Picturebook

Picturebook Francisco Castro. Painting projects
[email protected] Reality acquires an excessive character. Lo real adquiere un carácter excesivo.

Francisco Castro condenses his images, representing them as though getting so close to the object pressed down on ihn, almos making ihm sweat. In his case, the sinister aspect does not lie in the iconic element, the cinematic framing, the fragmentation of the image etc., but in the painting itself , which show us the excessive nature of the reality represented. It is enough to chose any fragment o

f reality and devote preferential attention to it, to rob it of all the conceptual additions that tame it and give us back a purely allegorical image, in which anything can mean any other thing. When the story is suspended, reality does not cease to bo eloquent but rather becomes super-eloquent, capable of representing anything. It does not suspend our capacity for representation but tires it, as reality tires and destroys the mind of the schizophrenic, incapable of imposing the order of a story on what he or she perceives. Francho paints without concessions and (rare nowadays) he is not joking: when values are deconstructed only the unaware will be able to see a happy carnival of simulacra or a pleasantly silent world of superficialities. Anyone able to realise what is going on will see only the gateway to a schizophrenia that, as Deleuze was once reminded, hurts. El aspecto siniestro en la pintura de Francisco Castro no deriva del elemento icónico, el encuadre cinematrográfico, de la fragmentariedad de la imagen sino de la propia pintura, que nos acerca al aspecto excesivo de la realidad significada. Basta elegir cualquier fragmento de realidad, incluída la propia imagen y dedicarle una atención preferente para despojarla de todos los aditamentos conceptuales que la domestican y devolvernos una imagen alegórica pura, en la que cualquier cosa se pone en disposición de significar cualquier cosa. Cuando se suspende el relato en realidad la realidad no deja de ser elocuente sino que se hace supraelocuente, se pone en disposición de representar cualquier cosa, no suspende nuestra capacidad de representación, la fatiga, como la realidad fatiga y destruye la mente del esquizofrénico, incapaz de someter lo percibido al orden del relato. Francho pinta sin concesiones, no bromea: cuando se descontruyen los valores sólo los inconscientes pueden percibir un alegre carnaval de simulacros o un reconfortantemente taciturno mundo de superficialidades, la gente con capacidad para representarse lo que está pasando sólo ve una entrada a una esquizofrenia que, como le recordaron una vez a deleuze, duele.

Ayer he visto "La tortuga roja". Ha dejado tremenda huella. ¿Por qué? Creo que ¡y dale! Pues se trata de un personaje se...
18/07/2023

Ayer he visto "La tortuga roja". Ha dejado tremenda huella. ¿Por qué? Creo que ¡y dale! Pues se trata de un personaje secuestrado, capturado por un destino que no puede doblegar, por más que él se afane y lo intente una y otra vez. Un destino trágico. Son las vicisitudes (una fenomenología) de su existencia arrojada; dasein. Náufrago arrojado a una isla de la que es imposible escapar: el yo. Homeland esta a años luz, pero hay cierta afinidad de sentimiento. También es plañidera. También Brody esta arrojado a una inhumana individuación, a una distancia insalvable de sus semejantes. A partir de aquí, ¡dale fenomenología! Y esta no puede ser otra cosa que una nota existencial.

Provided to YouTube by IDOLI Will Stay with You · Laurent Perez Del MarThe Red Turtle (Original Motion Picture Soundtrack)℗ Why Not ProductionsReleased on: 2...

Desmenuzando Eyes Wide Shut
26/11/2022

Desmenuzando Eyes Wide Shut

El ser humano es la criatura prematura. A pesar de ello (o a causa de ello) su especie ha sobrevivido y prevalecido sobr...
19/10/2022

El ser humano es la criatura prematura. A pesar de ello (o a causa de ello) su especie ha sobrevivido y prevalecido sobre las demás. Pero esta prevalencia es puramente somatológica. Psicológicamente sigue siendo prematuro y es presa fácil para aquellas criaturas que se hallan en relación de superioridad. Y así, el ser humano es pescado sin cesar, enganchado en anzuelos que están por todos lados. Este es el presupuesto de "hook. Fenomenologías de la tentación"

