17/10/2024
El Reclamo de la Noche
Nunca me imaginé que esa noche se convertiría en la más aterradora de mi vida. Soy arriero, siempre en la carretera, llevando cargas de un lado a otro, sin preocuparme demasiado por los peligros que el trabajo conlleva. Pero esa noche, todo cambió. La oscuridad se cerraba sobre mí como una mano fría y sofocante, cada vez más densa a medida que el sol se despedía del horizonte.
La inquietud comenzó a morderme por dentro. El camino se tornaba cada vez más sombrío, y los sonidos del bosque, normalmente familiares y reconfortantes, ahora parecían susurros y crujidos amenazadores. Algo no iba bien. Lo sentía en cada fibra de mi ser.
Fue entonces cuando la vi: una pequeña casa de campo, un ranchito solitario que parecía tan fuera de lugar en esa selva de sombras como un faro en medio de la tempestad. Mi instinto me decía que siguiera adelante, que no me detuviera, pero otra parte de mí, quizás la más humana, ansiaba refugio y un lugar donde la opresiva noche no pudiera tocarme.
Me acerqué a la casa con el corazón latiendo desbocado. Algo en el aire cargado de esa noche me hacía temblar. No tuve que llamar; la puerta se abrió como por voluntad propia, revelando a un hombre y su esposa. Ellos, sorprendidos por mi presencia, me preguntaron qué deseaba. Les expliqué que la noche me había atrapado y que buscaba un lugar para descansar. Con cierta reticencia, accedieron a ofrecerme un cuarto en la parte trasera de su hogar, una estructura primitiva de paja y barro.
La cena que me ofreció la mujer fue simple, pero reconfortante, un caldo de gallina que agradecí con el alma. Después de cenar, me dirigí al cuarto que me asignaron, esperando encontrar algo de paz en ese refugio temporal. Sin embargo, la noche aún guardaba sus horrores.
A eso de la una de la madrugada, un grito desgarrador me sacó de un sueño intranquilo. El silencio que siguió fue opresivo, cargado de una energía pesada que parecía consumir el oxígeno alrededor. Mi corazón latía con fuerza contra mi pecho mientras la curiosidad y el terror luchaban por dominar mis acciones.
Guiado por un impulso que no lograba entender, me arrastré hacia un pequeño hueco en la pared de barro y paja, apenas suficiente para permitirme ver hacia afuera. La escena que se desplegó ante mis ojos era digna de una pesadilla.
Bajo la luz de una luna pálida y enfermiza, un hombre vestido de charro, montado en un caballo tan negro como el carbón, arrastraba con una cuerda al dueño de la casa. El pobre hombre gritaba, luchando contra la fuerza sobrenatural que lo sometía. A pesar de sus esfuerzos, el charro lo arrastraba con una determinación fría y cruel, desapareciendo con él en la oscuridad que devoraba el paisaje.
El resto de la noche, el sueño me fue esquivo. Los sonidos del exterior parecían gritos lejanos y lamentos ahogados por la bruma. Al amanecer, los gritos de la esposa me hicieron salir de mi encierro. Ella lloraba desconsoladamente, declarando que su esposo había mu**to durante la noche.
Con el corazón golpeando mi pecho, le conté lo que había visto, a su esposo se lo había llevado ese charro, pero ella me acusó de mentir. En un acto de desesperación, tomé un cuchillo y, con temblorosas manos, abrí lo que en supuesta era el cuerpo del esposo. Lo imposible se hizo realidad: de su vientre emergió una gallina y el cuerpo se deshizo en materiales tan mundanos como paja y barro.
En ese momento, la terrible verdad se hizo clara: el hombre había vendido su alma al diablo a cambio de riquezas, y esa noche, el diablo había venido a cobrar. Salí de aquel lugar con el alma pesada y una certeza aún más pesada: hay cosas en este mundo que es mejor no entender, y hay deudas que nunca deberían contraerse.
