08/12/2022
En este día de la historia .....
El 7 de diciembre de 1941, Japón lanzó un ataque sorpresa contra suelo estadounidense en Pearl Harbor, la base naval de Estados Unidos cerca de Honolulu, Hawai.
Poco antes de las 8 de la mañana de ese domingo, cientos de aviones de combate japoneses descendieron sobre la base, donde consiguieron destruir o dañar casi 20 buques de guerra estadounidenses, entre ellos ocho acorazados, y más de 300 aviones.
Más de 2.400 estadounidenses murieron en el ataque, incluidos civiles, y otras 1.000 personas resultaron heridas. Al día siguiente del asalto, el presidente Franklin D. Roosevelt pidió al Congreso que declarara la guerra a Japón.
La "infamia" de Pearl Harbor empezó con un cúmulo de despropósitos. A las 3:45 de la mañana del 7 de diciembre de 1941, el destructor Ward recibió una alerta de que se había avistado un submarino en el exterior de la bocana del puerto. Pero al comprobarlo, no se detectó ninguna presencia extraña. Unas horas más tarde, otro carguero avisó sobre la presencia de una vela y un periscopio en la zona.
Los proyectiles y las cargas de profundidad lanzadas por del buque de guerra sí hicieron blanco en esta ocasión. Se informó de la operación al comandante del Decimocuarto Distrito Naval a las 6:45, pero la decodificación del mensaje se demoró 23 valiosos minutos que enterraron cualquier pista sobre el ataque inminente.
Fueron dos horas de bombardeo en medio del Pacífico que cambiaron drásticamente el rumbo de la Segunda Guerra Mundial.
El 7 de Diciembre de 1941, una jornada que sería recordada como el «Día de la Infamia», las fuerzas aéreas de la Marina Imperial Japonesa bombardearon la base naval de Pearl Harbor en las Islas Hawaii, propiciando la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
El ataque de Japón que se desarrolló con la aviación procedente portaaviones sobre una prácticamente indefensa y sorprendida Flota del Pacífico, provocó la muerte de miles de militares norteamericanos y causó unas pérdidas tremendas en acorazados y otros buques de combates hundidos en puerto, algo que sin duda despertaría la ira del pueblo estadounidense y por tanto modificaría el rumbo de la contienda, del siglo XX y en general de la Historia.
Estados Unidos desde la Gran Guerra había defendido una firme neutralidad en todos los aspectos tras el fracaso de los representantes del Gobierno de Washington en las Conferencias de Paz de París de 1919, durante las cuales los norteamericanos se sintieron traicionado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial debido a la rapiña sobre los vencidos y al peligro de actitudes revanchistas, por lo que desde entonces el país que en aquel entonces lideraba el Presidente Woodrow Wilson optó por una política de aislacionismo y de ser ajeno a cualquier otro conflicto bélico, especialmente si tenía lugar en la Vieja Europa.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial en Europa con la invasión de Polonia en 1939, los Estados Unidos se declararon neutrales al conflicto entre Alemania y el Reino Unido, incluso después de la caída de Francia en 1940 que pese a despertar las alarmas en el propio Presidente Franklin Delano Roosevelt ante el surgimiento de un competidor tan poderoso como el Tercer Reich, no pudo hacer nada porque la inmensa mayoría de la población norteamericana y el Congreso estaban en favor de la paz y la no intervención al sentirse muy influenciados por el Acta de Neutralidad, aunque por lo menos el Gobierno de Washington consiguió durante una votación aprobar la venta de material militar a Gran Bretaña a través de la Ley de Préstamo y Arriendos y la entrega de 49 viejos destructores a la Marina Real Británica.
Las cosas sin embarco empezaron a cambiar en el otoño de 1940, primero cuando el «estado títere» pro-alemán de la Francia de Vichy autorizó al Ejército Japonés acuartelarse sobre las provincias de Vietnam y Tonkín en la Indochina Francesa para abrir un frente bélico al sur de China; pero sobretodo con la firma de una alianza entre el Imperio Japonés, la Alemania Nacionalsocialista y la Italia Fascista que conformaron el Pacto Tripartito, erigiéndose las tres como las potencias del Eje.
A mediados de otoño el Primer Ministro Hideki Tôjô ya tenía muy avanzados los planes para la invasión de los dominios occidentales en Asia y el Océano Pacífico, pese a ciertas voces en contra como la del almirante Isoroku Yamamoto, jefe de la Flota Combinada, quién aunque estaba en contra de hacer la guerra a Estados Unidos y detestaba la alianza con Alemania, aceptó el encargo por ser el marino más competente y el único en haber diseñado un plan maestro para destruir a la Flota Americana del Pacífico bombardeando la base aeronaval de Pearl Harbor en las Islas Hawaii.