https://yoump3.app/es4
07/10/2022

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28/09/2022

LUMPEN: HORRIBLES FORMAS DE LA BELLEZA
Había terminado de dar una clase larga en Ciudad de México, me sentía agotada. Allí los desplazamientos son ciclópeos y pueden tomar horas. Nada que no supiera ―he estado muchas veces― pero la acumulación de traslados siempre me produce una preocupante tendencia al ostracismo y el encierro. Cuando empieza a caer la noche, Coyoacán, mi lugar de hospedaje, se repliega, adquiere un carácter provinciano lleno de calma, de modo que, aunque era tarde, salí y caminé mirando a los vendedores callejeros que guardaban su mercadería, las ardillas en el jardín de una casa viejísima, las buganvillas húmedas. Fui hacia el sur, hacia la Plaza de la Concepción. Allí, un husky y varios cuzcos corrían detrás de una pelota. Llovía con destreza, suavemente, como para apaciguar el área. La velocidad de los perros no descalabraba la quietud. Junto a uno de los bancos había dos hombres. Uno tocaba el ukelele, el otro una guitarra destartalada. Usaban chaquetas azules que podrían haber sido un uniforme. Interpretaban de manera a la vez mecánica y sensible una melodía machacona, que tenía la circularidad de las rondas infantiles y las coplas andinas. Unas notas simples y resplandecientes que perforaban el atardecer con mansedumbre. El de la guitarra empezó a cantar. La voz entró en la música como un cuerpo tieso pero entusiasta, con violencia modesta. Tenía una voz desigual, inocente, un ladrido hipnótico que se despeñaba hacia una desafinación encantadora. Era algo lúdico y precioso, de mala calidad, que se doblaba sobre sí mismo y podía seguir al infinito. Cuando la canción terminaba, hacían una pausa breve y, sin hablar, empezaban una nueva cuya melodía era idéntica a la anterior. Me quedé mucho rato escuchándolos, alimentando esa zona lumpen de mi corazón donde lo hermoso y lo horrible son lo mismo.
Leila Guerriero

"La finquita" mural para "la posibilidad de un museo"
09/09/2022

"La finquita" mural para "la posibilidad de un museo"

29/08/2022
https://youtu.be/y82IR84JQtM
24/08/2022

https://youtu.be/y82IR84JQtM

En el marco de las II Jornadas Socioantropológicas de Estudios Críticos Sobre Tik Tok, Fernando Ruíz Molina dicta la conferencia TikTok o el nuevo videodrome...

21/08/2022

CONTRAPOSICIONES VIOLENTAS
por: Jose Luis Villacañas
20.08.22

Cuando en el futuro los historiadores intenten identificar la atmósfera cultural de estas primeras décadas del siglo XXI, tendrán que recordar que los espíritus se vieron agitados por las más violentas contraposiciones. Perdidas en ellas, las poblaciones se dividieron entre las que vivieron sin consuelo el final de una época y aquellas que huyeron del mundo por cualquiera de los medios disponibles. Tendrán dificultades para encontrar algún espíritu representativo que se hiciera cargo de esas contraposiciones y las pensara. Será un tiempo sin seres humanos a su altura. Incluso será difícil encontrar testigos que unifiquen perspectivas.

Esto es propio de los tiempos de transición, y apenas podemos negar que estamos en una de esas épocas que se padecen a sí mismas, sin dirección. Pero lo propio de estos años es que esas tensiones tan extremas no sólo no reconocen todavía un principio ordenador, sino que se forjan mundos alternativos, paralelos, incomunicados, que mantienen entre sí una sorda lucha, indecisa todavía, de la que nadie sabe qué saldrá, salvo que será un mundo peor, unilateral. Los que se hayan formado en las expectativas sociales de los años 60 y sobrevivan lo suficiente para ser testigos de lo que viene, tendrán que sufrir la mayor decepción histórica que se recuerda.

Esas contraposiciones atraviesan lo local, lo nacional, lo continental, lo mundial. En realidad, atraviesan cada mente, cada vida singular, agitando las almas con una gama de tonos psíquicos que van desde la inquietud sin rostro, a la amargura; desde la frenética huida hacia adelante bajo todo tipo de estimulantes, al encierro en la burbuja de la vida virtual. Lo hemos visto en este verano, muy cerca de nosotros, celebrando que las cifras del turismo sean masivas, que los festivales musicales se multipliquen y que millones de seres humanos se agolpen en la limitada franja de unas playas, mientras decenas de miles eran desalojadas de sus hogares, huyendo del fuego que asolaba su tierra y sus casas.

Creemos que ese movimiento poblacional, visto en directo, es de idea y vuelta. No. Se trata de un movimiento irreversible, como el de los millones de ucranianos, de africanos, de latinos. Nunca se vio de forma tan clara y rotunda el desnudo hecho de la destrucción de un mundo ante la insolvencia generalizada del otro. Escuchemos o miremos las noticias con atención. Los que lloran porque su casa se ha quemado son mayores, campesinos, gente humilde todavía en relación con la tierra, un mundo espacial y concreto condenado, mirado con indiferencia por todos los que, de forma provisional pero arrogante, se sienten a salvo en su burbuja urbana y en su hábitat virtual. Lo decisivo no es que ese mundo esté condenado. Lo decisivo es la arrogancia inconsciente de los que nos creemos a salvo.

En todo caso, no tenemos medios creíbles de control. La noche del miércoles al jueves, todos los que nos asomamos a la Calderona, o los que alguna vez subimos a la cima del Benicadell y contemplamos los valles que se extienden hacia Pego, nos descubrimos recuperando las actitudes infantiles, ese estado de ánimo que se parece a la oración, y que intensifica el deseo con la finalidad de influir mágicamente en el curso de las cosas. «¡Que llueva!», se oía en los pechos, como si fuéramos de repente aquellos humanos primitivos que realizaban el ritual de la lluvia, ahora secreto y mental. Cuando asomaron las primeras gotas, respiramos aliviados, como si alguien nos hubiera atendido. Si hubiéramos sido omnipotentes, la lluvia habría inundado los barrancos esa noche. Sin embargo, nos despertamos con amargura. Por los barrancos volvía a correr el fuego.

