26/06/2024
Bendito celular
Fui a una Iglesia y en la entrada leí un letrero que decía: “Silencia tu celular, que Dios te quiere hablar”
Cada vez más durante la Misa, a alguien le suena el teléfono y sale corriendo desesperado, aunque esté en la Consagración…
Y… comenzando por mi mismo, somos ultrasuperdependientes del celular. Y me propuse observar a la gente con el celular.
Vi a una niña que caminaba por la calle de mano de su papá, le jalaba la camisa, me imagino que para decirle algo, pero él iba hablando por el celular.
Fui a un restaurante, estaban tres personas en una mesa pero no platicaban entre sí, estaban viendo todo el tiempo del celular.
Un enfermo me dijo en un hospital, mire padrecito estos mis familiares, vienen a verme y todo el tiempo que están aquí con sus teléfonos.
Un abuelo me decía que antes cuando uno llegaba a la casa los niños corrían a pedirle un dulce o algo para jugar… pero ahora no, le piden su celular.
Me decía un ancianito que anhela la visita de sus nietos, pero cuando estos llegan se sientan a chatear en un sillón, mientras él mejor se pone a ver televisión.
Un joven me compartía que una amiga, al llegar al colegio, sufrió un ataque de pánico, mientras sus compañeras la consolaban: ¡qué horror!… ¡qué mal!… si necesitas algo cuenta con nosotras”. ¿Qué le pasa?, ¿se te enfermó o murió algún familiar? No. Recién se dio cuenta de que no traía su celular
A un café entran a desayunar papá, mamá y un adolescente, que se queja: este lugar apesta, no tiene wi-fi. Ellos, pícaros, eligieron ese sitio esperando poder platicar con su hijo, pero no les resultó, porque éste salió a la calle, celular en alto, tratando de pescar una señal, lo logró y allí permaneció.
¿De casualidad has visto, o peor, protagonizado alguna de estas escenas?
El celular es el nuevo biberón que dan a los bebés para que se calmen (sin importar el daño que les cause la radiación y despertar en ellos a tan temprana edad una adicción).
Se ha vuelto un entretenimiento para los niños y para los adultos un escape, una distracción para entrar en contacto con algo o alguien que consideran mejor, y no prestar atención a lo que sucede alrededor.
La gente lleva su celular a todas partes, incluso al baño. Ya un bello paisaje, una escena familiar, un momento inolvidable no se contempla en directo sino a través de una pantalla, y nos hemos acostumbrado a hablar como chateamos, a expresar nuestros sentimientos con emoticones, a relacionarnos con los demás a través de un chat.
El celular acerca a los lejanos, pero aleja a los cercanos. Y eso se puede volver algo grave cuando entre esos cercanos están nuestros seres amados y, sobre todo, Dios.
El otro día en Misa, sonó el celular de un señor que se puso a platicar a voz alta, eso sí, volteado hacia la pared, creyendo que así no lo escucharíamos.
Y no es raro que mientras empieza la Misa, en lugar de orar, algunos se pongan a chatear, no prestan atención a la Palabra (tal vez porque no se las proclama su celular), y durante la homilía aprovechen para ver lo que les acaban de mensajear.
¿Qué tal sí durante la semana nos atrevemos a darle vacaciones al celular o al menos dosificamos su uso, ponemos reglas como no usarlo en la mesa, ni en la reunión familiar, ni en el encuentro con amigos, y mucho menos en la Eucaristía?
El ser humano vivió durante siglos sin celular, ¡no es posible que ahora sienta que se muere si le llega a faltar!
Démonos la oportunidad de platicar con los demás en persona, escucharlos sin tener un audífono enchufado en la oreja, sonreírles y abrazarlos de verdad.
Y, lo más importante, dialoguemos con Dios. Para eso no necesitamos wi-fi, ni saldo ni carga en la batería ni pagar costos de redes sociales.
Él está en todas partes, dispuesto siempre a atendernos y a respondernos.
Lee, medita y comparte.
P. Óscar