Un Huipil, una Flor

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22/06/2022

¿REFORMA O REVOLUCIÓN?
Por: Aquiles Córdova Morán

La discusión sobre esta disyuntiva no es nueva; comenzó aproximadamente a finales del siglo XIX y principios del XX, es decir, en el momento en que la fase monopólica, imperialista del capital, había ya completado su ciclo de maduración y los pueblos y países sometidos a su férula comenzaban a preguntarse sobre el mejor camino para sacudirse el yugo.

En nuestros días, el tema ha vuelto al primer plano a causa de la crisis del orden mundial establecido al término de la Segunda Guerra Mundial. El propósito de crear la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la temible OTAN, en época tan temprana como 1947, no fue otro que asegurar el control de ese orden mundial, particularmente sobre Europa Occidental, y unirla para una guerra de exterminio contra de la URSS y el bloque socialista de Europa Oriental. Ese objetivo se alcanzó en 1991, con la rendición de la Unión Soviética frente a Estados Unidos y su brazo armado, la OTAN. A partir de ese momento, las élites económicas, militares y políticas norteamericanas comenzaron a actuar como un gobierno mundial de facto.

El fruto envenenado de la desaparición del bloque socialista de contención, fue una guerra permanente, en los Balcanes, en Asia Central, en el Norte de África y en el Cercano Oriente, en el resto del mundo aumentaron la desigualdad, la pobreza, el desempleo, el hambre y las enfermedades, al mismo tiempo que los gigantescos monopolios de todo tipo engordaron sus fortunas hasta niveles demenciales. La situación se ha complicado últimamente con el resurgimiento de Rusia como potencia nuclear de primer orden, y de China como el más poderoso competidor en el mercado mundial. Esto explica el empeño de los imperialistas por reeditar la guerra fría y la actual guerra en Ucrania, detrás de la cual no es difícil descubrir la mano del imperialismo norteamericano.

Por eso los trabajadores y los pueblos de los países pobres vuelven a preguntarse hoy: ¿reforma o revolución? En sus orígenes, la polémica era entre los enemigos abiertos y los simpatizantes “críticos” del marxismo y los marxistas ortodoxos. Los primeros eran partidarios del camino gradual, reformista, mientras que los segundos defendían la vía revolucionaria radical. En pocas palabras, pues, puede decirse que la polémica sobre reforma o revolución buscaba resolver la cuestión de si era posible acabar con el capitalismo mediante reformas graduales y pacíficas o si resultaba indispensable una revolución para lograrlo.

Desde aquella época se puso en claro que, desde el punto de vista marxista, se trataba de una falsa disyuntiva. Los partidarios de la revolución sostenían que no existe una contradicción absoluta, mutuamente excluyente entre reforma y revolución; que ambas forman dos fases distintas del mismo proceso de cambio que se complementan entre sí. Las reformas, es decir, los progresos graduales de avance en el bienestar de las masas, no hacen otra cosa que colocarlas en mejores condiciones para entender la necesidad del cambio revolucionario y la forma de llevarlo a cabo. No puede haber revolución sin la educación y organización paulatinas de las clases oprimidas, y no es posible lograr ambas cosas si no es a través de la lucha por la mejora gradual de sus condiciones de vida. Para decirlo brevemente en términos hegelianos, las reformas no son otra cosa que los cambios cuantitativos en la conciencia y la disciplina de las masas que preparan el salto cualitativo de la revolución, tal como sostenía Rosa Luxemburgo.

De esto resulta que los marxistas no son enemigos de las reformas, sino que las consideran indispensables en cierta fase de la lucha; a lo que se oponen es al punto de vista que pretende cambiar una cosa por otra, es decir, que postulan las reformas como sustituto definitivo de la revolución social. Tal punto de vista solo es posible cuando se analiza la cuestión al margen, o incluso en contra, de la teoría marxista. Solo así se puede plantear que reforma y revolución son términos antitéticos, incompatibles y mutuamente excluyentes. O lo uno o lo otro. Pero tal enfoque olvida que el propósito es hallar el mejor camino hacia el cambio revolucionario, y que, por tanto, están obligados a demostrar con todo rigor cómo se puede alcanzar este propósito a base de puras reformas graduales, es decir, con una interminable sucesión de cambios cuantitativos sin llegar jamás al salto cualitativo. Semejante punto de vista oculta, en el fondo, el desacuerdo con la revolución misma y no solo con el método para consumarla. Por muy artificioso y sutil que sea el razonamiento de los reformistas, decían los marxistas, está claro que su verdadero objetivo es apuntalar al capital para asegurar que siga viviendo por los siglos de los siglos.

