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Cuenta conmigo programa de radio en el cual se cuentan cuentos e historia para niños y familias
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🦖🟢🟢🟢 Amigos, los esperamos en este encuentro de escritores en Metepec Estado de México.Es un encuentro de Narradores Est...
22/02/2023

🦖🟢🟢🟢 Amigos, los esperamos en este encuentro de escritores en Metepec Estado de México.

Es un encuentro de Narradores Estatales que será este sábado 25 de febrero en el museo del barro🤩🤩🤩🤩🤩 estará increíble 🫶🏻 los esperamos 🥰🥰🥰🥰

Lindo sábado ☺️☺️
07/08/2021

Lindo sábado ☺️☺️

08/07/2021
Linda tarde ☺️
07/07/2021

Linda tarde ☺️

El incidenteA Fermín siempre le gustaron los automóviles. Su habitación estaba llena de modelos a escala. Poseía alreded...
07/07/2021

El incidente
A Fermín siempre le gustaron los automóviles. Su habitación estaba llena de modelos a escala. Poseía alrededor de cien cochecitos, los cuales se encontraban perfectamente acomodados en repisas. También tenía muchos libros de automovilismo, los cuales leía y volvía a leer. Soñaba con tener su propio auto y a cada rato le pedía a su papá que le permitiera manejar el suyo. Su padre acepto enseñarle a conducir, pero le dijo que no le prestaría su coche hasta que tuviera edad legal para manejar. Fermín contaba entonces con 17 años y sólo obtendría su licencia cuando cumpliera los 18. Sin embargo, gracias a internet supo que existía un permiso de conducir que se otorgaba a los menores de edad, siempre y cuando sus padres estuvieran de acuerdo y los acompañaran a hacer el trámite. Al principio, el papá de Fermín no estaba muy convencido, le dijo que aún era muy joven y que manejar era una gran responsabilidad.
No obstante, los constantes ruegos de su hijo terminaron por convencerlo. Fue así como Fermín obtuvo el permiso ve hizo realizar su sueño. El problema era que no tenía auto propio y hasta que pudieran comprar uno —aunque fuera usado— se vería obligado a usar el de su papá. Esté se lo prestaba casi siempre, pero le imponía ciertas condiciones: no podía ir más de 60 kilómetros por hora, tenía prohibido salir de la colonia, jamás debía utilizar el teléfono mientras manejara y la gasolina correría por su cuenta . Los días pasaron y, con tal de tener un pretexto para conducir, Fermín se ofrecía a realizar todo tipo de encargos: llevar la ropa a la tintorería, recoger a su mamá en el salón de belleza, ir al supermercado, etcétera. En cierta ocasión, mientras maniobraba para estacionarse frente a la panadería, no midió bien la distancia y golpeó a un auto azul bastante viejo que se encontraba cerca. Fermín se bajó para examinar los daños. El vehículo de su padre sólo había sufrido un pequeño raspón, pero el otro tenía una abollada la salpicadera derecha. Cómo no había nadie dentro de aquel automóvil y en ese momento ninguna persona pasaba por la calle, Fermín aprovecho para irse a toda prisa. Cuando su papá vio el raspón, Fermín tuvo que confesarle lo ocurrido. Le aseguró que pagaría la reparación con sus ahorros. “ Tú coche quedará como nuevo,” prometió. Luego su progenitor le pregunto sobe el otro auto. “No te preocupes. El conductor no estaba y nadie me vio,” explico muy complacido. Entonces su papá le dijo algo que no esperaba: “Vamos para allá. Debemos esperar al dueño de ese automóvil.” Fermín no lo podía creer. Pensó que había oído mal, pero no era así. Padre e hijo fueron al lugar del percance y aguardaron hasta que apareció el propietario: un señor de bigote que al principio se enojó mucho, pero luego acepto las disculpas del muchacho. El papá de Fermín pago los daños y los dos hombres se dieron la mano. “¿Por qué hiciste eso? — quiso saber Fermín cuando regresaban a su casa—. Ese señor nunca habría averiguado que fui yo quien golpeó su carcacha.” Su padre sonrió y le dijo: “ Piénsalo un poco y lo comprenderás.” Tras meditarlo un poco, Fermín lo comprendió.
Autor: Luis Bernardo Pérez

Las campanas de la discordiaHace más de dos siglos, cuando la gente aún viajaba  en carruajes y se iluminaban con velas,...
12/06/2021

