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02/05/2023

Durante siglos se les ha marginado y presentado como “chuscos”, pero su origen y vinculación con la ganadería del antiguo Perú está revalorándose. En Ilo, ya hay estudios sobre su significativa presencia en suntuosos entierros. 

06/04/2023

Compartimos un análisis de las narrativas cambiantes presentadas para justificar la invasión hispana del siglo 16, los conceptos de Tiranía y Señores naturales, las imputaciones crecientes que se hacen a Atawalpa, el rol de Waskar como instrumento de estas imputaciones, su “derecho” de sucesión patrilineal europeo al “Imperio”, el rol de los cronistas y sus versiones que favorecen a los partícipes de la invasión, la construcción de nuestra “historia oficial”.

EL TEMA DE LA TIRANÍA DE LOS INCAS.

¿Cabe separar el estudio de los debates jurídicos sobre la legitimidad de las conquistas hispánicas, la del Perú en este caso, del de la historiografía, en su sentido más general, que nos informa sobre esta conquista? ¿No es esta información también una deformación, en la medida en que las posiciones políticas la modifican y la moldean al mismo tiempo que se va elaborando?

Sucede que gran parte de la historiografía de la Conquista la debemos a los mismos que condujeron la empresa y a otros (historiadores, juristas, teólogos) que en gran parte abrazaron la causa de los conquistadores. Son los partidarios de la historia oficial, los propagandistas del mito de la conquista caballeresca y benéfica. Por comodidad y para mayor facilidad se les llama frecuentemente “colonialistas”, en oposición a los “indigenistas”, quienes, imbuidos de espíritu evangélico y liberalismo político, próximos a los planteamientos lascasianos, defendían los derechos de los indígenas y de sus príncipes. Estos dos partidos se enfrentaron esencialmente para saber a quién incumbía legalmente el gobierno y la propiedad del antiguo Tahuantinsuyo. Ahora bien, nosotros observamos que el argumento principal de los “colonialistas” y también de los “indigenistas” se apoya en el concepto de tiranía. Los “colonialistas” se esmeraron en demostrar que el soberano indígena (Atahuallpa), con el que chocaron los conquistadores, era un tirano, lo cual, según las normas de la época, justificaba la conquista y hacía de ella una liberación.

Los “indigenistas”, por el contrario, afirmaron que este soberano era una víctima y que quienes se comportaron como tiranos fueron los conquistadores. Quisiéramos estudiar aquí los usos de este concepto de tiranía mediante un muestreo de textos –en especial “colonialistas”– redactados entre 1532 y 1572, período marcado por los dramas que conocemos: la captura (16 de noviembre de 1532) y la ejecución (26 de julio de 1533) del Inca Atahuallpa; la captura del Inca Tupa Amaru y su ejecución (24 de septiembre de 1572).

Ante todo, aclararemos que el concepto de tiranía está condicionado por otro del cual es el opuesto y el negativo, que es el de soberanía –o señorío– “natural”. Sucede que las normas de la soberanía natural, que por sí solas garantizan la legitimidad de un señor o de un rey, están constantemente sobreentendidas en la literatura histórico-política que estudiamos y en la que se emplea frecuentemente el término “señor natural”. Es por eso que de este término daremos una muy breve definición.

EL SEÑOR NATURAL Y EL TIRANO
Se trata de conceptos heredados de Aristóteles y retomados por teólogos políticos tales como Juan de Salisbury (Policraticus, 1159) y sobre todo Santo Tomás (Suma, De regno), pero que también proceden del derecho feudal y del derecho real visigodo (cf. Fuero Juzgo). El señor natural, ya sea rey, duque, conde, etc., es el que respeta lo que Santo Tomás llamaba la ley natural –es decir la razón, la justicia, el orden, el bien común– y como jefe toma las medidas necesarias en beneficio de sus súbditos. Su poder se basa tanto en la elección (derecho visigodo) –que no excluye el sistema hereditario– como en el contrato (contratus subjectionis), que lo compromete mediante el juramento a la comunidad. El señor natural debe cumplir especialmente con las siguientes condiciones:

- descender de un noble linaje cuyo fundador, por lo menos, haya sido elegido por la comunidad;
- ser aceptado por todos como señor, por sus súbditos, sus vasallos: es su soberano;
- respetar los tratados, y no declarar la guerra sino conforme a las exigencias de la razón y de la justicia y en interés de sus súbditos;
- defender las buenas costumbres y la fe católica.