Vernos de repente dominados por esa magia secreta no es exclusiva de nosotros, los que hemos crecido con la experiencia de lo inseparable de la vida personal y del paisaje, los que hemos hecho de ciertas montañas y valles parte de nuestro yo ampliado. Es también la actitud de los que han reducido el mundo a una habitación, el paisaje a una pantalla y su yo ampliado a un videojuego, o a un tipo que cuenta su vida trivial enchufado a una cámara que reduce el mundo a lo que él dice que es. Unos y otros buscan seguridad. Pero nadie puede encontrarla porque ya nadie tiene la experiencia de buscarla en común.

La pérdida de esa experiencia es, desde luego, una poderosa invitación a buscar la seguridad en los estrechos límites de la propia prisión mental de cada uno. Ese es el estado de ánimo de base de nuestras poblaciones y, cuando eso sucede, la mentalidad que sostuvo por un tiempo nuestros sistemas democráticos ya ha desaparecido. La sospecha de que estamos ante fantasmas sin cuerpo aumenta cuando vemos a los líderes democráticos escenificar una batalla que no tiene nada que ver con la producción de experiencias compartidas de seguridad y de futuro. Mientras España arde por los cuatro costados, nuestros políticos no son capaces ni de ponerse de acuerdo en la renovación del Consejo General del Poder Judicial, en un juego macabro sobre el precipicio.

Nunca como en este verano de 2022, que en tiempos ingenuos habría desempolvado los manuscritos antiguos sobre profecías, catástrofes, plagas, pestes y calamidades, hemos tenido la impresión de que eso que llamamos mundo occidental está fuera de control. La última profecía verosímil habló del final de la historia como consecuencia del triunfo de las democracias. Treinta años después, comenzamos a ver la verdad de aquella precipitada clausura.

https://youtu.be/jV7dTkYFym4La paradoja de la cruz
03/08/2022

https://youtu.be/jV7dTkYFym4
La paradoja de la cruz

Mira nuestro video de Lee la Biblia sobre el libro de 2 Corintios, que desglosa el diseño literario del libro y su línea de pensamiento. En 2 Corintios, Pabl...

es gracioso que despues de tanta bronca con la metafisica, finalmente se hayan quedado con la "Meta" y se hayan deshecho...
08/07/2022

es gracioso que despues de tanta bronca con la metafisica, finalmente se hayan quedado con la "Meta" y se hayan deshecho de la física
😉

PRIMER BOCETO para mural en "la posibilidad de un museo" 2019
06/07/2022

PRIMER BOCETO para mural en "la posibilidad de un museo" 2019

02/07/2022


Nos sumamos a las publicaciones de Ale por el aniversario de "Blade runner" con este recuerdo sobre el trabajo de fotografía del tremendo clásico de Ridley Scott.
"No es lo que iluminas, es lo que no iluminas. Eso es lo que te distingue de los demás" (Jordan Cronenweth)
Estamos en 1982 y Rutger Hauer, dirigido por Ridley Scott, camina delante de la Panavision Panaflex Gold comandada por el director de fotografía Jordan Cronenweth en "Blade Runner" (película de la que siempre hay para hablar)
"Blade Runner" fue una película de ruptura en un montón de aspectos y la fotografía fue uno de sus puntos mas altos al colocarnos en una memorable estética ciberpunk. Desde el trabajo de Cronenweth, en infinidad de películas el futuro es oscuro, deprimente y lluvioso. Fue la que adelantó todo lo que veríamos después (hasta "Matrix" la homenajea).
Quizás por todo eso "Blade Runner" sea el trabajo mas recordado de Cronenweth y por el que recibió el premio BAFTA (el mas importante de su carrera).
Este genial director de fotografía murió en 1996 y su último trabajo fue en 1992 para la película "Final Analysis", dirigida por Phil Joanou y protagonizada por Richard Gere, Kim Basinger y Uma Thurman

26/06/2022

COMUNIÓN PAGANA

desvelando EYES WIDE SHUT
06/06/2022

desvelando EYES WIDE SHUT

04/04/2022

La Sala de Arte Contemporáneo (SAC) situada en Santa Cruz de Tenerife ha recibido 18.821 visitantes, de los que 1.685 son escolares participantes en talleres vinculados a la programación expositiva. La muestra Picturebook, del canario Francisco Castro, fue la que atrajo mayor volumen de público de la totalidad de su programación, con un total de 6.496 personas. En este espacio se ha podido ver también Roca 2012, de Gabriel Roca; Souvenir, de Laura Gherardi; Hasta donde puedo ver, de Juana Fortuny; y Ostalgia, de Simone Rota, dentro de Fotonoviembre.
http://culturayocio.diariodeavisos.com/2014/02/11/mas-de-120-000-personas-pasaron-por-las-salas-de-arte-del-gobierno/