Las campanas de la discordia
Hace más de dos siglos, cuando la gente aún viajaba en carruajes y se iluminaban con velas, vivían en una próspera población del norte de México dos hombres muy ricos que se odiaban en tres si. Don Antonio de la Llata no podía ver ni en pintura a don Gonzalo de la Fontana, y don Gonzalo de la Fontana no quería ni oír hablar a don Antonio de la Llata. Los dos habitantes del lugar ignoraban las razones de dicha enemistad, la cual duraba ya mucho tiempo. Algunos aseguraban que todo comenzó en su juventud, cuando uno de ellos le robó la novia al otro. Pero también había quienes afirmaban que, en realidad, se trató de un asunto de dinero.
Sea cuál fue el motivo, lo cierto es que existía una gran rivalidad entre estos dos sujetos, la cual los llevaba a enfrentarse continuamente. Cuando uno emprendía un negocio, el otro hacía todo lo posible para arruinárselo, cuando uno compraba una propiedad el otro adquiría una más grande. Este antagonismo se extendía a sus respectivas familias. Si los parientes de don Antonio organizaban un baile o un banquete, los de don Gonzalo no estaban invitados y viceversa. Además cada familia asistía a misa en horarios diferentes, ocupaba los palcos más alejados en el teatro y si la esposa del señor De la Llata se topaba en la calle con la del señor Del la Fontana, cambiaban de banqueta para no saludarla.
Cierto día, un terremoto sacudió a la ciudad. Cómo resultado de ello las dos torres de la catedral se vinieron abajo. Al enterarse de la tragedia, don Antonio anuncio que él aportaría el oros necesario para pagar la reconstrucción. Todos elogiaron su generosidad. Don Gonzalo se llenó de envidia y no quiso quedarse atrás. Por eso, cuando la obra quedó terminada, informo que a él acababa de comprar en la capital dos brillantes campanas de bronce para la catedral, pues las originales habían quedado inservibles. Esto le ganó la simpatía dela gente. Sin embargo, resultó que las nuevas campanas eran demasiado grandes y, por lo tanto, no cabían en las torres recién erigidas, así que a don Gonzalo se le hizo fácil derrumbarlas y ordenar que construyeran otras a su gusto. Al enterarse, el señor De la Llata se puso furioso y trajo de Europa unas lujosas campanas para sustituir las que había puesto su rival. Y como estás eran aún más grandes que las anteriores, tampoco cabían en las nuevas torres. Por ello mandó que las tirarán y pago para que erigieran otras a la medida. Cómo es de suponerse, si enemigo hizo lo mismo. Ambos sujetos emprendieron así una verdadera batalla: cada uno tiraba y reconstruía las torres de aquella iglesia ( la cual lucía cada vez más desproporcionada) para alojar en su interior más campanas más y más grandes. Ni los ruegos del párroco, quien no podía oficiar misa, ni la súplica de los ciudadanos, hartos de esta rivalidad, lograron detener el absurdo enfrentamiento. Paso el tiempo y, a fuerza de comprar campanas y pagar a los albañiles para que demolieran y volvieran a construir las torres, ambos individuos terminaron por arruinarse. Así don Antonio De la Llata y don Gonzalo De la Fontana cayeron en la pobreza y se vieron obligados a retirarse a sus respectivas haciendas cuyos prados, en vez de ovejas y vacas pastando, se podían ver numerosas campanas abandonadas y silenciosas.
Autor: Luis Bernardo Pérez

Una casa para la maestra Susana La maestra Susana comenzó su carrera como profesora en un remoto pueblo de Nuevo León. T...
10/06/2021