Lo contrario del señor natural es, pues, el tirano, que ejerce su poder sobre una comunidad, infringiendo una o varias de las reglas mencionadas:

- el tirano no ha sido electo, no ha heredado su poder; se ha apoderado de él por la violencia o la astucia, contra la voluntad de la comunidad: es un usurpador;
- para conservar el poder somete a sus súbditos por medio de procedimientos injustos y crueles: es un opresor;
- no respeta los tratados, ni los compromisos: es un traidor;
- puede rebelarse contra su soberano: es un rebelde;
- ataca injustamente a otras comunidades o pueblos, conduce sus conquistas por la fuerza y la violencia: es un agresor, etc.
Para numerosos autores, desde Salisbury hasta Mariana, las injusticias del tirano justifican el tiranicidio. También, un señor natural que viola el código moral y político señalado se convierte en tirano.

Estas nociones, en el derecho internacional, conducían evidentemente a una definición de las relaciones entre príncipes cristianos y príncipes paganos. Los teólogos políticos de la Edad Media habían examinado ampliamente este tema. Por lo tanto, se remonta a Santo Tomás la idea defendida por Las Casas según la cual los príncipes peruanos que no tuvieron ningún contacto con los cristianos y no los ofendieron podían gobernar su Estado y poseer sus bienes con toda legitimidad siempre y cuando fueran señores naturales.

LOS CONQUISTADORES SON TIRANOS Y ATAHUALLPA SU VÍCTIMA

La captura y la ejecución de Atahuallpa tuvieron lugar en momentos en que en la Península, desde hacía largo tiempo, se debatía acerca de las condiciones de la “guerra justa” hecha a los indígenas y de los abusos de los conquistadores y colonos. El jefe de la expedición del Perú, Francisco Pizarro, había recibido de la Corona firmes y humanitarias recomendaciones en cuanto a la manera de tratar a los indígenas. Cuando el encuentro de Cajamarca y su desenlace se conocieron en España, sobre todo el fabuloso rescate de Atahuallpa, la distribución del botín de oro y de plata, así como las perspectivas de enriquecimiento rápido, fue lo que causó honda impresión en los espíritus. Pero el partido de los evangelistas o “indigenistas”, que velaba por los derechos de los indígenas y que inquietaba la conciencia del rey, reaccionó vigorosamente ante las noticias recién llegadas del Perú. Prueba de ello fue la indignación del famoso dominico Francisco de Vitoria, provocada por estas noticias, aun cuando todavía ignoraba el as*****to oficializado de Atahuallpa (puesto que los conquistadores que le informaron habían salido del Perú inmediatamente después del reparto del botín, pero antes de la ejecución del soberano). Para Victoria, no existe ninguna duda de que sus compatriotas se condujeron en el Perú como agresores, opresores y saqueadores, es decir como tiranos. El dominico encuentra aún un agravante más para el escándalo, en lo que él considera un hecho, que es que Atahuallpa (“Tabalipa”) ya se había convertido en vasallo de Carlos V. Él sin duda fundamenta esta certeza en el donativo papal y quizá también en la fe de testimonios que afirman que la orden del “requerimiento” había sido debidamente hecha al Inca y que él había aceptado sus condiciones: Primum omnium, yo no entiendo la justicia de aquella guerra. Nec disputo si el Emperador puede conquistar las Indias, quae presuppono que lo puede hacer estrictísimamente. Pero, a lo que yo he entendido de los mismos que estuvieron en la próxima batalla con Tabalipa, nunca Tabalipa ni los suyos habían hecho ningún agravio a los cristianos, ni cosa por donde los debiesen hacer guerra […]. Yo doy todas las batallas y conquistas por buenas y santas. Pero hase de considerar que esta guerra ex confessione de los peruleros, no es contra extraños sino contra verdaderos vasallos del Emperador, como si fuesen naturales de Sevilla, et proeterea ignorantes revera justitiam belli; sino que verdaderamente piensan que los españoles los tiranizan y les hacen guerra injustamente […]. Que la guerra, máxime con los vasallos, hase de tomar y proseguir por bien de los vasallos y no del príncipe […]. Ni sé por donde pueden robar y despojar a los tristes de los vencidos de cuanto tienen y no tienen […] si [los indios] son hombres y prójimos vasallos del Emperador, non video quomodo excusar a estos conquistadores de última impiedad y tiranía (“Carta a Miguel de Arcos”, 08-11-1534, Vitoria).

La posición de Las Casas, expresada después de la ejecución, era todavía más definida: Atahuallpa era un señor natural injustamente despojado y ejecutado por agresores que merecen a justo título el epíteto de tiranos:
Sabe vuestra merced que se dice de aquel gran rey del Perú, Atabaliba, que Pizarro tan tiránica y cruelmente “despojó” de su reino (“Carta a un personaje de la corte”, 15-10-1535, Las Casas, 1958a).

