pienses eso, de todos modos.
Camilla tiene la sensación de que sabe adónde va el asunto. —Anda, ya dilo.
—Diana está embarazada de nuevo. Es decir, estamos esperando otro bebé. En el otoño. Septiembre, dicen.
Camilla tarda un poco, pero pronto responde, mientras va sintiendo como su piel se enfría —¡Eso es fantástico! —exclamó ella.
—¿Estás feliz por nosotros?—pregunta Charles, como si ella alguna vez admitiría lo contrario.
—¡Por supuesto! —asintió rápidamente —. Felicidades a los dos, en verdad...—Carlos no supo qué responder. Esperaba tal vez algo de celos de su parte, una muestra de enojo, pero jamás una respuesta como esa. ¿Estaria dolida? Porque definitivamente fingia muy bien o quizá de verdad estaba feliz.
—Escucha, puedo oír a Laura llamándome en la otra habitación, así que tengo que irme. Hablaré contigo el próximo domingo, ¿de acuerdo? —agregó ella, dejándolo aún más confundido y sin saber qué pensar. La noticia para él no era verdaderamente tan gratificante como debía serlo o ella creía.
—¿Camila? —preguntó con nerviosismo — Escucha, en verdad tienes que oir esto. ¿Recuerdas a Mark Bollinger, que solía pasar el rato con nosotros en Annabel's en el pasado?
Ella respondió aturdida, pero un poco divertida —Sí, creo que lo recuerdo.
—Ok—contestó Carlos—Fue arrestado en las Bahamas anoche por robar un caballo y montarlo en la playa. Pero eso ni siquiera es la mejor parte: el caballo pertenecía a la policía montada de las Bahamas.
—¿Estás bromeando?
—Hablo en serio, mira en el periódico. —ella aproximó el ejemplar de la mañana y pudo corroborar la noticia en primera plana. Ambos rieron ante la sonrisa del otro.
A mitad de la noche, Dumbledore se sumergió entre los grandes árboles través del bosque a mitad de la noche llevandoa cuestas la varita con una pequeña luz que le permitía divisar el camino. Sabía mejor que nadie que el Bosque Prohibido no estaba prohibido sin una justa razón, y aunque los últimos días las noticias no apuntaban a favor de deambular tan tarde, el anciano director iba con suma tranquilidad y seguridad a pesar de saber que podía estar corriendo un gran riesgo al llegar tan lejos, solo, al territorio de los Centauros. Sin embargo, tenía fuertes razones para hacerlo, debido a las recientes hostilidades entre la manada y el Ministerio.
No podía quedarse de brazos cruzados y dejar a Dolores Umbridge a su suerte. No se sabía lo que los centauros podrían hacerle por sus palabras burlonas hacia ellos, aunque seguramente alguna buena lección le habían dejado.
Dumbledore lamentaba un poco el atraso, pero la pelea reciente con Voldermort en el Ministerio, había ocupado la mayor parte de su tiempo y ese día era la primera oportunidad que tenía de ir a buscarla; suponiendo que todavía estaba viva.
El mago consideraba a los centauros una raza honorable, pero también bien sabia que eran notoriamente feroces, especialmente cuando alguien los insultaba o menospreciaba. Y por lo que Harry le había contado sobre la forma en que Umbridge les había hablado ( sin mencionar lo que le había hecho a su líder Magorian), encontrarla con vida podría ser demasiado para desear.
«A veces, tener conciencia puede ser una verdadera carga» se dijo, pensando en las circunstancias nada agradables que la encontraría.
Después de adentrarse un poco más en el bosque, el sonido de las voces enojadas de los centauros, gritando en el aire, llegó a sus oídos. Ya estaba cerca.
Albus Dumbledore caminó una corta distancia más, y pronto aparecieron a la vista las brillantes luces del fuego de la zona de pastoreo. A juzgar por el ambiente, Dumbledore sabía
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/ › 𝙄𝙣𝙩𝙚𝙧𝙥𝙧𝙚𝙩𝙖𝙩𝙞𝙤𝙣 as: Horace Slughorn
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╰─━ ﹙ 𝐇𝐀𝐑𝐑𝐘 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑﹚
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ᴄʀ: ʜᴏʟʟʏꜱ.ᴛxᴛ
𝐑𝐨𝐥 𝐚𝐛𝐢𝐞𝐫𝐭𝐨 𝐬𝐨𝐥𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐥𝐚 𝟏𝐆.
