02/05/2024
Muy cierto
Luego de la separación de los Beatles, los resquemores entre ellos fueron evidentes. John y Paul se peleaban a través de las canciones y las declaraciones. George, al principio distanciado de Paul, terminó algo alejado de John (éste no habría digerido demasiado bien el éxito solista de Harrison con el triple All Things Must Pass). Ringo fue el que sin dudas mejor relación tuvo con los demás en esos años. Al que todos acudían, al que todos invitaban a sus grabaciones (participó en discos de los tres y también en shows), y al que los demás le cedían composiciones. Ese era un logro que sólo él podía conseguir.
Era, se debe reconocer, el más inofensivo en términos de competencia, pero también el más afable, el que más propugnaba la unión. Ante los periodistas prefería evitar las hipocresías y las mezquindades. Nunca negó las peleas entre los cuatro: “No se debe simular que los hermanos no se pelean. Porque las peleas entre hermanos son las peores de todas, las más cruentas. Pero también las más fáciles para reconciliarse. Y nosotros fuimos cuatro hermanos”.
Cuando en la década del noventa le preguntaron cuál era el secreto de, pese a los malos momentos, esa unión que parecía indestructible: “Somos los únicos que nos conocemos. Ellos dos son los únicos que no me miran como a un Beatle sino como a Ringo y yo soy el único que los miro sólo como George y Paul”.
Disueltos los Beatles, su carrera solista tuvo un temprano esplendor. Varios protagónicos en cine auguraban una carrera en Holllywood. Una seguidilla de discos que funcionaron bien en ventas y en la crítica. Uno de covers (Sentimental Journey), otro de country (Beaucoups of blues) y varios con pequeñas gemas pop. El álbum Ringo de 1974 parece el mejor de ellos. Dos números uno y la participación de los otros Beatles. Algunos de sus hits de esos primeros años solistas: It don’t come easy, Photograph, You are Sixteen, I’m the greatest. A partir de ese momento su carrera solista se fue despeñando. Discos sin demasiado trabajo, perezosos, en los que sólo sobresale la simpatía del protagonista. La caída provino de un fin de semana salvaje que duró más de una década. Alcohol, dr**as, todo tipo de excesos. Sus compañeros preferidos de juerga fueron Harry Nilsson y Keith Moon, otro baterista célebre. También lo acompañaban John Lennon, Elton John y celebridades varias. Su matrimonio con Maureen Cox se desmoronó. Se habían casado en 1965 y tuvieron tres hijos: Zak (baterista de The Who y de la banda de su padre), Jason y Lee. Se divorciaron diez años después en medio de las épocas más tormentosas de Ringo.
Siguió editando discos (hasta puso una compañía y publicó sin el menor suceso alrededor de 15 nuevos artistas) pero ya no tenían eco. Ringo se había convertido en una celebridad de revistas, de la que no se esperaba más que apariciones públicas, escándalos, un par de grandes anécdotas. El descenso era inevitable.
Llegó a raparse, no dejó un pelo en toda su cabeza, se rasuró hasta las cejas. Las discográficas ya no confiaban en él y cancelaban sus contratos. Sus discos eran mediocres. Las ofertas para actuar en cine también se espaciaron. Las adicciones, parecía, habían ganado la partida.
Un día, mientras intentaba recuperar su carrera, en medio de una resaca atroz miró a Harry Nilsson y le dijo: “Ya no somos músicos que toman alcohol y experimentan con dr**as; nos convertimos en adictos que de vez en cuando hacemos música”
Agotó las noches de Los Ángeles, Londres, Nueva York y Montecarlo. “Perdí años enteros, de los que no me acuerdo nada, en los que no hice nada productivo. Un largo blackout. No tengo idea cómo me acostaba cada noche, de cómo llegaba a la cama”, dijo.
Durante los ochenta siguió sumido en la oscuridad de los excesos. Casi no demostró méritos artísticos, más allá de algún ramalazo esporádico de su talento. Fue el único Beatle que no tuvo ningún hit en esa década. Su carrera (y su vida personal) parecían condenadas. Pero en 1988 produjo un cambio radical. Tomó dos decisiones casi simultáneos que modificaron, una vez más, la historia. Comenzó un proceso de rehabilitación junto a su esposa Barbara. Desde ese momento ya no tomó más alcohol ni consumió dr**as. Recuperó su forma física, su sonrisa y proclamó en cada ocasión que pudo el lema “Paz y amor”. Las imágenes de Ringo Starr con los dedos en V y la sonrisa amplia y serena se han convertido en un ícono de estos últimos treinta años. Es cierto que ya no es el personaje explosivo ni abierto de antes. Fue un precursor en el distanciamiento social. Desde hace años que no da besos ni saluda con apretón de manos a nadie. Sólo una colisión de hombros oficia de saludo.
Su principal labor profesional estas últimas tres décadas, sin contar los varios álbumes publicados -de los cuales el mejor es Time takes times-, fue la creación de la Ringo Starr and His All Stars Band. Una gran agrupación de la cual él es sólo el maestro de ceremonias, en el que hay lugar para que todos se luzcan. Nils Lofgren, Joe Walsh (de los Eagles), Levon Helm (de The Band), Todd Rundgren y muchísimos otros han pasado por la formación que gira alrededor del mundo. Ringo casi no canta sus éxitos solistas, hace sus temas Beatles (y hasta alguno de la carrera solista de los otros tres) y se corre del centro para que se escuchen los greatest hits de los otros. Una gran fiesta, un karaoke gigante, comandado por el Beatle de la sonrisa enorme.
Ringo ostenta otra gran virtud. Es quien mejor comprendió la naturaleza de los Beatles, los efectos de su éxito. Dijo que era una situación, un status, que ellos cuatro sólo compartían con los pocos hombres que pisaron la Luna. No solo los emparentaba la época, sino la realidad incontrastable que habían llegado a un lugar al que nadie más accedería.
Pero más allá del personaje simpático, él es un gran músico. Sus colegas lo estiman, lo valoran como músico. Dave Grohl, en la introducción del Beatle en el Rock and Roll Hall of Fame, dijo: “¿Cómo definir al mejor baterista del mundo? ¿Es el que es técnicamente impecable? ¿O es alguien que atraviesa la canción con un sentimiento personal y con corazón? Ringo es el rey del sentimiento y del corazón”.