01/09/2024
En una jungla exuberante, una elegante cigüeña y un zorro habían forjado una amistad entrañable. Desde su infancia, habían explorado cada rincón de la jungla, compartiendo risas y aventuras. El zorro, a pesar de su cariño por la cigüeña, siempre llevaba una sombra de tristeza en su corazón, pues sentía que su amiga poseía habilidades que él no podía igualar, como volar alto en el cielo o introducir su pico en los más estrechos rincones. Esta preocupación lo atormentaba, haciéndole dudar de su propio valor. No obstante, la cigüeña, con su espíritu alegre, lo animaba constantemente, lanzando bromas y chistes para arrancarle una sonrisa.
El zorro se sentía abatido, pues no podía elevarse en el aire ni poseía un pico alargado como el de la elegante cigüeña. En la jungla, una multitud de animales coexistía, formando una comunidad vibrante, donde cada uno exhibía características únicas. Algunos surcaban los cielos, otros se zambullían en las aguas, y así sucesivamente. Además de la diversidad de criaturas, el entorno era un espectáculo de belleza, con una vegetación exuberante que danzaba suavemente a la orilla de los lagos. La cigüeña, con su largo pico, se sumergía en las aguas para atrapar pequeños peces, mientras que el zorro se sentía impotente, consciente de que si intentara hacer lo mismo, probablemente se hundiría. Esta realidad lo envolvía en una profunda melancolía, y se repetía a sí mismo: "Soy un inútil".
La cigüeña, como una fiel amiga, le decía al zorro que era un ser muy talentoso, pero él no se lo creía y se veía a sí mismo como un fracasado. Un día, todo cambió. El zorro observó a la cigüeña volar entre los árboles y pensó: nunca podré hacer algo así. La cigüeña, al escuchar sus pensamientos, descendió y le dijo: ven, acompáñame. El zorro, algo dudoso, decidió seguirla. Pronto llegaron a un lugar lleno de obstáculos, y la cigüeña propuso: hagamos una carrera. Sin pensarlo, el zorro aceptó. En cuestión de segundos, comenzó a correr con sus cuatro patas, dominando el terreno, mientras que la cigüeña no podía avanzar, ya que no podía correr de igual manera . El zorro se dio cuenta de que la cigüeña no podía progresar.
Luego, la cigüeña exclamó: "Ya lo ves, hay cosas que tú puedes hacer y yo no, pues somos diferentes y cada uno posee cualidades únicas". Después, añadió: "Ahora, vamos a sumergirnos en el agua". La cigüeña se zambulló en un arroyo y emergió con las alas empapadas, incapaz de volar. El zorro también se sumergió; aunque salió mojado, con un solo movimiento se secó. Así, el zorro aprendió a comprender su propia naturaleza. La cigüeña continuó restándole a desafío, mientras que él podía lograr lo que ella no podía. Finalmente, el zorro recuperó su felicidad al descubrir sus habilidades. Fue en ese momento que entendió que era un zorro y, por lo tanto, sus talentos eran propios de su especie, no de la cigüeña. Ambos continuaron su amistad y, en la hermosa jungla, vivieron unidos para siempre, cada uno brillando en sus propias destrezas.
Autor: Emmanuel Emilio montero,