Desde muy temprano, los pasillos del castillo eran un verdadero enjambre de estudiantes que no hacían otra cosas más que moverse indistintamente de un lado a otro. Algo complicado para alguien de estatura promedio, barriga abultada y piernas cortas, cargando unos cuantos libros bajo el brazo, saludando al paso a uno que otro alegre estudiante.
Para cuando Horace ingresó al salón, ya habían unos cuantos asientos ocupados; como siempre sus más talentosos en la clase. Una vez se llenara el salón, cerraría las puertas con un hechizo de esa manera los que llegaban tarde no entrarían por ninguna clase de medio posible.
—¡Buenos días a todos!—comenzó saludando a los primeros estudiantes ya sentados, con una jovial sonrisa, meneando sus bigotes de morza, para luego comenzar a escribir algo sobre la pizarra con un movimiento de varita.—¿Cómo les va hoy? Hoy vamos a comenzar con una clase práctica y necesito la mayor atención durante la elaboración de la poción, ya que serán ustedes mismos quienes la prueben —soltó una risita y volteó nuevamente al alumnado. En la inscripción del tema, se leía "Poción envejecedora".
—¡Preparen sus calderos y seguir las instrucciones!
𝐀𝐂𝐋𝐀𝐑𝐀𝐂𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒:
▪︎𝐌𝐞𝐭𝐚𝐫𝐨𝐥: 𝐄𝐯𝐢𝐭𝐚𝐫 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐫 𝐮𝐬𝐨 𝐝𝐞 𝐢𝐧𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐟𝐮𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐫𝐨𝐥 𝐨 𝐧𝐚𝐫𝐫𝐚𝐫 𝐥𝐚𝐬 𝐚𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐨𝐭𝐫𝐨 𝐞𝐧 𝐮𝐧 𝐫𝐨𝐥. 𝐀𝐬𝐢 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐬𝐞𝐫 𝐞𝐥 𝐪𝐮𝐞 𝐭𝐨
Infidelidad.
El teléfono suena en Bolehyde Manor unas siete veces antes de ser contestado:
—¿Camilla?— preguntó al fin tras sus insistencias. Había más que una pizca de alivio en su voz.
—Hola —saludó ella con inquietud.
—¿Cómo estás? —Preguntó como si fueran viejos amigos que se ponen al día.
—Estoy bien. ¿Y tú?
—Bien, bien— respondió con entusiasmo. —Acabo de regresar de un viaje a Canadá, así que un poco cansado, ya sabes, pero por lo demás... bien.
—Carlos, ¿por qué llamas? —preguntó ella— Habíamos quedado en hablar, lo sé, pero no es necesario hacerlo todos los días...como antes...
—Bueno, quería preguntar por Tom. —respondió, ocultando las enormes ganas que tenía de verla, escucharla. No podía decirlo y que sus llamadas fueran intersectadas. — Siento que he sido negligente en mis deberes como padrino.
—Difícilmente. —dijo agobiada—¿Qué pasa con todos los regalos? Llegan inmaculadamente envueltos, con una puntualidad casi desconcertante, tres días antes de cada Navidad y cumpleaños.— Camilla casi había tirado los últimos paquetes, pero no se atrevía a decepcionar a Tom, por supuesto.
—Sí, pero realmente no sé mucho sobre él. —dijo Carlos—Por ejemplo, no tengo ni idea de si le gustaría el modelo de avión de combate que le compré la Navidad pasada.
Hubo silencio.
—No tienes que preocuparte por eso, es uno de sus favoritos— Su esposo Andrew, cada vez molesto, escondía constantemente el pequeño modelo de avión debajo de los otros juguetes de Tom, para que no fuera fácil que lo encontrara. Pero no tardaba en aparecer de nuevo.
—¿Y cómo está Laura? —preguntó sin querer terminar la llamada— Ahora tiene casi seis años, ¿no?