Hoy, el problema se plantea, esencialmente, en los mismos términos. Los partidarios del capital dicen que los años transcurridos desde la Revolución Rusa de 1917 a la fecha, han probado sobradamente que la revolución no resuelve los problemas de desigualdad, pobreza, y falta de bienestar de las mayorías, a diferencia del camino de reformas graduales que ha generado sociedades florecientes, sin desempleo, sin pobreza, con desigualdad decreciente y con ciudadanos saludables y cultos. De lo que se trata es de convencer a los pueblos pobres y rezagados, e incluso a las llamadas economías emergentes como México, Brasil, Chile, Argentina, la India, etc., de que la revolución no es el camino para resolver sus carencias más apremiantes y para avanzar más aprisa hacia la prosperidad y el desarrollo. Las revoluciones solo han traído guerras civiles sangrientas, muerte y destrucción por todos lados, feroces dictaduras antidemocráticas que violan las libertades civiles y los derechos humanos, y una pobreza lacerante que se expande por todos los rincones de las naciones “socialistas”. Entonces, ¿reforma o revolución?

La argumentación parece tentadora. Por eso creo que vale la pena hacer el esfuerzo por colocar algunos puntos sobre las íes. Empezaré por señalar que es un error, o un sofisma intencional, identificar revolución con lucha armada. No es así. Revolución significa transformación radical de todo lo existente comenzando por la base misma, por lo que Marx llamó la estructura económica de la sociedad. Este cambio inicial obliga, automáticamente, a revolucionar todo el edificio social: forma del Estado, reparto de la riqueza social, leyes, moral, educación, salud, vivienda, urbanización, arte y cultura. Todo absolutamente, sin dejar piedra sobre piedra, pero todo en bien del progreso del conjunto social.

Esta transformación radical puede llevarse a cabo, bajo circunstancias determinadas, por la vía pacífica, como el propio Marx lo argumentó más de una vez. Los auténticos revolucionarios, como cualquier otro ser racional, prefieren siempre el camino pacífico al violento, y si al final se ven obligados a echar mano de las armas, no es por su gusto sino porque los obligan a ello los enemigos del cambio y la transformación progresiva. Para hablar claro: es posible llevar a cabo el cambio revolucionario siguiendo el camino de la democracia, del voto libre y secreto, de la estricta división de poderes y del pleno reconocimiento de la soberanía popular, a condición de que los enemigos del progreso respeten las reglas básicas de su funcionamiento pleno. La equivocación, en caso contrario, no es de quienes, como Nicolás Maduro, Daniel Ortega o el mismo López Obrador, pretenden materializar la revolución social apoyados en el voto libre y secreto del pueblo, sino de quienes pretenden que la democracia funcione solo para sus intereses, de quienes piensan que la democracia fue ideada para perpetuarse a sí misma y al sistema económico basado en la explotación y los privilegios.

Son, pues, los falsos demócratas los verdaderos promotores de la violencia social, pues al cerrar a cal y canto la ruta democrática hacia el cambio revolucionario, obligan al pueblo a radicalizarse y, en último extremo, a tomar las armas para defender sus derechos. Sin embargo, debe cumplirse la condición de que el pueblo conozca el proyecto revolucionario completo antes de emitir su voto, para que al elegir a quienes deben representarlo, tenga plena conciencia de la tarea que les encomienda, y que participe activamente, todo el tiempo, en la construcción del nuevo Estado, que vigile de cerca a sus gobernantes para evitar desviaciones arbitrarias del proyecto inicial o abusos del poder conferido. Sin estas condiciones, la revolución democrática se convierte en una dictadura personal o de élite, y el pueblo tiene el derecho y la obligación de revocar el mandato a sus gobernantes, por la fuerza si fuere necesario.

