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13/01/2025
Los Atlantes y la cultura de Tula, Hidalgo.
En su Historia general de las cosas de Nueva España, escrita en el siglo XVI, fray Bernardino de Sahagún nos habla de la ubicación de Tula y de un edificio, inconcluso, con “pilares de la hechura de culebra”.
Quizá fray Bernardino se refiere al Edificio de los Atlantes o Templo de Tlahuizcalpantecuhtli, una de las advocaciones de Quetzalcóatl.
De allí fueron a poblar a la ribera de un río junto al pueblo de Xocotitlan, y el cual ahora tiene el nombre de Tulla, y de haber morado y vivido allí juntos hay señales de las muchas obras que allí hicieron, entre las cuales dejaron una obra que está allí y hoy en día se ve, aunque no la acabaron, que llaman coatlaquetzalli, que son unos pilares de la hechura de culebra, que tienen la cabeza en el suelo, por pie, y la cola y los cascabeles de ella tienen arriba.
Dejaron también una sierra o un cerro, que los dichos toltecas comenzaron a hacer y no lo acabaron, y los edificios viejos de sus casas, y el encalado parece hoy día. Hállanse también hoy en día cosas suyas primamente hechas, conviene a saber, pedazos de olla, o de barro, o vasos o escudillas, y ollas.
Sácanse también de debajo de tierra joyas y piedras preciosas, esmeraldas y turquesas finas.
Cuando Jorge R. Acosta excavó el Templo de Tlahuizcalpantecuhtli en la década de los cuarenta, tanto los fragmentos de los atlantes como de las enormes culebras que sirvían de acceso al edificio (las cuales, al igual que en Chichén Itzá, tenían la cabeza en la base y la cola en lo alto) se encontraban en un gran pozo de saqueo practicado en el edificio.
Es muy probable que los autores de este pozo hayan sido los aztecas, que sabemos que trasladaron algunas piezas de Tula a Tenochtitlan.
Una de las primeras referencias sobre Tula la encontramos en don Antonio García Cubas, en su artículo “Ruinas de la antigua Tollan” publicado en 1873.
Al hablar de las esculturas, el autor las relaciona con Egipto y Grecia, pues en esa época se pensaba que las culturas mesoamericanas provenían de culturas europeas o asiáticas.
Posteriormente, en 1885, Désiré Charnay publica Les anciennes villes du Noveau Monde, libro en el que incluye el estudio de Tula.
Ahí, Charnay describe las esculturas y edificios que excavó en dicha ciudad, entre otros el Palacio Tolteca y la Casa Tolteca, acompañados de fotografías, dibujos y planos; asimismo, proporciona el dibujo de un anillo del juego de pelota con la representación de una serpiente, y cuyo paradero, por cierto, se desconoce a la fecha.
Ahora bien, es importante señalar que Charnay fue el primero en observar similitudes entre Tula y Chichén Itzá, considerando que los vestigios de la primera, a la que ubica en el siglo X, corresponden a la Tula mencionada en las fuentes.
Así fue el descubrimiento de los Atlantes de Tula:
En el estado de Hidalgo se localiza la zona arqueológica de Tula, capital de la población tolteca y que es reconocida por sus famosos pilares en forma de guerreros que reciben el nombre de Atlantes o Gigantes de Tula.
El descubrimiento de la ciudad se dio en 1940, durante unas excavaciones realizadas por el arqueólogo Jorge Ruffier Acosta, quien halló un pozo de saqueo sobre el templo de Tlahuizcalpantecuhtli y los cuatro Atlantes de Tula.
Esculturas de un promedio de 4,60 metros de altura formadas por cuatro bloques de piedra basáltica – el primer bloque corresponde a las piernas y pies, el segundo y el tercero forman el tronco, y el cuarto representa la cabeza – que encajan milimétricamente unos con otros, los Atlantes de Tula son representaciones de guerreros Toltecas, ataviados con un tocado de plumas, un pectoral de mariposa, átlatl, dardos, un cuchillo de pedernal y un arma curva.