—Laura no es tu ahijada— respondió ella. Parecía que en ese momento, él justificaba cada palabra que le decía.
—Sería de mala educación preguntar por uno de tus hijos y no por el otro —respondió rápidamente. Era d
No hay nadie más a quien quisiera a mi lado mientras viajo de esta vida a la siguiente. Como dijo otro príncipe una vez, ya que ha sido mi buena fortuna conocerte. No solo ha sido mi buena fortuna, sino la mayor bendición de mi vida, cariño, conocerte y amarte como lo he hecho. Espero haberlo hecho bien.
Moriré con el deseo, el sueño, de volver a verte en la otra vida.
Firma, Carlos.
Deslizar los dedos sobre la superficie de tu vientre era un acto de embriaguez, un mecanismo accionado por un magnetismo de orden superior.
A ella...
En el invierno viajaremos en un vagón de tren
con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos
en las últimas sombras, esos monstruos huidizos, multitudes oscuras de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello...
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara
y tardaremos mucho en hallar esa araña, por demás indiscreta.
Arthur Rimbaud
𝐑𝐞𝐥𝐚𝐭𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐞𝐧𝐠𝐮𝐚𝐣𝐞 𝐲 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐞𝐧𝐢𝐝𝐨 𝐬𝐞𝐱𝐮𝐚𝐥. 𝐋𝐞𝐞𝐫 𝐛𝐚𝐣𝐨 𝐬𝐮 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐞𝐧𝐭𝐢𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨. 𝐓𝐨𝐝𝐨 𝐥𝐨 𝐫𝐞𝐥𝐚𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐚𝐪𝐮𝐢́ 𝐞𝐬 𝐟𝐢𝐜𝐜𝐢𝐨́𝐧, 𝐢𝐧𝐬𝐩𝐢𝐫𝐚𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐚𝐥𝐠𝐮𝐢𝐞𝐧 𝐫𝐞𝐚𝐥 𝐝𝐞𝐬𝐝𝐞 𝐮𝐧 𝐩𝐮𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝐯𝐢𝐬𝐭𝐚 𝐩𝐬𝐢𝐜𝐨𝐥𝐨́𝐠𝐢𝐜𝐨, 𝐧𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐥 𝐟𝐢𝐧 𝐝𝐞 𝐫𝐨𝐦𝐚𝐧𝐭𝐢𝐳𝐚𝐫 𝐨 𝐚𝐩𝐨𝐲𝐚𝐫.
Esperar que el amor llegara a su vida sonaba como un fantasma y, en la mayor parte de la vida de Jeffrey Dahmer, estaba seguro que se mantendría hasta su muerte. No sólo son el hecho que era homosexual en una sociedad que negaba eso en todo momento, sino que había algo más que lo impedía pensar en el amor como una posibilidad, un impulso que ni siquiera el logró controlar del todo. Estaba tan solo que lo único que deseaba era a un hombre a su lado, que lo amaría, lo repararía y, sobre todo, que no lo dejaría.
Pero era claro que nadie se quedara. Una parte de él no los culpaba; él era extraño, le resultaba difícil tener una conversación fluida sin que los nervios le terminaran traicionando, sin que quisiera tener sexo de inmediato evitandose todo el rollo de una conquista.
Vivía en un departamento de mierda que olía asqueroso lo que lo convertía en una pésima compañía. Todos querían irse y entonces él tuvo que hacer algo para que se quedaran a su lado para siempre y, aunque la muerte era algo que no le gustaba demasiado hacer, al menos su carne, al consumirla sentía que ellos se quedarían con él , de alguna manera él se sentía dueño del otro y les evitaría la fatiga de vivir en esa maldita sociedad.
Septiembre, Wisconsin
Cuando conoció a Lo
El problema era que, después de todo, no había muerto. Se despertó en el hospital al día siguiente con vendajes en los brazos y su vida destrozada.
Los médicos le dijeron que tuvo suerte. Los vecinos del hostentoso lugar donde pasaba la noche habían escuchado el sonido de la ventana romperse y de inmediato al ver su silueta en el suelo llamaron a la policía de inmediato. Lo encontraron acurrucado a la boca de una botella de ron, con algunos rasguños y quizá una que otra fractura en las costillas.
