15/07/2022
Extracto de una novela escrita por Itziar Araya Anchia. Interesante, sublime y oscura obra.
------------------------------------------------------------------------
Treinta y tres años tenía Francisca Xaviera y no pensó era un buen presagio ese número. Por ello juntó en un cofre de plata las joyas de su abuela María Juana y su madre Francisca. Llamó al capataz del fundo bautizado en honor de San Miguel arcángel, el fiel Fulgencio y le encomendó enterrarlo en un lugar seguro. Se aproximaba octubre, mes donde se celebra a la patrona de España, la Virgen del Pilar y sólo tiene noticias de sus hermanos por unas cartas escritas a la rápida desde el sur, en donde se hace parte de la inmensa angustia que están pasando. Todo culpa de la pésima estrategia militar que el torpe de Bernardo está implementando, escribía Luis, el menor de sus hermanos.
Qué hago con el tesoro doña Javiera. - preguntó Fulgencio.
Lo entierras en un lugar apropiado bajo algún símbolo de religiosa relevancia - contestó su patrona.
Al poco tiempo, encontrándose Javiera en el solar de sus amigos de Colina y a sabiendas del desastre de Rancagua, decidió partir, junto a sus hermanos, abandonando hijos y marido, en la comitiva que huía al país hermano.
Muchos años más tarde, ya de regreso de tan penoso destierro, en el solar de su familia, en su adorada casona del fundo de San Miguel de San Francisco de El Monte, bajo la sombra de las secuoias y araucarias decidió preguntar a Avelino, hijo de Fulgencio, por el destino del cofre. Éste sólo recordaba que su padre, en su lecho de muerte, le había hablado de la Pilarica, la vírgen del Pilar.
Javiera sonrió, comprendiendo que el cofre estaría a salvo bajo algún famoso pilar del pueblo.
Mientras el fundo estuviera protegido por los fantasmas de sus tres hermanos fusilados en Mendoza, tres jinetes sin cabeza, nada podría ocurrirle al tesoro, ni a los habitantes de este sector - pensó.
Bien sabía ella que en las noches más oscuras, el espectro de esos tres mártires, sus adorados hermanos Luis, Juan José y José Miguel, fusilados de forma infame en tierras extrañas, acusados de conspiración al gobierno del Ma***to Huacho, salían a cuidar los hermosos parajes de lánguidos álamos, fragantes aucaliptos, sólidas secuoias, regias araucarias e indolentes palmas chilenas.
El recibir en un s**o, las cabezas de sus hijos, para cobrarles los costos del fusilamiento, habrían acabado de matar de pena a su padre, don Ignacio de la Carrera Cuevas.
El pago de Chile... Ya pagará Bernardo esta infamia. - pensó
Al menos espero que en esta pequeña aldea, tan querida mía de, San Francisco del Monte, nunca nombren ningún solar, calle o plaza en su honor. - Se dijo para sus adentros.
Muchos años más tarde, una tarde de mayo del 2016, en el día del patrimonio, cuando fuimos con mis primos a visitar el túnel que parte en las casonas aledañas a la parroquia de la Plaza principal del pueblo de nuestros ancestros y que sigue hasta las caballerizas del fundo San Miguel,
impresionados ante tan magnifica obra de ingeniería colonial, de más de dos kilómetros de largo, cinco metros de ancho por dos y medio de alto, donde se escondían caballos y jinetes de las tropas patriotas y se conserva incólume hasta hoy, caminamos hasta la entrada del túnel, reconociendo el olor inconfundible de éste.
Cuántos juegos de niños habíamos pasado juntos tardes enteras en las bodegas de su extremo opuesto. Cuántas leyendas nos había contado Arturo Avelino, capataz del fundo.
Esa tarde de otoño, revisando el viejo baúl del bisabuelo Salustiano, encontramos entre unos viejos faroles coloniales, un viejo mapa polvoriento que señalaba un pilar.
Qué extraño - dijo mi primo... hay un pilar en un extremo de la plaza y otro en una vieja construcción en la calle Benavente... quizás si tendrá algo que ver con la leyenda del tesoro que nos contaba el Aita - se preguntó
Esa noche sin luna, después de una sesión de espiritismo en donde convocamos a los hermanos Carrera, nos quedamos a alojar en la vieja casa familiar y a las tres de la madrugada, la hora maldita según la tradición mágica, despertamos sobresaltados por el fuerte relincho de un caballo. Nos asomamos escondidos detrás de los viejos postigos y el primo Francisco Javier pudo alcanzar a ver la capa negra de uno de los tres jinetes sin cabeza que galopaban cuesta abajo, hacia el pueblo.
El pilar y su tesoro estarán resguardados para siempre, pues sobre quien lo encuentre, caerá la maldición que Francisca Xaviera de la Carrera y Verdugo echó a Bernardo O'Higgins Riquelme, el huacho ma***to , quien terminaría sus días desterrado y humillado, en un olvidado solar del Perú, nos confirmó el viejo sacristán de la iglesia de San Francisco, a donde fuimos a confesar el pecado de la noche anterior.