13/05/2024
La bella durmiente del bosque de La Habana
El 17 de diciembre de 1918, coincidiendo con el día del milagroso San Lázaro, la compañía de la gran bailarina rusa Anna Pávlova estrenó en el Teatro Nacional de La Habana –hoy Gran Teatro Alicia Alonso– una versión en un acto del ballet La bella durmiente del bosque, sobre un cuento de Charles Perrault, con musica del genial Piotr Ilich Chaikovski y coreografiado Marius Petipa.
Precisamente había sido este ballet estrenado en el Teatro Mariinski de San Petersburgo el 3 de enero de 1890 el que cristalizó en la Pávlova y en el artista León Bakst su pasión por la danza clásica, de ahí la fijación de Anna con el mismo; y George Balanchine, el gran coreógrafo de ascendencia armenia que jugaría un papel muy importante en la carrera “americana” de Alicia Alonso, confesó una vez que su deslumbramiento por el ballet ocurrió durante su segundo año en la escuela de teatro de San Petersburgo, gracias a su participación como Cupido durante una representación del mismo.
Por si no bastara todo lo anteriormente apuntado para resaltar la trascendencia de esta obra en la historia del ballet, el primer espectáculo que presentó la Escuela de Danza de Pro-Arte Musical de La Habana fue La noche de Walpurgis, de Gounod; la Rapsodia No. 2 de Listz, y el Gran Vals de La bella durmiente del bosque, todo bajo la dirección del maestro Nikolái Yavorski, su director, el 29 de diciembre del año 1931, en la escena del Teatro Auditorium, donde tuvo lugar la primera aparición ante el público de la niña Alicia Martínez, precisamente en la presentación del Gran Vals.
Al año siguiente, el 4 de diciembre de 1932, día para los cubanos de Santa Bárbara bendita/Changó, Yavorski presentó ya en el mismo teatro su propia versión coreográfica del ballet, en un prólogo y tres actos, en la cual Alicia Martínez, conocida después mundialmente como Alicia Alonso, bailó a los 11 años su primer rol como solista, el del Pájaro Azul del mismo ballet de su debut escénico de 1931. Un cellista de la orquesta la esperó al final de la función y le dijo: – “Fírmeme este autógrafo, este programa, porque usted va a ser grande.” Y entonces Alicia le firmó, sencillamente así: Unga, que era como le decían cariñosamente en su casa.
FOTO CORTESÍA DE CUBANET
Alicia, que no solo llegó a ser “grande”, sino que creó la llamada “escuela cubana de ballet”, y una compañía de talla mundial, repone ahora La bella durmiente del bosque en la misma sala donde la Pávlova la diera a conocer al público cubano en versión abreviada aquel 17 de diciembre de 1918.
En el ballet, la malvada hada Carabosse, despechada por no haber sido invitada al bautizo de la princesa Aurora, la maldice a morir a los quince años al pincharse con el huso de una rueca de hilar, pero el Hada de las Lilas, protectora de Aurora, logra atenuar la maldición y la convierte en un largo sueño de cien años, junto a toda su corte, hasta que un apuesto príncipe, llamado Desiré, la despierta con un beso de amor. El ballet concluye con una gran boda, donde participan varios personajes de los cuentos infantiles, como la Caperucita Roja, la Cenicienta, y el Gato con Botas.
En la función del domingo 30 de agosto de 2009, dedicada, como las otras tres programadas, a la conmemoración del centenario de los Ballets Rusos de Serguéi Diághilev, y a los 40 años del programa radial Ballet, de la emisora CMBF, los roles protagónicos estuvieron a cargo de la primera bailarina Anette Delgado y de Javier Torres, recién ascendido a esa categoría apenas cuatro días antes, el 26 de agosto pasado.
En el prólogo, resuelto con una dramaturgia coherente y acorde con el siempre grato cuento infantil, todas las demás hadas tuvieron un desempeño discreto y agradable, pero Amaya Rodríguez, como el Hada de las Lilas –la principal porque “ella es la suma todos los dones”–, cometió varias imprecisiones que conspiraron contra la limpieza que requiere tan importante rol, al igual que una mal cargada realizada por uno de sus caballeros.
El preámbulo de la aparición de Carabosse logró el suspenso requerido, pero el efecto de su primera imagen al fondo de la escena debe mejorarse, pues se le ve “irse” claramente por el lateral derecho.
Ya cuando Carabosse se adueña del escenario para proferir su maldición, Leandro Pérez logra imprimirle a este siniestro personaje toda la fuerza que el mismo demanda, para convencer tanto a niños como a adultos, ya que a pesar de que estamos en la era de los videojuegos y de las computadoras, el cuento sigue funcionando como antaño.
