“Prefiero morir a destiempo antes de permitir que me vulneren mis derechos y sustituyan mi nacionalidad, porque dos culturas adversas no pueden convivir juntas”.
Los límites fronterizos entre las islas dominicanas y haitianas fueron la catapulta permisiva de la inmigración, a pesar de algunos controles que se impusieron y los esfuerzos consuetudinarios que datan desde el siglo XIX, cuando los haitianos comenzaron a penetrar al país para asentarse en terrenos abandonados por los quisqueyanos en los tiempos de la Primera República.
Aunque no era masiva, la invasión haitiana se remonta a los gobiernos de Ulises Hilarión Heureaux Lebert (Lilis), el cual gobernó el país mediante un reinado dictatorial en tres períodos consecutivos hasta su posterior as*****to en 1899, sin embargo, su régimen de gobierno fue muy parecido al que se vive en la actualidad, debido a la banca rota en que se encuentra el país, conjugado con el desplome de la economía.
Desde 1874 se han estado violando los derechos de los dominicanos cuando el presidente Lilís firmó un tratado permisivo, mediante el cual se vulneraban los principios de la nacionalidad, donde los haitianos ocupaban terrenos privados buscando apoderarse de la isla en secreto, como iniciativa para gestar movimientos que hoy día han convertido la nación en un síndrome comprometido con aspiraciones de organismos internacionales.
Los ideales nacionalistas de los padres que lucharon de forma intestina por la independencia de la República Dominicana, han sido puestos al servicio de los haitianos. Por esta y otras razones queman nuestra bandera, las usan como taparrabos, limpian zapatos, hacen herejías, bailan el vudú, realizan ritos satánicos y las usan como lienzo para tapar productos y viandas contaminadas que venden al menudeo y sirven al ciudadano común que se desplaza por las calles. ¡El gobierno no dice nada!
El pensamiento profesado por nuestros ancestros en defensa de la nacionalidad ha desaparecido y con el transcurrir del tiempo será muy difícil de recuperar. El país es puesto al servicio de intereses foráneos incandescentes que atentan contra la estabilidad nacional, sin tomar en cuenta el manifiesto de Juan Pablo Duarte y Diez, “vivir sin Patria, es lo mismo que vivir sin honor”. Con el permiso y continuo trasiego de haitianos hacia el país, ¿se ha detenido usted, presidente Danilo Medina, a reflexionar sobre el daño que le está haciendo al pueblo dominicano?
Las piezas del ajedrez están en la mesa; y en los cómputos, La Organización de las Naciones Unidas (ONU), ocupa el primer lugar, producto de la presión y el chantaje que ejercen Estados, Unidos, Francia, España, entre otros países, para que el presidente Medina, permita el trasiego masivo de haitianos; y con ello, la unión de República Dominicana y Haití, por lo que, el día menos pensado veremos sustituida la bandera tricolor, el himno nacional, la cultura y los nuestros principios.
La impronta que viven los dominicanos compartiendo la isla con miles de haitianos sin ningún tipo de regulación, se remonta al primer mandato de Rafael Leónidas Trujillo Molina, 1930-1934, que en principio mantuvo una estrecha relación con la isla, sin embargo, se interrumpió a raíz de la invasión militar norteamericana a Haití, entre los meses de agosto-septiembre, que aún mantuvo activas las relaciones de ambos países, hasta octubre de 1937.
A pesar de los acuerdos con Haití, Trujillo mantuvo el control absoluto de la frontera, evitando de esta manera, que los nacionales haitianos no contratados para el corte de la caña en los ingenios controlados en su gran mayoría por empresas azucareras norteamericanas invadieran el país, con el objetivo de mantener la línea fronteriza bien definida y bajo un marco regulatorio.
Las dictaduras son nocivas para cualquier país del mundo, más aún, cuando queremos liberarnos de los males que nos afectan, debemos ejecutarla con rectitud, a fin de salvaguardar los principios y preservar la nacionalidad.
Desde la fundación de la República, Trujillo fue el único presidente dominicano que sentó las bases y puso en marcha la deportación de braceros haitianos por encima de las pretensiones de Estados Unidos y mediante la Ley de Inmigración existente desde el gobierno de Horacio Vásquez. Observando el peligro en que se encuentra el país, hemos de concebir que al presidente Danilo Medina no le preocupa que se continúen mancillando nuestros intereses y pisoteando la bandera que simboliza los orígenes de nuestra nacionalidad.
A excepción de algunos intentos que hizo el doctor Joaquín Balaguer, durante sus gobiernos, en la historia política de República Dominicana, ningún presidente ha defendido y protegido más la nacionalidad que Rafael Leónidas Trujillo Molina, porque supo enfrentar con gallardía y rectitud a los haitianos.
Dirigir un país es cuestión de honor y cuando no hay honor carecemos de principios, valores y lealtad.
El autor es Periodista
Reside en Estados Unidos
Febrero 22, 2020
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