Del lugar donde había saltado no tenía mucha altura.
Lo habían rescatado justo a tiempo.
—¡Déjenme en paz, malditos abusadores! —exclamó al reconocer en su embriaguez e inconsciencia a sus vecinos; gente que aprovechaba cada momento para dar testimonios a los reporteros sin su permiso, y a ellos, que llegaban como cerdos hambrientos a recoger todo chisme que les sirviera, como este. Seguramente causaría gran escándalo que tuviese otro fallido intento de suicidio. Pero a nadie que estaba allí le importaba su bienestar, solo estaban ahí por el dinero. La Señora del arriendo que no perdía un solo día en cobrarle era la más preocupada por saber que estaba bien
—¡Ya cállate, vieja zorra! —fue lo último que gritó, mientras sentía que lo tomaban entre todos y el dolor le hizo desmayarse.
Más tarde despertó en su cama alrededor de doctores, hablando entre ellos. Estaba cubierto de vendas en el torso.
—Le sugiero descansar, Monseñor. —dijo un soberano médico. — Deberá aguardar unos tres meses como mínimo en cama.
—¿Tres meses sin ningún poder tocar mi violín en un concierto? Preferiría estar muerto — hizo un movimiento y el dolor le clavó en el pecho, y el hombre jadeo de dolor.
—Lo van a venir a cuidar, señor. No todo será malo. — agregó uno de sus colaboradores. — Unas jovencitas y muy complacientes —rió y se pasó la lengua de forma grotesca. —Al menos su pelvis sigue intacta señor, al igual que su...
C: En todo caso tú sabes cómo es la vida. Hay cosas que solamente deben dejarse llevar.
C: Mmmm... No hablemos de eso. Pensemos más bien que hay cosas que tú sabes llevar muy bíen.
C: Ya me estás dando malos pensamientos... Me gustaría sentirte toda. Estar encima de ti. Adentro y afuera, adentro y afuera.
C: ¡Oh! Te quiero tener ya mismo... desesperadamente.
C: ¿De verdad?
C: Eso es exactamente lo que necesito en este momento.
C: ¡Oh Dios!
C: Me reviviría. No tolero el domingo por que nunca estoy contigo. Me siento como del programa de television "Comienza la semana". Para mí no empieza hasta cuando estamos juntos .
C: Creo que necesitas que te llene el tanque.
C: ¡Ay sí. Hazlo por favor!
C: Con eso tendrás gasolina para el resto de la semana.
C: Con ese ofrecimiento quedo contenta.
C: Eso eres tú. El problema conmígo es que yo te necesito varias veces a la semana.
C: Yo también te necesito todos los días. Todo el tiempo.
C: ¡Oh Dios! Qué vamos a hacer... La única solución es que yo viva dentro de tus bragas. Sería todo tan facil así.
C: —Deja escapar una carcajada detrás del telefono— ¿En que te vas a convertir? ¿en un par de calzones? ¿Vas a reencarnar en un par de calzones?
C: —El Príncipe y ella rien al unísono —Buenas noches querida. Dios te bendiga.
C: ¡Cómo te quiero! Te quiero tanto y estoy tan orgullosa de ti.
C: ¡Oh! Yo estoy tan orgulloso de ti.
C: No seas tonto. Yo nunca he logrado nada.
C: Sí. Sí lo has hecho.
C: No, no lo he hecho.
C: Tu gran logro es amarme.
C: iOh, querido! Eso es más fácil que caerse de una silla.
C: Tú sufres todas esas calumnias y torturas.
C: ¡Oh, querido!, no seas tonto. Yo sufriría cualquier cosa por ti. Ese es el amor. Esa es la fuerza del amor. Buenas noches.
Diana: — Carlos, un gusto, su discurso estuvo muy bueno, yo estaría muerta de los nervios.
Carlos: Aunque estaba familiarizado con leer ante el publico, no dejaba de sentir una cuota de ansiedad al hacerlo. La opinión pública era importante para la realeza y mas para el futuro soberano.—¿De verdad te gustó? — preguntó ruborizado. — Cualquiera que estuviera de pie frente a cientos de personas podría estar muerto de nervios — sonrió amablemente.