ROSALÍA o el cante pensanteEn su libérrimo derroche de creatividad, Motomami no sólo sienta las bases de un nuevo y cale...
30/03/2022

ROSALÍA o el cante pensante
En su libérrimo derroche de creatividad, Motomami no sólo sienta las bases de un nuevo y caleidoscópico lenguaje, sino también y directamente de un nuevo orden mundial: el de las motomamis. Un orden mundial que inevitablemente a algunos les huele a amenaza y que remite a la soberana Imperator Furiosa en esa maravillosa macarrada distópica que es la última película de Mad Max (2015). Pero que también trae a la memoria La ciudad sin hombres (1969, Jess Franco), la fantasía kitsch en la que la bella Sumuru, líder de Fémina, una ciudad habitada sólo por mujeres, entrena un ejército de amazonas para hacerse con el control mundial. Para ello, las guerreras secuestran a hombres con el objetivo de extorsionarlos o hacerlos desaparecer. Lo fantástico es cómo acaban con ellos: llevándolos al límite de su paciencia sexual hasta que de pura excitación no satisfecha les acaba dando un ataque al corazón. Al igual que las amazonas, las motomamis no son el bizcochito de nadie, aunque tengan tó lo que tiene delito.

Motomami es el más oscuro, sucio, gozoso, luminoso, dulce y roto de los presentes para el más desconocido e imparable de los futuros. Y por eso molesta e incomoda e inquieta y apremia entenderlo, aprehenderlo y domesticarlo. Porque es un disco difícil pero a la vez tremendamente instantáneo y visual. Directo pero nada evidente. Porque está lleno de capas pero al mismo tiempo se ha quedado con toda la esencia. La raspa. Exactamente como este tiempo que nos ha tocado vivir. Excitado, alterado, tembloroso, caótico, violento, hipersexualizado, poderoso, extremadamente frágil. Y aun así, hermoso y palpitante en su deforme contradicción.

Resulta paradójico que en una sociedad tan aparentemente hedonista como la nuestra exista esta exagerada necesidad de argumentar, de interpretar, de razonar, de diseccionar, de escribir un manual de uso de todos los productos culturales. Detrás de ese buscar una coartada a toda costa aparenta esconderse una mala conciencia del disfrute, o peor aún, una mala praxis del ‘báilalo’. Motomami es una creación puramente disfrutable, casi primitiva, desbordante de energía, que apela a los sentidos. Y no es que no resista sesudos análisis, que por supuesto que lo hace. Es que no los necesita.

Es un artefacto que ha sabido capturar como pocos el signo de los tiempos. Es el fiel reflejo de la contemporaneidad. Y probablemente el mejor de ellos. Entonces cabe preguntarse por qué tanto rechazo, por qué tanto temor a ver nuestro presente tan fragmentado y tan raro (en el sentido más amplio y bello del término) plasmado en un disco, por qué tanto veredicto escatológico de señores que se ponen capa en fechas señaladas o de una turba de fans airados que claman por aquella pureza perdida de su ex diva.

Es cierto que vivimos en tiempos en los que opinar no parece derecho fundamental, sino obligación ciudadana, y que hay que posicionarse, estar a favor o en contra y que hacerlo en un sentido o en otro tiene sus consecuencias: serás un esnob o un ignorante según quien escuche tu opinión. Es posible incluso que haya quien piense que, si no perteneces a la generación de la cantante, estés intentando hacerte pasar por joven. Este álbum, argumentarán, con todos los instrumentos de comunicación que se han usado para promocionarlo, es un vehículo generacional y tiene demasiados códigos que se escapan a cualquiera que sobrepase las escasas décadas de Rosalía. Como si no viviéramos todos en este mismo universo globalizado que lo ha aplanado y acelerado absolutamente todo, incluso la curva de la edad. Como si fuera tan difícil entender la ironía de algunas letras (a ver, es un disco que empieza con un socarrón ‘Chica, ¿qué dices?’), los guiños de otros fraseos (la retahíla de referencias fashion en La combi Versace), el salseo de ciertas pullas (la dedicada a alimentar su histórico beef con La Mala en Bizcochito: “¿Qué más da que me tire La Mala? Si Haraka me tira la buena”), los samples heterodoxos (la elegancia de meter un sample del Archangel de Burial en Candy), el puzzle desprejuiciado de tantos fragmentos (el inesperado arreglo de freejazz en Saoko) y la belleza extraña de sus directos en plataformas digitales. Pero, sobre todo, como si hubiera necesidad alguna de entender algo de todo esto para sentirlo y disfrutarlo. Porque aquí hay de todo: bachata, reguetón, hip hop, tik tok, jazz, spanglish, bolero, dembow, electrónica bien oscura y densa, spoken word… Y de ese cóctel que a priori pudiera parecer imposible, Motomami sale más que victorioso. Es un disco preciso y milimétrico (idea de esta exactitud la da la interminable lista de créditos o la propia Rosalía cuando explica en una fabulosa entrevista con Zane Lowe que sólo la mezcla del álbum le llevó nueve meses) pero también profundamente emocionante y conmovedor. Y por primera vez, según confiesa la propia Rosalía, juguetón y autobiográfico.

