01/26/2025
Y de repente, llegas del trabajo, cansado, y todo a tu alrededor es oscuridad. El estómago comienza a rugir: tienes hambre. Abres el refrigerador y lo único que encuentras es una cebolla y un bote de yogurt que ahora guarda frijoles. Piensas en unos tacos, pero sabes que si te los compras, mañana tendrás que pedir prestado o empeñar algo para el pasaje que te lleva al trabajo.
A lo lejos, ves el puesto de tacos. Aprietas el paso, como si caminar más rápido pudiera engañar a tu hambre y tu antojo. Por un momento sientes que vas ganando la batalla, que estás venciendo tus propios impulsos… hasta que escuchas al Chuy, el taquero, saludarte con un: “¡Qué tal la chamba!”.
De pronto, te asaltan los pensamientos: los frijoles, la cebolla, el envase de yogurt, y esa luz mortecina del refrigerador. Todo te pesa. Mientras las ideas te inundan, Chuy se acerca, te observa y dice con voz firme pero cálida: “No traes lana, ¿verdad?”.
Tus ojos se llenan de agua. No sabes cómo ocultar la mezcla de impotencia, tristeza y desesperación que sientes. Recuerdas las promesas que te hiciste cuando eras niño, esas que parecían tan fáciles de cumplir. “Y todo por unos pinches tacos”, piensas.
Entonces, sientes algo húmedo en tu mano, como si fuera un beso. Regresas al mundo real y ahí está “Campeón”, el perro de la taquería que un día llegó solo y, algún día, se irá solo.
Chuy te sonríe, deja un plato con cinco de pastor frente a ti, piña incluida del trompo y te dice: “Tranqui, ahí te los anoto”. Se ríe mientras te destapa una Coca bien helada. De fondo suena La Mesa del Rincón de Los Tigres del Norte, y por un instante, aunque la vida pesa, todo se siente más ligero.
La vida es difícil… pero a su manera, siempre bella.
Si tú vives algo así, mucha fuerza, todo pasará.