En el primer acto –los quince de Aurora–, que se celebran en el patio del palacio, a la intemperie, como tan bien indica la ecléctica y poco convencional escenografía del experimentado y talentoso pintor y diseñador Ricardo Reymena, resalta el cuidado y lujoso vestuario –disneyliano diría yo–, diseñado por Frank Álvarez para la corte en general, y por el francés Philippe Binot –detalle que se omite en el programa de mano– para los campesinos, los príncipes y los pajes del Adagio de la rosa, aunque sin lograr un empaste cromático ni conceptual con la escenografía, ni entre el mismo vestuario, ya que en el famoso Vals que abre el acto, interpretado por bailarines caracterizados como campesinos, se produce un agudo contraste, por los colores pasteles empleados, con los tonos saturados del vestuario cortesano, cosa que no sucede, por ejemplo, en el paradigmático Giselle de la compañía, de la autoría de Salvador Fernández.
Anette Delgado bailó correctamente, musical y precisa, aunque sin “bravura”, aspecto que brilló por su ausencia durante casi toda la puesta. En el Adagio de la rosa hubo un movimiento algo brusco en un cambio de mano que debe ser atendido por la bailarina para no deslucir la delicadeza que demanda este adagio, y luego, en los piqués, sus manos no estaban bien extendidas al girar, o al menos, ese fue el efecto que percibí como espectador.
Dramatúrgicamente, no es nada coherente que la reacción de Catalabutte y la de los padres de Aurora sea tan tardía ante la entrega del huso a la princesa por parte de tres misteriosas ancianas –Carabosse entre ellas–, ya que al inicio no hacen nada para impedirlo, pese a la terrible maldición, imposible de olvidar, proferida por la bruja en el prólogo del ballet.
Luego de la oportuna intervención del Hada de las Lilas, que transforma la aparente muerte en un largo sueño –tal y como el hada había prometido al inicio–, Aurora es transportada hacia un banco de piedra a la intemperie que le servirá de cama por cien años, cosa que no considero apropiada en esta puesta y que debe ser revisada.
En el telón semitransparente que cae ante la escena para simular una tupida vegetación boscosa que proteja el sueño de la princesa Aurora y de toda la corte, considero que sobran los luceros que aparecen de forma reiterada, al igual que los símbolos heráldicos en blanco –la flor de liz– que tachonan el fondo azul acqua detrás del banco-dormitorio de Aurora.
En el segundo acto, se repite el agudo contraste entre los tonos pasteles del vestuario de los campesinos y los tonos saturados del de la corte, mientras que el diseño de Reymena para el bosque del fondo es totalmente acertado y funcional.
El príncipe Desiré, interpretado por el novísimo primer bailarín Javier Torres, para mi gusto estaba excesivamente maquillado, con la cara muy blanca y los labios muy rojos, lo que le restaba masculinidad.
Considero algo recargada la visión del palacio que aparece al fondo entre el follaje, donde sobran, sobre todo, los mismos símbolos heráldicos anteriormente señalados en la tela de fondo azul acqua detrás del banco del segundo acto.
Si ya el Hada de las Lilas le ha mostrado el palacio y le ha contado la historia de Aurora, incitándolo a ir a despertarla, es completamente redundante que la princesa, que está dormida –como muy bien comentaron unos niños sentados a mi lado–, se “bilocalice” y se aparezca ante Desiré en el bosque, acompañada por unas ninfas cuyo vestuario – muy, muy contemporáneo– fue diseñado también por Binot.
La iluminación sobre Desiré debió ser un poco más intensa cuando se enfrenta al “bosque”, ahora sí con un diseño mucho más logrado, de Salvador Fernández, totalmente a la altura de su talento, aunque las criaturas de Carabosse se pierden un poco entre los “árboles” –por un problema de iluminación y no de diseño de vestuario, excelente por cierto en todo lo referente a Carabosse, también de la autoría de Salvador.
Con el cetro o amuleto que el Hada de las Lilas le entrega, Desiré vence a Carabosse, y el efecto diseñado para conseguir la desaparición de este siniestro personaje de la escena considero que es uno de los mayores logros de esta puesta.
En el tercer acto, conocido como Las bodas de Aurora, y que muchas compañías acostumbran a ofrecer por separado, sin bailar el ballet completo, el desfile de personajes de conocidos cuentos infantiles –“vestidos” todos por Junot, excepto la Cenicienta– resultó muy grato, aunque el cambio de vestuario de ésta debió haber sido más discreto; y lo más relevante técnicamente fue el Pájaro Azul, interpretado por Yonah Acosta con bastante virtuosismo.
En el pas de deux con el cual culmina la obra, bailado por la pareja protagonista, solamente las tres riesgosas y difíciles “agarradas” de Aurora por parte del príncipe resultaron impecables, no así el resto del baile de pareja, donde Javier Torres debe mejorar su trabajo como acompañante y hacer girar mejor a la bailarina, sin evidentes inclinaciones del eje de giro como ocurrió en esta función.
Anette ejecutó su variación con brillantez, sobre todo en los giros, que realizó con gran limpieza y virtuosismo, mostrando un elegante trabajo de manos, pero Javier debe esforzarse aún mucho más en sus saltos y giros para estar a la altura de su recién estrenada condición de primer bailarín, que no evidenció en esta ocasión.
La Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana, dirigida por el maestro Giovanni Duarte, acompañó impecablemente el trabajo de los bailarines, con un sobresaliente desempeño de los violines.
Anette Delgado y Javier Torres saludando al público al final de la función.