Una casa para la maestra Susana
La maestra Susana comenzó su carrera como profesora en un remoto pueblo de Nuevo León. Tenía solo 18 años de edad. Su primer salón de clases era un jacal con techo de lámina y sus primeros alumnos debían sentarse en la tierra por que no había pupitres. Con ayuda de los vecinos logro conseguir sillas, un pizarrón y un globo terráqueo para enseñar Geografía. Tiempo después, el gobierno del estado mandó construir un aula, una cancha de basquetbol e instaló agua potable. Durante varios años la maestra Susana fue la única profesora a del lugar. Impartía todos los grados de primaria, por eso en su salón había estudiantes de distintas edades. Poco a poco llegaron otros maestros y al fin se fundó una verdadera escuela. “¡Ora sí vamos progresando, paisanos!,” le gustaba decir. La maestra Susana nunca faltó a su trabajo, pues se tomaba muy en serio su profesión. Gracias a ella los niños y las niñas del pueblo aprendían a leer y a escribir, también a hacer cuentas. Cuando sus alumnos sacaban buenas calificaciones, los felicitaba diciéndoles: “¡Ora sí vamos progresando, paisanos!.”
Con el paso de los años, los papás que habían tomado clases con la maestra Susana llevaban a sus hijos para que les enseñara. Luego, estos crecían y llevaban a sus hijos. Nunca se casó ni tuvo descendencia; afirmaba que su familia estaba formada por todos los que alguna vez habían sido sus alumnos. Finalmente, llegó el día en el que la maestra sintió que ya no tenía fuerzas para continuar en su puesto. Había envejecido. La memoria le fallaba, su vista ya no era la misma y cada vez le costaba más esfuerzo recorrer el camino que llevaba desde su casita de adobe, situada en las afueras del pueblo, hasta la escuela. Era el momento de retirarse. “No haga eso, profesora. ¿Qué vamos hacer sin usted?,” le decía la gente. “Ya déjenme descansar, ingratos,” respondía ella, bromeando.
De este forma, una mañana de Julio, poco antes de concluir el ciclo escolar, se realizó en la escuela una ceremonia para despedirla. Hubo flores, canciones y algunas lágrimas. La maestra les agradeció a todos y dijo que, ahora que estaba jubilada, iría a visitar a una prima de Querétaro a la que no veía desde hacía veinte años. Así pues. Estaría fuera tres semanas. “Ahí les encargo que rieguen las plantas de mi casa y le den alpiste a mis canarios,” pidió.
Cuando la profesora se fue, los habitantes del pueblo se reunieron para poner en práctica el proyecto que se les había ocurrido días antes. Cada uno de sus alumnos, así como todos aquellos que algunas vez habían tomado valses con ella, llevo cinco ladrillos hasta el terreno donde estaba la casita de adobe. Allí comenzaron a construir entre todos una casa más grande usando los ladrillos que habían llevado y el cemento que el regidor de la comunidad les había facilitado.
Así, cuando la maestra estuvo de regreso vio, junto a su humilde hogar, una bonita casa nueva con su propio huerto. Muy intrigada, pregunto de quién era. Los habitantes del lugar le respondieron que se trataba de un regalo que le hacían como muestra de respeto. Ella estaba muy sorprendida. Al principio rechazo el obsequio, pero todos la convencieron de que lo aceptará. Con lágrimas en los ojos, sólo atinó a decir. “¡Ora sí vamos progresando, paisanos!.”
Autor: Luis Bernardo Pérez.

Lindo día ☺️
10/06/2021

Lindo día ☺️

09/06/2021
La responsabilidad del dragón Rufus https://youtu.be/W090mQB4beE
09/06/2021

La responsabilidad del dragón Rufus
https://youtu.be/W090mQB4beE

Una de las principales características del dragón Rufus era su responsabilidad, ya que desde muy pequeño se había encargado de su reino él solo, y eso le hab...

Lindo día ☺️☺️
09/06/2021

Lindo día ☺️☺️

Una mascota ejemplar La familia Gómez adoptó a Tamarindo en un albergue canino. Era un perro peludo de color café y de r...
09/06/2021

