23/04/2024
Los japoneses tenían un arte maravilloso. Sus utensilios que amaban al romperse no los desechaban. Unían sus partes con oro. A eso se le llama Kintsugi. Vasijas rotas cuyas grietas no se escondían, al contrario, lucían brillantes y eso les daba un valor incalculable.
Así son nuestras vidas. Estamos hechos de proyectos rotos. Nuestros padres y abuelos emprendieron tantos y muchos de ellos se rompieron sin siquiera iniciarlos.
Estamos hechos de proyectos rotos.
Relaciones que se vinieron abajo y se hicieron mil pedazos en el suelo de nuestra incapacidad de reconocer nuestros errores. Amistades que golpearon contra nuestros egoísmos. Oportunidades que se desmoronaron por nuestra inmadurez. Y muchos vimos que con esos pedazos rotos se nos rompía algo por dentro. La fe, el amor, la esperanza, la alegría.
Pero aquí estamos. Y estamos en pie. Es bueno que miremos todo aquello que pudo ser y no fue.
Que miremos todo aquello que fue y ya no es.
Que miremos todo aquello que estuvo y ya no está.
Pero no para lamentar sino para ver esa gran oportunidad.
De que nuestros proyectos rotos son como el oro, pegando los pedazos del alma, haciéndola más fuerte y más compasiva. A veces queremos ocultar nuestros fracasos y nuestros errores pero al resaltarlos nos hacen recordar no seguirnos equivocando.
Cuando venimos a Jesús, lo primero que hace es perdonarnos, y es entonces cuando todo el dolor por el fracaso, el abandono, el rechazo comienza a sanar, comienza a tener sentido. Y si ahora recordamos esos momentos son para seguir aprendiendo.
Muchas veces decimos que cuando algo se quiebra, nunca más vuelve a ser igual y tenemos toda la razón, puede ser mejor.