La revolución social no es algo voluntario, no es una decisión potestativa del individuo como aceptar o rechazar un cigarro. La revolución es la manifestación extrema del agotamiento de un régimen que ha dejado de cumplir con sus responsabilidades esenciales de proporcionar seguridad, desarrollo personal y colectivo y bienestar material a todos sus miembros. Cuando esto no sucede, cuando las condiciones de la mayoría empeoran a pesar de que su aportación y esfuerzo crecen sin cesar, cuando la riqueza creada por todos se acumula en unas cuantas manos y se hace uso de la ley y de la fuerza para sofocar el descontento masivo, la revolución se vuelve una necesidad indetenible. En tales condiciones, pregonar el camino de las reformas graduales y de la paz a los pobres desesperados, es una impostura que busca esconder que lo que se defiende en realidad es el régimen caduco que la masa no tolera ya.

Para apuntalar la falacia, se sueltan mentira gordas como esconder que el gradualismo de la socialdemocracia alemana que fundó la República de Weimar, abrió el camino a la dictadura de Hi**er y no a la revolución liberadora de las masas; o que la prosperidad de los países ricos, los del norte de Europa incluidos, se debe, por lo menos en igual medida que a la socialdemocracia, a la expoliación de las riquezas naturales, los mercados y la mano de obra barata del mundo pobre y subdesarrollado del Sur. Se repite sin descanso que el socialismo ha fracasado estrepitosamente en Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua, etc., que ahora son más pobres gracias a la revolución, pero olvidan que imperialismo y socialismo no existen en mundos distintos, que hay una influencia recíproca entre ellos y que el imperialismo no actúa como espectador pasivo frente a lo que sucede en el mundo socialista. Basta recordar todo lo que los imperialistas maquinaron y llevaron a cabo contra de la URSS y sus aliados durante la guerra fría. Nunca los dejaron vivir, trabajar y prosperar en paz. Y lo mismo ocurre hoy con Corea del Norte; con el bloqueo criminal de 60 años a Cuba o con el boicot al petróleo de Venezuela para estrangularla económicamente. ¿Se puede hacer abstracción de todo eso a la hora de comparar los resultados de la vía reformista y los de la vía revolucionaria?

La verdad rigurosa sobre capitalismo y socialismo solo puede saberse analizando la realidad mundial como un todo interdependiente, como un todo cuyas partes dependen recíprocamente unas de otras y se interinfluyen, sin que ni poderosos ni débiles puedan escapar a esta ley. El experimento socialista, o cualquier otro que pretenda reemplazar al imperialismo, solo podrá mostrar sus virtudes o su impotencia cuando pueda desplegar todas sus potencialidades sin interferencias, y lo mismo debe decirse de los países ricos: las virtudes de su sistema estarán en duda mientras siga recibiendo las transfusiones de riqueza provenientes del Sur empobrecido.

De todo esto se deduce, a mi juicio, que la tarea hoy es la lucha de los trabajadores y los pueblos del mundo en contra el imperialismo, sin por eso abandonar la tarea de educarse y organizarse en cada país a través de la lucha gradual para mejorar su nivel de bienestar. Así, cuando llegue el momento en que el imperialismo ya no esté en condiciones de impedirlo, estaremos preparados para dar el salto cualitativo hacia un mundo distinto, no perfecto ni paradisiaco, simplemente menos inhumano y cruel que el actual.

18/04/2022
01/04/2022

Te invito a leer mi que esta ocasión se titula:

Los mexicanos debemos entender qué esconde el combate a la corrupción de la 4T


En mi anterior colaboración abordé la campaña de represión y calumnias que ha desatado López Obrador contra las organizaciones y, de manera específica, contra el Movimiento Antorchista Nacional. Demostré con hechos concretos, la corrupción que priva en su gobierno y su familia misma, mientras que, por el contrario, a los antorchistas no se nos ha comprobado absolutamente ninguna acusación.