Una mascota ejemplar
La familia Gómez adoptó a Tamarindo en un albergue canino. Era un perro peludo de color café y de raza indefinida cuya simpatía conquistó de inmediato a la señora Gómez y a sus dos hijas, Eloísa y Mariana.
El papá, en cambio, tenía sus dudas, pues le parecía un animal demasiado grande e inquieto. Les dijo a sus hijas que podían quedarse con él siempre y cuando se hicieran responsables de su cuidado. “Deben llevarlo a pasear todos los días, darle de comer, bañarlo y limpiar sus excrementos”, les advirtió.
Ellas aceptaron de inmediato, pues nunca habían tenido una mascota y estaban emocionadas.
El problema fue que Tamarindo resultó muy travieso. Se la pasaba haciendo hoyos en el jardín, mordiendo los muebles, comiéndose la tarea de las hermanas y destruyendo los zapatos de todos. Esto hizo que el señor Gómez se enojara mucho. “Si ese perro sigue portándose así, se irá de la casa”, sentenció. Eloísa y Mariana se habían encariñado tanto con Tamarindo que no soportaban la idea de separarse de él. Debían encontrar la manera de que su perro dejara de hacer travesuras.
Gracias a internet, se enteraron de que cerca de su casa había un centro de adiestramiento canino. Allí les dijeron que le enseñarían a su perro a portarse bien.
Días después, Tamarindo ya no hacía hoyos ni destruía muebles. Tampoco se comía la tarea de las hermanas. Los Gómez estaban complacidos. ¡Su perro se había convertido en una mascota ejemplar!
Entonces ocurrió algo inesperado. Una noche, la familia Gómez regresaba a su casa después de haber ido al teatro y a cenar.
Estaban muy contentos, pues la obra les había gustado mucho y la cena estuvo riquísima; sin embargo, la alegría se transformó en sorpresa en cuanto entraron en su casa y vieron la sala y el comedor. El tapiz de uno de los sillones estaba desgarrado, las sillas se encontraban volcadas, el mantel yacía en el suelo y el valioso frutero de cristal, regalo de la tía Jacinta, se había roto. Al principio pensaron que un ladrón había entrado en la casa y tuvieron miedo, pero luego, al ver que no faltaba nada, buscaron otra explicación. No tardaron mucho en descubrir a Tamarindo escondido en un rincón con la cara de culpable.
El señor Gómez enfurecido y dijo que se llevaría a “ese malcriado” de regreso al albergue. “No lo hagas papá”, suplicaron sus hijas llorando. Sin embargo, él estaba decidido.
La señora Gómez pidió calma. Dijo que, antes de juzgar al pobre perrito, era necesario analizar la situación. Allí había algo raro. Tamarindo ya no se portaba mal. ¿Por qué ese cambio tan repentino de conducta? Al oír esto, Eloísa y Mariana se sobresaltaron. Fue como si se hubieran dado cuenta de algo importante. Ambas bajaron la mirada y confesaron que la culpa era de ellas. “¿Dé que hablan?”, quiso saber si padre. Ambas admitieron que se les había olvidado darle de comer a su mascota. “¿Cómo es posible? Ésa era su responsabilidad — dijo su mamá—. Con razón Tamarindo se comportó así : ¡tenía hambre!”. Las hermanas estaban muy apenadas y prometieron que nunca volverían a dejar a su mascota sin comer. De inmediato fueron a la cocina para servirle su alimento al perro. Por su parte, Tamarindo siguió yendo a la escuela y, al final del curso se graduó con honores.
Autor: Luis Bernardo Pérez

Dragones y TacosAutor: Adam Rubin Ilustrado por Daniel Salmeirihttps://youtu.be/kHEkIclHGVU
26/05/2021

Dragones y Tacos
Autor: Adam Rubin
Ilustrado por Daniel Salmeiri
https://youtu.be/kHEkIclHGVU

¿Te gustan los Dragones? entonces te divertirás con este Cuento Infantil que te platica que a los dragones les gustan mucho ir a las fiestas donde hay tacos ...

🤓🤓📖📖
25/05/2021

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Escrito por Clemency Pearce https://youtu.be/hHWebB8jOzs
25/05/2021

Escrito por Clemency Pearce
https://youtu.be/hHWebB8jOzs

La cosa más asquerosa que JAMÁS hice fue cuando era un pequeño Niño. Tenía TANTA hambre entonces, que ME COMÍA TODO lo que estaba en mi camino. Lee este dive...

El pequeño músico Cuando Esteban cumplió diez años recibió muchos obsequios entre ellos uno muy  especial. Se lo regaló ...
03/05/2021

