17/01/2024
Aunque en otras culturas es común entre hombres el uso del sarong, el ʾizār, el lungi, dhoti, el kilt o la hakama, la falda sigue siendo una de las prendas más cargadas de connotaciones, no solo de género.
Sabemos que la falda no se asocia de origen a la mujer; por el contrario, hombres y mujeres en la antigüedad vestían ropas similares a las faldas, incluso en sociedades con roles de género tan marcados como la antigua Grecia o la Roma imperial. En la Edad Moderna, los hombres de clases altas no escatimaron en colores, brillos, volúmenes, tacones, joyas, lazos, encajes o pelucas, como tampoco prescindieron de la falda. Sin embargo, tras la Ilustración y la Revolución Industrial, los hombres dejaron de usar ornamentos y faldas, dejándolos para las mujeres como parte del reforzamiento de un injusto rol como objeto decorativo, sin voz ni voto en un mundo dominado por los hombres.
Los términos falda y mujer quedaron tan ligados que, por metonimia, comúnmente la palabra falda ha servido desde una perspectiva misógina para designar a una versión femenina -y, por tanto, entendida como no mejor- de logros masculinos: “versos con faldas” y “filosofía con faldas”, Madame Bovary como “un Don Quijote con faldas”, o el Papa Francisco hablando del feminismo como “machismo con faldas”.
Por salirse de “lo habitual” y desafiar las nociones decimonónicas sobre lo que debe ser una mujer y lo que debe ser un hombre, una falda en un cuerpo masculino se asume como una declaración. Pero quizás simplemente deberíamos entenderla como una prenda de vestir y despojarla de toda connotación.
Palabras del gran amigo Alberto Cadena
Gracias amigo Alberto por tu compra y apoyo siempre al arte Textil Mexicano.