Evitando caer en una comparación simplista de la probada honestidad de la organización en que milito contra la corrupción de la 4T, hoy profundizo en lo que, al final de las cuentas, debe preocuparnos a los mexicanos, esto es, que con el discurso contra la corrupción, el proyecto obradorista ha justificado una mezcla de políticas públicas de derecha, con otras seudoizquierdistas, alentadas por prejuicios, confusiones ideológicas y políticas del presidente, que han hundido a nuestro país en una crisis generalizada. Cito algunos ejemplos.

En primer lugar, se sustituyó al Seguro Popular por el INSABI, con ello, más de 15 millones de mexicanos han perdido los de por sí, ínfimos servicios de salud con que contaban; se cancelaron importantes proyectos como el aeropuerto de Texcoco y la fábrica Constellation Brands en Baja California, esto provocó el retiro de cientos de miles de millones de dólares de capital extranjero y nacional e inhibió la inversión, por lo que la economía no sólo no crece, sino que no ha recuperado el nivel que tenía antes de la pandemia; y recientemente se eliminó el programa de Escuelas de Tiempo Completo, provocando que más de 3.6 millones de niños vieran afectada su educación y quizá dejaran de tener acceso a la única alimentación que recibían; en segundo lugar, se están haciendo recortes presupuestales a rubros sensibles para todos los mexicanos, para destinarlos a los proyectos insignia del presidente. Por ejemplo, aunque en 2019 el presupuesto federal para obra pública aumentó en más de 80 000 mdp, ésta ha disminuido, principalmente por el Ramo 23 que transfería recursos a los estados para infraestructura, pues según la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, el Ramo 23 transferido a las entidades federativas disminuyó en 68%, quedando con un monto de 52 368 mdp, pero éstos se etiquetaron como subsidio a las tarifas eléctricas y no a mejorar las obras y servicios de los sectores relegados.

Los efectos negativos de estas medidas equivocadas, los vimos en Oaxaca, con el despido de más de 2,100 trabajadores de salud en plena pandemia (¡!), o en el hecho de que los oaxaqueños no vean avances en el combate a sus carencias en obras y servicios, por ejemplo, en agua potable; según la Semarnat, en la entidad 408 mil 983 ciudadanos se abastecen de agua potable de una fuente que no es entubada. A la par, el presidente ha presumido que se destinaron 12 mil millones de pesos para obras, pero este recurso va destinado al corredor Interoceánico, las carreteras al Istmo, la Costa y la ampliación de la vía la Ventosa-Acayucan o el rompeolas en Salinas del Marqués, mientras al presupuesto estatal, según declaraciones de las autoridades en la entidad, se le recortaron 1,500 millones de pesos el año pasado.

Lo que vemos es que la llamada Cuarta Transformación, está haciendo cambios drásticos en la administración del país, cancelaron proyectos de miles de millones de pesos, que significaron penalizaciones financieras, también de miles de millones, y se invierte en proyectos gigantescos, cuya viabilidad ha sido cuestionada por un abultado número de especialistas, y por si algo faltara, estas obras emblemáticas a las que se va el dinero que están quitando a la obra pública de las sectores sociales con menos recursos, tienen un sobre costo de miles de millones de pesos y han sido asignadas a empresas fantasma o recién creadas. A la par de ello, se engaña a las capas populares con los llamados programas del Bienestar, con el discurso de que se están invirtiendo recursos como nunca en ellas, porque este es el gobierno de “primero los pobres”, pero según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gasto de los Hogares (ENIGH) 2020, los beneficios provenientes de programas gubernamentales pasaron de 26.7 mil millones de pesos a 41.7 mil millones entre 2018 y 2020, sólo que la distribución de estos ingresos no benefició a los más pobres, pues es menos redistributiva. Según el Instituto de Estudios Sobre Desigualdad (INDESIG), 10% del monto total de transferencias llega al 10% de los hogares más pobres, en comparación con el 18% que se distribuía en 2018, mientras que el 10% de los hogares más ricos se quedan con el 8%, y aunque de 2018 a 2020 el ingreso de estos programas pasó de 775 a 1,166 pesos al trimestre por persona, un aumento del 50.4%, dicho aumento no benefició a los más pobres, ya que en sus hogares los recursos sólo incrementaron en 30%, mientras que en los más ricos fue del 48%; también dice este instituto que en el 2020 este tipo de programas llegó solo al 35% de los hogares, mientras que en el 2016 la ayuda social llegaba al 61% de la población más pobre, poniendo como ejemplo el programa Prospera, creado en el gobierno de Peña Nieto, para atender tres factores: alimentación, salud y educación y en su lugar se creó el programa Becas para el Bienestar Benito Juárez, que ayuda a jóvenes desde educación inicial hasta universidad, pero ya no atiende los mismos rubros que Prospera. En 2018 éste llegaba al 18% de los hogares, pero actualmente ningún programa supera ese alcance; las Becas Benito Juárez, por ejemplo, tienen un alcance de 6% y la Pensión para Adultos mayores llega sólo a 15%.