El pequeño músico
Cuando Esteban cumplió diez años recibió muchos obsequios entre ellos uno muy especial. Se lo regaló su tío Apolinar, quien había estudiado en el Conservatorio de Nacional de Música. Estaba dentro de un estuche alargado. Era un clarinete.
Esteban lo tomó entra las manos y lo miro extrañado, pues nunca antes había visto uno.
Sopló por uno de los extremos, pero no logró producir sonido alguno. "No te preocupes, sobrino. Al principio es un poco difícil tocarlo, pero yo te puedo enseñar", le propuso si tío y él aceptó. Fue así como Esteban comenzó a estudiar clarinete por las tardes.
Primero conoció las partes del instrumento. Luego aprendió a colocar las manos sobre las palanquitas denominadas llaves y a impulsar el aire por la boquilla.
Su tío era buen maestro. Gracias a él aprendió a interpretar algunas piezas. Solía Presentarse antes sus papás, sus hermanos y sus primos. Los aplausos que recibía lo hacían sentir muy bien.
La noticia de que Esteban estaba aprendiendo clarinete llegó a los oídos del director de si escuela, quien le propuso participar en el festival del Día de las Madres. En ese momento le pareció buena idea y dijo que si, pero con forme pasaron los días fue sintiéndose cada vez más asustado. Se imagino a si mismo en el auditorio de la escuela con su clarinete entre las manos. Todos guardarían silencio y lo mirarían fijamente. Tocar en las reuniones familiares era fácil, pero presentarse antes tantos desconocidos lo asustaba.
“¿Qué tal si me equivoco? ¿Y si me engarrotan los dedos? ¿Y si me quedo sin aire? ¡Todos se reirán de mí!”, pensó.
La víspera del festival Esteban no pudo dormir, y a la mañana siguiente sentía mariposas en el estómago.
Desesperado, decidió fingirse enfermo para no poder ir a la escuela. Luego se le ocurrió una idea mejor: decir que se había lastimado un dedo y, por lo tanto, no podía tocar. Su tío, al verlo tan inquieto, le pregunto que le ocurría y Esteban le contó la verdad.
“Tener miedo no es malo — lo tranquilizó su tío—. A lo largo de mi carrera como músico muchas veces me he sentido como tú antes de un concierto.”
Esteban no lo podía creer: “Pero tú eres un músico profesional. No puedes sentir miedo.”
El tío Apolinar le dijo que el temor era algo normal y agrego: “Lo importante es enfrentarse a él y no permitir que nos paralice. Cuando estés en el escenario no pienses en toda gente que te está observandote. Sólo piensa en ti y en tu instrumento. El clarinete es tu compañero y no te defraudará. Además me consta que has ensayado lo suficiente.”
Las palabras de su tío animaron un poco a Esteban, quien subió al escenario cuando llegó su turno. Le temblaban las manos y pensó que no lograría tocar ni siquiera una nota, pero se armó de valor. Los sonidos fueron emergiendo poco a poco del clarinete, primero con timidez, como si se tratara de conejos que asoman la nariz fuera de la; luego las notas adquirieron fuerza y llenaron el aire transformándose en una parvada de aves multicolores. Entre el público estaba la mamá de Esteban. Lucía muy contenta. A su lado se encontraba el tío Apolinar, quien fue el primero en ponerse de pie para aplaudir cuando concluyó la interpretación de su sobrino.
Autor: Luis Bernardo Pérez

Los hijos del solEn la región de los Andes peruanos, cerca del valle del Cuzco, hay una colonia llamada Tampu-tocco, que...
29/04/2021

Los hijos del sol
En la región de los Andes peruanos, cerca del valle del Cuzco, hay una colonia llamada Tampu-tocco, que en la lengua quechua -la lengua hablada por los pueblos muy antiguos de la zona Tihuanaco- quiere decir "Posada de nicho."
Cuenta una antigua leyenda india que en esta colina había tres cavernas de las cuales surgieron los fundadores del imperio inca.
De la cueva central salieron los hijos del sol: Manco-Cápac, sus hermanos, Cachi, Ucho, Auca, y sus cinco hermanos. De las cuevas laterales salieron los diez jefes de los primeros clanes con su gente.
Manco-Cápac y sus hermanos, por ser de origen divino, se convirtieron en los jefes superiores de todos los clanes. Como la región próxima a la colina Tampu-tocco era muy árida e inhospitalaria, decidieron buscar un lugar más apropiado para instalarse.
El viaje duró varios años, pues no era fácil encontrar un lugar habitable en plena montaña. Durante la peregrinación, Manco-Cápac dió pronto muestra de ser el más prudente, sagaz y aguerrido de los cuatro varones. Los clanes lo eligieron como el jefe supremo de toda la tribu.
Cuando ya habían descendido bastante, fueron encontrando algunos valles ya habitados por otras tribus con las que trabaron amistad y convivieron algunas temporadas. En esa época Manco-Cápac eligió por esposa a Mama-Ocllo, doncella muy inteligente y hábil en las tareas domésticas. También por entonces Manco-Cápac y el pueblo comprendieron que era muy difícil gobernar entre cuatro jefes. Manco-Cápac y el consejo de los jefes de los clanes resolvieron dar a los otros hermanos tareas especiales según su condición divina. Cochi, el violento, debió volver a la gran Caverna de Tampu-tocco para conservar el fuego sagrado; desde ese entonces vive en la gran cueva como dios del fuego y de los volcanes; Ucho, el audaz, quedó convertido en un ídolo, dios de la guerra en la colina de Huanacauri; Auca, magnánimo y prudente, fue elegido dios protector del pueblo.
Manco-Cápac y su pueblo siguieron después el peregrinaje hasta llegar al valle del Cuzco; el bastón de oro del emperador les aviso que era un fértil y al abrigo de los terribles huracanes andinos. El valle estaba ya ocupado por algunas tribus o grupos que pronto reconocieron la superioridad de los incas y se fundieron con ellos. Manco-Cápac y Mama-Ocllo les enseñaron el cultivo del maíz y otros granos, y el cuidado de la llama, el animal de más utilidad en esa zona. De este modo echaron las bases de un gran imperio, unieron a las tribus vecinas, más por el afán de progreso que por el uso de la fuerza, y fundaron el Cuzco, capital del imperio inca o sea el de los hijos del sol.
Leyenda incaica
( Versión de Carlos H. Magia)

