15/11/2024
EL DIABLO EN BOTELLA .
Autora Graciela Yar Taimal.
Érase en un pueblito lejano donde vivía una familia conformada por los esposos Yucas. Al poco
tiempo de haberse casado, tuvieron una hija. Sus ojos eran azules como el cielo, su piel blanca
como el algodón, sus labios color cereza y sus cabellos claros. Era el orgullo de la familia,
especialmente de su padre.
Pasó el tiempo y la pequeña creció, convirtiéndose en una niña hermosa. Su padre no dejaba
que nadie la mirara ni que saliera de casa. Para que ella pudiera ver el mundo exterior,
construyó una ventana en su casa. La niña siempre pasaba sentada en la ventana, ya fuera de
noche o de día, observando quién pasaba por el estrecho camino.
Con el tiempo, su padre falleció y su madre tuvo que hacerse cargo de ella. La niña, convertida
en adolescente, no dejaba de estar en la ventana, incluso se quedaba dormida allí. Este sitio se
convirtió en su lugar preferido.
Un día, mientras miraba el atardecer, vio a lo lejos un jinete. Venía en su caballo negro y
robusto, y vestía un traje de color rojo púrpura. Al pasar junto a la ventana, se acercó a la niña y
exclamó:
—¡Puede regalarme agua!
La niña corrió a traerle agua. El jinete tomó el agua en sus manos y bebió mientras la miraba.
—Qué fresca agua, igual que los ojos que me miran —dijo el jinete.
La niña se sonrojó, él le tomó la mano y la besó antes de partir. La niña lo miró hasta que se
perdió en la distancia. Al día siguiente, el extraño la visitó otra vez y así todas las noches. Un
buen día, le pidió que se casara con él. La chica aceptó sin pensarlo, ya que estaba
profundamente enamorada.
Llegó el día de la boda. Los invitados estaban llenos de alegría, pero un niño, observando al
novio, se acercó a su madre y le comentó:
—Mamá, ¿por qué el novio tiene una pata de perro y otra de gallo?
Su madre, al mirarlo, se santiguó, tomó al niño y salió apresurada, sin regresar.
Pasó el tiempo y la madre de la chica estaba contenta, ya que su yerno amaba tiernamente a su
hija y la complacía en todo. Pero había algo en su madre que la tenía pensativa: su hija cada día
bajaba de peso. Creía que en la alcoba la pareja discutía, así que decidió espiar por la noche
para ver si su yerno trataba mal a su hija.
Una noche, con el candelabro encendido y sin hacer ruido, entró a la habitación. Para su
sorpresa, su hija dormía plácidamente, pero su cuerpo estaba rodeado por una serpiente y su
cabeza descansaba sobre el rostro de su bella hija. La mujer casi se muere del susto. Al
amanecer, fue a confesarse con el sacerdote del pueblo. Este le aconsejó:
—Hija mía, tu yerno es un ser maligno. Toma esta botella, llénala de leche y convéncelo de que
la beba entrando en ella.
La mujer tomó la botella, esperó a que su hija se fuera y la llenó de leche. Se acercó a su yerno y
le dijo:
—Mi querido yerno, ¿cuánto me quiere?
—Mucho, ya que usted es la madre de mi amada esposa —respondió él.
—Si tanto me quiere, démelo a un gustito —dijo ella, sacando la botella—. Quiero que tome esta
leche de esta botella, pero no alzándola, sino entrando en ella.
El yerno accedió, y convirtiéndose en una mosca, entró en la botella. Ella la tapó
herméticamente y corrió a la iglesia. Al llegar, entregó la botella al sacerdote. Este echó agua
bendita en la botella, y el ser maligno revoloteaba dentro de ella. Luego, la puso en el altar
mayor. Cada vez que celebraba misa, el ser maligno volaba sin poder salir.
Mientras tanto, en casa, su hija extrañaba a su esposo y siempre preguntaba dónde habría ido.
Tal fue su pena que murió de tristeza. El ser maligno, al terminar la leche, se fue secando y
también murió sin poder salir de la botella.