14/06/2017
Pues sí amigos, nuevo número de N**O ya en la calle. En este caso, a las puertas del verano, hemos decidido explorar la relación simbiótica entre la fantasía y lo sistemático, el sistema y lo fantástico.
Todas las condiciones de lo fantástico se pueden, quizá, resumir en la ambigüedad misma.
Para Todorov “el corazón de lo fantástico” residiría en un acontecimiento imposible de explicar bajo las reglas de este mundo que, sin embargo, sucede en este mundo. Frente a este tipo de fenómenos se presentan dos opciones: o bien estamos frente a una ilusión de los sentidos, un producto de la imaginación, o bien el acontecimiento se produjo realmente y es entonces la realidad la que está regida por leyes que desconocemos. Esto es lo que el autor llamaba, respectivamente, lo extraño y lo maravilloso.
Nuestra época parece abocada a caminar indefinidamente por la cuerda floja de esa vacilación. De la misma manera que la aparición del psicoanálisis no destruyó los tabúes, sino que sencillamente los desplazó, la actual explosión del género literario, artístico, sexual, no redefine la identidad tanto como la está desplazando hacia nuevas formas de esencialismo inodoro. A la manera del emperador Vespasiano, progresar se ha convertido en un peaje ideológico que se cobra a la entrada de la letrina pública, permitiendo depurar plusvalías que no huelen y que, sin embargo, son producto de la o***a. Un peaje en apariencia ligado a la ambivalencia interpretativa de la que hablaba Todorov pero que, en virtud de su simplificación en la economía del conocimiento, olvida que cualquier aplicación programática de la ambigüedad sería ya simple realismo. Poco o nada insólito. Poco o nada fantástico.
Para los surrealistas lo fantástico, sus imágenes ambiguas, requieren de un circumloquio. Para conocerlas mejor y para que otros puedan desearlas es necesario recurrir a un lenguaje intermediario y usar un modo de conocimiento que se define -como describiera San Pablo a los Corintios- bajo la visión de un enigma reflejado en un espejo.
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Para este número, Usue Arrieta nos habla de la expansión subjetiva del tiempo, de su elasticidad, a través de los Base Jumps, los happenings y el Red Bull en Bebidas energéticas y producción de imágenes en caída libre, donde el cuerpo conoce el límite del salto al vacío; no muy lejos de estas sincronías se encuentran las reflexiones de Paula García-Masedo con su "Cayendo hacia abajo", sobre la arquitectura de las cuevas y de la inclusión del cuerpo en ellas, donde la inmersión en la roca despierta a un mundo poblado de seres híbridos, eróticos y grotescos. Esos seres adquieren el carácter de mu***os vivientes en Del «Colour field» al «graveyard», de José Díaz, donde el autor, convertido en nigromante, sistematiza una pintura llamada a ser zombi, atrapada en su condición material y que sirve de reflejo a una época que sólo produce basura. De manera paralela, y con motivo de su exposición en Madrid, Carlos Fernández-Pello traduce un texto de Joseph Grigely publicado originalmente en 2002, en el que se explora también la relación monstruosa entre el texto, el cuerpo y la práctica editorial. Enfrentados a este festival de las tinieblas, Avalovara Selectors proponen dos capítulos musicales en "El corazón de lo fantástico", donde las dos sesiones de escucha llevan al oyente a un estado cercano al de la elevación. De la mística de las sensaciones escribe Ana Garriga en "Cuando el cuerpo era otro cuerpo", en el que se reflexiona sobre las imágenes premodernas que unían las emociones a los órganos, donde éstas circulaban en forma de fluidos y vapores. En relación a la sistematización de los sentidos o las emociones, el artículo de Daniel del Río, titulado "Variaciones de nuestro silencio", da cuenta de la dificultad de apreciar el silencio en un mundo poblado por el ruido, donde el sentido de la espera y la ausencia se muestran con asombro frente a la estructura del arte. Finalmente, en "Aprendiendo de Esparta", Julián Cruz traza un recorrido entre los mitos e imágenes que han acompañado a la polis griega hasta el presente, en una crítica donde el carácter benigno o maligno de los sueños se muestra como una misma realidad.
Tzvetan Todorov, quien fallecía hace pocas semanas, trataba de definir en su Introducción a la literatura fantástica (1970) las diferentes partes de un género cuya principal característica sería, precisamente, eludir toda definición.