02/06/2024
El fenómeno de Bukele surgió tras los fracasos de casi treinta años de gobiernos del turnismo entre los principales partidos. Unas décadas que se saldaron con tres presidentes perseguidos por la justicia por casos de corrupción, un incremento de las desigualdades sociales, el aumento de la migración/expulsión de los sectores más empobrecidos, promesas incumplidas de derecha e izquierda y, por supuesto, la expansión y fortalecimiento incontrolable de la violencia de las pandillas (maras) en todo el país. El Salvador llegó a ser reconocido como uno de los países más peligrosos del mundo. El fenómeno Bukele es el resultado de este contexto de miseria, desigualdades, corrupción y violencia.
El Salvador era uno de los países con mayor número de homicidios del mundo –nueve salvadoreños eran asesinados de media cada día–, desde hace décadas los diferentes gobiernos han buscado con políticas represivas la solución a la violencia causada en su mayoría por las maras o pandillas, pero solo han conseguido que la situación empeore. Bukele, al igual que el resto de los presidentes del país que le anteceden, ha hecho de la lucha contra la violencia de las pandillas uno de sus elementos programáticos estrella. El propio GANA, formado por exdiputados de ARENA y que Bukele utilizó como vehículo legal para presentarse a las elecciones, es un partido ultraconservador cuyo diputado más insigne, Guillermo Gallegos, llegó a defender a grupos paramilitares de exterminio como Sombra Negra y propuso armar a la población civil para que haga justicia por sus propias manos contra los pandilleros.
El populismo punitivo ha sido una tónica común en los distintos gobiernos de El Salvador, indistintamente de su color político. La diferencia está en que Bukele lo utiliza, por su popularidad y apoyo social vinculado a las iglesias evangélicas, como una forma de reforzar el autoritarismo y personalismo de su gobierno al tiempo que ha acabado con la autonomía de los distintos poderes del Estado.
Durante la pandemia y amparados por la coartada de las medidas de confinamiento y contra la covid19, en una de sus cadenas de radio y televisión, Bukele pedía a los agentes de autoridad que doblaran brazos o muñecas a quienes no cumplían con la cuarentena y salieran a las calles. Aunque fueron las fotografías de cientos de presos salvadoreños tatuados usando solo ropa interior, apiñados en el piso de cemento en un abrazo forzado uno tras otro, las que dieron la vuelta al mundo como una imagen desgarradora del autoritarismo de Bukele. Ante la evidente amenaza de un contagio viral, y sin mencionar la clara vulneración de los derechos humanos de los reclusos, las imágenes parecían haber sido divulgadas sin autorización. Pero no, fueron difundidas por la oficina del presidente Bukele cuando anunció un estado de emergencia en las cárceles, en su lucha contra las pandillas. Un ejemplo paradigmático del populismo punitivo del gobierno de El Salvador a pesar de que sabía que esas imágenes traerían críticas desde el exterior pero que serían muy bien recibidas en el interior de un país asolado por la violencia de las pandillas.
El presidente decretó la emergencia carcelaria, aunque el procedimiento indica que ésta debe ser solicitada por la Dirección de cada establecimiento. A pesar de ello, diversas cárceles del país comenzaron a sellar con planchas de metal las puertas de celdas en donde están recluidos pandilleros. El propio Bukele lo anunció en su cuenta de Twitter de esta forma: “De ahora en adelante, todas las celdas de pandilleros en nuestro país permanecerán selladas. Ya no se podrá ver hacia afuera de la celda. Esto evitará que puedan comunicarse con señas hacia el pasillo. Estarán adentro, en lo oscuro, con sus amigos de la otra pandilla”
La clave del populismo punitivo es crear una sensación de emergencia y de alarma social para convencer a la mayoría de la población de la necesidad de medidas excepcionales y no ordinarias para combatir la inseguridad ciudadana. Un intento de introducir en la sociedad una mentalidad bélica para solucionar los conflictos a partir de los conceptos enemigo interno y enemigo externo. De esta forma, el populismo punitivo se configura como la demanda, presuntamente popular, dirigida a los poderes públicos de más mano dura, de mayor eficacia ante el delito, de la que se desprende la continua acción represiva contra el diferente, estigmatizando al pobre y a la pobreza.
La demagogia punitiva de Bukele simplifica la solución de la inseguridad con más violencia estatal, haciendo incluso apología del as*****to, asegurando la impunidad de las fuerzas de seguridad y el ejército en el ejercicio de la violencia, trasmitiendo la idea de que la represión y la cárcel acabará con la delincuencia y la corrupción. Así, el fenómeno de las maras y las pandillas se aborda desde el fomento de una visión de que “el problema de la delincuencia son los individuos violentos en lugar de lo que el sociólogo Randall Collins llamó las “situaciones violentas’”. Una visión individualizada de la delincuencia y los problemas sociales, que ignora unas raíces estrechamente ligadas con el empobrecimiento de la población tras décadas de ajustes estructurales neoliberales que han generado un contexto de violencia estructural.