Diana: — yo igual lo estaría…— Pensó con lentitud y recordando sus escenas donde era toda una actriz sin improvisar y solo hacía desastre sin pensar.— Si supongo …exacto algunas veces cuando hago obras….como un árbol, hada, reinas de Inglaterra pasadas y otros papeles, igual los bailes se me dan.—sonríe, sin embargo ya no le quedaba tanto tiempo y escucho el ruido de un auto que estaba atrás del auto del príncipe. — Bueno fue un gusto verle…aunque no me recuerde del todo.
Carlos: En su rostro se dibujó una sonrisa con amabilidad ante las cosas extrañas que ella le mencionaba, pero agradecía la candidez y el gesto de interés que había demostrado.
—Me imagino que debe ser similar — respondió con una mueca, aún algo aturdido por lo que acababa de mencionar. —¿Aunque no la recuerde? — repitió — ¿y es que ya antes tenia el honor de conocerla? —preguntó cordialmente con el fin de alardear un poco. ¿Que podria resultar mal con una jovencita bella y que mostraba un poco de admiracion hacia él en estos momentos?, penso. Pero debia pronto continuar el trayecto en auto. Aún tenia mucho por hacer. —¿Podría repetirme su nombre?
Diana: — Diana …Diana Spencer ¿se le hace conocido ? …la última vez que nos vimos fue cuando yo estuve vestida de árbol y usted visitaba a mi hermana. —Mencionó con ligereza a la pregunta de Carlos que interrumpió que ella diera un paso para retirarse para que esté continuará su trayecto en su auto. —Soy la Hermana menor de
OST https://youtu.be/V1JnHIS3Vpg
—¡Te niegas a venir a Highgrove, donde soy más feliz! — bramó totalmente molesto. No era la primera vez que discutían hasta los gritos, parecía que cada día ninguno del otro se soportaba. Por un momento lamentó haberlo hecho. Después de todo ella estaba a su lado.
—¡Sí, porque ella está allí!— respondió de la misma forma Diana. —Y no solo ella, sino también los jardines, el polo, las cacerías y también los viejos y aburridos padres sustitutos que me patrocinan y me ignoran, pero la aman, presumiblemente… Por eso los dos ustedes son perfectos el uno para el otro.
El Príncipe por primera vez observó a su esposa mientras se desahogaba entre llantos y gritos, sintiéndose el principal culpable de no hacer funcionar su matrimonio como ella se lo pedía.
—Dime, ¿dónde es que encajo yo? —inquirió ella. Carlos solo pensaba en como calmarla. No pretendía armar un escándalo estando lejos del palacio. Como tampoco quería ser visto como un esposo desatando con la mujer que debía amar. La madre de sus hijos.
Se esforzó por razonar con ella. Era la primera vez que lo hacía y le daría la razón para tranquilizarla.
—Encajas porque eres mi esposa.— Respondió en tono suave y conciliador llevando sus grandes manos hacia sus hombros, pero ella volteó con incredulidad. No pretendía tener solamente título de ser su esposa y sin poseer nada más.
—Y…— El Príncipe por primera vez buscó sus ojos azules. Habia olvidado como se veía el conjunto dulce de su rostro. En ese momento la veía hermosa, a pesar de estar molesta, quebrada. — Porque…—Diana lo miró fijamente, esperando lo que tenía que decir.
—Te amo. — dijo sin más, sin meditarlo mucho.
En ese momento, Diana sintió que se le encogía la voz. Sus ojos rápidamente desviaron a su esposo, para mostrar que estaba un poco atónita y no tenía forma de expresar cómo se sentía.
—Yo...
—Yo sí.— Afirmó. Sabía que e
Cuando la noticia del compromiso de se anunció al mundo entero, todos estaban absolutamente llenos de alegría y emoción. Todos excepto el mismísimo príncipe de Gales. La verdad es que no estaba exactamente feliz con el compromiso. No cuando su corazón todavía pertenecía a otra persona.