En conclusión, los mexicanos, al dejarnos llevar por el enojo ante la corrupción galopante de los gobiernos anteriores, buscando un cambio sin ponernos a pensar qué tipo de cambio era el que necesitábamos, cometimos un error político que permitió a Obrador y su 4T llegar al poder, lo cual nos ha sumido en una crisis generalizada, porque se cancelan proyectos y programas cuya eficiencia daba resultados plausibles, y que evidentemente tenían deficiencias y limitaciones, pero no se reemplazaron por otros que hayan sido producto de un análisis cuidadoso y una planeación que nos permitiera ver que los nuevos eran mejores; además, se están distribuyendo los recursos del erario a programas que benefician a los sectores económicos altos, en detrimento de los sectores pobres, que han sido engañados por López Obrador con una retórica demagógica que los obnubila y enajena.

Por lo tanto, para los sectores organizados, para los intelectuales honestos y para aquellos que entiendan que ha llegado la hora de que surja una nueva fuerza política verdaderamente democrática y progresista, la tarea del momento es entender el problema de fondo, explicárselo a los sectores afectados y convencerlos de sumarse al surgimiento de esa fuerza social que es cada vez más urgente para enderezar el camino de nuestra sociedad.

Urge educar, concientizar y organizar a los sectores relegados, a las masas populares, para ponerlos de pie. Esto es condición necesaria para combatir a estos seudoizquierdistas que hoy desmantelan el relativo estado de bienestar que teníamos, para implantar caprichos y antojos de un demagogo y sus seguidores, que son lo peor que la política de nuestro país ha parido. Porque de seguir sin una oposición real, consecuente y valiente, la 4T se va a empoderar aún más en el siguiente sexenio, pues todo lo que hace no tiene otro propósito que garantizar su triunfo en el 2024.

01/04/2022

LOS PUEBLOS DEL MUNDO PUEDEN DETENER LA GUERRA

Por: Aquiles Córdova Morán

El presidente norteamericano Joe Biden, por primera vez desde que se inició la crisis en Ucrania, ha hablado claro sobre su verdadera naturaleza: “En su discurso, Biden presentó la guerra en Ucrania como la pieza central de una lucha más amplia entre ideologías globales en competencia” (REFORMA, con información de The New York Times News Service, 26 de marzo).

La guerra fría, que ahora vuelve por sus fueros, es creación exclusiva de los norteamericanos. La inició Thomas Woodrow Wilson con su negativa a reconocer al gobierno de Lenin, la continuaron los republicanos Warren G. Harding, Calvin Coolidge y Herbert Hoover. También Franklin D. Roosevelt, responsable del reconocimiento diplomático de la URSS en 1933 y cuyo sucesor, Harry S. Truman, un furibundo anticomunista hizo polvo en poco tiempo, con el consejo de Churchill, la alianza Rusia-Occidente en contra de la Alemania de Hi**er. Fue en ese momento que la guerra fría adquirió su carácter de guerra de exterminio contra la URSS.

Tras la caída del socialismo, Rusia quedó bajo el gobierno de Boris Yeltsin, un dipsómano sin voluntad y sin principios que puso a su país en manos del imperialismo, que de inmediato sintió que el mundo era suyo. Pero no tomó en cuenta que quedaban problemas de difícil solución: la sujeción total de Europa al interés norteamericano; el desmembramiento de Rusia para podérsela engullir sin atragantarse y el afianzamiento sobre los mil trescientos millones de chinos, su mercado y su territorio.