De acuerdo con los investigadores, el pueblo tolteca llegó a esta zona después de la caída de Teotihuacán, donde fundaron una ciudad semejante a ésta pero en menor escala.
Los Atlantes de Tula son una muestra del gran trabajo arquitectónico de ésta misteriosa cultura.
A pesar de las múltiples leyendas y creencias sobre estas edificaciones, para los estudiosos del tema, la función de los Gigantes de Tula sólo fue arquitectónica ya que se piensa eran utilizados para sostener el techo del Templo de Tlahuizcalpantecuhtli.
Los Atlantes de Tula son una prueba monumental del cuantioso patrimonio arqueológico que atesora México.
Se podría pensar que allí el pasado prehispánico solo se manifiesta con los grandes yacimientos de los mayas o los mexicas, ahora conocidos como mexicas.
Pero hay mucho más.
Por ejemplo, este increíble complejo arqueológico legado por la civilización tolteca.
Los cuatro Atlantes de Tula son unas esculturas labradas en dura piedra basáltica y que alcanzan los 4,60 metros de altura.
Lo que le da una presencia imponente y un aspecto intimidador a cada figura.
Y es que cada una de ellas tiene grabados elementos que se identifican con bravos guerreros toltecas.
Una altura tan considerable hace que cada uno de los Atlantes de Tula se componga de cuatro bloques.
Uno primero en la parte baja representa las piernas del guerrero.
Mientras que el segundo y el tercero son el tronco. Y por último, el cuarto es la cabeza. Cuatro bloques que tienen una unión perfecta entre ellos.
En una piedra tan dura como el basalto se talló a la perfección toda la indumentaria que llevaban los guerreros toltecas.
Es decir, se distingue el tipo de cascos que usaban, sus brazaletes, orejeras, musleras o discos protectores sobre la espalda.
Están todos los detalles, de manera que se ve que calzaban sandalias y ocultaban sus partes íntimas con un taparrabos.
Pero además, también muestran el armamento de la época.
Es decir, se distingue un pectoral en forma de mariposa, varios cuchillos, alguno en la mano y otros en los brazaletes, así como tienen un lanzadardos.
En definitiva, que los Atlantes de Tula nos muestran perfectamente el modo en que se guerreaba en esa zona hacia el siglo X, cuando se tallaron estas figuras.
Indiscutiblemente, uno de los trabajos más importantes realizados en Tula es el de don Jorge R. Acosta, quien inicia sus exploraciones en 1940 y las continúa a lo largo de casi veinte años.
Los primeros resultados los da a conocer en su artículo “Exploraciones en Tula, Hidalgo, 1940”, publicado en la Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, órgano de la Sociedad Mexicana de Antropología.
Un año después, en 1941, esta sociedad realiza la Primera Mesa Redonda sobre el tema “Tula y los toltecas”, en la que, a la luz de los hallazgos de Acosta y los estudios etnohistóricos de Jiménez Moreno, se concluye que la Tula mencionada en las fuentes corresponde a este sitio en el estado de Hidalgo, y no, como hasta ese momento pensaban muchos estudiosos, a Teotihuacan.
A Jorge R. Acosta se debe también la primera cronología basada en materiales cerámicos, a partir de la cual establece que Tula es posterior a Teotihuacan, ubicándola entre 900 y 1200 d.C.
Asimismo, excavó varios edificios, entre otros: el Edificio B (también conocido como de los Atlantes o Templo de Tlahuizcalpantecuhtli) y el Coatepantli o “muro de serpientes” que lo rodea, el Juego de Pelota, el Palacio Quemado, el Edificio C y el semicircular de El Corral, en los que se observa la tendencia a ser reconstruidos.
Un caso interesante lo encontramos en los atlantes: estas esculturas, sobre las que descansaba el techo del Templo de Tlahuizcalpantecuhtli, fueron realizadas en cuatro partes, cada una ensamblada mediante el sistema de caja y espiga.