Originalmente, el príncipe quería proponerle matrimonio a su amante, pero debido a las estrictas reglas de la familia real y a que ella no era una mujer pura, Carlos no tuvo más remedio que acudir a Diana. Aquella joven que irradiaba un encanto puro, de una mujer dulce y encajaba perfectamente en el papel que su familia esperaba. A su madre le gustaba y él no tardo en proponerle matrimonio, pensando en que algún día podría olvidar los momentos felices y amargos con Camilla y así un día aprender a quererla.
Tal vez esta sería la oportunidad para tomar el valor de alejarse de ella.
Seguramente pronto ella enteraría del compromiso sin necesidad de anunciarlo oficialmente aún. Le interesaba saber qué sentimientos provocaría. A pesar de estar decidido a darle el favor a su familia, una palabra suya podría hacerlo cambiar de opinión. Sin embargo, la llamada de ella lo congeló con sus emociones.
No era exactamente lo que esperaba. ¿Por qué era tan dura con él?
—Felicidades — fue lo primero que ella dijo una vez que Carlos tocó el teléfono después de perder una llamada. Carlos se quedó en silencio, buscando interpretar su tono pasivo—No creí que tuvieras el valor de unirte en matrimonio. Pero supongo que tarde o temprano pasaría — agregó la mujer tras el teléfono con una cuota de seguridad que le dolió como un firme trastocado en el pecho.
El Príncipe frunció el ceño, sin esperar que su declaración fuera tan genuina y entusiasta. Hubiese esperado escuchar lo contrario. Esperaba escuchar los celos mezclados con dureza en su voz, para poder consolarla y decirle que ella era la única a la que amaba. Y Diana era una mera distracción o algo p
“No puedo soportar un domingo por la noche sin ti (…) No puedo comenzar la semana sin ti”,
A pesar de la fiebre y el dolor de cabeza que por poco le volaba la cabeza, eso no fue impedimento para que el Príncipe abordara esa noche en su auto privado en dirección desconocida. El sofocante encierro de ese lugar, sumado a que estaba incapacitado, le irritaba bastante. Era como si no pudiese estar mucho tiempo en el mismo sitio que su esposa. Mucho menos ahora que estaba enfermo y de malhumor. No quería su cariño que provenía de una mentira. Solo deseaba recibir los mimos y atenciones de ella; quien siempre, sin importar, se mostraba tan servicial y dispuesta.
Encendió el motor y aun con su cabeza queriendo estallar, atravesó los grandes barrotes de su Mansión y las calles iluminadas de luces, un estado y unas eternas carreteras. El viaje era largo, pero a esa velocidad el viaje se hacía menos infernal.
Una vez en Londres, recorrió las calles iluminadas. El tráfico era lento de noche. Tomó una dirección hacia un atajo, y luego de ir y venir, dobló por una curva en una casa con las luces exteriores encendidas que daban hacia la puerta principal e iluminaban perfectamente el estacionamiento. Le sudaban las manos, y ya por suerte no tenía tanta tos.
Reconoció la casa y asomo la cabeza sin bajarse aún del auto hasta tener la certeza de que no había visitas o ella no estaba con “el otro”. Pensar en eso era frustrante, pero apostaba en que el hombre era un completo estúpido y seguramente ella estaba allí, completamente descuidada, como él jamás lo haría.
Seguro de ello, volvió a encender el auto como quien llega a su casa y lo estacionó donde solía hacerlo; en un lugar que generalmente estaba apartado para él. Bajó del auto y dio cinco pasos hasta la puerta. Aunque aclaró la garganta, su voz todavía era ronca y débil. Entonces llamó a la puerta en un tono particular y aproximó luego la oreja al escuchar leves murmullos dentro de
En una bochornosa tarde de martes a mediados de julio, la Abadía de Westminster está casi desierta.
Los zapatos de Carlos resuenan en el suelo irregular, remendado con mil años de tumbas y pancartas. Aturdido, (erróneamente) culpando al calor, matando el tiempo, esperando el encuentro, se sintió atraído por la idea de aislarse en un lugar pacífico y tranquilo donde pudiera refrescar la mente.
