26/11/2021
SIERRA JUÁREZ
La experiencia que están a punto de conocer no he podido olvidarla. Incluso hoy, entre sueños y pesadillas, sigo teniéndola presente. Cuando me llegan las imágenes de ese día, me pongo a buscarle alguna explicación lógica, sin éxito.
En aquellos días me integré en la octava región militar en Oaxaca. Para mí fue algo nuevo, ya que recién me graduaba del CACIR y no tenía ningún conocido en el lugar. Para mi fortuna, desde los primeros días, pude llevarme bien con uno de los elementos al que le apodaban "Jaguar".
El nombre se lo pusieron gracias a su interés por las culturas antiguas y porque su animal favorito era, precisamente, el jaguar. Él me contaba muchas cosas sobre las costumbres de los pueblos originarios y de las batallas que tuvo que enfrentar en Tamaulipas y Sinaloa en la lucha contra el narcotráfico.
Luego de unas semanas, nos comunicaron que nos iban a desplegar a la Sierra de Juárez. La noticia no me impactó como a Jaguar, ya que no conocía para anda la región. Sin embargo, su actitud cambió a una muy nerviosa y distraída.
-En el camino te iré contando varias historias de por ahí. Mientras te recomiendo que lleves algo para que te dé luz-me comentó mi amigo unas horas antes de desplegar. Yo imaginé que se refería a que llevara linternas o algún encendedor para hacer una fogata, pero por si acaso, también agarré una cadena con la Virgencita que me regaló mi papá al causar alta.
Desde que salimos del batallón empezaron a suceder las cosas extrañas. La unidad que nos transportaba falló más de una vez sin ningún motivo. Ya estábamos en la sierra cuando hicimos una parada en una tienda para comprar algunas cosas para el destacamento. Recuerdo muy bien que Jaguar se quejó de un dolor de cabeza apenas entramos al negocio. Me miró por encima del hombro y con voz susurrante me dijo:
-Mira, wey. Aquí hay alguien que nos viene siguiendo todo el camino. Siento que nos persigue una energía muy mala y muy fuerte".
Yo escuché sus palabras, pero no lo comprendí. Estando en los pasillos de la tienda, apareció una mujer de unos sesenta o setenta años. La anciana se acercó a Jaguar y le dirigió una mirada penetrante sin decir una palabra. Noté que la mujer tenía ojos negros, sin ningún brillo, y unas grandes ojeras de cansancio. Su cabello ya era blanco por las canas y su rostro estaba rasgado del lado izquierdo.
Jaguar se quedó quieto ante ella por un momento y luego me dijo:
-Vamos a pagar esto y vámonos, wey.
Yo lo jalé del hombro y nos dimos media vuelta para pagar y marcharnos. El viaje continuó hasta llegar a un punto donde debíamos
seguir caminando. Eran aproximadamente las cinco de la tarde, así que oscurecería pronto. A esa hora ya podíamos sentir el frío pesado y denso que se siente en las regiones de la sierra, eso agregando que el
camino era muy pedregoso y nos dificultó mucho el andar.
Mi amigo estuvo muy callado durante el viaje y las veces que habló fue sólo para decirme que ya quería irse del lugar porque no le daba buena espina. Cuando dieron las ocho de la noche, nosotros apenas llevábamos la mitad del camino. Nuestro oficial a cargo analizó la situación y dio la orden:
-Es muy arriesgado continuar de noche, así que vamos a acampar aquí. Mañana al amanecer seguiremos nuestro camino.
Todos comenzamos a montar nuestra fogata. Mi amigo Jaguar fue al baño y yo aproveché el acompañarlo para buscar leña. Ambos tomamos rumbos diferentes. Yo comencé a explorar lo que pude, buscando palos secos que nos ayudaran a combatir la oscuridad de la sierra. En esas estaba cuando de pronto algo llamó mi atención: No muy lejos de mí vi una fogata inmensa. Alrededor se encontraban unas ocho personas en forma de círculo.