Si hay algo que no cabe en este disco es la nostalgia, ese inevitable sentimiento tan rentable en términos de consumo y tan confortable para crear. ¿Cómo no conectar con aquellos tiempos a los que, como poco, sí sobrevivimos? Hace unos días, el músico y productor Guille Mostaza escribía un tuit (no creo que haya ningún artículo en el que sea más pertinente citar a Twitter como fuente) en el que decía que este disco había puesto “el último clavo en el ataúd del indie. Un clavo bellísimo y reluciente, eso sí”. Y tenía razón. Motomami ha dado el portazo definitivo a ese regodearse en lo que fue, a rebuscar en los cajones del pasado, a llamar a los de siempre, a lamentarse por las extintas y desfasadas charlas de copa y puro. Y como todo salto hacia delante supone un reto. Por parte de quien lo plantea, pero también para quien lo escucha. No es complaciente, ni condescendiente. Pero sobre todo huye de la acomodada nostalgia como de la peste. Porque quizás cuando eres mujer y joven, la ene de nostalgia (“ni se te ocurra, ni pensarlo”) no ha lugar: no hay nada que echar de menos.

https://smoda.elpais.com/placeres/nuevo-orden-mundial-motomami-por-que-rosalia-inaugura-con-su-forma-de-crear-una-nueva-era-en-la-industria-musical/?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR2g1FsKWcfgh4UfKfJ9KqZKHqRY_ceTQ8rUgzLS08W26LTyBBTPds4Stao

En su libérrimo derroche de creatividad, Motomami no sólo sienta las bases de un nuevo y caleidoscópico lenguaje, sino también y directamente de un nuevo

19/03/2022

El libro de Job
G.K. Chésterton

La idea central de gran parte del Antiguo Testamento podría ser la idea de la soledad de Dios. Dios no es sólo el personaje principal del Antiguo Testamento; Dios es propiamente el único personaje del Antiguo Testamento. Comparadas con Su claridad de propósito todas las demás voluntades parecen pesadas y automáticas, como las de los animales; comparados con Él todos los hijos de la carne son sombras. Una y otra vez, se insiste en la misma cosa: «¿A quién demandó consejo?» (Is 40:14) «Yo he pisado el lagar solo y nadie había conmigo.» (Is 63:3). Los patriarcas y profetas no son más que meras armas o herramientas, pues el Señor es un guerrero. Utiliza a Josué como un hacha o a Moisés como una vara de medir. Para Él, Sansón es sólo una espada e Isaías una trompeta. De los santos del cristianismo se supone que son como Dios, como si fueran estatuillas de Él. Del héroe del Antiguo testamento no se supone que sea de la misma naturaleza que Dios más de lo que se supone que una sierra o de un ma****lo sean de la misma naturaleza que el carpintero. Ésa es la clave y la característica principal de las Escrituras hebreas en su conjunto. Hay, sin duda, en dichas Escrituras innumerables ejemplos del humor burdo, las emociones exacerbadas y las poderosas personalidades que nunca faltan en la prosa y en la poesía primitiva. Sin embargo, la característica principal sigue siendo la misma: la intuición de que Dios no sólo es más fuerte que el hombre, no sólo no es más secreto que el [213] hombre, sino que Él significa más, que Él sabe mejor lo que está haciendo, que, comparados con Él, tenemos algo de la vaguedad, la sin razón y el vagar de las bestias que perecen. Es «Él quien se sienta sobre el círculo de la tierra desde donde sus habitantes parecen saltamontes» (Is 40:22). Casi podríamos decirlo así: el libro está tan interesado en afirmar la personalidad de Dios que casi afirma la impersonalidad del hombre. A menos que algo haya sido concebido por ese gigantesco cerebro cósmico, dicha cosa será vacía e incierta; el hombre carece de la tenacidad suficiente para asegurar su continuidad. «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas» (Salmo 127:1).

De modo que el Antiguo Testamento se regodea constantemente en la idea de la aniquilación del hombre comparado con el propósito divino. El libro de Job parece categóricamente solo, porque pregunta categóricamente: «¿Cuál es el propósito de Dios?». ¿Vale incluso el sacrificio de nuestra miserable humanidad? Por supuesto, es muy fácil destruir nuestras insignificantes voluntades en nombre de una voluntad que es mayor y mejor. Que Dios emplee Sus herramientas; que Dios rompa Sus herramientas. ¿Pero qué hace y para qué las rompe? Ésa es la pregunta que nos obliga a abordar el enigma del libro de Job como un enigma filosófico.