El viaje de las hijas del sultánHubo una vez un viejo sultán preocupado porque aún no había decidido a cuál de sus hijas...
06/04/2021

El viaje de las hijas del sultán
Hubo una vez un viejo sultán preocupado porque aún no había decidido a cuál de sus hijas dejar el trono. Su amigo el visir le aconsejó:
- Ponlas a prueba. La vida es un largo viaje ¿no? Pues llévalas a un lugar remoto y que cada una viaje hasta aquí por su cuenta. Júzgalas a su vuelta por lo que hayan aprendido.
- ¿Y si algo les ocurriera?
- No se preocupe, majestad. Dejaré que les guarde y acompañe un animal de su elección.
Ara y Taira, las princesas, fueron llevadas muy lejos, y allí pudieron elegir su animal protector. Ara eligió un magnífico y poderoso tigre que no desentonaba ni con la belleza ni con el carácter valiente e impetuoso de la princesa.
- Me encanta ese tigre- dijo Taira- pero yo no lo escogería para un viaje tan largo. Los tigres son peligrosos y difíciles de controlar.
- No te preocupes, hermanita, yo sabré dominarlo- respondió Ara al emprender el camino de vuelta.
Taira pasó algún tiempo conociendo a los animales antes de elegir su compañero. Y aunque los animales bellos y exóticos le parecían maravillosos, se decidió por un perro de ojos inteligentes, simpático y bonachón, con el que se entendía a las mil maravillas.
El viaje resultó muy extraño. Cada vez que pasaban por algún pueblo o ciudad, Ara y su tigre levantaban gran admiración y eran acogidos con fiestas y celebraciones, mientras Taira y su perro pasaban prácticamente desapercibidos. Pero el resto del tiempo, cuando viajaban alejados de la gente, Taira disfrutaban de todo tipo de juegos con su perro, mientras que Ara apenas conseguía dominar la ira y la fuerza del tigre, y vivía angustiada pensando que en cualquier momento el animal pudiera llegar a atacarla. Y lo hizo varias veces, aunque las heridas nunca llegaron a ser graves.
Cuando Ara y su tigre llegaron al palacio también fueron recibidos entre aclamaciones. Al poco llegó Taira, y el visir recordó entonces al sultán:
- Ha llegado la hora de decidirse. Preguntadles qué tal fue el viaje y qué han aprendido.
- ¿Qué necesidad hay? - replicó el sultán - Mira a Ara y su magnífico tigre, tienen una imagen perfecta y todo el mundo los adora.
- Preguntadles de todas formas - insistió el visir- seguro que tienen magníficas historias que contar.
- Cierto, eso seguro... ¿Queridas hijas? ¿Qué tal vuestro viaje?
Ara apenas tuvo tiempo de responder, porque Taira se lanzó a hablar sin parar. Se le había hecho tan corto, y lo había pasado tan bien con su perro, que no dejaba de dar las gracias a su padre por habérselo regalado, y le pidió conservarlo para siempre. Y mientras Taira contaba sus mil historias, el sultán vio en lo ojos de la bella Ara una pequeña lágrima de envidia ¡se le había hecho tan largo! ¡y todo por haber elegido aquel tigre brusco y salvaje!
El visir, viendo que el sultán había comprendido, gritó con voz potente:
- Ya no hay necesidad de trucos ¡Al sal halam!.. y una nube mágica devolvió al perro y al tigre su forma humana. Eran dos de los muchos príncipes que llevaban años cortejando a las hijas del sultán. Las dos reconocieron enseguida al tigre: era Agra, el más apuesto y poderoso de sus pretendientes, del que ambas habían estado enamoradas durante años. El perro era Asalim, un joven del que apenas recordaban nada. Pero tenía los ojos y la sonrisa de su querido compañero de juegos, y Taira se lanzó a sus brazos y corrió a pedir permiso a su padre para celebrar la boda.
Agra estiró las manos hacia Ara con un sonrisa: hacían una pareja admirable. Pero en sus ojos la princesa reconoció la fiereza y agresividad que tantas veces mostró su compañero de viaje. Y no tuvo ninguna duda: perdería el trono y su amor de juventud, pero no pasaría toda su vida en compañía de un tigre al que nunca podría controlar.
Autor: Pedro Pablo Sacristán