Considérese aquí la justicia y título desta guerra, la prisión deste señor y la sentencia y ejecución de su muerte, y la conciencia con que tienen aquellos tiranos tan grandes tesoros, como en aquellos reinos a aquel rey tan grande y a otros infinitos señores y particulares robaron (Las Casas, 1958b [1552]).

Los españoles […] entrados en el Perú, prendieron a un señor natural de aquellos reinos, que se llamaba Atabaliba, sin dar el Atabaliba causa alguna para ello, sino que lo prendieron para matarle, a fin de poseer el reino del Perú más pacíficamente (Las Casas, 1958c [1564]).

ATAHUALLPA ES UN TIRANO Y LOS CONQUISTADORES SUS VÍCTIMAS.

a. La carta de Hernando Pizarro
Una de las primeras informaciones procedentes de los actores es la que Hernando Pizarro, hermano de Francisco, dirige a los auditores de Santo Domingo el 23 de noviembre de 1533 (Porras Barrenechea, 1959, doc. 55). Enumera allí las circunstancias que contribuyen a establecer que Atahuallpa fue el agresor: Francisco Pizarro lo había enviado al campamento de Atahuallpa para proponerle al Inca la amistad y la colaboración de los cristianos. Se convino una cita con “el gobernador” (título de Francisco Pizarro) y fue Atahuallpa quien decidió que tuviera lugar en la plaza de Cajamarca. Cuando los cristianos ya se habían instalado, se enteraron por mujeres indígenas, que eran sus mancebas, que “Atabaliba venía sobre tarde para dar aquella noche en los christianos e matarlos”. El Inca había hecho saber que pensaba venir con hombres armados. Pero prefirió obrar con astucia ya que cuando llegó a la plaza estaba acompañado de “hasta cinco o seys mill indios sin armas, salvo que debaxo de las camisetas traían unas porras pequeñas, e hondas e bolsas con piedras”. Casi en seguida, el hermano Vicente Valverde, dominico, se dirigió a la litera del soberano con un libro en la mano. Le dijo que él era enviado por el Emperador […] para que le enseñase las cosas de la fe, si quisiese ser christianos e dixo que aquel libro era de las cosas de Dios; y el Atabaliba pidió el libro e arrojóle en el suelo e dixo: ‘Yo no passaré de aquí hasta que deys todo lo que avéys tomado en mi tierra, que yo bien se quién soys vosotros y en lo que andáys’. E levantóse en las andas e habló a su gente en armas.

Inmediatamente, Valverde fue a dar cuenta al gobernador, quien, mediante una señal ya convenida, dio la orden a su hermano de usar la artillería. Entonces acometieron los conquistadores y fue la masacre: “E como los indios estaban sin armas, fueron desbaratados sin peligro de ningún cristiano”. Francisco Pizarro recibió una herida de un soldado español al querer proteger al Inca.

Estos son, pues, “hechos” que parecen establecer la culpabilidad del príncipe indígena de manera indiscutible. Había existido no solo intento de agresión contra los cristianos que proponían la paz, sino también el insulto a la religión, a Dios, es decir, sacrilegio. Esto es lo que explicó Francisco Pizarro, moralista, a los indígenas sobrevivientes rogándoles que volvieran a sus casas: “Quél no venía a hacerles mal, que lo que se avía hecho avía seydo por la soberbia de Atabaliba”. Después dirigió a su prisionero este discurso:
Que no venía a hacer guerra a los indios, sino quel Emperador, que era señor de todo el mundo, le mandó venir porque le viesse e le hiciese saber las cosas de nuestra fee, para si quisiesse ser christiano, e que aquellas tierras e todas las demás eran del Emperador, e que le avía de tener por señor; e le dixo que era contento.

En realidad, lo que Pizarro expone aquí al Inca son los mismos términos del requerimiento, el cual se apoya –en su parte política– en la pretensión de Carlos V al señorío a la vez natural y universal como heredero del Santo Imperio Romano de Occidente y al mismo tiempo sobre la donación papal a los reyes de España.

Referencia a Huáscar, el hermano de Atahuallpa, que tenía jurisdicción sobre el sur:
Preguntóle el gobernador por su hermano el Cuzco [Huáscar]. Dixo que otro día allegaría allí, que le traían preso, e que sus capitanes quedaban con la gente en el pueblo del Cuzco. E segun después paresció dixo verdad en todo, salvo que su hermano lo envió a matar, con temor quel gobernador le restituyese en su señorío.