La vigencia del libro de Job no puede expresarse de manera adecuada ni siquiera diciendo que es el más interesante de los libros antiguos. Casi podríamos decir de él que es el más interesante de los libros modernos. La verdad, por supuesto, es que ninguna de las dos frases abarca toda la cuestión, porque la religión fundamentalmente humana y la irreligión fundamentalmente humana son a la [214] vez antiguas y nuevas; la filosofía o es eterna o no es filosofía. La costumbre moderna de decir: «Ésta es mi opinión, aunque puedo estar equivocado», es completamente irracional. Si admito que puedo estar equivocado, es que no es mi opinión. La costumbre moderna de decir: «Todo el mundo tiene su propia filosofía; ésta es la mía y la que me conviene», es una costumbre que sólo revela debilidad mental. Una filosofía cósmica no se construye para que se adapte al cosmos. Nadie puede poseer una filosofía privada más de lo que puede poseer un sol privado o una luna privada.

La principal belleza intelectual del libro de Job consiste en que todo él gira en torno a ese deseo de conocer la realidad; el deseo de saber lo que es, y no sólo lo que parece. Si este libro lo escribiesen los modernos, nos encontraríamos con que probablemente Job y los que trataban de consolarlo llegarían a ponerse de acuerdo mediante la sencilla operación de atribuir sus diferencias a eso que llamamos temperamentos y de asegurar que los que le consolaban eran «optimistas» por naturaleza mientras que Job era «pesimista» por naturaleza. Y se quedarían tan contentos, como hace mucha gente, al menos durante un tiempo, al aceptar algo que obviamente no es cierto. Pues, aun suponiendo que la palabra «pesimista» signifique alguna cosa, es incuestionable que Job no es un pesimista. Su caso basta para refutar ese moderno absurdo de relacionarlo todo con el temperamento físico. Job de ningún modo contempla la vida de forma sombría. Si desear ser feliz y estar dispuesto a ser feliz es ser optimista, entonces Job es un optimista; es un optimista ultrajado y calumniado. Él quiere que el universo se justifique, no porque desee descubrir su error, sino porque realmente quiere que esté justificado. Le exige a Dios una explicación, pero ni mucho menos en el tono en el que Hampden podría exigirle una [215] explicación a Carlos I, sino como le pediría explicaciones una esposa a un marido a quien respetara realmente. Protesta ante su Creador porque está orgulloso de Su Creador. Incluso se refiere al Todopoderoso como su enemigo, pero en el fondo de su corazón nunca duda de que su enemigo tiene razones que él no entiende. En una hermosa y famosa blasfemia dice: «¡Oh, que un adversario escriba un libro!» (Job 31:35) Y nunca se le ocurre que pudiera tratarse de un mal libro. Está ansioso de que lo convenzan. En pocas palabras, podemos decir que, suponiendo que la palabra «optimista» tenga algún significado (cosa que dudo), Job es un optimista. Sacude los pilares de la tierra y golpea insesatamente contra el cielo; fustiga las estrellas, pero no para acallarlas, sino para hacerlas hablar.

Del mismo modo, podemos hablar de los optimistas oficiales, los que tratan de consolar a Job. De nuevo, si la palabra «pesimista» tiene algún significado (cosa que dudo), los que tratan de consolar a Job podrían considerarse más pesimistas que optimistas. Lo único que verdaderamente creen no es que Dios sea bueno, sino que Dios es tan poderoso que resulta más juicioso llamarle bueno. Sería una censura exagerada llamarlos evolucionistas, pero tienen algo del error vital del optimista evolucionista. Insisten en decir que en el universo todo encaja, como si tuviera algo de reconfortante que un montón de cosas desagradables encajen unas con otras. Más tarde veremos como Dios, en el gran climax del poema, vuelve este argumento del revés.

Cuando, al final del poema, Dios aparece (de forma algo abrupta) en escena, se tañe la súbita y espléndida nota que le da toda su grandeza. Todos los seres humanos de la historia, y en especial Job, han estado haciéndose pregun[216]tas sobre Dios. Un poeta más trivial habría hecho intervenir, de un modo u otro, a Dios para contestar a sus preguntas. Pero, por un toque de auténtica inspiración, cuando Dios hace su aparición, es para plantear a su vez una serie de preguntas. En este drama del escepticismo el propio Dios adopta el papel del escéptico. Hace lo que todas las grandes voces que han defendido la religión. Hace, por ejemplo, lo que hizo Sócrates. Vuelve el racionalismo contra sí mismo. Parece querernos decir que, si de plantear preguntas se trata, Él puede plantear algunas que derribarán y aniquilarán a todos sus interrogadores. El poeta, merced a una exquisita intuición, hace que, irónicamente, Dios acepte la igualdad en la controversia con sus acusadores. Está dispuesto a considerarlo un duelo intelectual legítimo: «Si eres hombre, cíñete los lomos: voy a interrogarte y tú responderás-» (Job 38:3). El Eterno adopta una humildad enormemente sardónica. Está dispuesto a ser juzgado. Tan sólo reclama el derecho de cualquier persona que va a ser juzgada; pide que le permitan interrogar a su vez a los testigos de la acusación. Y lleva aún más lejos la corrección del paralelismo legal. Pues, en esencia, lo primero que le pregunta a Job es lo mismo que se le permitiría preguntar a cualquier criminal que hubiese sido acusado por Job: le pregunta a Job quién es él. Y Job, que es un cándido, se toma poco tiempo para pensar la respuesta y llega a la conclusión de que no sabe.

