31/03/2024
«PARA EMPEZAR, DIGAMOS que esta es una antología temática de la obra poética de Zúñiga. Sirva el título como advertencia sobre la innegable carga metafórica con que el autor condiciona la lectura de los poemas incluidos en las dos secciones que componen el presente volumen; de igual forma, el texto liminar procura construir directrices sobre cómo los poemas van elaborando el entramado temático con el que se justifican tanto el título de las secciones como la viñeta en la portada. Pues bien, la idea de lo perecible y lo habitable parece aproximarse a cada uno de los textos como si tratara de una doble hélice que unas veces los sobrevuela y otras llega a perforarlos hasta tocar el núcleo mismo del poema; esta doble hélice, existencia y destrucción, crea el conflicto y la tragedia dentro de la ficción poética, promueve esa tensión tan valiosa al momento de acercarnos al hecho en sí: muy pronto y sin previo aviso se destruye lo que es, pero mientras tanto se le habita, y es esta residencia la que crea vínculos y, ulteriormente, añoranza. No creo haber leído todos los libros anteriores de Zúñiga, apenas un puñado (Gavia, Pequeño estudio sobre la muerte, No siga a ese pájaro), así que no puedo afirmar si tenían, de antemano, aquella carga simbólica o esto es algo que se les adosa, en parte por lo argumentado en el prólogo, en parte por el diálogo entre los poemas. Es un mérito, entonces, este nuevo orden que el autor propone para comprender el conjunto y hacer más sólido su proyecto. Y es que la idea de lo habitable, a través del libro, va siendo estudiada desde perspectivas distintas, no solo desde lo espacial (una habitación, una casa, una ciudad), sino también desde lo temporal, lo generacional, lo emocional, etc. Si tuviéramos que imaginar un yo poético construido de manera artificial debido al orden artificial de toda antología, podríamos decir que este, en particular, va ingresando y saliendo de diversos lugares, no todos concretos, no todos habitables, no todos inocuos. Entra y sale como si se tratara de un laberinto que va adquiriendo un aire hogareño; desde ahí el yo poético enuncia sus certezas...»
—Cristhian Briceño Ángeles