Es aquí, quizá, que se encuentra la primera referencia tendenciosa al as*****to de Huáscar por su hermano. O con mayor exactitud, no se trata aún de un crimen sino de la intención de este (“lo envió a matar”). Evidentemente, esta acusación, aún vaga, agrava el caso del Inca prisionero. Veremos el partido que algunos historiadores sacaron más adelante de esto.

b. La carta de Jauja
La carta del ayuntamiento de Jauja al emperador, del 20 de julio de 1534 (Porras Barrenechea, 1959, doc. 86), de alguna manera completa la de Hernando Pizarro, ya que trata –exclusivamente– de la ejecución del Inca. No se interesa en narrar los hechos, sino que afirma solamente los crímenes de Atahuallpa.
El gobernador […] falló culpable al cacique Atabalica porque su intención dañosa, aunque por el gobernador había seydo dado por libre e siempre se le había hecho buen tratamiento, ordenó e inventó de fazer guerra e con ella todo el mal e daño que pudiese a los españoles, por señorear e mandar tyranicamente como hasta allí abía fecho.

Encontramos aquí los dos agravios mayores que se volverán clásicos: el pérfido complot del Inca intentando masacrar a los cristianos a cambio de la generosidad que estos le habían manifestado, y la violencia institucionalizada de su gobierno. El texto insiste sobre este punto: “Fue fecho dél xusticia pública, de que los naturales, porque an [padecido] crueldades y muchas muertes dellos propios, abían seydo suxetados e avasallados deste Señor, fueron muy alegres”. Pizarro, pues, no solo ha salvado la conquista española –y la evangelización con ella– sino que también castigó a un traidor, a un rebelde y preservó a la población indígena del retorno de la opresión y la tiranía. La ejecución del Inca fue un acto de justicia, y también de liberación. La carta contiene además una alusión al nuevo Inca “quel gobernador fizo en nombre de Vuestra Magestad, que fue un hermano del mu**to, a quien la tierra venia por xusta razón e derecho”. No se dice, sin embargo, en qué se fundamentaba la legitimidad de esta sucesión.

c. La crónica de Jerez
La crónica de Francisco de Jerez (Xerez, 1985 [1534]), secretario de Francisco Pizarro, es el documento más largo y preciso dedicado a la defensa y elogio de Pizarro. Cubre la historia de la Conquista desde los primeros intentos hasta la ejecución de Atahuallpa. Fue redactado inmediatamente después de los acontecimientos y publicado, a toda prisa, a fines de julio de 1534 en Sevilla, apenas un mes después de que Jerez llegara a España.

Confiere un papel muy lúcido al jefe de la expedición. F. Pizarro solo se resuelve a atacar en Cajamarca al percibir claramente que Atahuallpa tiene la intención de exterminar a los cristianos…..Pizarro no encadenó a su prisionero. Lo hizo sentar a su mesa, le permitió que conservara a sus mujeres, su servidumbre, su mobiliario. Pizarro no perdía ocasión de mostrar a Atahuallpa la vanidad de los ídolos y su poca eficacia en la lucha. Le mostraba la grandeza del verdadero Dios y lo alentaba a convertirse en cristiano.

Opresión, despotismo, crueldad hacia sus súbditos; intenciones agresivas, perfidia, traición a los cristianos, insulto al verdadero Dios: tales son, según la crónica de Jerez, las características de la política interior y exterior de Atahuallpa. Ellas hacen de él un tirano perfecto. Por el contrario, Jerez adorna a F. Pizarro con las virtudes ideales del príncipe: el valor, la generosidad, la piedad y también la prudencia, la inteligencia, la firmeza; es aceptado, respetado por la comunidad militar que él gobierna: es él quien tiene las cualidades que requiere un señor natural.

De esta versión de los acontecimientos, de esta oposición maniquea, debe resultar una primera consecuencia: al apoderarse de la persona del Inca Atahuallpa, F. Pizarro no se comportó como agresor o usurpador –como podría creerse a primera vista–, sino, al contrario, como caballero protector del pueblo peruano oprimido, como defensor de la fe ultrajada, y al hacer ejecutar a este Inca detestable y peligroso, no fue culpable de regicidio, como podría pensarse, sino que tan solo recurrió a un indispensable, justo y liberador tiranicidio.

LA HISTORIA DE LOS AÑOS 1550 Y EL PERSONAJE DE HUÁSCAR.