El dibujo parlantePintín Tilirín era un niño pequeño que disfrutaba yendo al cole y haciendo cualquier cosa, menos pinta...
05/04/2021

El dibujo parlante
Pintín Tilirín era un niño pequeño que disfrutaba yendo al cole y haciendo cualquier cosa, menos pintar y escribir. A Pintín no se le daba muy bien eso de usar los lápices, así que sus dibujos no le salían muy bonitos y él se disgustaba y no quería seguir pintando. Pero un día, Pintín encontró un lápiz de colores tan chulo, que no pudo resistirse y se puso a pintar un círculo. Como siempre, no le salió muy bien, y ya estaba a punto de tirar el lápiz cuando el dibujo comenzó a hablar:
- Pss, no irás a dejarme así, ¿verdad? Píntame unos ojos por lo menos.
Pintín, alucinado, dibujó dos puntitos dentro del círculo.
- Mucho mejor, así ya puedo verme - dijo el círculo mientras se observaba... - ¡¡¡Argggg!!! ¡pero qué me has hecho!
El niño comenzó a excusarse:
- Es que yo no dibujo muy bien...
- ¡Bueno, no pasa nada! -le interrumpió el acelerado dibujo-. Seguro que si lo vuelves a intentar te sale mejor ¡Venga, puedes borrarme!
Pintín borró el círculo y trazó otro nuevo. Como el anterior, no era muy redondo.
- ¡Ey!, !los ojos, que se te olvidan otra vez!
- ¡Ah, sí!
- Hmmm, creo que voy a tener que enseñarte a pintar hasta que me dejes bien -dijo el muñeco con su vocecilla rápida y gritona.
A Pintín, que seguía casi paralizado, no le pareció mala idea, y enseguida se encontró dibujando y borrando círculos. El muñeco no paraba de decir, "borra aquí, pero con cuidado que duele", o "¡píntame un poco de pelo, anda, que parezco un chupa chups!", y otras cosas divertidas. Después de pasar juntos casi toda la tarde, Pintín ya era capaz de dibujar el muñeco mucho mejor que la mayoría de sus compañeros de clase. Estaba tan contento, que no quería dejar de pintar con aquel profesor tan chiflado y, antes de acostarse, le dio miles de gracias por haberle enseñado a pintar tan bien.
- ¡Pero si yo no he hecho nada, tontuelo!- respondió con su habitual tono acelerado-. ¿No ves que has estado practicando mucho y con alegría? Seguro que nunca antes lo habías hecho, ¡pintabichos!
Pintín se paró a pensar. Realmente antes dibujaba tan mal que nunca había practicado más de 10 minutos seguidos, y siempre lo hacía enfadado y protestando. Sin duda, el muñeco tenía razón.
- Bueno, tienes razón, pero gracias de todas formas- dijo el niño y, antes de meterse en la cama, guardó con mucho cuidado el lápiz en su mochila.
A la mañana siguiente, Pintín se levantó de un salto y fue corriendo a buscar su lápiz, pero no estaba. Buscó por todas partes, pero no había rastro del lápiz. Y la hoja en que había dibujado el muñeco, aunque seguía llena de borrones, estaba blanca. Empezó a ponerse nervioso, y ya no sabía si había estado toda la tarde anterior hablando con el muñeco o lo había soñado. Así que para salir de dudas, tomó un lápiz y una hoja, y se puso a dibujar un muñeco...
No le salió nada mal, sólo se le torcieron un par de esquinas; entonces se imaginó al muñeco mandón pidiéndole que redondeara esos bordes, que parecía que le quería poner granos, y con alegría borró ese tramo y lo rehizo. Y se dio cuenta de que su loco dibujo tenía razón: daba igual o no tener el lápiz mágico, para aprender a hacer las cosas bastaba seguir intentándolas con alegría; y desde aquel día, cada vez que pintaba, dibujaba o hacía cualquier otra cosa, no dejaba de divertirse imaginando el resultado de su trabajo protestando y diciendo "¡arréglame un poco, chico, que así no puedo ir a la fiesta!".
Autor:Pedro Pablo Sacristán