Con la llegada de Vladímir Putin al poder y con el acelerado crecimiento del poderío económico y militar de China, la guerra fría volvió a reanimarse; la OTAN modernizó su armamento y buscó aumentar su membresía: pasó de 16 países miembros en 1997, a 30 miembros hoy. Los 14 nuevos reclutas son todos países ex socialistas y ex miembros de la URSS (Estonia, Letonia y Lituania). Con ellos, la OTAN alcanzó finalmente la frontera occidental de Rusia. EE. UU. procedió de inmediato a sembrar esos territorios con bases de misiles de mediano alcance, capaces de transportar carga nuclear. Putin ha hecho todos los esfuerzos a su alcance (quizá más de lo aconsejable) para ganarse la confianza de Occidente y lograr que su país sea reconocido como miembro de pleno derecho de la comunidad internacional. Todavía a finales del año pasado, presentó a EE. UU. una iniciativa para negociar un pacto de seguridad integral. Todo fue inútil.

Pero la OTAN ad portas y armada hasta los dientes, no es todavía garantía suficiente para asestar el primer golpe nuclear con la seguridad de que no habrá respuesta. Hace falta acercarse más y de aquí el papel estratégico de Ucrania. EE. UU. comenzó a infiltrar armas, asesores militares y contingentes de bien definido perfil ne***zi, años antes del Euro Maidán. “…los hechos demuestran que no solo Zelensky, sino el régimen que representa, tiene una prosapia ne***zi, arraigada en la historia de la extrema derecha nacionalista ucraniana, aliada de los n***s durante la ocupación de la URSS por el hitlerismo. Llegó a existir una temida división de las SS bajo comando alemán, pero completamente integrada por ucranianos, durante el conflicto. De las SS formaron parte los máximos referentes de la Unión Nacionalista Ucraniana (UNO), Stepan Bandera e Iván Pavlenko. Una fuerza guerrillera de la UNO, además, realizaba operaciones de exterminio contra judíos, comunistas y población civil, hasta arrasar aldeas enteras. Miembros de la UNO llevaron a cabo el pogromo de Leópolis, en el que asesinaron a 300 comunistas y 4 mil judíos”. (Ángel Guerra Cabrera, “Zelensky, los ne***zis y la guerra olvidada”, La Jornada, 10 de marzo). Para quienes creen que esto es un invento ruso, es bueno saber que los monumentos a Stepan Bandera se encuentran por todo el territorio ucraniano.

Fueron estos grupos ne***zis, con apoyo económico y propagandístico de EE. UU., los que orquestaron y dirigieron el llamado “Euro Maidan” y formaron un gobierno con seis ministros neofascistas en 2014. Los terribles sufrimientos que los n***s infligieron al pueblo ruso lo han hecho enemigo irreconciliable de todo lo que huela a n***smo y, por eso, ante el golpe neofascista, los pueblos de origen y lengua rusa del Donbass decidieron declararse repúblicas independientes. Crimea, la más oriental de las tres provincias, decidió reintegrarse a su patria histórica. Ninguna intervención ni responsabilidad tuvo Rusia, ni el presidente Putin, en estos hechos; su delito es apoyar firmemente a los antifascistas del Donbass y Crimea. Con este propósito, logró que Ucrania negociara con los separatistas los acuerdos de Minsk (2014-2015) que reconocían el derecho a la independencia del Donbass y de Crimea y el compromiso de Ucrania de no incorporarse a la OTAN.

A fines del año pasado, las cosas se aceleraron en Ucrania visiblemente. Rusia desplazó a la zona unas cien mil tropas con fines claramente disuasivos, pero eso fue suficiente para que la maquinaria mediática de los EE. UU. desatara una feroz campaña “alertando al mundo” de que Rusia se disponía a invadir Ucrania. La mentira era tan obvia que los mismos líderes ucranianos declararon más de una vez que no había señales serias de tal invasión. Rusia, por su parte, lo desmintió más de una vez. Fue inútil. La insistencia ciega de los medios en seguir repitiendo la mentira, puso en claro que no se trataba de un error, sino de un plan bien meditado para responsabilizar de antemano a Rusia de un hecho del que tenían la seguridad que ocurriría tarde o temprano. Tenían la seguridad de poder obligarla a enfrentar militarmente a Ucrania, lo que confirmaría la acusación a priori y justificaría un ataque aniquilador en su contra. Y así fue.

