22/09/2022
22 de Septiembre de 1969.
Después de una larga y penosa enfermedad muere uno de los más Presidentes de México más querido por su pueblo.
Durante su mandato nacionalizó la industria eléctrica fue quien instituyó el libro de texto gratuito, y quien creó el ISSSTE y el ISSSTE de las Fuerzas Armadas
Don Justo Sierra Casasús, diplomático de carrera, entrañable amigo de don Adolfo, su secretario particular durante la campaña presidencial y colaborador muy cercano en el sexenio, en dos largas entrevistas que concedió, una de ellas al periodista Fernando Heftye, relata episodios y obra del presidente López Mateos. De ahí proceden estas notas.
Don Adolfo, en los meses de su campaña presidencial se quejaba de continuos dolores de cabeza; inclusive en los años previos a su destape a candidato, soportaba secretamente fuertes cefaleas. Sus médicos de cabecera le decían que era una migraña, y le llenaban el estómago de aspirinas. Durante sus años de gobierno, 1958-1964, sus dolores se intensificaron en forma ininterrumpida, a tal grado que muchas veces no le permitían atender sus asuntos de gobierno y los delegaba a su Secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz. En su residencia de despacho, se adaptó un cuarto a prueba de ruidos, en el cual se aislaba repetidas veces durante horas, para poder sobrellevar sus intensos dolores. El ruido exacerbaba sus sufrimientos.
Su sucesor, Gustavo Díaz Ordaz, el que ordenó la matanza de estudiantes en Tlatelolco, le comisionó en la presidencia del Comité Organizador de los XIX Juegos de la Olimpiada, que se desarrollarían en 1968. Quién mejor para esa responsabilidad que López Mateos, cuando él como presidente había logrado la aprobación de que se llevaran a cabo en México; y que para ello se requirió desplegar una dura y tenaz disputa dentro del Comité Olímpico Internacional para vencer a otros países que también luchaban por tener el honor de ser la sede de los juegos mundiales. El país ya tenía la oportunidad de demostrar su capacidad organizativa, y que el mundo pudiera recoger una información más objetiva de lo que era México.
En los meses siguientes a la terminación de su mandato, sus dolores craneales evolucionaron en intensidad hasta volverse francamente insoportables. No obstante instaló las oficinas del Comité Organizador en la calle Esparza Oteo, en la Colonia Guadalupe Inn, al sur de la capital. Se abocó de lleno al trabajo. Se allegó de competentes colaboradores. Distribuyó tareas y especiales responsabilidades. El compromiso se perfilaba abrumador y extremadamente complejo. El proceso organizativo avanzaba satisfactoriamente. Luego, los dolores de cabeza no lo dejaban trabajar. Renunció a su cargo. Sus médicos, De la Riva, oficial mayor de Salubridad, y José Álvarez Amézquita secretario del mismo ramo, insistían en que era migraña. Con esta palabra que no quiere decir nada, cubrían su negligencia. Pero ante la gravedad progresiva de los dolores, aceptaron que especialistas revisaran el problema; y fueron los neurólogos Beltrán Goñy y Gregorio González Mariscal quienes coincidieron en que se trataba de un aneurisma cerebral. Le propusieron a don Adolfo que se invitara al norteamericano Dr. Po**en, neurólogo cirujano que se le consideraba la más alta autoridad en esta materia. Le practicó la cirugía craneal. Al salir del quirófano manifestó que no era un aneurisma: “Son siete los que tiene y para ello no hay remedio”.
A los pocos días se paralizó el párpado izquierdo y se canceló en éste su visión. Más adelante perdió la sensibilidad y movilidad de su pierna izquierda. Luego se paralizó su brazo izquierdo y perdió la sensibilidad del miembro inferior derecho. Le adaptaron aparatos ortopédicos para que pudiera dar algunos pasos. En una visita del Dr. Po**en, don Adolfo le pidió a don Justo que le dijera al cirujano “que pensaba darse un tiro”; Po**en respondió, “lamentablemente aunque quisiera hacerlo ya no podría”.
Una noche lo llevaron a cenar a un restaurante. Le partieron la carne en pedacitos. Uno de ellos se le atoró en la garganta; se ahogaba, se puso morado. Le llevaron de urgencia al hospital de neurocirugía de Tlalpan. Le salvaron la vida. Le practicaron traqueotomía para que respirara con holgura. Adolfo López Mateos no habló jamás y ya no pudo abandonar la cama.
Don Justo Sierra dice que su mal se inició a raíz de una golpiza que le propinaron en la plaza de Santo Domingo, D.F., en 1929, por ser activista de la campaña por la presidencia de don José Vasconcelos, en oposición a la candidatura oficial del Ing. Pascual Ortiz Rubio, que a fin de cuentas fungió de presidente desde febrero de 1930. Eran los tiempos del ‘Jefe Máximo’. Don Justo refiere que a don Adolfo le iniciaron sus dolores de cabeza desde que recibió la garrotiza, y que desde entonces necesitaba atenuar sus molestias con analgésicos.
“Hay que imaginar, dice don Justo, lo doloroso que fue para su familia y nosotros sus colaboradores y amigos, observar al patriota expresidente llevar una vida vegetativa, sin habla, sin movimientos y sin perspectivas durante dos años postrado en una cama, inmóvil, sólo esperando la llegada del día de la muerte. Su cuerpo se enjutó, se empequeñeció. Partía el alma ver a aquel hombre, ídolo del pueblo mexicano yacer en una cama, sobre una piel de llama para que su cuerpo no se llagara más, y con un ojo abierto como único síntoma de que el corazón le seguía latiendo. “Su esposa, doña Eva Sámano, la pasaba tejiendo, día tras día, en espera del final...”.
Y ese final llegó el 22 de septiembre de 1969, Don Adolfo López Mateos falleció cuando tenía apenas cincuenta y nueve años de edad.