Al norte de la isla de Oahu, en el archipiélago de Hawái, dos soldados de guardia en la nueva estación de radar de Opama vieron aparecer en su monitor una ingente cantidad de señales lumínicas. Aquellos puntos desvelaban la primera oleada de la ofensiva de la Kido Butai, la Fuerza Móvil japonesa, sobre la base estadounidense en el Pacífico. Sin embargo, el teniente Kermit Tyler, oficial al que se reportó la anómala incidencia ,era su segunda jornada de servicio en el centro de seguimiento aéreo de Fort Shafter, no pensó en un movimiento bélico, sino en el grupo de bombarderos que debían llegar ese mismo día de California.
A las 7:55, y tras cruzar toda la isla al grito de "¡tora!, ¡tora!, ¡tora!" la famosa expresión que utilizó Fuchida Mitsuo, el jefe de la Kido Butai, para confirmar que se había logrado el factor sorpresa, los bombarderos japoneses atacaron en picado los hangares, los aviones y las rampas para hidroaviones de la base aeroval de la isla de Ford, en el corazón de Pearl Harbor. En el medio del inesperado caos, el capitán de corbeta Logan Ramsey, oficial de operaciones la 2ª Ala de Patrulla, ordenó a la sala de radio que emitiera en abierto el siguiente mensaje: "Ataque aéreo sobre Pearl Harbor. Esto no es un simulacro".
El resto de la Historia ya la conocemos...En Estados Unidos a las 14:26 horas de Washington D.C., la radio transmitía el partido de béisbol entre los equipos Dodger y Gigants de Nueva York, cuando de repente un locutor interrumpió la programación para anunciar una la siguiente noticia: «Excusadme amigos. Me dicen que en este momento los japoneses están bombardeando Pearl Harbor.
Incluso desde Alemania, el Ministro de Asuntos Exteriores Joachim Von Ribbentrop telefoneó emocionado a Italia para despertar al Ministro de Asuntos Exteriores Galeazzo Ciano y comunicarle de que había sido destruida la Flota Americana del Pacífico.
Al día siguiente del ataque a Pearl Harbor que sería recordado como el «Día de la Infamia», el 8 de Diciembre de 1941, el Presidente Franklin Delano Roosevelt habló desde la tribuna del Congreso para leer la declaración de guerra a Japón con las siguientes palabras: Ayer, 7 de Diciembre de 1941, los Estados Unidos de América fueron repentina y deliberadamente atacados por fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón. Es evidente que la planificación del ataque comenzó hace ya muchas semanas. Durante todo ese tiempo el gobierno japonés ha tratado deliberadamente de engañar a los Estados Unidos con falsas declaraciones y expresiones de esperanza sobre el mantenimiento de la paz.
El ataque ayer a las Islas de Hawaii ha causado graves daños a las fuerzas armadas norteamericanas; lamento comunicarles que se han perdido las vidas de más de 2.000 ciudadanos norteamericanos.
Por eso, aunque nos cueste mucho superar esta premeditada invasión, el pueblo americano, utilizando justificadamente su poderío, conseguirá al final la victoria absoluta. Debido a este ataque ruin y no provocado de Japón, solicito al Congreso que declare el Estado de Guerra.
Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial habiendo encajado una catastrófica derrota militar con la destrucción de gran parte de la Flota Americana del Pacífico. Aunque milagrosamente se salvaron los tres portaaviones USS Enterprise, USS Lexington y USS Saratoga que por mera causalidad no se encontraban en Pearl Harbor, así como la base de submarinos y los depósitos de combustible que permanecieron intactos al no lanzarse la tercera oleada prevista por el vicealmirante Chuichi Nagumo, el resultado fue desalentador porque se perdió a casi la totalidad de la escuadra de acorazados, a más de la mitad de la aviación y a otro tipo de embarcaciones, sin contar los daños sobre las instalaciones y las bajas entre el personal naval. Como consecuencia de este desastre sin paliativos, la Marina Imperial Japonesa adquiriría de forma instantánea el dominio absoluto del Océano Pacífico y por tanto una impunidad absoluta que permitió al Imperio Japonés expandirse sobre un vasto espacio sobre el Sudeste Asiático y Oceanía.
Quizá al final todo se reduzca a la creencia estadounidense que se sintetiza de forma explícita en otra legendaria frase del almirante Husband E. Kimmel, : "Nunca pensé que estos enanos amarillos hijos de p.... pudieran ejecutar un ataque como este, tan lejos de Japón".