Éste es el primer gran hecho en el que es preciso reparar acerca del discurso de Dios, que culmina el interrogatorio. Representa a todos los escépticos que se ven superados por un escepticismo mayor. Este método, empleado a veces por cerebros supremos y otras veces por inteligencias mediocres, ha sido desde entonces el arma lógica del [217] verdadero místico. Sócrates, como he dicho, lo empleó cuando demostró que si se le dejaba utilizar un poco la sofística podía destruir a todos los sofistas. Jesucristo lo utilizó cuando recordó a los saduceos, que decían ser incapaces de concebir la naturaleza del matrimonio en el cielo, que, puestos a eso, tampoco habían concebido la naturaleza del matrimonio en absoluto. En plena disgregación de la teología cristiana en el siglo XVIII, Butler hizo uso de él cuando señaló que los argumentos racionalistas podían emplearse tanto contra la religión en general como contra la religión doctrinal, tanto contra la ética racionalista como contra la ética cristiana. Es la raíz y la razón del hecho de que hombres que tienen fe religiosa tengan también dudas filosóficas, como el cardenal Newman, el señor Balfour, o el señor Mallock. Todos son pequeños arroyos del Delta; el libro de Job es la primera catarata que da origen al río. Al tratar con el interrogante que plantea dudas, el método correcto es animarle a seguir dudando, que dude un poco más, que dude cada día de las cosas nuevas y más sorprendentes en el universo, hasta que por fin, mediante alguna extraña iluminación, pueda llegar a dudar de sí mismo.

Éste, digo, es el primer hecho relativo al discurso. La fina inspiración mediante la cual Dios llega a no contestar a los acertijos sino a plantearlos. El otro gran hecho que, junto con éste, hace que se trate de una obra religiosa y no meramente filosófica es esa otra gran sorpresa de que Job se contente de pronto con la mera presentación de algo impenetrable. Verbalmente, los enigmas de Jehová parecen más oscuros y más desolados que los enigmas de Job; sin embargo, Job carecía de consuelo antes del discurso de Jehová y encuentra consuelo tras él. No se le dice nada, pero percibe la atmósfera terrible y hormigueante de algo que es demasiado bueno para contarlo. El rechazo de Dios [218] a explicar Su plan es en sí mismo una ardiente insinuación de Su plan. Los enigmas de Dios resultan más satisfactorios que las explicaciones del hombre.

En tercer lugar, por supuesto, está uno de los espléndidos golpes con los que Dios censura por igual al hombre que le acusaba y al que le defendía; pues Él golpea a pesimistas y a optimistas con el mismo ma****lo.

Y es con respecto a los que rutinaria y altaneramente acuden a consolar a Job cuando ocurre la aún más profunda y refinada inversión a la que ya me he referido. El optimista rutinario admite que se empeña en justificar el universo sobre la base de que se trata de un modelo racional y consecuente. Señala que lo bueno del mundo es que todo puede explicase. Un punto sobre el que, si se me permite decirlo así, Dios es explícito hasta rozar la violencia. Dios dice, en efecto, que si el mundo tiene algo bueno es que, en lo que se refiere a los hombres, no puede explicarse. Insiste en la inexplicabilidad de las cosas: «¿Tiene padre la lluvia? [...] ¿De qué seno nacen los hielos?» (Job 38:28; 38:29) Va más allá e insiste en la categórica y palpable sinrazón de las cosas: «¿Has hecho que llueva en las tierras despobladas, en la estepa donde no habita el hombre?» (Job 38:26). Dios hará que el hombre vea cosas, aunque sea ante el negro telón de la nada. Dios hará que Job vea un universo sorprendente, aunque sea haciéndole ver un universo estúpido. Para sorprender al hombre, Dios se convierte en blasfemo por un instante; uno casi podría decir que Dios se convierte en ateo por un instante. Despliega ante Job una larga lista de cosas creadas: el caballo, el águila, el cuervo, el a**o salvaje, el pavo, el avestruz, el cocodrilo. Y los describe a todos de manera que parecen monstruos paseándose al sol. El conjunto es una especie de salmo o rapsodia de la capa[219]cidad de sorpresa. El hacedor de las cosas se sorprende ante las cosas que Él mismo ha creado.

