09/08/2025
Ya no basta con irse de vacaciones. Ahora hay que hacerlo como personaje de la esquina del viejo barrio, con sombrero Panamá, lentes oscuros y con el tumbao que tienen los galanes cuatroteros al caminar y acompañados con esa actitud de tú las traes, de yo no fui, fue Teté, y de métete Teté que te metas Teté
Pero no cualquier Panamá, no. Uno de esos que combinan con el diente de oro de Pedro Navajas, brillando bajo el sol de Kioto, mientras el bodoque del bienestar se pasea por el primer mundo…claro, con presupuesto del tercero.
El mismo presupuesto que alguna vez se escondió con sigilo tropical en los Papeles de Panamá. Qué ironía tan descarada.
Y ahí lo tienes. Sólo hay que verle la cara: la de mequetrefe, mamarracho taimado y ladino. Esa actitud que no termina de ser sonrisa ni disculpa. Esa risita burlona de quien sabe que puede hacer lo que quiera… y lo hace.
Y con esa misma cara, lanza sin empacho frases que ya deberían estar grabadas en una placa de mármol en la Rotonda de los Cínicos Ilustres:
“No somos estos juniors abusivos del poder”.
Y a los días, para adornar la mentira con paranoia:
“Mandaron espías a mis vacaciones en Japón”.
Y la gente, tan de banqueta, tan de tacos de canasta y molletes con café, se pregunta: ¿qué clase de James Bond tropical va a seguirte por Kioto, Andy?
¿Eran espías... o cactus con cámara? ¿No será que te topaste con un mexicano cualquiera, con teléfono en mano, sorprendido de encontrarse al hijo del dizque presidente de la austeridad comiendo ramen del caro con cargo a nuestros impuestos… y comprando en Prada?
Y lo peor: mientras presumen ideales revolucionarios, jamás los vemos vacacionando o estudiando en Managua, ni en Caracas, ni en La Habana. No. Esas capitales son puro discurso ideológico de mañanera. Los pies, en cambio, pisan Tokio, Nueva York, París…donde el internet es rápido, el sushi es caro y nadie pregunta quién pagó la cuenta. Como que, por alguna extraña razón, les gusta más el turismo en territorios neoliberales.
Pero no nos vayamos con la finta. El escándalo no es el viaje. Ni el sombrero. Ni el ramen. ni la tienda Prada.
El escándalo es la narrativa con la que pretenden envolver la desfachatez: primero lo niegan, luego callan, después se indignan…y cuando ya no les queda otra, gritan: ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡complot! ¡espías! ¡me persiguen!
Y mientras tanto, el junior sigue repartiendo kimonos, como si hacernos como orientales fuera la nueva política pública.
Como si el zen se lograra con boletos de avión y frases de refrigerador. Como si fuéramos tan idiotas como para creerle el cuento entero… otra vez.
Porque en esta patria nuestra, tan buena para las canciones tristes y los chismes sabrosos, lo que ofende ya no es el abuso. Está bueno en encaje, pero no tan ancho: lo que encanija es la impunidad con la que se asume.
Lo que insulta ya no es el viaje: es el cinismo con el que se justifica.
Y lo que duele no es que el hijo del inútil de Macuspana ande por Kioto, sino que regrese diciendo que lo siguieron…como si lo hubieran mandado a una misión secreta y no a un paseo pagado.
Y la pregunta, desde esta banqueta con grietas: ¿esto ya es costumbre?, ¿Va en aumento?, ¿Es la nueva doctrina?, Viajar como rey, hablar como víctima y cuando te cachan… culpar al cactus que te sigue.
Pero el problema otra vez no son ellos. El asunto son los que juegan su juego. Los que hacen como que no ven. Los que prefieren el chisme indignado al reclamo verdadero.
Porque entre frases falsas y turismo de lujo, lo que verdaderamente nos está espiando… es el cinismo.
Rufianes. Patanes. Haraganes. Mustios.
Pero el insulto mayor no es lo que hacen…sino lo que permitimos que nos sigan haciendo.
Porque en esta transformación nacional, el servicio público ya no sirve al pueblo: se sirve del pueblo. Y si hay sushi… mejor.
Y yo no sé ustedes, pero yo ya no sé qué estamos esperando…para mandarlos mucho más lejos, pero mucho más lejos, por su sushi.
De lo que estoy completamente seguro es que son vomitivos e infumables
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