El asombro por encontrarme ante tal escena me entumeció las extremidades. Al fijar la vista me percaté que había algo en medio del fuego, algo parecido a un animal que se incendiaba. El alma se me salió del cuerpo cuando Jaguar me tomó de los hombros. Me tiró al suelo y mi reacción inmediata fue sacar el arma y apuntar a esas personas, pero al voltear de nuevo hacia al frente, ya no había nada. Ni siquiera un rastro del fuego. Lo único que vimos, fue una gran fila de aves que volaron sobre los árboles. Por la sombra de los animales pude percatarme que su tamaño era el de un perro grande. Nunca vi antes ni después pájaros de esa proporción.
Por su parte, Jaguar comenzó a decir unas palabras, que más bien parecían un rezo en una lengua indígena. Cerró los ojos y puso toda su concentración en lo que meditaba. Después de un rato me miró y dijo que estaríamos bien, pero lo más conveniente era regresar rápido con los demás.
Una vez ahí preparó café caliente y me pidió que me calmara. Nuestro oficial nos vio cuando volvimos y se acercó a preguntar por qué me encontraba en ese estado.
--¿Pues dónde se metieron o por qué vienen todos temblorosos? -nos preguntó. Las palabras no podían salir de mi boca para contestarle. Jaguar fue el que dijo:
-Acuérdese lo que le escuchamos la otra vez a los vecinos, jefe.
El comandante no dijo nada más y nos aconsejó descansar. Una vez que se alejó lo suficiente para no escucharnos, Jaguar me confesó que a unos amigos suyos les pasó algo muy parecido a lo que acabamos de ver, sólo que a ellos los persiguieron un buen tramo hasta que llegaron a sus vehículos. Sólo escondiéndose en sus camionetas se pudieron resguardar de aquellos seres.
Mi amigo y yo nos quedamos despiertos alrededor de la fogata toda la noche, escuchando risas, llantos y gritos que se escondían entre los árboles, y el aleteo de varios pájaros que parecían volar en círculos alrededor de nosotros, tal y como lo haría un animal que está a punto de cazar a su presa.
Al amanecer, cuando comenzamos nuestra travesía, vimos que a unos diez metros de donde acampamos había huellas de animal acompañadas de rastros humanos. Las pisadas iban en dirección hacia donde estuvimos esa noche.
No pude evitar imaginar que fuimos observados hasta que salió el sol por las personas que vi alrededor del fuego. El comandante nos ordenó continuar y acatamos sin darle mayor importancia a los rastros. Una hora más tarde dimos con una zona más despejada de maleza. Así pudimos ver una cueva entre el cerro.
Otro de nuestros compañeros de nombre Manuel, le preguntó al oficial si era posible darle un vistazo, por si adentro se escondieran delincuentes o en cualquier caso, mercancía que contrabandeaban.
Mi oficial respondió que no. Sin embargo, nos permitió que viéramos con las linternas desde fuera. Al alumbrar el interior, vimos que su abertura se profundizaba hasta desviarse al lado izquierdo en una especie de pasillo. Justo al momento de que la luz pegó en ese espacio, vimos cómo un aminal parecido a un perro enorme corrió, en un intento de esconderse.
Mis compañeros se hicieron hacia atrás y mi reacción inmediata fue mirar el suelo para ver si había alguna huella del animal que nos diera un indicio de sus proporciones. Para mi sorpresa, no vi ninguna pisada que no fueran humanas, cosa que me sorprendió pues si el animal vivía ahí, sus alrededores deberían estar plagados por sus patas.
Nuestro amigo Manuel gritó para que lo escuchara el resto de los integrantes:
-¡Cabrones, ya encontramos al pi**he nahual!
El resto de los compañeros en lugar de asustarse, comenzaron a burlarse de sus palabras. Esto se debió en gran parte, a que ellos ya tenían experiencia enfrentando este tipo de acontecimientos, en cambio, para mí, era la primera vez que tenía contacto con nahuales y brujas.
Nadie hizo el intento por entrar a investigar más. Seguimos nuestro camino hasta llegamos al lugar de la base. A mí no me dio muy buena impresión nuestra nueva ubicación. Tenía mucha más enramada que el sitio donde encendimos las fogatas.
Eso de alguna manera nos bloqueaba visibilidad y lo consideré un punto vulnerable. Por la tarde nos dividimos para conseguir leña y lo necesario para pasar la noche lo mejor posible.
