02/12/2024
Diciembre 2, 2024, Lunes
Leer: Is 2, 1-5 Mt 8, 5-11
“Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y sufre mucho” (Mt 8:8).
Lo más natural en momentos de desesperación o peligro, es rezar. Pero cuando termina la crisis, ya no rezamos ni confiamos en Dios tan fácilmente.
Jesús nos invita a orar. «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!» (Mt 7,11).
Con humilde respeto, el centurión manifestó su convicción en el poder de Jesús. «Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y sufre mucho... Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa». Jesús aceptó y premió públicamente la fe y humildad del soldado.
Los principales obstáculos que impiden que nuestra oración sea escuchada, son dos cosas tan sutiles que no nos percatamos de ellas: nuestra presunción y altanería, que se manifiestan como impaciencia. Queremos que Dios nos atienda en cuanto se lo demandamos, como si Él, en Su omnisciencia, no supiera cuándo y cómo nos es conveniente que Él intervenga... Quizá necesite que le aconsejemos. Y cuando creemos que Dios no actúa como nos conviene, nos resentimos.
Debemos ser conscientes y aceptar la vida tal y cómo Él la ha pensado para nosotros, responsabilizarnos humildemente por nuestros actos, y buscar los designios y decisiones divinas.
Reflexión y Comentario
Salmo 50,15: “Invócame en los momentos de peligro: yo te libraré, y tú me glorificarás”.
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