—Necesito estar solo al menos unos momentos. ¿Serias tan amable?— ordenó imponente a su guardia real, pero con el trato educado en que se le había enseñado. Señalando que mantuviera la distancia personal y solo vigilara desde lejos. Y así fue.
A pesar de la inmensidad de la catedral, el Príncipe se encuentra con una sensación un poco claustrofóbica. Sin saberlo, se ha rodeado de las tumbas de los grandes hombres, poetas, músicos, políticos y reyes de Inglaterra. Camina entre las criptas de sus antepasados . No hay amantes enterrados aquí, piensa. Carlos recuerda la historia de amor de su antepasado con el de ella y como Enrique VIII le cortó la cabeza a Ana Bolena y su cuerpo fue enterrado en una tumba sin nombre. La amante, que se convirtió mas tarde en una esposa, aun así no se había salvado.
— ¿Qué posibilidades tenía para él y Camilla?
El pensamiento de temor que sigue es casi frustrantemente predecible. No quería facilitar su propia ruina, como tampoco la de ella.
Un clérigo con túnica pasa rápidamente, disminuyendo la velocidad muy levemente cuando ve al Príncipe. Se le ocurre que en su línea de trabajo, reconocer a alguien en crisis matrimonial es probablemente instintivo. Pero tal vez sintiendo que a él le gustaría que lo dejaran solo, solamente se detiene el tiempo suficiente para dedicarle una sonrisa comprensiva. La iglesia era como un enorme imperio con antiguas tradiciones, pero que seguramente pocos las cumplían, pensaba.
La gente comienza a tomar asiento para el servicio de Vísperas, y él bien podría irse, per
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No la recuerdo, pero ella ha estado aquí desde siempre.
En mi mente no aparece aquella tarde de verano cuando, tomado de la mano de mi madre, me fijé en una niña de cara de redonda que se escondía detrás de las piernas de su padre esperando el mismo tren hacia Hogwarts.
Ella me espiaba con sus enormes ojos, apretando una rana de chocolate en su mano mientras esbozaba una sonrisa. Ella era curiosa, desde ese instante lo supe. No obstante, nunca llegué a saber que desde el momento sería el inicio e un largo camino por recorrer juntos.
Si ahora la recordara, fácilmente vería la imagen de una mujer de cabellos negros y de personalidad dulce.
Supe su nombre tras una conversación sin importancia ese primer día en el cuál yo me presenté como Frank; sin saber que estaría conociendo a la mujer de mi vida y que nuestros caminos se comenzarían a trazar desde ese instante. Como tampoco sabría que en algún momento aquellos nombres que escucho, o leo ahora posados sobre las cabeceras de las camas que están en esta solitaria ala del hospital, no los reconozco.
....
—San Mungo, Frank—repitió una y otra vez la sanadora, que podría hasta parecerse a un modelo maternal.
—¿San Mungo? —balbuceó con lentitud Alice.
—Sí, querida Alice, éste es un lugar especial.
¿Especial? Es para mi un concepto difícil de entender. En algún momento habría sabido lo que era. Por ejemplo, aquellos recuerdos de la primera Navidad que compartía de niño; acurrucado frente a la chimenea y bebiendo chocolate caliente, mientras mis padres hablaban de cosas inentendibles.
Especial, como la primera ve
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El Ascenso del Señor Oscuro, 1997
#HP0331 📍Hospital, San Mungo.
El tiempo había transcurrido, y algo de ello podía ir descubriendo a medida que todo lo que conocía a su alrededor iba cambiando. Las personas, se veían ahora más delgadas y otras se veían “mejorar” para luego abandonar el lugar y no verlos más. El personal que le cuidaba de manera personalizada también lo hacía, y de esas cosas se daba cuenta.
Su cabello, sus fuerzas también iban yéndose. Todo se iba sin poder decir mucho.
Sólo sabía que mientras todo iba cambiando, no quería estar retenido acostado en una cama; por lo que todos los días solía caminar y también lo hacía Alice. Ya sea, sostenidos del brazo del otro, del hombro o visitar la cama del otro y dialogar con las miradas.