La palabra salvajeÉrase una vez un reino que sufría el ataque continuo de ogros, brujas y dragones. Solo podían defender...
30/03/2021

La palabra salvaje
Érase una vez un reino que sufría el ataque continuo de ogros, brujas y dragones. Solo podían defenderse con la valentía de sus soldados, pues desde la muerte del gran mago, nadie había sido capaz de leer los hechizos del libro mágico. Estos eran muy poderosos, pero tan peligrosos, que un pequeño error en su pronunciación podría ser terrible. Por eso el mago antes de morir protegió el libro con la más difícil de las palabras salvajes, que son aquellas que nunca antes han sido bien leídas. Esperaba así encontrar un digno sucesor, alguien capaz de utilizar la magia sin hacer daño.
Por eso desde pequeños los niños de aquel reino podían elegir entre prepararse para ser soldados o magos. Pero mientras el entrenamiento de los soldados estaba lleno de ejercicio y aventuras desde el primer día, el de los magos obligaba a estudiar y leer durante mucho tiempo antes de enfrentarse al gran libro y su palabra salvaje. Y de los pocos que terminaron su preparación, ninguno consiguió leer y comprender correctamente aquella misteriosa palabra.
Marko era uno de los niños que debería elegir aquel año. Como la mayoría, solo pensaba en ser soldado. Pero justo el día anterior a su decisión, el reino sufrió un terrible ataque y pudo ver cómo el enemigo derrotaba con facilidad incluso a los soldados más fuertes y valientes. A pesar de que cada vez había más y mejores soldados, nunca habían estado tan cerca de perder la guerra. Hacía falta un gran cambio, y Marco comenzó por él mismo: se prepararía para ser mago. El primero en intentarlo en años.
Tal y como esperaba, el comienzo fue difícil. Aprender letras que no significaban nada. Luego juntarlas sin ver ningún resultado. Después crear las primeras palabras, tan fáciles de decir que las sabría hasta un bebé, pero mucho más difíciles de leer. Hasta que finalmente, cuando comenzaba a desanimarse, empezó a comprender frases y palabras, y pudo leer sus primeros libros, y consiguió el acceso a la gran biblioteca.
Allí encontró muchos libros que ya no eran cosa de bebés. Hablaban de cosas más bonitas y sorprendentes, de las que nada sabían los niños de su edad que se preparaban para las batallas. Y hablaban también de batallas, de las que Marko leyó tanto que se convirtió en un experto. En aquellos libros aprendía tantas cosas, que no paraba de leerlos uno tras otro. Y Marko, siendo apenas un niño, empezó a darse cuenta de que sus libros le estaban convirtiendo en uno de los mayores sabios del reino. Pronto comprendió que nadie había sustituido al gran mago porque estaban tan ocupados aprendiendo a luchar que apenas dedicaban tiempo para aprender a leer correctamente. Y pensó que había llegado el momento de enfrentarse a la palabra salvaje.
Hacía años que nadie lo intentaba y todos acudieron emocionados a la gran plaza. Marko abrió el libro y por fin vio la palabra:
“Hiktrikostakuntijagoni“.
Marko reconoció la palabra inmediatamente y sonrió de oreja a oreja ¡Qué fácil! ¡Y qué listo había sido el mago! Aquella palabra no significaba nada por sí misma. Solo era el título de uno de los libros más raros y escondidos que había en la biblioteca, uno que le había encantado a Marko. Un libro lleno de palabras raras que explicaba las mejores técnicas de lucha contra ogros, brujas y dragones, con sus puntos débiles y todo lo necesario para derrotarlos fácilmente. Marko corrió a buscarlo a la biblioteca y descubrió un mensaje oculto en su última página:
“Yo, el Gran Mago, te nombro a ti, seas quien seas, mi sucesor. Y comparto contigo el mayor de mis secretos: nunca fui mago. Todo el poder que tuve vino de lo que aprendí en estos libros, como lo has hecho tú. Este libro solo completa ese poder ayudándote a parecer mágico, pues los brutos soldados no seguirían a un simple sabio, pero sí a un poderoso mago.”
Marko comprendió entonces para qué servían todas aquellas palabras raras. No eran más que falsos hechizos, un simple truco para conseguir un líder sabio.
Y así fue como Marko, el mago que nunca fue mago, llegó a dirigir a los soldados del reino hacia la victoria, y a vivir mil y una aventuras gracias a la sabiduría que descubrió en los olvidados libros de una biblioteca.
Autor: Pedro Pablo Sacristán

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