También se demostró, tras un estudio estilístico e iconográfico, que los relieves en piedra con la representación de Quetzalcóatl y una deidad femenina, ubicados enfrente de Tula, no fueron tallados por los toltecas sino por los aztecas, quienes ocuparon la antigua ciudad después de su destrucción.
Años después, en 1968, se inician recorridos de superficie y trabajos de excavación en el Juego de Pelota II, edificio que cierra la plaza principal de Tula por su lado oeste, y en el tzompantli que se encuentra junto a él.
Los hallazgos fueron por demás interesantes: el edificio del Juego de Pelota mostró por lo menos dos etapas constructivas, una tolteca y otra, muy burda, posterior, en la que se localizó, hacia la parte media de la cancha lo que parece ser un temascal o baño de v***r.
El Juego de Pelota, de aproximadamente 114 metros de largo, resultó ser uno de los más grandes excavados hasta el momento en Mesoamérica, junto con el de Chichén Itzá, con el que guarda similitudes, si bien este último presenta un acabado muy superior en los relieves y otros elementos.
En el tzompantli o “hilera de cabezas”, ubicado dentro de la plaza, con su escalera que da al oriente encontramos en su parte superior restos de huesos de cráneos y dientes, así como una ofrenda que consiste en un navajón para el sacrificio.
A partir de estos trabajos se vio la necesidad de llevar a cabo un estudio de mayor amplitud, iniciándose así, a principios de los años setenta, el Proyecto Tula.
Dicho proyecto, que consistió en una investigación integral, pretendía conocer el desarrollo del área en el tiempo y en el espacio, tanto en la época prehispánica como en la colonial y la moderna.
En la parte prehispánica se procedió al estudio y delimitación de la antigua ciudad, a fin de conocer sus verdaderas dimensiones y su distribución interna.
El arqueólogo Juan Yadeun diseñó una técnica de recorrido de superficie para observar la densidad de los materiales presentes y su distribución, y entender así el funcionamiento interno de la antigua Tula.
Respecto del área inmediata que la rodea, los recorridos de localización por parte de Ana María Crespo y Guadalupe Mastache permitieron tener una idea bastante clara de su ocupación, desde el Preclásico hasta el Posclásico.
Como parte de los estudios de la distribución interna de la ciudad se asignó el nombre de Tula Chico al conjunto que se encuentra un kilómetro al norte de la plaza principal de Tula. La presencia de cerámica Coyotlatelco en los pozos estratigráficos indicó que la plaza de Tula Chico es anterior a la conocida plaza de Tula, y que, por lo tanto, fue ahí donde se inició la ciudad.
Para corroborar lo anterior, los materiales le fueron entregados al doctor Robert Cobean, especialista en cerámica, quien después de excavar en el lugar arrojó luces con sus investigaciones acerca de la cronología de Tula, ubicando a Tula Chico entre los años 700-900 de nuestra era.
Las excavaciones realizadas por Agustín Peña y María del Carmen Rodríguez en los conjuntos habitacionales del paraje de Dainí, constituidos por una parte habitacional propiamente dicha y otra ceremonial, aportaron interesante información: mostraron que los conjuntos fueron ocupados primero por los toltecas y más tarde por los aztecas.
Otro proyecto importante, desarrollado casi al mismo tiempo que el anterior, fue el del doctor Richard Diehl, quien bajo el patrocinio de la Universidad de Missouri realizó recorridos de superficie que incluyen el análisis de instrumentos de obsidiana, lítica y figurillas, así como estudios arquitectónicos, etnohistóricos y de moluscos.
Paralelamente, el doctor Robert Cobean establece la secuencia cerámica del sitio.
En los años ochenta y noventa, Guadalupe Mastache y Robert Cobean continúan con el estudio de Tula, publicando, entre otros, diversos trabajos sobre la cultura Coyotlatelco.
Después de varias décadas de exploración arqueológica, la riqueza de la vieja ciudad de Tula aparece aún inagotable.
Habrá de esperar, entonces, como sucede en toda disciplina, que nuevas investigaciones aporten mayor información sobre las obras y las cosas primamente realizadas ahí por los toltecas…