De hecho, las políticas punitivistas del gobierno salvadoreño no están dirigidas ni contra las élites ni contra las clases medias, sino que tienen un claro corte de clase y están focalizadas en personas empobrecidas y barrios populares. Los mismos que por treinta años estuvieron bajo el control de las pandillas, y ahora están marcados por la represión del Gobierno y sus habitantes, son quienes llenan cementerios y cárceles. Porque, no nos engañemos, el populismo punitivo de Bukele ha supuesto más que una guerra contra las maras una guerra contra los pobres, que son los que han sufrido en carne propia sus políticas de recortes de derechos, encarcelamiento y muerte.
El fenomeno Bukele en Latino América:
La narrativa empleada por el propio Bukele, que hace alarde de una “aplastante victoria electoral” en su reelección como presidente de El Salvador, sumado a una autentica pandemia de violencia que padece el continente latinoamericano, ha afianzado una suerte de efecto contagio e imitación de sus políticas de populismo punitivo y recorte de libertades. La recién nombrada ministra de Seguridad de Argentina, Patricia Bullrich, afirmó a los pocos días de las elecciones en El Salvador que a su gobierno le “interesa adaptar el modelo de Bukele”. Pero no es la única: el alcalde de la comuna de La Florida de Santiago, Rodolfo Carter, ha encontrado en el populismo punitivo contra la delincuencia del narco un nicho político desde el que poder lanzar su candidatura presidencial. Así, ha propuesto demoler las supuestas casas de los narcos en su municipio, una iniciativa que no tiene ningún amparo legal y que es totalmente arbitraria pero que ha contado con el apoyo entusiasta de la televisión. Lo que le ha valido aparecer ante la opinión pública como una de las figuras de la lucha contra la delincuencia en Chile. En este sentido, el alcalde de Lima afirmó: “Bukele ha logrado un milagro en El Salvador”, alabanzas a las que se ha sumado el primer ministro peruano y jueces de la corte de justicia.
Pero estos no son ni mucho menos casos aislados, sino una tónica general que cada vez gana más adeptos de forma preocupante. En países vecinos a El Salvador, como Guatemala y Honduras, se han producido marchas ciudadanas en favor de Bukele. La ex candidata presidencial en Guatemala, Zury Ríos, hija del dictador Ríos Montt, afirmó en la pasada campaña que “El Salvador es un modelo a imitar”; mientras que el ministro de interior de Honduras dijo que “hay cosas que aprender de El Salvador”, un país que a pesar de tener un gobierno de izquierdas está siendo acusado por las ONG de derechos humanos de aplicar una política penitenciaria similar a la de Bukele. Así como por la aprobación de los llamados “estados parciales de excepción” para combatir el crimen en las zonas más inseguras de las ciudades hondureñas. El modelo Bukele se ha puesto en marcha en 120 comunidades, donde además se han suspendido las garantías constitucionales y se han movilizado a militares para establecer el orden. En este sentido, el ministro de la Seguridad de El Salvador afirmó en 2022 que se habían reunido con sus contrapartes guatemaltecas y hondureñas para explicar cómo funcionaba el plan de Bukele, diciendo: “Lo que hemos logrado en El Salvador está disponible para todos los países”.
Uno de los países latinoamericanos que más se está viendo afectado por el fenómeno de la delincuencia del crimen organizado es Ecuador, conocido por ser tradicionalmente uno de los países más seguros del continente, que se ha convertido desde la pandemia del coronavirus en uno de los más peligrosos. Una situación que ha llegado a ser calificada por su presidente Daniel Noboa como un "estado de guerra interno", lo que le ha llevado a declarar el estado de emergencia permitiendo que los militares salieran a las calles a custodiar a ciudadanos e infraestructuras estratégicas en las principales ciudades del país. Entre las medidas anunciadas por el gobierno, se encuentra la construcción de dos cárceles de máxima seguridad, llegando a afirmar el propio Noboa que serán "igualitas (que las de El Salvador) porque es la misma compañía, el mismo diseño que hizo (para) las cárceles en México y El Salvador. Para todos los bukelelovers es una cárcel igualita. Si quieren ir, pasear, conocerla, quedarse una noche, cometan un crimen”.
