05/12/2024
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Todos tienen anécdotas muy lindas que contar sobre navidad, pero la mía es bastante perturbadora.
Era sabido que en cada mes de diciembre, un par de mis calcetines navideños, desaparecían después de usarlos, era como si decidieran dejar de existir.
Mi padre, la única persona con la que vivía en mi casa, siempre hacía la misma broma todas las navidades. Debajo del árbol, colocaba un enorme paquete de calcetas navideñas para que yo usara el siguiente año.
No es que él las escondiera, incluso me ayudaba a buscarlas; nos frustrábamos, movíamos muebles cada mes, hacíamos limpieza profunda y simplemente, no encontrábamos ni un hilo de ellos.
Hasta que un día, comencé a encontrarlos uno a uno, tirados sobre el césped de nuestro patio trasero sin motivo y explicación.
Una madrugada, me levanté a tomar agua entre la oscuridad y a tientas. Estando ahí, por la ventana de la cocina, noté un movimiento extraño en la cerca que colindaba nuestra casa a la del vecino, y ahí, estaba el anciano, mirando hacia el segundo piso de nuestra casa, con los ojos exorbitantes, brillando bajo el reflejo de los focos de colores que adornaban mi casa, no importando el frío exterior, con la quijada caída y si no le prestabas atención, parecía que estaba congelado.
Asqueada, desde ése entonces, comencé a crear teorías acerca de la desaparición de mis calcetines. Ese viejo rabo verde, los robaba para hacer quién sabe qué y los devolvía, aventándolo sobre la cerca hacia mi patio.
Intenté encararlo, pero siempre había una situación que lo impedía. Traté de contarle a mi padre, pero solo le restó importancia diciendo que era imposible que un anciano de ochenta años se cruzara la cerca para tomar uno de mis calcetines y luego botarlos de vuelta.
Frustrada por el desinterés de mi padre, decidí que debía ponerle fin a semejante estupidez.
Compré un nuevo par de calcetines tejidos, estos eran largos por encima de las rodillas, brillaban por las pequeñas piedras incrustadas y las usé en la noche buena; junto a un vestido lindo que mi padre me regaló para hacerle juego. Cenamos, abrimos los regalos y nos fuimos a dormir.
Al día siguiente, era el turno de mi padre para lavar la ropa y yo tendí personalmente los calcetines. Dejé que el tiempo hiciera lo suyo, pero la nueva calceta desapareció y cuando cayó la noche, me puse en vela junto a la ventana; hasta que vi al anciano asomarse en la cerca, de nuevo mirando en dirección a mi habitación, mientras aventaba el calcetín que había desaparecido horas antes.
Por la oscuridad, asumí que no podía verme, así que bajé corriendo y lo enfrenté.
“¿Qué cree que hace, viejo pe******do?”
Alcancé a tomarlo del brazo antes de que su débil cuerpo huyera.
“Usted ha sido quién robaba mis calcetines ¿Qué le pasa?”.
Con el rostro en blanco y un ligero temblor en las manos, murmuró.
“No he sido yo”.
Sonreí ante su intento de engaño.
“No soy estúpida. Detenga lo que sea que haga o llamaré a la policía”.
Por supuesto que solo esperaba asustarlo y obtener un poco de paz mental.
“Que no he sido yo. Es el monstruo que vive allá arriba”, señaló, por encima de mis hombros.
Seguí la dirección de su dedo tembloroso y solo pude observar la ventana de mi padre y la mía. Frunciendo el ceño por dejarme engañar, de nuevo, el n**o enfurecido en mi garganta resaltó raspando mi voz.
“No se atreva a tocar mi ropa, porque para la próxima, no me apiadaré de un anciano pe******do”, gruñí soltando su brazo, dando zancadas pesadas hacia mi casa.
Para mi sorpresa, tres días después, volviendo de las compras para la cena de año nuevo, encontré a mi padre y al anciano rabo verde dentro de una conversación bastante extraña. Al verme, ambos hombres regresaron a dentro de sus casa.
“¿Qué pasó?”, curiosa por su interacción, seguí a mi padre.
“Nada. No te preocupes, ya le puse un alto a ese hombre, tus calcetas estarán sanas y salvas”, concluyó con un beso en mi frente.
Aliviada, creí que terminaría el año feliz, sin embargo, a los dos días, mientras tendía la ropa en el patio, el anciano rabo verde hizo presencia sobre la cerca.
“¡Psst! Oye muchacha”.
Harta, me volví hacia él diciendo:
“No voy a escucharlo ¡Voy a llamar a mi padre!”
“¡Su padre es un monstruo!” Gritó logrando detenerme y capturando mi atención.
“He visto lo que hace y es mejor que usted lo sepa”.
“Está loco”, sentencié dándole la espalda.
No iba a dejar que unas palabras del pe******do hombre me perturbaran, sin embargo así pasó.
Una noche antes de año nuevo, decidí salir a cenar con mis amigas de la escuela, mi padre se quedó en casa. Usé la bicicleta para llegar más rápido, ya que el lugar de reunión estaba cerca; desafortunadamente, la cita se canceló, una de mis amigas se enfermó tanto que fue hospitalizada, así que regresé a casa, pasé directo al patio para guardar mi bicicleta y pegué un brinco del susto al ver al vecino asomándose en la cerca, mirando hacia mi ventana.
“¡Hey!”, lo sorprendí, pero en lugar de obtener una reacción de sorpresa, solo se llevo un dedo a los labios.
“Shht”, me silenció, “Es el monstruo de los calcetines” señaló hacia arriba.
Seguí a la dirección que apuntaba a vi mi ventana, pero solo había oscuridad, estuve a punto de girar la cabeza cuando noté movimiento en la ventana del cuarto de mi padre.
Mis ojos se abrieron de terror y casi pego un grito al ver lo que presenciaba.
Tenía la luz prendida, por lo que se veía absolutamente todo, estaba desnud0, con los ojos cerrados de plac3r mientras se masturb@b@ con un calcetín mío pegado a su nariz y con el otro, frotándolo sobre su parte int1ma.
Estaba tan asqueada que me giré para vomitar el estómago.
Estaba en negación. Ése no podía ser mi padre, el que dormía bajo el mismo techo, quién me besaba la frente y el que me regalaba cada año un paquete de calcetines nuevos.
“Después de hacer sus cochinadas, lanza los calcetines hacia mi patio. Traté de confrontarlo, pero ¿Qué puede hacer un anciano débil como yo en ésta situación?". Me dijo.
Confundida y mareada, solo observé el rostro del vecino, que se borraba poco a poco junto a mis lágrimas.
“Te he comprado calcetines nuevos, porque me da mucha pena tu situación”, dijo estirando el brazo y ofreciéndome calcetínes limpios.
Desde ése día, no he sido capaz de entablar relación con mi padre y he comprendido al fin el motivo de divorcio con mi madre. Ahora vivo sola y jamás he vuelto a usar calcetines navideños.
Relato anónimo
ADAPTADO POR: Eli Femo
Elizabeth Fdz Eli Femo