24/01/2024
…Cuentan los abuelos, y en algunos ya muy pocos casos los bisabuelos, que las cristalinas aguas del Antahuaylla recibían en esas épocas del carnaval los amoríos de los jóvenes coyanos. Amoríos acompañados previamente de danza, color, juego y sonidos de Lawetas y tambores que invitaban a darse el chapuzón a sana y cortes invitación, o de lo contrario, podía ser también a cuatro “patas”, es decir, cargados o cargadas por cuatro fornidos compañeros de travesuras carnavaleras hacia la mansa y acariciante corriente del riachuelo.
Antaño las damiselas se defendían del moqonaso varonil con sus siempre prestas huarakas que, al fallar el objetivo y dependiendo de la destreza del jovencito, se enredaban en el bastón hecho de cualquier arbusto cómplice que prestaba su versatilidad y fuerza para tal fin. Esquivar el desplante femenino y atrapar el látigo de su desaire.
Las abundantes enredaderas del Tumbo que crecían en todo Chakaqhepa y alrededores servían de serpentina y enredaban la belleza de la mujer coyana y el maqta coyano. Este último muy presto conseguía a como de lugar las más frescas hojas y flores, para demostrar su interés y su amor juvenil hacia su elegida.
Las siempre radiantes y afrutilladas mejillas de las chicas y los muchachos – por el inconfundible color de las frutillas silvestres de esta temporada que abundaban en Tupinpata y Qekar– eran talqueadas por el de maíz molido hecho en casa, dándole complicidad a la pareja que iba ganando su confianza y de todo salir bien, también su corazón…
En resumen y ojalá el teclado y la memoria así lo quieran narrar en otra ocasión, luego vendría el linderaje, la qhaswa y con broche de oro, el primer festival carnavalesco oficial y declarado como tal, de toda la región cusqueña.
¡Carnaval de Coya, el carnaval de carnavales!