Hasta tal punto que, ante la orfandad de líderes de la derecha colombiana después de la derrota electoral de las pasadas elecciones presidenciales, Bukele ha sustituido al ultraderechista Álvaro Uribe como inspiración para los sectores más ultras de la derecha colombiana como la senadora María Fernanda Cabal, que se ha declarado admiradora del mandatario. El semanario Semana de Colombia llegó a afirmar en un reportaje especial sobre el fenómeno Bukele que “el presidente de El Salvador es hoy el líder político más popular del continente y los expertos lo catalogan como una figura de talla mundial. Tiene apenas 41 años y lo que ha hecho en su país es considerado casi milagroso.”
La extensión del fenómeno Bukele de populismo punitivo no solo está permeando a los gobiernos o partidos conservadores, sino que atraviesa a cada vez más sectores populares y clases medias que, ante la disyuntiva de elegir entre una democracia vaciada de contenido después de décadas de shock neoliberal y el autoritarismo securitario, eligen la ficción securitaria. Expandiéndose de manera peligrosa la noción de que solo con medidas de emergencia y recorte de libertades se puede enfrentar el crimen organizado y la violencia. Esto supone, introducir en la sociedad una mentalidad bélica para solucionar los conflictos a partir del concepto de enemigo, una palabra clave en el pensamiento de uno de los grandes ideólogos del régimen n**i, Carl Schmidt. A partir de este concepto se edificó todo el derecho penal de la dictadura hitleriana: al enemigo ni se lo readapta, ni reintegra, ni resocializa, sencillamente se le abate, se le mata, se le vence, se le destruye. De esta forma, el populismo punitivo se configura como la demanda, presuntamente popular, dirigida a los poderes públicos de más mano dura, de mayor eficacia ante el delito, de continua acción represiva contra el diferente.
En esta lógica punitiva, la pobreza se construye como enemigo, pero el objetivo no es tanto acabar con la pobreza como acabar con los pobres. En este sentido, hemos pasado de atender la pobreza desde la extensión del Estado social a sustituirlo por un Estado policial. Ante la imposibilidad de solucionar la inseguridad derivada de las políticas de ajuste y austeridad, se problematizan fenómenos sociales como la migración o la pobreza. Problemáticas que se proponen resolver con mano dura, más policía, más cámaras o con más reclusos en las cárceles. La supuesta guerra contra la delincuencia y el crimen organizado es realmente una guerra contra los pobres. No podemos asumir la lógica de la guerra interna que solo trae más violencia, seguridades ficticias, recortes de libertades, criminalización y estigmatización de la pobreza y de los pobres.
Disputar el concepto de seguridad desde un prisma que rompa con la lógica punitiva para oponer un horizonte de derechos sociales es fundamental para poder responder desde una óptica de clase a las inseguridades y las violencias que generan las políticas neoliberales. Es clave impedir que las políticas punitivas atraviesen el tuétano de las clases populares estigmatizando la migración y la pobreza y favoreciendo la guerra de los penúltimos contra los últimos. Realmente, nos enfrentamos a una crisis de derechos que plantea una pregunta clave: ¿quién tiene derecho a tener derechos? Dependiendo de cómo respondamos a esta pregunta podremos o bien combatir o bien allanar el camino a la extrema derecha.
Pero tampoco podemos negar que el aumento de la violencia, que evidentemente tiene su origen en las fuertes desigualdades y en la destrucción de las economías locales por parte del neoliberalismo, es cada vez más un problema mayor en muchos países. El neoliberalismo expulsó fuera de la sociedad a amplias capas de las clases populares alimentando a maras, pandillas y, en definitiva, al crimen organizado, con un infinito número de hombres y mujeres que no han conocido otras opciones. Esta situación ha secuestrado cualquier posibilidad de democracia y ha favorecido la extensión del populismo punitivo, donde el ejemplo de Bukele es paradigmático.
En este sentido, el discurso de reparto de la riqueza, eliminación de las desigualdades y aumento del estado social es fundamental para encontrar cualquier solución a medio plazo. Pero en el corto plazo, puede sonar muy poco realista para afrontar los problemas de violencia que efectivamente sufre la comunidad en el día a día. La izquierda tiene el reto de presentar alternativas creíbles a la sociedad para enfrentar la violencia estructural que muestren un camino diferente al fenómeno del populismo punitivo de Bukele. Una solución que tiene que pasar por conseguir poner en práctica modelos de seguridad comunitaria como, por ejemplo, en algunas regiones de México o Ecuador. Ante la creciente violencia estructural, pensar en modelos de seguridad comunitaria se torna un elemento central, no solo para combatir la violencia sino para reconstruir los lazos comunitarios. Solo podremos vencer el fenómeno de Bukele consiguiendo ser una alternativa creíble a sus propuestas autoritarias.