Hay pruebas documentales de esto. “…El nuevo plan concebido contra Rusia en 2019 (…) plantea como estrategia imponer a Rusia un despliegue excesivo para desequilibrarla y destruirla. Esas son las líneas directivas fundamentales que se exponen en el plan de la RAND Corporation y en ese sentido ha venido actuando Estados Unidos durante los últimos años. Ese plan estipula que (…) Rusia debe ser atacada por su flanco más vulnerable: su economía fuertemente dependiente de las exportaciones de gas y petróleo. Para ello se recurre a las sanciones comerciales y financieras y, al mismo tiempo, se busca lograr que Europa occidental disminuya su importación de gas ruso, reemplazándolo por el gas licuado estadounidense.” Esto es exactamente lo que estamos presenciando ahora. “En el marco de esa estrategia, la RAND Corporation preveía -en 2019- que «proporcionar a Ucrania ayudas letales explotaría el punto más importante de vulnerabilidad externa de Rusia, pero todo aumento de las armas y de la consejería militar que Estados Unidos proporcione a Ucrania tendría que ser metódicamente calibrado para imponer costos a Rusia sin provocar un conflicto mucho más amplio en el cual Rusia a causa de la proximidad tendría ventajas significativas.» Es precisamente ahí, en lo que la RAND Corporation llama «el punto más importante de vulnerabilidad externa de Rusia» que se podría explotar armando a Ucrania de manera «calibrada para imponer costos a Rusia sin provocar un conflicto mucho más amplio», donde se ha producido la ruptura.” (Manlio Dinucci, voltairenet.org, 10 de marzo. Cursivas del original).

La “ruptura” del proceso es precisamente lo que no querían los autores del plan, prueba elocuente de que Putin se les adelantó en la jugada. Y hay pruebas: “El ministerio de Defensa de la Federación Rusa publicó una serie de documentos secretos de la Guardia Nacional ucraniana que demuestran la existencia de un plan para atacar a los «separatistas» del Donbass el 8 de marzo de 2022. Las 8 páginas de documentos secretos publicadas el 9 de marzo por el Ministerio Ruso de Defensa demuestran que el plan de ataque, denunciado por Rusia desde el 24 de febrero, era real y que la Guardia Nacional ucraniana había incorporado a ese plan gran parte de las fuerzas ne***zis. Fue la inminencia de ese ataque de gran envergadura lo que llevó al gobierno de la Federación Rusa a reconocer urgentemente las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.” (voltairenet.org, 9 de marzo). Insisto en que la guerra en Ucrania era inevitable. Esa guerra solo es entre Ucrania y Rusia en la forma; en el fondo, Ucrania es solo el escenario en que se dirime el futuro del mundo, como lo acaba de declarar Joe Biden. La fobia antirrusa que están insuflando los medios en la opinión pública, busca convertir a los pueblos en cómplices pasivos de las ambiciones imperiales .

Los medios, a pesar de su aparente unanimidad, mienten. Esa unanimidad de opinión no es espontánea ni libremente asumida, sino fruto del férreo control de los grandes corporativos y las agencias mundiales de noticias sobre medios y periodistas. Esos corporativos y agencias son quienes deciden qué se publica en el mundo occidental y qué no; que debe difundirse como verdad y qué como mentira. “Más de 150 firmas de relaciones públicas están participando en la campaña de propaganda de guerra contra Rusia, según reporta el periodista estadounidense Dan Cohen en el sitio web MintPress. (…) revela que esas 150 firmas (…) actúan en coordinación con la OTAN desde Londres, a través de PR Network, propiedad de la británica Nicky Regazzoni y de su compatriota Francis Ingham. PR Network produce diariamente una serie de directivas sobre los mensajes que van a repetirse en los medios de prensa occidentales, los temas y expresiones que deben evitar y alguna historia que supuestamente ilustra lo que sucede en Ucrania, siempre en favor de Kíev y en contra de Moscú.” (voltairenet.org, 25 de marzo). Así es como se fabrica la unidad de los medios.