A las 19:00 hrs nos reportamos sin novedad. El oficial nos comentó que no nos quedaríamos mucho tiempo ahí, porque nos desplegarían a otro sitio cuando volviéramos. Nosotros nos sentamos a cenar algo y amenizar nuestra estancia. Al menos esa fue la intención. Nos resultaba imposible no escuchar los ruidos a nuestro alrededor. Eran gritos de personas que parecían correr y gritar, como si viniera hacia nosotros una horda enfurecida.
Nuestra respuesta fue levantarnos y tomar posición de alerta con nuestras armas. Uno de los compañeros gritó:
-¡Somos elementos del Ejército Mexicano! Quién está ahí?
De golpe se dejaron de escuchar los pasos y los gritos. El silencio se interrumpió cuando Jaguar cayó al suelo, inconsciente. Corría hacia él lo más rápido que pude para intentar auxiliarlo. Ahí noté que sus ojos estaban en blanco y que balbuceaba palabras incomprensibles para mí. Me sentí desesperado al no saber lo que pasaba ni el modo ayudar.
De la nada volvió a guardar silencio y cerró los ojos. La luz de luna que se colaba entre las ramas de los árboles se oscurecía por momentos, de la misma manera que ocurre cuando una gran cantidad de pájaros pasan volando y bloquean la luz. Sin embargo, resultaba obvio que no eran aves, pues en lugar de alas se escuchaban risas e insultos desde las alturas.
Jaguar recobró el conocimiento y al verme junto a él comenzó a llorar. Juntó ambas manos y empezó a rezar el rosario con una devoción que nunca vi en nadie.
Nuestro oficial se limitó a dar la orden de hacer la fogata más grande y estar al pendiente de cualquier cosa, pues nunca se metieron directamente con algún elemento, como ocurría en esa ocasión.
La fogata ardió para iluminar muy bien nuestro espacio. Una vez que Jaguar estuvo más tranquilo nos dijo:
-Cuando caí al suelo me vi desde arriba, fue como si hubiera salido de mi cuerpo. Luego fue como si me trasportara a otra realidad, una donde entramos a la cueva. Ahí atestigué cómo nos devoraban los perros. La verdad es que tenemos suerte de que él estuviera con nosotros".
Acto seguido señaló con su dedo índice la cima de la montaña. Le preguntamos a quién se refería y respondió que ahí estaba un espíritu guerrero que se encargó de protegernos desde nuestro arribo a la Sierra Juárez. Según Jaguar, este guardián se había lastimado al cuidarnos y lo mínimo que podíamos hacer para agradecerle, era dejarle una ofrenda.
Nos vio detenidamente sin agregar nada. Luego pidió permiso y se levantó. Todos estábamos estupefactos ante sus palabras y nadie intentó detenerlo cuando lo vimos marcharse rumbo a la montaña. Vimos cómo subía y al llegar al punto más alto, se arrodilló.
Ninguno de los que presenciamos esto supimos lo que pasó ahí, ni lo que fue a dejar como ofrenda. Lo que sí notamos fue que no volvió a ocurrir nada durante el resto de la noche, ni en nuestro camino de regreso.
Ya en la unidad, me acerqué al oficial para conversar sobre lo ocurrido pues, como mencioné, yo era bastante nuevo en estos temas. Él entonces me confesó que era común que varios soldados desaparecieran por esa zona, sin dejar ningún rastro de su existencia. Su teoría es que las brujas se los llevan y los descuartizan. Quizá los nahuales se alimenten de ellos, tal y como lo presenció Jaguar en su visión.
Al no encontrar un cuerpo para entregar a las familias, el Ejercito les da una caja con piedras. A los familiares les dicen que no lo abran ya que el soldado quedó muy mal herido en combate y es mejor por respeto a su descanso no abrirlo. Los dolientes no suelen indagar más y aceptan esta mentira.
A los compañeros que les ha tocado presenciar la desaparición de un elemento y el ataque directo de estos seres en la sierra, no han quedado muy bien de sus facultades mentales. Por fortuna mía y de mis compañeros, aquella noche tuvimos de nuestro lado a un espíritu protector. Al sagrado guerrero de la montaña.