08/04/2023
Como hacer hablar a una piedra?
Hay que leer!
Saludos !
FERNANDO BENITEZ
“Don Fer, como le decíamos, un día nos contó muy serio: Fíjense, muchachos, que una vez entrevisté a Chac Mool. Sí, a ese que está en Chichén Itzá. Algunos compañeros se aguantaron las risas burlonas, creían que nuestro profe desvariaba. En esa época don Fer era un viejito de 73 años, muy elegante, de azul y cristalina mirada pícara.
Nuestro maestro continuó su relato: “¿Saben qué le pregunté a Chac Mool? Me senté junto a él, saqué mi libreta de reportero y le dije: ‘Señor Chac Mool, ¿cuántos años tiene usted?, ¿desde cuándo está aquí?, ¿por qué?, ¿qué manos lo tallaron?, ¿para qué?, ¿qué sucedió a su llegada?, ¿cómo fue?’”
Benítez nos dejó mudos cuando explicó cómo fue que Chac Mool le había respondido todo: ¿Saben cómo hice hablar a una piedra? Pues investigando y preguntando a todos aquellos que conocen su historia, porque un periodista debe saber no sólo formular las preguntas correctas, sino hallar las respuestas, muchas veces siguiendo la ruta de la imaginación, lo cual no es sinónimo de invención, explicaba don Fer, mientras los compañeros que antes se habían reído se quedaban en silencio, maravillados.
Por supuesto, después el maestro Benítez, generoso, continuaba con sus relatos acerca del vetusto e intrépido Chac Mool, y muchas historias más. Por ejemplo, nos explicó cómo los ayudantes de Tláloc, llamados tlaloques, quebraban ollas con agua en el cielo para hacerlo llover y tronar.
El tiempo se nos hacía poco para escuchar las anécdotas de Benítez, sus andanzas por tierras tarahumaras, tsotsiles, tseltales, chamulas, huicholes, mazatecas, coras, otomíes y mayas, entre otros pueblos que recorrió para escribir su libro Los indios de México.
La UNAM fue el alma mater de Fernando Benítez, y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, su territorio, nuestro hogar, donde decenas de alumnos nos enamoramos del periodismo escrito en general, y del periodismo cultural en particular.
Lo mejor sucedía cuando invitaba a la clase a alguno de sus amigos. Por supuesto, llegaron los integrantes de la legendaria mafia, como ellos mismos se nombraban: José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis y Carlos Fuentes. Benítez proponía que algún valiente alumno los entrevistara. En clase nunca me atreví. Me enfrenté a esas vacas sagradas hasta que fui reportera en La Jornada.
El día del sepelio de Fernando Benítez, el 22 de febrero del año 2000, nos dio a todos los reporteros que cubrimos su funeral, una última y gran lección: nunca dar por hecho nada. Sucedió que cuando trasladaron su féretro desde la capilla donde lo velaron hacia el crematorio, la carroza fúnebre se descompuso en pleno Periférico. En vano los choferes trataron de empujar el auto para hacerlo arrancar y tampoco sirvieron los conocimientos de los policías de tránsito. En los ocho autos del cortejo que seguía la carroza sólo íbamos dos reporteras. Ningún fotógrafo, pues todos, desesperados por la lentitud de un cortejo fúnebre, se adelantaron para llegar antes al panteón Español. En pleno Periférico esperamos una hora a que llegara otra carroza. De repente, los automovilistas que se encontraban en el megacongestionamiento que se armó se sorprendieron cuando vieron salir un ataúd de un auto para pasarlo al otro.
Así se despidió el maestro Benítez, generoso, convirtiendo un día gris, contaminado y triste en un pretexto más para recordar sus enseñanzas.
https://www.jornada.com.mx/2023/04/04/opinion/a04a1cul
*En la imagen: El maestro Fernando Benítez en una de sus incursiones a los pueblos indígenas; Jalisco, 1967. Foto Héctor Torres.