Y hay que notar que quienes más gritan y se desgarran las vestiduras condenando los crímenes cometidos por Rusia en la “mártir Ucrania”, son los mismos que vieron y vivieron la destrucción de Yugoslavia, de Libia, de Irak, de Siria, de Afganistán, sin pronunciar una sola palabra de condena a los agresores: la OTAN y Estados Unidos. Ahora mismo se desgañitan contra la represión a la libertad de prensa en Rusia y callan como estatuas el bloqueo total de los medios rusos por EE. UU. y la OTAN.

“Rusia intervino en Ucrania con una gran operación militar, una guerra. Y vemos que el mundo entero reacciona con gran indignación. (…) han hecho todo lo posible para castigarla mediante bloqueo, sanciones, en los medios, la economía, los bancos, cierre de espacio aéreo, de estrechos mares y puertos, envío de armamento a Ucrania, y glorifican la supuesta «resistencia ucraniana» (…) Ustedes están viendo cómo se comporta el mundo. Pero cuando Estados Unidos invadió Afganistán, ¿cómo reaccionó el mundo ante los estadounidenses? Ustedes conocen la respuesta. Cuando Estados Unidos invadió Irak, y realmente lo destruyeron (por completo), matando cientos de miles de personas, como cuando arrasaron Afganistán y mataron al menos decenas de miles de afganos, ¿cómo se comportó el mundo frente a Estados Unidos? Y en todas las guerras desatadas por Estados Unidos, que son la mayoría de las guerras que hemos visto en el mundo, ¿cómo reaccionó el mundo? ¿Y como se comporta ahora, frente a Rusia? ¿Cómo se comporta ante el enemigo israelí …? ¿Cómo se comporta ante las guerras pasadas y presentes contra los palestinos, ante sus guerras y su bloqueo contra Gaza”? (Hassan Nasrallah, líder de la resistencia libanesa, redvoltairenet.org, Beirut, Líbano, 7 de marzo de 2022).

En honor a la verdad, el “doble rasero” es casi tan viejo como la humanidad. Ya los griegos decían que quien tiene la fuerza no necesita las leyes. Maquiavelo fue el primero en divorciar la moral de la política y en calificar de error la aplicación a la segunda de criterios y categorías de la primera. Pero fue Marx quien desató el n**o: la raíz de todo hecho social se nutre siempre de la economía. Es decir, son los intereses económicos los que determinan el criterio “moral” de quien juzga. Por eso los partidarios del imperialismo y la economía de mercado, sea por convicción o por conveniencia, siempre juzgarán correcta y justa la represión de los enemigos del sistema, por brutal que sea, y dirán lo contrario sobre la misma represión cuando la cometan los enemigos. Y estos, a su vez, obrarán de la misma manera relativa cuando les llegue su turno. La verdadera hipocresía es negar, invocando “elevados valores eternos” que la lucha es por simples y vulgares intereses materiales.

En Ucrania se dirime el futuro del planeta: Estados Unidos quiere un mundo unificado bajo su mando para su exclusivo beneficio; el bloque contrario persigue un mundo multipolar, con la riqueza social mejor repartida entre todas las naciones del planeta. Los partidarios de la hegemonía norteamericana condenan a Rusia con los términos más duros que se les ocurren; quienes queremos un mundo menos injusto y cruel para el género humano, pensamos lo contrario. Y no es que esperemos que Rusia y China nos traigan la felicidad embotellada y lista para nuestro consumo; simplemente estamos seguros de que su triunfo abrirá las puertas de la prisión imperialista a los pueblos de la tierra para su libre desarrollo. Libertad para que los mexicanos podamos construir nuestro propio futuro según nuestros deseos y capacidades, es lo único que necesitamos y esperamos de un nuevo orden mundial. Por eso llamamos al pueblo de México a luchar decididamente por su derecho a un mundo mejor. Eso es todo.

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