Eso es lo que podríamos llamar la tercera cuestión. Job plantea una pregunta; Dios le responde con una exclamación. En lugar de demostrarle a Job que se trata de un mundo explicable, insiste en que es mucho más extraño de lo que nunca pensó Job. Por último, el poeta ha conseguido en su discurso, con esa exactitud artística inconsciente típica de los poetas épicos más sencillos, algo mucho más delicado. Sin suavizar por un instante la rígida impenetrabilidad de Jehová en Su deliberad declaración, consigue caer aquí y allá, en las metáforas, en la imaginería parentética, espléndidas y repentinas sugerencias de que el secreto de Dios es alegre y no triste –sugerencia semiaccidentales, como la luz entrevista por un instante a través de las grietas de la puerta cerrada-. Sería difícil alabar en exceso, en un sentido puramente poético, esa exactitud instintiva y la facilidad con la que tan optimistas insinuaciones conectan con otras, como si el propio Todopoderoso apenas se diese cuenta de que las está dejando entrever. Por ejemplo, tenemos el famoso pasaje en el que Jehová le pregunta a Job con un sarcasmo devastador dónde estaba cuando cimentó la tierra y luego (como si estuviera fijando meramente una fecha) menciona la ocasión en la que los hijos de Dios gritaron de alegría. Uno no puede dejar de sentir, incluso a partir de tan escasa información, que algún motivo debían de tener para gritar. O, de nuevo, cuando Dios habla de la nieve y el granizo como en un sencillo catálogo del cosmos físico, parece referirse a un tesoro que ha acumulado para la hora de la batalla, como si anunciara algún tremendo Juicio Final en el que el mal será por fin vencido.

Nada podría mejorar, artísticamente hablando, ese optimismo que asoma del agnosticismo como oro brillante [220] del contorno de una nube negra. A quienes consideran superficialmente el origen bárbaro de la épica puede que les parezca fantasioso encontrar tanta significación artística en símiles casuales o sus frases accidentales. Pero nadie que esté familiarizado con los grandes ejemplos de poesía semibárbara, como la Chanson de Roland o las viejas baladas, cometerá ese error. Nadie que sepa lo que es la poesía primitiva puede dejar de notar que, aunque su forma sencilla, algunos de sus efectos más conseguidos son sutiles. La Ilíada logra transmitir la idea de que en Héctor y Sarpedón hay un tono o matiz de resignación triste y caballeresca que no es lo suficientemente amarga como para poder llamarla pesimismo ni lo suficientemente alegre como para poder llamarla optimismo; Homero nunca habría podido decir eso con palabras elaboradas, pero de algún modo consigue decirlo con palabras sencillas. La Chanson de Roland logra expresar la idea de que el cristianismo impone a sus héroes una paradoja: la paradoja de una gran humildad en lo referido a los pecados y una gran ferocidad en lo que se refiere a las ideas. Por su puesto, la Chanson de Roland no podía decir eso; pero se las arregla para dar esa impresión. Del mismo modo, al libro de Job hay que reconocerle muchos efectos sutiles que estaban en el alma de su autor, sin estar, tal vez, en la imaginación de su autor. Y de ellos el más importante de todos sigue sin determinarse.

Ignoro, y dudo que lo sepan siquiera los eruditos, si el libro de Job tuvo un gran efecto o llegó a afectar de algún modo al desarrollo posterior del pensamiento judío. Pero si efectivamente lo tuvo, puede que les salvara de un enorme colapso y decadencia. Aquí, en este libro, se plantea verdaderamente la pregunta de si Dios castiga invariablemente el vicio con un castigo terrenal y recompensa la virtud con la prosperidad terrenal. Si los judíos hubieran respondido mal a esa pregunta, po[221]drían haber perdido toda influencia en la historia de la humanidad. Podrían haberse hundido incluso hasta el nivel de la sociedad moderna y bien educada. Pues en cuanto la gente comienza a creer que la prosperidad es una recompensa a la virtud, es evidente que la calamidad está próxima. Si la prosperidad se considera la recompensa de la virtud, se la considerara un síntoma de la virtud. Los hombres abandonarán la pesada tarea de hacer triunfar a los buenos y se dedicarán a la labor más sencilla de hacer buenos a los triunfadores. Eso, que ha ocurrido a causa del comercio moderno y del periodismo, es la Némesis definitiva del perverso optimismo de los que consolaban a Job. Si los judíos lograron salvarse, fue porque el libro de Job les salvó.

Si el libro de Job es un libro notable es, como ya he dicho, por el hecho de que no concluye de un modo convencionalmente satisfactorio. A Job no se le dice que sus desgracias se debieran a sus pecados o a parte de un plan para mejorarlo. Porque en el prólogo vemos a Job atormentado no porque fuera el peor de los hombres, sino porque era el mejor. Le lección de toda la obra es que las paradojas consuelan al hombre. Aquí encontramos la más obscura y extraña de las paradojas; y lo es, de acuerdo con todos los testimonios, la que resulta de lo más tranquilizadora. No necesito sugerir qué extraña y elevada historia le espera a esta paradoja de que el mejor de los hombres sufra la peor de las suertes. No necesito decir que, en el sentido más libre y más filosófico, hay una figura del Antiguo Testamento que constituye verdaderamente un paradigma; ni lo que está prefigurado en las heridas de Job.

CHESTERTON, G.K, «El libro de Job» en "Correr tras el propio sombrero y otros ensayos", traducido por TEMPRANO GARCÍA, MIGUEL, editado por MANGUEL, ALBERTO, ed. Acantilado, Barcelona, 2005, pp. 212-221.

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