A medida que pasa el tiempo observamos que se opera una transformación de los cargos y, al mismo tiempo, de los acontecimientos sobre los cuales se apoyan estos cargos. Los historiadores Gómara, Zárate y también Cieza de León atribuyen nuevos móviles a la condena del Inca. No acusan a Atahuallpa, como se hacía antes, de haber convocado secretamente a un ejército contra los cristianos. Desde entonces se afirma que Soto, que fuera enviado a hacer un reconocimiento, en realidad no comprobó ninguna concentración de fuerzas hostiles en los alrededores, y que cuando llegó al campamento a tranquilizar a sus compañeros y disculpar al Inca era demasiado tarde, pues ya lo habían ejecutado. Los historiadores explican la cruel sentencia con nuevas razones. Diversas personas, que tenían interés en la desaparición de Atahuallpa, intrigaron para hacerlo condenar:

1. El intérprete indígena, llamado Felipillo, deseaba divertirse con una concubina del príncipe; es conocido el éxito que luego tuvo esta anécdota novelesca.
2. Almagro y sus hombres, que llegaron a Cajamarca después de la captura del Inca, no podían esperar que les correspondiera una parte del rescate del soberano; veían afluir a Cajamarca tesoros que no estaban a su alcance y temían que se agotara así el país para el solo provecho de la tropa de Pizarro. La ejecución del Inca restablecería la igualdad de derechos con respecto al botín.
3. Fray Vicente Valverde, un día que se sintió mortificado por Atahuallpa, juró su muerte y se propuso lograr su perdición, etc.

A primera vista, parece que estas nuevas pruebas agregadas al expediente limpiarían al Inca del cargo de agresión premeditada. Esto es quizá cierto en lo que concierne a Cieza. Lo es mucho menos en lo que concierne a Gómara y sobre todo a Zárate. Estos autores debieron tener en cuenta las reacciones escandalizadas e irónicas que sin duda provocaron en muchos las acusaciones de agresión y de traición dirigidas contra este soberano que, al fin y al cabo, habían llegado desde muy lejos a acorralar en sus propias tierras. Su versión de los hechos presentaba, sobre todo, la enorme ventaja de desviar sobre otros la responsabilidad de la ejecución que incumbía a F. Pizarro. Así Pizarro no podía ser considerado como regicida. Había sido solamente el instrumento de las intrigas y de las circunstancias.

En cuanto a Atahuallpa, su caso se agrava en las versiones de Gómara y Zárate, que le atribuyen crímenes no mencionados por los textos anteriores que hemos examinado:

1. Había mandado a asesinar a su medio hermano Huáscar, de quien se subraya la legitimidad fundada en una sucesión conforme a la regla. Los dos historiadores exponen en detalle los pormenores dinásticos y las pérfidas intrigas de Atahuallpa, desde ese momento culpable de un regicidio y de un fratricidio. Así aparecen, pues, ultrajadas, por el soberano, las leyes de la política y de la moral. Atahuallpa solo podía ser un usurpador y un criminal.
2. Los dos historiadores introducen la siguiente versión: en tanto que Inca legítimo, Huáscar era, con todo derecho, heredero del imperio y de los inmensos tesoros de su padre Huayna Cápac. Este había legado a su otro hijo Atahuallpa la provincia de Quito. Pero este legado, producto de unos favores paternos, no tenía valor, mientras que Huáscar poseía legítimamente el imperio por derecho de primogenitura: podía pretender con todo derecho anexar la provincia de Quito. Antes de su muerte tuvo ocasión de encontrarse con unos españoles. Les expuso sus derechos y acusó a su medio hermano de haberse rebelado contra él “tiránicamente”. También había ofrecido a los cristianos sus inmensos tesoros. Pero por desdicha, Atahuallpa, aunque prisionero, hizo matar “pérfidamente” a Huáscar, cuyos partidarios hicieron desaparecer el tesoro. Al deshacerse así de Huáscar, Atahuallpa no solo actuó como criminal, traidor y usurpador, sino que también causó grave perjuicio financiero a los cristianos privándoles de una cantidad de oro y de plata infinitamente más importante que la que él mismo les había dado.

Comprobamos aquí, por lo tanto, que cambiaron los temas que sustentaban los cargos en contra del Inca con relación a la historiografía anterior. Al tema de la intención de agresión a los cristianos lo sustituye el del perjuicio económico; al tema de la opresión señorial lo sustituye el del regicidio y el fratricidio, que desemboca como el precedente en el tema de la usurpación y la tiranía. Así se fortalece la imagen retrospectiva de un Atahuallpa que es imposible incluir en la categoría de señor natural.

(Indianité ethnocide indigénisme en Amérique Latine. París: CNRS, 1982, Pierre Duviols).

19/03/2023

Congresistas haciendo la finta pa la foto.

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