18/11/2022
UN NEGOCIO MUNDIAL: La pelota debe seguir rodando
Cada cuatro años, y por un mes, deja de rodar la pelota por el verde césped de sus respectivas ligas. La Copa del Mundo es el punto más álgido, el principal evento y el momento más acaparador de atenciones para quienes son fieles al fútbol y también para aquellos que se dejan llevar por la magnitud del Torneo.
El Mundial es la expresión más gráfica de cómo este deporte es una pasión de masas que se ve atravesado por el capital, los negociados y la política. Qatar 2022 es un claro ejemplo de cómo interactúan estos elementos; desde su elección como país anfitrión, pasando por los preparativos, hasta las dificultades para apañar los choques contraculturales.
La selección del país arabe como organizador del campeonato de mayor relevancia en el deporte estuvo plagada de irregularidades: casos de corrupción comprobados, sobornos para que Qatar fuera elegido como sede que salieron a la luz (y terminaron impulsando en el desmantelamiento de la FIFA), etc.
También la construcción de los estadios ha sido escandalosa. Los trabajadores - migrantes de Bangladesh, India, Pakistán o Nepal -han sido sometidos a condiciones laborales inhumanas: desde mentiras sobre el salario que percibieron y las condiciones de vida que encontraron en el alojamiento, a no poder abandonar el empleo ni el país porque les retiraron el pasaporte.
Estas condiciones laborales terminaron derivando en la muerte de miles de trabajadores. Según un informe del periódico británico The Guardian, unos 6500 trabajadores perdieron la vida en su construcción. El gobierno de Qatar ha negado estas cifras y ha puesto un manto de secretismo. Según la Organización Internacional del Trabajo, es imposible afirmar cuántos trabajadores perdieron la vida en la construcción de los estadios mundialistas.
El mundo del fútbol a nivel general ha optado por hacer caso omiso y mirar hacia un costado ante las atrocidades que se vienen cometiendo y seguirán reproduciéndose mientras transcurre el certamen. No se problematizó sobre las opresiones que sufren y sufrirán las mujeres, ni tampoco sobre el calvario que tendrá que soportar la comunidad
LGBTIQ+ en el caso de que quisieran formar parte de la fiesta más popular de todas.
Se pudieron observar algunas expresiones en rechazo de la realización de la Copa del Mundo en Qatar, pero inevitablemente pecaron de demagógicas. Es el ejemplo de las camisetas de Dinamarca. Una vez más, y como ha sucedido a lo largo de la historia, las manifestaciones más genuinas y más sentidas provinieron de las tribunas, de las hinchadas.
No se puede imaginar al fútbol sin la pasión que genera en los espectadores, en los y las hinchas que mueven cielo y tierra por ir a alentar a su equipo o selección. Lamentablemente, este sentir viene siendo vulnerado y atacado cada vez más por el negocio que existe por detrás, por actores que nada tienen que ver con el objetivo central del deporte y por instituciones corruptibles.
Por lo tanto, podemos concluir con que el fútbol es un territorio en disputa. Se tiene que bregar para que siga existiendo ese sentimiento que mueve masas. Se tiene que luchar para que la pelota no se manche.