06/09/2022
Mariela, de 4 años,
jugaba con los cubiertos en la mesa. Su papá le dijo que se quedara quieta. Pero antes de terminar de darse cuenta de qué le decían, involuntariamente con su codo tumbó el vaso de agua.
“Ahora te jodes y no tomas nada”, le dijo su papá. Y ella, pequeñita, entendió que había que joderse, sin entender muy bien qué era lo que había pasado.
Patricia de 3 años, corría por el patio de su casa. Su abuelo le dijo que no corriera, que podía caerse y salir lastimada.
Un minuto después, Patricia se cayó. “Jódete”, le dijo el abuelito, y ella sintió que tenía la culpa de algo que no sabía muy bien qué era…
Alberto de 5 años, quiso acariciar a un gatito que vió en la calle, el gatito reaccionó a la defensiva y le arañó. “Jódete”, le dijo su mamá. “Así aprendes a no tocar animales que no conoces”.
..y así, aprendimos a jodernos, a creer que habíamos hecho algo mal, así, aprendimos a decirle al él o a ella que se jodan.
Así, desde pequeños, se nos desdibujó la compasión, se nos fomentó la saña, se nos apartó de la maravilla de ser un poco más humanos.
Que nadie se joda si podemos decirle a Mariela que juegue, que sea feliz. Que le podemos llenar el vaso de agua las veces que sean necesarias.
Que nadie se joda, si le podemos decir a Patricia que corra, que se divierta, que disfrute de sus piernas, de la brisa en su piel. ¿Y si se cae? Le damos la mano, la ayudamos a que se levante, la abrazamos, y le decimos que una caída no es grave.
Que Alberto sepa que nunca estará mal expresar cariño, aunque el otro no pueda o no sepa recibirlo.
Para que cuando Mariela, Patricia y Alberto sean grandes, no digan por ahí indiscriminadamente: “Jódete, que tú te lo buscaste”.
Para que cuando cuando Mariela, Patricia y Alberto crezcan, no desplieguen el dedito acusador que les movieron cuando aún eran muy inocentes para entender la desidia de sus progenitores.