La historia de los dos en San Mungo era muchas veces repetidas a cada cuidador, que quizá producto de ello había logrado que se reconocieran a su manera. Pero todavía, o talvez nunca ellos mismos lograrían saber todas las cosas que habían hecho antes.
Neville por su parte, había dedicado su vida a contarles su vida a través de las fotos que ellos mismos habían hecho para él cuando apenas era un bebé, dónde la historia terminaba unos días antes de que los mortifagos les torturaran hasta la locura.
El hombre acostumbraba a ver las imágenes. Muchas cosas de las cuales él no recordaba, pero el rostro de ese joven se le hacía familiar. No sabe quien es, pero sabe que le conoce desde siempre y que siente algo por él.
Cree que se llama “amor” o algo parecido.
Le alegra que vaya a visitarlo y le cuente cosas, que le en
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1993
¿Qué era ese lugar rodeado de color blanco, camas y cortinas lo único que existía? ¿Podría conocer otro sitio alguna vez?
Las camas con alguna persona a veces eran desalojadas y al otro día sobre la misma llegaba otro a ocupar el lugar. Nunca nadie sabía que pasaba, y muy pocos eran los que recibían visitas de personas de afuera. ¿De dónde vendrían?
Los “premios” que según decían los sanadores consistirían en visitas más frecuentes, postres y dulces. Los cuales veía a la acompañante de su cama guardarlos recelosamente hasta la llegada del chico para dárselos, que ahora lucia cada vez más “grande”.
Frank también quería hacer lo mismo, pero siempre se los comía antes, por eso sólo de daba los envoltorios, pero el chico parecía estar agradecido de recibirlos.
Augusta ante los pequeños avances después de años, aún mantenía la esperanza de que su hijo y su nuera volvieran a recuperar un poco sus vidas, pero era aún difícil por la edad que ya tenían.
Sin embargo, para él no transcurría el tiempo, aún cuando su cabello sin saber porqué de un momento a otro se comenzó a tornar blanco, hasta en algún momento cubrir todos los hilos de pelo negro. Lo mismo había pasado con “Alice” según había aprendido.
No sabía cual eran los nombres de los sentimientos, pero si pudiera expresarlo diria que “alegría” era lo que daba ver al niño nuevamente:
—Papá, te llevare con mamá para contarles algo. La abuela vendrá pronto y no me dejará hacerlo — le dijo una vez estando a solas, tratando de animarlo a que dejara la cama y se pusiera de pie. —
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Abro mis ojos sintiéndome completamente desorientado. No sé dónde estoy, pero soy vagamente consciente de las punzadas de dolor que recorren incansablemente mi cuerpo.
Giro la cabeza hacia la derecha y veo el cuerpo de una mujer a un par de metros de distancia. ¿Quién será?, pregunta una voz en mi cabeza incapaz de articular una palabra. Lleva la cara tapada con el pelo medio corto, y no se mueve.
¿Estará enferma?
Me acercaría para asegurarme de que está bien, pero cuando intento tener control de mi cuerpo y de mi peso, el dolor se acrecienta y me deja sin respiración.
¿Qué me ha pasado? ¿Acaso también estoy enfermo? ¿Qué es todo esto que traigo puesto? ¿Qué es este lugar?
Intento hablar, despertarla para comprobar si ella sabe lo qué pasa que estamos aquí, y entonces me doy cuenta de que hay algo que tampoco sé.
¿Quién soy yo?
Atemorizado, alzo una mano y la observo atentamente, intentando recordar algo, lo que sea, pero lo único que aparece en mi cabeza es un fondo blanco que nubla mi mundo por completo. Cierro los ojos, repentinamente preso de un gran agotamiento, y justo entonces escucho una especie de llanto a lo lejos.
Se ve obligado a girar el cuerpo para localizar el origen de dónde proviene el llanto. Está en un rincón, encogido sobre sí mismo y pronuncia incansablemente dos palabras, acompañado de una mujer anciana que le parece haber visto.
—Papá... mamá.— dijo la voz infantil extendiendo sus cortos brazos. No sabía de dónde era esa voz, pero parece que venía de él niño de pie.
¿Qué significaban? Y, lo que es más importante. ¿Quién era